El médico se agachó y le dio un beso en la mejilla.

– Eres el rigor de las desdichas -comentó el médico.

– No lo he hecho a propósito.

– Ya, pero estas cosas siguen ocurriéndote a ti.

Naomi se acercó.

– Gracias por venir.

El doctor Greenberg encogió los hombros.

– Las conozco de toda la vida, son como de la familia. En fin, voy a volver a mi consulta.

– Estaré allí dentro de una hora -le prometió Naomi.

Marina y Naomi llevaron agua a Willow para que se tomara una pastilla, más hielo y algo de comer. Kane, algo apartado de ellas, las observó mientras se movían por su casa como si les perteneciera.

Por fin, Marina fue la primera en marcharse, dejando a Willow y a su madre. Naomi lo llamó para hablar con él en la cocina.

– Gracias por su ayuda. Siento haberle invadido la casa de esta manera.

– No se preocupe -respondió Kane.

– Bueno, voy a recoger las cosas de mi hija y la llevaré a casa.

Kane miró a aquella mujer. Debía de tener unos cincuenta y cinco años y estaba en buena forma, pero no podía llevar a su hija a cuestas.

– Yo la llevaré. Usted no podría meterla en casa sola.

– Sí, creo que tiene razón, no había pensado en ello -contestó Naomi-. ¿No puede mi hija ir a la pata coja?

– No lo creo. No se preocupe, yo la llevaré a su casa.

– Si no le resulta una molestia… -Naomi se miró el reloj y Kane se dio cuenta de que la mujer estaba pensando que tenía que volver al trabajo.

– Pregúntele a Willow si le parece bien lo que hemos decidido -dijo Kane.

Naomi asintió y volvió al cuarto de estar. Kane la siguió y observó a Willow mientras escuchaba a su madre.

– De acuerdo -dijo Willow mirándolo a él, sus ojos azules llenos de humor.

Kane entrecerró los ojos. ¿Qué demonios estaba pensando hacer ahora esa chica?

Naomi dio un abrazo a su hija; luego, se acercó a él y le ofreció la mano.

– Ha sido usted muy amable. No sé cómo darle las gracias.

– No se preocupe, no ha sido nada.

– Buena suerte con la gata y las crías, le van a dar trabajo.

A Kane eso le daba igual, no iban a estar en su casa mucho tiempo.

Por fin, Naomi se marchó y Kane se quedó a solas con Willow.

– Perdona que haya venido tanta gente. Lo siento -dijo ella.

– No, no lo sientes. Has sido tú quien les ha dicho que vinieran. Querías que vinieran.

– Está bien, tienes razón. Pero ha sido porque no sabía si me iba a morir o no.

– Los esguinces en el tobillo no suelen ser mortales.

– Al menos, han traído comida -Willow sonrió-. Te gusta comer, ¿no?

– ¿Cómo lo sabes?

– Eres un hombre. A los hombres les gusta comer.

– Voy a por la comida del gato -dijo Kane, y volvió a la cocina.

– ¿Todavía no le has dado de comer? -preguntó Willow indignada.

– Claro que le he dado de comer. Pero voy a por la comida para que te la lleves -contestó Kane conteniendo un gruñido.

– No me voy a llevar a los gatos. En el edificio donde vivo no permiten tener animales domésticos, ése es uno de los motivos por los que alquilé un piso en ese edificio. El otro es que tiene jardín y, después de plantarlo, ha quedado precioso.

Kane casi nunca sufría jaquecas, pero estaba a punto de que le diera una.

– Yo no me voy a quedar con los gatos.

– No tienes más remedio que hacerlo -lo informó ella-. Los gatitos acaban de nacer y tienen que quedarse donde están, con su mamá. Ah, y sería mejor que pusieras en la caja donde están una bolsa de agua caliente.

– No quiero quedarme con los gatos -dijo él con firmeza-. Ni con éstos ni con ninguno.

– ¿Cómo puedes ser tan desalmado?

Willow había hablado en tono muy quedo, sus palabras apenas audibles; sin embargo, él las sintió con el mismo impacto que una bofetada.

– Está bien -añadió Willow-. Recoge las cosas de los gatos. Ya me las arreglaré.

Kane había liderado grupos de hombres en algunas de las regiones más peligrosas del mundo. Había matado para sobrevivir y lo habían dado por muerto en más de una ocasión. Sin embargo, nunca se había sentido tan fuera de lugar como en ese momento.

¿Qué le importaba lo que esa mujer pensara de él? Sólo se trataba de unos gatos, que se los llevara ella.

Kane, en la cocina, metió la comida en una bolsa; luego, llevó la bolsa al cuarto de estar. Pero cuando miró a Willow, vio que se había quedado dormida.

Willow tenía la cabeza apoyada en el brazo del sillón, sus largos cabellos rubios destacaban contra el oscuro cuero del sillón. Estaba sentada sobre una de sus piernas, la otra la tenía estirada y apoyada en el reposapiés, el tobillo envuelto con una bolsa de hielo.

– Willow…

Ella no se movió. Además de no aguantar el dolor, los analgésicos parecían haber tenido un gran efecto en ella. Ahora no le extrañaba que el médico le hubiera prohibido conducir bajo el efecto de los calmantes.


Willow se despertó sin tener idea de dónde estaba. Se incorporó en el sillón y estuvo a punto de ser presa de un ataque de pánico. Pero entonces recordó.

Una rápida mirada al reloj de la mesilla de noche le indicó que eran casi las doce de la noche. ¡La pastilla, realmente, le había hecho efecto! Se sentó en la cama y miró a su alrededor. La luz del cuarto de baño le permitió ver siluetas, incluida la cama donde estaba. Supuso que se trataba de la habitación de invitados, advirtiendo que la cama no era enorme y el mobiliario, en vez de ser masculino, era neutro. Una pena. No le habría importado despertar en la cama de Kane… con él.

Sonriendo, se miró a sí misma y vio que, a excepción de los zapatos, estaba completamente vestida. Kane se había portado como un caballero. ¿Por qué tenía tan mala suerte?

Willow suspiró. Había algo en Kane que la inducía al descaro. Quizá fuera porque, en el fondo, se sentía a salvo con él. Era como si supiera que, junto a Kane, no podía pasarle nada malo, él la protegería.

Nunca se había sentido segura con nadie.

Se levantó de la cama y se puso en pie con cuidado. Aunque el tobillo aún le molestaba, había mejorado mucho. Casi podía caminar con normalidad.

Después de ir al cuarto de baño, fue en busca de su anfitrión.

Kane estaba en el cuarto de estar, leyendo. Al entrar ella, él levantó la cabeza y la miró.

– Lo siento -dijo Willow-. Las pastillas me han dejado grogui.

– Ya lo he notado.

– Veo que me has llevado a la cama.

– Sí.

– Y que no me he despertado.

– Eso parece.

– No me has quitado la ropa.

– Me ha parecido lo más correcto.

– Está bien.

– ¿Debería haberte desnudado y haberme aprovechado de ti mientras dormías? -preguntó Kane con una sonrisa irónica en los labios.

– No, claro que no. Es sólo que…

Kane la había besado ya. ¿No le había gustado?

Kane se levantó y se acercó a ella. En menos de un segundo, el humor había desaparecido de su mirada, que ahora era depredadora.

– Tu juego es muy peligroso -la informó Kane-. No me conoces.

Era verdad. El sentido común le dictaba contención, le dictaba volver a la habitación de invitados y cerrar la puerta con llave. Pero… Kane la había deseado antes. Su sentido común debía recordar lo poco que eso le ocurría.

Kane alzó la mano y le acarició una hebra de cabello.

– Como la seda -murmuró él. Volvió a ver pasión en los ojos de Kane. Sintió fuego, tentación…

Capítulo 3

– No lo entiendo -dijo Willow-. No soy tu tipo.

– Eso ya lo has dicho antes. ¿Cómo puedes saberlo?

– No soy el tipo de nadie.

– No te creo -contestó Kane sacudiendo la cabeza.

– Es verdad. Mi doloroso pasado, en lo que a las relaciones románticas se refiere, lo demuestra. Para los hombres soy una buena amiga, alguien con quien hablar de cosas íntimas.

– Yo no hablo de cosas íntimas con nadie -la informó Kane.

– Deberías hacerlo. Es muy sano. Hablar de los problemas ayuda a resolverlos.

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo he leído en una revista, creo. Se aprende mucho con las revistas.

La oscura mirada de él continuó fija en su rostro.

– Vuelve a la cama. Te llevaré a tu casa mañana por la mañana.

¡No! Willow se negaba a que se la mandara a la cama como si fuera una niña.

– Pero ¿dónde vas a dormir tú?

– En mi cama, en mi cuarto. Tú estás en el de invitados.

– ¿Es que no lo entiendes? Los dos estamos coqueteando, ¿no sería mejor seguir?

Con la velocidad del rayo, Kane le rodeó la cintura con un brazo y enterró los dedos de la otra mano en sus cabellos. Sus cuerpos estaban en contacto.

Willow tenía la sensación de que Kane estaba tratando de intimidarla; no obstante, le resultaba imposible tenerle miedo.

– No vas a hacerme daño -susurró ella.

– Tu fe en mí es infundada. No sabes lo que puedo hacerte.

Kane bajó la cabeza y la besó dura, exigentemente. Se adentró en su boca y le acarició la lengua; luego, le chupó los labios.

Willow le rodeó el cuello y dio tanto como recibió, desairándolo con la lengua. Lo sintió ponerse tenso, sorprendido. Entonces, Kane la estrechó contra sí.

Kane interrumpió el beso y se la quedó mirando a los ojos.

– Soy peligroso y no me gustan los jugueteos -dijo él-. No te convengo. No soy un hombre encantador. No llamo por teléfono al día siguiente y no me interesa pasar más de una noche con una mujer. No me puedes cambiar, ni reformar ni curarme. Deberías alejarte de mí, créeme.

Las palabras de Kane la hicieron temblar.

– No me das miedo -le dijo ella.

– ¿Por qué no?

Willow sonrió y le acarició el labio inferior con la yema de un dedo.

– Estoy de acuerdo en que eres un tipo duro y, probablemente, asustas. Pero Kane, me rescataste y también a los gatos, has sido amable con mi madre y con mi hermana; y cuando me llevaste a la cama, ni se te pasó por la cabeza aprovecharte de mí. ¿Cómo no me vas a gustar?

Kane cerró los ojos y lanzó un gruñido.

– Eres imposible -comentó Kane abriendo los ojos.

– No es la primera vez que oigo eso.

– También eres irresistible.

– Eso es nuevo -contestó Willow suspirando-. ¿Podrías repetirlo?

Kane la empujó hasta ponerla contra la pared. Willow sintió su cuerpo, su erección, contra ella.

– Te deseo -dijo él con voz ronca-. Quiero verte desnuda, rogándome y desesperada. Quiero penetrarte y hacerte olvidar hasta quién eres. Pero sería una tontería por tu parte dejarte hacer. Si esperases algo de mí, lo único que lograrías es sufrir. En cualquier caso, me voy a apartar de ti. Tú decides.

Willow vio sinceridad en sus ojos. Una vez más, el sentido común le decía que la habitación de invitados era la opción más sabia. Pero ella nunca había conocido a nadie como Kane y lo más probable era que no volviera a conocer jamás a alguien así. Kane se proclamaba un hombre duro y quizá lo fuera, pero ella tenía la impresión de que había algo más que Kane no quería que viera en él.

¿Echarse atrás? Imposible. Quizá Kane la hiciera sufrir, pero quizá no. Estaba dispuesta a correr ese riesgo. Tenía que hacerlo. Se sentía increíblemente atraída hacia él.

Además, ese hombre podía hacerla temblar con sólo una mirada.

– Para insistir tanto en que la gente no te importa, estás haciendo lo imposible por evitarme sufrir -dijo ella-. Quizá deberías dejar de hablar y besarme otra vez.

– Willow.

– ¿Lo ves? Sigues con lo mismo. He entendido las reglas del juego y estoy dispuesta a seguirlas, pero tú sigues hablando. ¿Sabes una cosa? Creo que lo tuyo es una máscara. Creo que…

Kane la agarró y la besó. Sin más. La besó profunda y apasionadamente, sin pausa y con posesividad.

Willow apoyó las manos en los hombros de Kane y se inclinó sobre él. El cuerpo de Kane sujetaba el suyo. Ella ladeó la cabeza y le aprisionó la lengua con los labios, succionándola.

Kane se puso tenso; luego, dio un paso atrás y se la quedó mirando. Había placer y pasión en sus ojos, una mezcla irresistible.

– No me asusto fácilmente -dijo Willow encogiendo los hombros.

Kane sacudió la cabeza; después, la levantó en sus brazos y fue al pasillo.

Entraron en una habitación iluminada por una lámpara encima de una mesilla de noche. Ese cuarto sí era totalmente masculino, con mobiliario de madera oscura. La cama era inmensa.

Kane la dejó en la cama y la miró fijamente.

Willow reconoció el reto de su mirada y se negó a apartar los ojos, ni siquiera cuando Kane empezó a desabrocharse la camisa. A la camisa le siguió una camiseta, dejándole el pecho desnudo.

Willow contuvo la respiración. Era tan musculoso como había imaginado, pero tenía docenas de cicatrices en el cuerpo: círculos pequeños e irregulares, y largas líneas. Cicatrices de heridas y operaciones.