– No es tan difícil, yo me encargaré de ello. Siempre y cuando todo el mundo siga las directrices marcadas, estaremos protegidos.
– ¿Y si no lo hacen? -preguntó Todd con una sonrisa traviesa.
– En ese caso, se las tendrán que ver conmigo -contestó Kane.
Todd miró a Ryan.
– Eso es lo que me gusta de él -luego, se volvió de nuevo hacia Kane-. Me he enterado de que ayer hubo un problema en casa. ¿Cómo es posible que, para un día que me voy, se arme un alboroto?
– Fue Willow -dijo Ryan antes de que Kane pudiera contestar-. Me lo contó Julie ayer por la tarde. Al parecer, Willow sigue enfadada contigo por interponerte entre Julie y yo.
Todd hizo una mueca.
– Yo no me interpuse entre vosotros, sólo intenté velar por lo intereses de un amigo. Eres feliz, ¿no? Bueno, pues no se hable más -de nuevo, volvió su atención a Kane.
– ¿Es peligrosa?
Kane sonrió.
– No tienes por qué preocuparte.
– ¿Está loca?
– No. Sólo quería insultarte por haberte metido en la vida de su hermana.
– Se trata del dinero -farfulló Todd-. Si la tía Ruth no hubiera ofrecido a sus nietas un millón de dólares si alguna se casaba conmigo, nada de esto habría ocurrido.
Kane arqueó las cejas.
– No sabía que estuvieras buscando esposa.
– No estoy buscando esposa -Todd suspiró-. La tía Ruth es la segunda esposa de nuestro difunto tío, es sólo tía política. Ruth tenía una hija que se escapó de casa a los diecisiete años y se casó. Ruth y nuestro tío rompieron relaciones con ella y no volvieron a saber de ella hasta hace unos meses. Nuestro tío murió. Ruth echaba de menos a su hija, se puso en contacto con ella y descubrió que tenía tres nietas a las que no conocía. No sé por qué, a Ruth se le metió en la cabeza que la vida sería perfecta si una de sus nietas se casara conmigo. Les ha ofrecido un millón a cada una si alguna logra llevarme al altar.
Todd miró a Ryan.
– ¿Os dais cuenta de lo ofensivo que es que Ruth piense que, para lograr que me case, tiene que pagar a alguien?
Ryan sonrió maliciosamente.
– La verdad es que a mí me parece gracioso -Ryan se volvió hacia Kane-. Fui a verlas con la intención de aclarar las cosas para que no intentaran nada respecto a Todd. Conocí a Julie y, después de algunas complicaciones, nos hicimos novios.
Kane también sabía que Julie estaba embarazada, pero no hizo comentario alguno. Ser el encargado de seguridad significaba guardar secretos, y eso se le daba bien.
– Por lo que el asunto está zanjado -dijo Todd-. Willow debería olvidarse de ello.
– No creo que vuelva -le dijo Kane-. Aunque admito que ocurrieron cosas interesantes.
Kane les contó que Willow salió corriendo y se hizo un esguince en el tobillo, pero no les comentó nada sobre los gatos ni sobre el sexo.
Sus dos jefes se quedaron mirándolo.
– No la dejaste ahí tirada, ¿verdad? -preguntó Todd.
– No. La llevé a mi casa y le puse hielo en el tobillo.
– ¿A tu casa? -Ryan quería confirmación del herbó.
– Sí.
– No sueles invitar a gente a tu casa -dijo Todd.
– Yo no invité a Willow. Ocurrió, simplemente -lo que era verdad. Aunque no tenía excusa para lo que ocurrió después.
– Ten cuidado -le advirtió Ryan con una sonrisa traviesa-. Las mujeres de esa familia son complicadas. Justo cuando menos lo esperas, se apoderan de tu mundo y lo cambian todo.
– A mí eso no me preocupa -declaró Todd con absoluta confianza en sí mismo-, yo no me voy a casar con ninguna de ellas. Tendrán que buscarse el millón de dólares en otra parte.
– Estaba pensando más en Kane -dijo Ryan-. Willow es muy bonita.
Todd miró a Kane.
– ¿Es verdad eso?
– No te preocupes por mí, no estoy interesado en las relaciones.
Willow se había ido y no volvería a verla, justo lo que quería. Pero en el transcurso del día fue recordando su sonrisa, su risa y sus caricias. Era como cuando se le metía en la cabeza una canción y no podía dejar de tararearla.
Willow apareció el sábado por la mañana sin previo aviso ya que no tenía el número de teléfono de Kane. Lo había buscado en la guía, pero Kane no aparecía. Incluso había mirado en Internet, pero nada. Era como si Kane no existiese.
Pero sí existía, ella lo sabía muy bien. Kane era un hombre que poseía una interesante mezcla de contrastes: era un hombre duro que sabía ser tierno, era un hombre rico que vivía con sencillez.
Se había dicho a sí misma que debía olvidarlo, pero no lo conseguía. Cada vez que cerraba los ojos casi podía sentirlo tocándola otra vez. La noche anterior había soñado con él.
Por lo tanto, preparada para la posibilidad de que Kane le pidiera que se diera media vuelta y volviera a su casa, agarró una bolsa que había dejado en el asiento posterior del coche y salió del vehículo. Le faltaban unos metros para llegar a la puerta cuando ésta se abrió.
Kane llevaba vaqueros y una camisa de manga larga; estaba para comérselo.
– Has vuelto -dijo Kane. Ni su voz ni su expresión mostraban emoción.
– He venido a ver a los gatos, no a ti -dijo ella con una sonrisa, esperando que Kane no se diera cuenta de que era una mentira-. Así que no te asustes.
– No estoy asustado.
La sonrisa de Willow se agrandó.
– Te habría llamado de haber tenido tu número de teléfono, pero no me lo diste. Y no te molestes en decirme que no me lo diste porque no querías, eso ya lo sé. Tenías miedo de que me convirtiera en una peste.
– No me das miedo, te lo aseguro.
Willow avanzó hacia él, preparándose para recibir el impacto de esa oscura mirada y esa boca.
– Podrías tenerme miedo y lo sabes -dijo ella en tono animado-. Y ahora, déjame entrar.
Kane se echó a un lado y la dejó entrar.
En el cuarto de estar, Willow se vio asaltada por los recuerdos. Ahí estaba el sillón al que él la había llevado en brazos cuando se hizo daño en el tobillo y ahí estaba la puerta que daba al pasillo que conducía a su habitación.
La piel se le calentó al recordar sus caricias. Se dio media vuelta, de cara a Kane, para preguntarle cómo estaba, pero las palabras murieron sin ser pronunciadas.
La expresión de Kane mostraba sólo un cortés interés, nada más. No había humor en su rostro, ni deseo. Era como si no hubiera ocurrido nada entre los dos.
Desde luego, Kane no había dicho en broma lo de que sólo se acostaba con la misma mujer una noche, pensó Willow con tristeza. Si hubiera sido otra persona quizá se le insinuara, pero era ella. ¿Qué sentido tenía hacerlo? Debería alegrarse de lo que había tenido por una noche y contentarse con que, al menos, Kane la hubiera deseado una vez en su vida.
Willow dejó la bolsa en el reposapiés y se acercó a la caja que estaba junto a la chimenea. La gata estaba tumbada al lado de sus tres crías. Ronroneó cuando ella se acercó.
– Hola, cariño -murmuró Willow-. ¿Qué tal estás? Tus gatitos han crecido. ¿Te va bien?
La gata frotó la cabeza contra la mano de ella.
– ¿Come bien? -le preguntó Willow a Kane.
– Creo que come el doble de lo que debería -la informó él.
– Bueno, eso es porque está sana. ¿Has pensado en un nombre para ella?
– No voy a ponerle ningún nombre.
– Tienes que hacerlo, necesita una identidad.
– Es una gata vagabunda.
Willow se sentó en la alfombra y lo miró.
– Todo el mundo se merece un nombre.
– En ese caso, pónselo tú.
– Está bien -Willow miró de nuevo a la gata-. ¿Qué tal Ensaimada?
– No, Ensaimada no.
– ¿Por qué no?
– Porque no es comida. A una gata no se le pone el nombre de algo de comer.
– ¿Pookey?
– No -gruñó Kane.
– Has dejado muy claro que no es tu gata. ¿Por qué te crees con derecho a veto?
– Porque está viviendo en mi casa. Tendré que llamarla por su nombre. Pookey no.
– ¿Jazmín? ¿Copito de nieve? ¿Princesa Leia?
– ¿Princesa Leia?
– Como en La Guerra de las Galaxias.
– No, mejor Jazmín.
– ¿No Copito de Nieve?
– No es blanca.
– La nieve puede ser gris.
Kane emitió un sonido gutural que podía ser otro gruñido, pero Willow no estaba segura.
– En ese caso, Jazmín -Willow se puso en pie-. Hola, Jazmín. Bienvenida a la familia.
Pero antes de que Kane pudiera decir que no eran una familia, Willow agarró la bolsa y se dirigió a la cocina.
– Voy a hacer unas pastas.
Kane la siguió.
– ¿Aquí? ¿En mi cocina?
– En tu horno -dijo ella mientras regulaba la temperatura.
– ¿Y si no quiero pastas?
– Todo el mundo quiere pastas -Willow lo miró-. De chocolate, para ser exactos. ¿Cómo no te van a gustar?
Willow sacó de su bolsa una bandeja para el horno y un paquete de masa para pastas precocinada. Lo único que tenía que hacer era separarla en unidades, ponerla en la bandeja y meterlas en el horno. Pastas casi instantáneas.
Cuando la bandeja estuvo lista, Willow se apoyó en el mostrador de la cocina y miró a Kane. Estaba guapo, muy guapo. Le hacía desear que las cosas fueran diferentes, que él quisiera poseerla otra vez. De tener el menor indicio de que así era, se aferraría a la idea; pero, por el momento, nada.
También había que, si no quisiera que estuviera allí, la echaría sin contemplaciones.
– Bueno, ¿qué tal te va? -preguntó Willow.
– Déjalo, no te va a servir de nada -la informó él.
– ¿El qué?
– No me vas a convencer de tener relaciones contigo.
– Eso lo sé.
– Lo de las pastas es sólo un gesto amable -y también una excusa para quedarse ahí un rato.
Kane la miró fijamente, haciéndola estremecer.
– ¿Por qué te acostaste conmigo? -preguntó él-. Te dejé las cosas muy claras y sé que no eres una mujer que se acueste con un hombre una noche y se dé por satisfecha.
– Sí, es verdad, no lo había hecho nunca -dijo Willow suspirando-. Creo que se debió a la pérdida de sangre, el cerebro no me funcionaba bien.
Kane sonrió; pero, desgraciadamente, su sonrisa se desvaneció rápidamente.
– Vamos, sigo esperando una respuesta seria. ¿Por qué lo hiciste?
– Es un poco… no sé, me da vergüenza decirlo.
– Te prometo que no me reiré -dijo Kane.
Willow respiró profundamente. Kane había sido honesto respecto a lo que quería y no quería, quizá ella también debería serlo, decirle por qué lo había hecho.
– Tú me deseabas -contestó ella simplemente-. A mí me gustaste y me fiaba de ti. Contigo me sentía a salvo, segura; pero lo que realmente hizo que me acostara contigo fue darme cuenta de lo mucho que me deseabas.
Kane frunció el ceño.
– ¿Te acostarías con cualquier tipo que mostrara interés por ti? -preguntó Kane frunciendo el ceño. Willow se echó a reír.
– No, no lo creo. No lo sé. En general, no despierto deseo en los hombres.
– Eso ya me lo dijiste y es una tontería. Claro que sí. Mírate en el espejo. Eres guapa y divertida. Algo rara, pero no estás loca.
– Para los hombres sólo soy una buena amiga, alguien en quien confiar, alguien a quien contarle los problemas -dijo Willow-. Hace un par de años fui a una fiesta y oí a un grupo de hombres hablando. Habían bebido bastante y estaban preguntándose entre ellos con quién les gustaría acostarse. Cuando hablaron de mí, todos dijeron que les caía bien, que era muy simpática, pero que no era la clase de chica con la que les gustaría… en fin, ya sabes.
Esa había sido la parte fácil de la historia. Willow clavó los ojos en la ventana e hizo acopio de valor para contar el resto:
– Yo había salido con uno de ellos y habíamos… estado juntos. Más o menos había sido el primero con el que lo había hecho. Yo creía que estábamos enamorados, pero él ya había roto la relación sin decirme por qué. Aquella noche, dijo a sus amigos que se había acostado conmigo porque me debía un favor. Es decir, me había hecho un favor al acostarse conmigo.
Aún le dolía.
– El segundo con el que me acosté, después de la primera noche no volvió a mostrar interés en el sexo. Decía que era culpa mía, que nunca antes había tenido problemas con una mujer.
– No era culpa tuya -declaró Kane.
– Eso no lo sabes.
– Willow, te he visto desnuda. Te he acariciado todo el cuerpo. Te he besado, te he saboreado y te he visto estallar en mis brazos. No era culpa tuya, te lo aseguro.
Los ojos de Willow se agrandaron.
– Pero esos hombres, lo que dijeron…
Kane sacudió la cabeza.
– Eres una mujer complicada. Los hombres, especialmente cuando son jóvenes, prefieren las cosas simples. Los asustabas. O te tomaban por su madre porque te preocupabas por ellos y los cuidabas. Te aseguro que no es cosa tuya.
– Pero…
Kane la hizo callar con una mirada.
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