– ¿Te parece que yo fingí? -preguntó Kane.

Ella sonrió.

– No. Dejaste muy claro lo que querías.

– ¿Qué era lo que quería?

– ¿A mí?

– Exacto. Y ahora olvídate del asunto. A ti no te pasa nada.

Ojalá la deseara otra vez, pensó Willow. Pero eso también lo había dejado muy claro: una noche sólo. Decidió no tentar a la suerte y cambió de conversación.

– ¿Qué tal está Todd? -preguntó Willow.

– ¿Por qué quieres saberlo?

– Sólo preguntaba por preguntar. ¿Se ha enterado de que estuve aquí?

– Sí, se lo he dicho.

Willow se echó a reír.

– ¿Se asustó?

– No.

– ¿No podías haberle dicho que yo daba miedo?

– No.

– Típico. Que no se preocupe, creo que está a salvo. Julie y Ryan son felices, Todd no consiguió que rompieran, así que no voy a malgastar energía en insultarlo.

– ¿Piensas salir con él? -preguntó Kane.

– ¿Qué?

– Me he enterado de lo del millón de dólares.

– Mi abuela es una mujer muy especial. No sé por qué se le ocurrió esa ridícula idea, pero ahora somos nosotras quienes estamos pagando por ello. No, no me interesa casarme por dinero.

– Es mucho dinero.

– Yo creo en el amor. El dinero no me importa.

Kane sacudió la cabeza.

– El dinero siempre importa.

– Eso que has dicho es cínico y triste.

– Soy realista.

– Nunca has estado casado, ¿verdad?

– Ya te he dicho que no me interesan las relaciones.

Lo que era más que triste, pensó Willow. Era trágico.

– Tienes que conectar con alguien.

– ¿Por qué?

– Porque todo el mundo lo hace. Somos la suma de nuestras experiencias, de nuestras relaciones. No me creo que seas totalmente feliz viviendo siempre solo.

– Lo soy, aunque tú no me creas.

– Kane, por favor. ¿Es que no quieres algo más?

Kane la sorprendió al acercarse a ella. Se acercó tanto que pudo sentir el calor de su cuerpo. Se acercó tanto que pudo ver el marrón y dorado de sus ojos. Se acercó tanto que empezó a derretirse.

– No lo vas a conseguir -dijo Kane en voz baja-. Puedes merodear por aquí tanto como quieras, pero no vas a cambiar nada.

– ¿Merodear? Yo no merodeo por ninguna parte.

– Llámalo como quieras, pero no vas a lograr tentarme. Esto se ha acabado. Nunca vamos a tener una relación. Pasamos una gran noche, quizá la mejor noche. Si tuviera que cambiar, lo haría por ti. Pero no va a ocurrir. No voy a permitirte la entrada en mi vida.

Willow abrió la boca; luego, la cerró. Kane seguía deseándola. Lo veía en sus ojos. El deseo seguía ahí, pero también su negativa a dejarla acercarse a él. Ella se sentía encantada y confusa.

– ¿Por qué no? -preguntó Willow-. ¿Por qué te dan tanto miedo las relaciones?

– Porque no me fío de nadie -contestó Kane-. Desde muy joven me di cuenta de que todos estamos solos. La única persona en quien confío es en mí mismo.

Kane estaba equivocado, muy equivocado. Pero Willow no sabía cómo convencerlo de lo contrario.

– ¿Qué te ha pasado? ¿Abusaron tus padres de ti? ¿Se te murió algún amigo?

La oscura mirada de Kane se clavó en la suya, y Willow tuvo la sensación de que lo que iba a oír no le iba a gustar.

– Cuando era pequeño vivía en la calle. Solo. Me uní a una banda para sobrevivir y la banda se convirtió en mi familia. A los dieciséis años, mi novia se enamoró de un chico de una banda rival. Mantuvo la relación en secreto. Para demostrar su lealtad a esa banda, me traicionó. Me metieron tres tiros y me dieron por muerto, y la causante fue la única persona a la que había amado.

– ¿Qué quieres decir con eso de que le dieron por muerto? -preguntó Marina mientras pasaba la cesta con los panecillos.


Willow agarró uno y ofreció otro a Julie, que lo rechazó.

– El novio de su novia disparó a Kane y se marchó, dejándolo ahí tirado. Alguien llamó a una ambulancia y logró sobrevivir -Willow aún no podía creer lo ocurrido, pero había visto las cicatrices en el cuerpo de Kane.

Las hermanas se habían reunido para almorzar cerca de la oficina de Julie. Era uno de esos días cálidos otoñales que a la gente que vivía en zonas donde nevaba le hacía pensar en trasladarse a Los Ángeles.

– Sé lo que estás pensando -le dijo Marina-. Estás pensando que puedes salvarlo.

– Ni se te ocurra -añadió Julie-. No se parece en nada a los otros que has salvado. Es un hombre peligroso.

Lo que lo hacía aún más atractivo, pensó Willow.

– Está solo. Creo que necesita a una mujer en su vida.

Marina miró a Julie y después sacudió la cabeza.

– Willow, a veces, los hombres dicen lo que realmente piensan. No quiere tener relaciones. No puedes cambiarlo.

– Pero si me dejara intentarlo estaría mucho mejor -contestó Willow.

Julie le tocó el brazo cariñosamente.

– Sabes que te quiero y que siempre te apoyaré, pero… ¿por qué te empeñas en hacerte daño a ti misma? Lo haces siempre.

– Soy así, no puedo remediarlo -declaró Willow-. Quiero cambiar las cosas. Quiero que un hombre me quiera y que desee pasar conmigo el resto de la vida. Kane puede ser ese hombre.

– Y también puede que te destroce el corazón -dijo Julie con ternura-. No me gustaría verte sufrir otra vez.

– Lo sé. Pero esta vez es diferente.

– ¿Lo es? -preguntó Julie-. ¿En qué es diferente? No, espera, no contestes. ¿Se te ha ocurrido cuestionarte por qué te enamoras de hombres que no te corresponden? ¿No será porque tienes miedo de enamorarte? Dices que quieres un amor eterno, pero tienes la tendencia a asegurarte de que eso no ocurra.

Willow miró a Julie y luego a Marina.

– Yo no hago eso.

Marina suspiró.

– Lo siento, pero estoy de acuerdo con Julie. Evitas a los hombres normales, a los hombres que quieren casarse y tener hijos.

Willow abrió la boca para luego cerrarla. Quería decir a sus hermanas que estaban equivocadas. Ella no hacía eso… aunque quizá sí.

De repente, recordó un incidente en su adolescencia. Estaba en su cuarto arreglándose para salir con un chico cuando entró su padre. Él no pasaba mucho en casa; por lo tanto, cuando estaba allí, tanto ella como sus hermanas estaban encantadas. Willow había dado media vuelta y había dejado el cepillo del pelo en la cómoda.

– ¿Qué te parece, papá? ¿Estoy guapa?

Su padre se la había quedado mirando durante un tiempo y luego contestó:

– Nunca serás tan lista ni tan guapa como tus hermanas, pero estoy seguro de que acabarás encontrando a alguien que se haga cargo de ti. Pero no sueñes con un príncipe azul, eso es todo.

Las palabras de su padre se le habían clavado en el alma. Había salido con su amigo, pero no recordaba nada de aquella noche, las palabras de su padre no dejaron de rondarle en la cabeza.

Siempre había sabido que Marina y Julie eran más guapas que ella y que tenía que estudiar más que sus hermanas para conseguir peores notas que ellas, pero nunca le había dado importancia. Hasta ese momento, se había considerado especial.

Pero si su propio padre no lo creía, quizá no lo fuera. Desde entonces, jamás se volvió a sentir especial… hasta la noche que pasó con Kane.

– Willow, ¿te pasa algo? -preguntó Marina inclinándose hacia ella.

– No, estoy bien -Willow respiró profundamente-. Tenéis razón. Creo que evito a los hombres normales porque me da miedo enamorarme y ser rechazada. ¿En qué estaba pensando? No voy a cambiar a Kane. Él no quiere tener nada que ver conmigo y voy a dejarlo en paz. Es lo mejor.

Julie se mordió el labio inferior.

– ¿Te encuentras bien? No era mi intención herir tus sentimientos.

– No lo has hecho. Estás preocupada por mí y te lo agradezco.

– Te quiero -dijo Julie con sinceridad.

– Y yo también te quiero -añadió Marina.

Willow reconoció el afecto de sus hermanas y se sintió algo mejor. Siempre podía contar con ellas. En cuanto a Kane, iba a olvidarlo. Él no la quería en su vida, se lo había dejado muy claro.

Quizá hubiera llegado el momento de dejar de querer imposibles y plantar los pies firmemente en la tierra. Quizá debiera buscarse un hombre normal. Pero… ¿cómo era un hombre normal exactamente?

Capítulo 5

Kane entró en la casa y oyó el maullido de las crías, lo que le pareció extraño ya que, normalmente, no hacían ningún ruido. Dejó el portafolios en una silla de la cocina, salió al cuarto de estar y vio a las crías en la caja, pero no a la madre.

Buscó por toda la casa, pero no había rastro de la gata. Pero la ventana que había dejado entreabierta para que se ventilara la casa estaba más abierta y la rejilla estaba fuera, en el suelo. La gata se había marchado.

Lanzó una maldición y miró la caja con las crías. ¿Habría abandonado a su familia? No necesitaba más problemas, pensó mientras agarraba el teléfono, y fue cuando se dio cuenta de que no tenía su número de teléfono.

Tres minutos más tarde estaba marcando. Sus programas de seguridad, junto con un buen ordenador y conexión de Internet, le permitían encontrar a cualquier persona en cualquier parte del mundo.

– ¿Sí?

Kane frunció el ceño. La voz no le resultaba familiar.

– ¿Willow?

Oyó un sonido nasal seguido de un tembloroso:

– Sí.

Algo le pasaba. No quería saberlo, pero sabía que debía preguntar, era lo correcto. Al demonio, pensó unos segundos más tarde.

– Soy Kane.

Willow emitió un sonido semejante a un sollozo.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella con voz espesa, una voz que a él le pareció de llanto-. No me llamarías si no te pasara algo.

Willow había dicho la verdad y eso le gustaba.

– La gata se ha marchado.

– ¿Jazmín?

– Sí, Jazmín. He dejado la ventana abierta para que entrara aire y la gata ha conseguido tirar la rejilla y se ha escapado. Las crías no hacen más que maullar y yo no sé qué hacer.

– No dejar la ventana abierta es lo mejor que podías haber hecho -dijo ella con voz queda-. Ahora mismo voy.


Willow hizo lo que pudo por recuperar la compostura, no quería que Kane pensase que había llorado por él. No lo había hecho. Sus problemas no tenían nada que ver con Kane. Pero los hombres eran tan arrogantes que seguro que era lo primero que él pensaría.

Aparcó el coche y, con el último pañuelo de papel que le quedaba, se secó las lágrimas. Luego, se sonó la nariz y tomó aire. Prefirió no pensar en su aspecto. Lo importante era encontrar a Jazmín.

Salió del coche, lista para llamar a la gata; pero antes de poder pronunciar una palabra, Jazmín salió de entre unos arbustos y maulló.

Willow se agachó y le acarició el lomo.

– ¿Necesitabas pasar un rato a solas? -le preguntó Willow-. ¿Te estaban cansando tus hijos?

Jazmín volvió a maullar y se frotó contra ella. La puerta de la casa se abrió.

Willow se enderezó y se preparó para recibir el impacto de la presencia de Kane. Ese hombre era muy guapo. Era un hombre alto, fuerte y parecía dispuesto a enfrentarse al mundo.

– Ha vuelto -dijo Willow señalando a Jazmín-. Creo que sólo quería estar sola un rato. ¿Has intentado abrir la puerta y llamarla?

– Ah, no. No se me había ocurrido. No tengo práctica con los animales domésticos.

– Eso es evidente.

Kane la miró, luego a la gata y, una vez más, a ella. A Willow se le ocurrió pensar que se sentía algo estúpido. Quizá no estuviera bien, pero eso la hacía sentirse mejor.

– Te sugeriría que sujetaras bien las rejillas. Además, no estaría mal que dejaras salir a la gata todas las mañanas un rato. Debe de ser agotador cuidar de tres gatitos.

– Está bien, lo haré. Gracias.

Kane se la quedó mirando. Willow no sabía qué era lo que él estaba pensando y tampoco le importaba mucho en ese momento. Estaba sumamente triste, le habían dado la noticia sin previo aviso.

– ¿Quieres entrar?

– ¿Queda alguna pasta?

Kane asintió.

– Está bien -quizá lo ayudara tomar un poco de chocolate.

Willow entró en la casa. Jazmín también entró y se fue a la caja, con sus crías.

– Siéntate -dijo Kane indicando el sofá.

Willow se sentó. Le resultaba extraño estar allí otra vez, se había jurado a sí misma no volver a verlo. Aunque le gustaba ver el cuerpo de ese hombre, no pudo evitar pensar que aquél era otro lugar en el que la habían rechazado.

Kane le llevó una bandeja con pastas y una botella de agua.

A pesar de la presión que sentía en el pecho, Willow lo miró y sonrió.

– ¿Pastas y agua?

– Lo siento, no tengo nada de bebida.

– No te preocupes.

Mientras hablaba, una lágrima le resbaló por la mejilla. Willow tuvo miedo de echarse a llorar y tragó saliva.

– ¿Tienes pañuelos de papel? -preguntó ella.