– ¿Cómo quieres al perro?

– Ah… -Danielle movió la cabeza para despejarse y miró a Sadie, que la observaba con recelo y preocupación-. De pie en ángulo con la cámara para mostrar bien su color.

– ¿Color?

– La mayor parte de los de su raza son de un tono rojizo, pero las rayas oscuras de Sadie era lo que buscaban los primeros criadores ingleses cuando cruzaron un mastín con un bulldog. Quiero que se vea eso.

– Entendido -acercó un ojo a la lente y jugó con la cámara-. ¿A qué te dedicas ahora?

– Amaestro perros.

Nick apartó el rostro de la cámara para mirarla.

– ¿Para otras personas?

– Sí.

– ¿Y todos son así? -señaló a Sadie, que se miraba la cola como si quisiera perseguirla.

– ¿De esta raza? La mayoría.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? -miró a la perra y se preguntó cómo era posible que la gente no percibiera enseguida su encanto natural-. Bueno… me gustan los perros grandes, y estos tienen poco pelo, lo que hace que sea fácil prepararlos para competiciones. ¿Ves su maquillaje natural, con esa máscara negra y los ojos como si llevara rímel? -tomó la cara grande de Sadie y la besó en el hocico-. Adorable. Pero además no tienes que pasarte horas acicalándola. Está mejor al natural. El único instrumento que necesito es una toalla para la saliva.

– Querrás decir un cubo -señaló el hombre, observando dos líneas largas salir de la boca de Sadie y aterrizar en la alfombra.

Danielle se puso a cuatro patas al lado de la perra, secó la saliva y aprovechó para colocar las patas del animal donde quería que estuvieran; situó primero las dos delanteras y después se arrastró hasta las de atrás; Sadie le lamió la cara.

Nick soltó una carcajada.

Danielle ignoró aquel sonido contagioso y el modo en que le cosquilleaba el vientre y volvió a intentarlo. Se inclinó hacia adelante y colocó a Sadie en su sitio.

– Ahí. Quédate ahí. Oh, perfecto. Nick, date prisa.

El hombre se agachó detrás de la cámara. Danielle, todavía a cuatro patas, se apartó deprisa.

Y Sadie se tumbó.

Nick se enderezó detrás de la cámara y miró a Danielle enarcando las cejas.

La mujer ignoró su gesto.

– No estás colaborando -le dijo a Sadie; se acercó a gatas hasta poder mirarla nariz con nariz-. Ahora probemos de nuevo.

Oyó un sonido raro a sus espaldas.

Giró y vio a Nick de pie al lado del trípode. Mirándola. Mirando más concretamente el trasero que ella había levantado sin darse cuenta hacia el aire.

¡Oh, vamos! Se ruborizó y se sentó en los talones.

– Lo siento.

– No lo sientas. Es la mejor pose que he visto en todo el día.

Su mirada se cruzó con la de él. Ahora le ardía todo el cuerpo y no solo la cara; los pezones se apretaban contra la blusa. Sintiéndose traicionada por su propio cuerpo, se volvió a Sadie, con cuidado de ser más modesta esta vez cuando la colocara en posición.

Sadie permaneció quieta hasta el momento exacto en que Nick tendió la mano hacia el flash. Entonces se alejó y se sentó a los pies de Danielle.

Nick inclinó la cadera y observó al animal.

– ¿De verdad es campeona de algo?

– Sí -suspiró al ver que Sadie bostezaba-. La aburres.

– Quizá debería cantar y bailar.

– Me conformo con que sigas intentándolo.

Empezaba a desesperarse. ¿Podría revelar las fotos allí mismo o él le daría el carrete para que probara en otro laboratorio?

Tenía que ser una cosa o la otra, ya que ella tenía que acudir directamente desde allí a Donald Wutherspoon, con la esperanza de que tuviera trabajo para Sadie.

Y dinero para ella.

De no ser así, tenía que buscar otro trabajo deprisa. Estaba cualificada y tenía diez años de experiencia en su profesión. La gente le confiaba sus animales y ella se ganaba bien la vida en las exhibiciones caninas. Pero robar un perro, aunque fuera por un buen motivo, arruinaría su reputación. Por no hablar del hecho de que Ted seguramente la buscaría en las competiciones de Rhode Island, que tampoco era tan grande como para que pudiera desaparecer.

No podía permitir que se llevara de nuevo a Sadie. Si pudiera ganar dinero suficiente para desaparecer, se iría lejos, muy lejos, y volvería a empezar, haría lo que fuera preciso para ganarse la vida y mantener a la perra.

– ¡Eh! -Nick apareció de pronto ante ella, le tomó la barbilla y la miró a los ojos. Danielle comprendió que seguramente había pronunciado su nombre varias veces-. ¿Quieres contarme de una vez lo que te pasa?

Sus dedos tocaban la piel de ella, y los sentía como una descarga eléctrica.

– ¿A qué te refieres?

– Estás muy nerviosa -la miraba con tal intensidad, que ella tuvo que tragar saliva con fuerza.

– A lo mejor me pongo nerviosa cuando estoy con desconocidos.

– No somos desconocidos.

No, aquello era cierto.

– O a lo mejor me pone nerviosa volver a verte.

– ¿Cuando ni siquiera me dabas la hora? -soltó una carcajada-. Lo dudo -le acarició la barbilla con el pulgar-. De acuerdo, cuéntame. ¿Qué es lo que de verdad ocurre?

Danielle abrió la boca sin saber bien lo que iba a decir, pero antes de que pudiera hablar, Sadie se abrió paso entre los dos y mostró los dientes a Nick.

Este apartó la mano de Danielle.

– Un perro guardián, ¿eh?

La joven acarició el cuello del animal.

– No muerde.

Nick miró a la perra con aire dudoso.

– Si tú lo dices -pero no volvió a tocar a Danielle.

Pensó que tampoco debería haberla tocado la primera vez, porque ahora tenía la sensación suave de su piel grabada con firmeza en su mente.

– Si la acaricias y le sonríes un poco, seguro que se relajaría -sugirió la joven.

– Si te acaricio y te sonrío a ti, ¿te relajarás tú?

La mujer abrió mucho los ojos un momento antes de apartar la vista.

– Estás jugando conmigo.

– Yo no juego con los sentimientos de la gente.

Los ojos enormes de ella se clavaron en los suyos.

– ¿Todavía me odias?

– ¿Odiarte?

– Ya sabes, del instituto.

La miró largo rato; luego se echó a reír, pero ella ni siquiera sonrió, así que terminó por ponerse serio.

– Danielle, en el instituto no te odiaba en absoluto. Nada más lejos de mis pensamientos.

– ¿Tampoco después de… aquella noche?

– Sobre todo después de aquella noche.

Cuando los ojos de ella parpadearon sorprendidos, él asintió de mala gana.

– Sí, me gustabas.

– No lo sabía.

– ¡No me digas!

La mujer sonrió.

– Lo siento. Odio pensar en aquellos tiempos, en el grupo con el que iba y lo crueles que eran…

– De eso hace mucho -se apartó de ella, enojado por haber sacado el tema. Enojado porque todavía pensaba en ella de vez en cuando-. Como ya te he dicho, yo no pienso en aquellos días.

Danielle bajó la vista hacia Sadie. La vulnerabilidad y la tristeza infinita habían vuelto a su mirada.

– Ya veo.

Solo tenía que mirarla para sentirse otra vez como el adolescente estúpido y larguirucho al que creía haber dejado atrás hacía años. Al que había dejado atrás hacía años. Era un periodista famoso y respetado. Tenía una vida muy interesante.

No necesitaba todo aquello. Señaló a Sadie con la cabeza, impaciente de pronto por verlas marcharse, por volver a su tiempo de ocio y descanso, donde no tenía que pensar ni sentir.

– Vamos a sacar esas fotos, ¿de acuerdo?

– Sí.

La joven intentó colocar a Sadie delante de la pantalla del bosque. La perra se negó a moverse. Clavo las patas en el suelo y resistió los intentos de Danielle.

Pero, al parecer, la joven era tan testadura como ella, ya que tiró y tiró con todas sus fuerzas.

– Vas… a… posar -gruñó.

Nick las observaba, fascinado y divertido a su pesar. Danielle tenía el ceño fruncido, el pelo en los ojos. Su rostro, arrugado por la concentración, se puso lentamente tan rojo como cuando se dio cuenta de que le había colocado el trasero en la cara.

Llena de determinación, acabó por mover a la perra, y él no pudo evitar admirar la fuerza de su cuerpo.

– Podrías… ayudar -dijo ella, acercando a Sadie al lugar indicado. Lanzó a Nick una mirada irritada que solo consiguió hacerle sonreír aún más.

– ¿Por qué? Lo haces muy bien.

Aquella perra debía de pesar más de setenta kilos. Y él no pensaba dedicarse a empujarla y arriesgarse a perder un dedo en el proceso o algo más. Le gustaban sus dedos. Y descubrió que también le gustaba ver sudar a Danielle.

Se preguntó qué otras cosas la harían sudar y gruñir así. Se preguntó si le gustaría el sexo salvaje y sucio, si…

¡Alto! Tenía que dar marcha atrás. No podía pensar esas cosas de aquella mujer.

– De acuerdo -dijo ella, sin aliento. Se enderezó-. Prepárate, Nick -acarició al animal, le besó la nariz, incluso frotó su mejilla contra la de Sadie.

Nick observó aquella muestra sincera de cariño y sintió algo hondo en su interior. ¡Maldición!

– Haz la foto. Deprisa.

El hombre se situó detrás de la cámara y miró por la lente mientras Danielle besaba y abrazaba a Sadie, sin preocuparse de que el pelo de la perra se le pegara a la ropa ni de la saliva que le caía por un brazo ni del modo en que volvía a mostrarle, una vez más, su delicioso trasero.

– ¿Preparado? -preguntó ella por encima del hombro.

– Preparado -dijo él, con los ojos fijos en su cuerpo.

Danielle se apartó deprisa. Y cuando oyó el click de la cámara, se dejó caer contra la pared, aliviada, cerró los ojos y respiró profundamente.

Nick, embrujado por las emociones que cubrían su rostro, salió de detrás de la cámara y se acercó a ella.

– Solo es una foto.

La mujer abrió los ojos.

– ¿Cuándo puedo tenerlas?

– Dentro de tres semanas.

– ¿Y si te pago el carrete? Puedes vendérmelo y lo revelaré yo misma.

– En Fotografía Providence no trabajamos así -repuso él; observó el pánico creciente de ella-. Danielle…

Sonó el timbre de la puerta. La joven se volvió hacia él.

– Me dijiste que estabais cerrados.

– Y lo estamos -Nick gimió ante la idea de sacar más fotos. Porque por malo que fuera un perro, había cosas peores, mucho peores.

Podían querer que fotografiara a un bebé.

– Nick -Danielle lo sujetó por la camisa cuando se volvió para salir-. Tengo que decirte…

– Espera, vuelvo enseguida -pero la joven no le soltó la camisa. Le miró la cara, que había palidecido-. ¡Eh! -la preocupación sustituyó a todo lo demás, y sin pensar lo que hacía, le apartó el pelo de la cara y le tocó la mejilla-. ¿Qué ocurre?

– Si es la policía…

– ¿La policía? -se quedó muy quieto-. ¿Por qué va a ser la policía?

– Si lo es -repitió ella, tragando saliva-, yo…

– ¿Hola? -llamó una voz de hombre desde la puerta-. Aquí el sargento Anderson. ¿Hay alguien?

Capítulo Cuatro

– ¡Oh, Dios mío! -Danielle se llevó una mano a la boca. La sangre le latía en los oídos y el corazón le cayó a los pies.

Sadie captó su preocupación y colocó la cabeza sobre su vientre, haciéndola recular un par de metros. Se dejó caer de rodillas y abrazó a la perra.

– Shhhh -le suplicó, apretando la cara grande de Sadie contra su pecho-. No te llevarán con ellos, no se lo permitiré.

La promesa era genuina, aunque no sabía cómo podría cumplirla. Nick, de pie a su lado, lanzó un juramento y ella se sintió increíblemente estúpida por haberse colocado en aquella situación. ¿Cómo la habían encontrado?

¿Y qué haría Nick? ¿Entregarla?

Por supuesto que sí. Cualquiera en su sano juicio haría lo mismo. No tenía ni idea de lo que ocurría ni de lo que había hecho. Unos lazos tan distantes como los que los unían a ellos no eran suficientes para que se metiera en líos con la ley por ella.

– Salgo enseguida -dijo Nick en voz alta. Miró a Danielle-. Estoy en el cuarto oscuro; solo será un segundo.

Se dejó caer al lado de ella y la obligó a levantar la mandíbula. Resultaba extraño, pero aquellos dedos largos y cálidos en el cuello eran lo más consolador que había sentido en mucho tiempo. También lo era el modo en que la miraba, como si estuviera profundamente preocupado. Como si ella le importara.

Su cuerpo estaba cerca, tanto, que solo tenía que moverse unos centímetros para apoyarse en él. Tentador. Muy tentador.

Pero eso sería una debilidad, y Danielle se negaba a ser débil.

Nick acercó la boca a su oído, gesto que le provocó un escalofrío al sentir su aliento en el pelo.

– ¿Supongo que estás en apuros?

Olía bien, un aroma viril. El pelo se rizaba sobre su oreja de modo que el aliento de ella alteraba el mechón. Emitía una sensación sólida de calor y ella deseaba apretarse más contra él.