¿Por qué se fijaba en esos detalles en un momento como aquel?

– ¿Danielle?

– Ah… podríamos decir que estoy en apuros -susurró ella.

– ¿Qué está pasando?

– Es una larga historia.

No quería contarle lo tonta que había sido para permitir que le robaran toda su vida. Cerró los ojos y esperó que él llamara al sargento y anunciara su presencia allí. Cualquier ciudadano corriente lo haría.

– ¿Has hecho daño a alguien?

Danielle abrió los ojos.

– No.

– ¿Cometido un asesinato?

– ¡Dios santo, no!

– De acuerdo -acercó otra vez la boca a su oído-. ¿Eres inocente de lo que ellos creen que has hecho?

Esa vez sus labios rozaron la piel sensible debajo de la oreja y otro escalofrío recorrió el cuerpo de ella. Un escalofrío que él debió tomar por miedo, ya que le pasó una mano por el brazo.

– No -consiguió decir ella, parpadeando porque no iba a traicionarla. ¿Por qué no la traicionaba?-. No soy inocente. Pero solo lo hice para proteger…

– ¿Hola? -gritó de nuevo el sargento, con un tono de voz donde se percibía claramente su enojo.

– ¡Ya voy! -Nick la miró un momento antes de cerrar brevemente los ojos, y murmuró algo sobre que era un tonto sentimental-. ¿Dónde has aparcado tu coche?

– No es mío, es de una amiga. Calle abajo y doblando la esquina. No había aparcamiento gratuito enfrente y no tenía cambio…

– Mejor así. Entra en el armario. Sadie también -lo abrió y puso las manos en las caderas de ella para guiarla al interior.

– Espera -se resistió a sus manos cuando lo que de verdad quería era cerrar los ojos y gemir por la sensación que provocaban en ella-. No quiero meterte en líos.

– Deja que de eso me preocupe yo, gracias. Ahora entra ahí.

– No necesito tu ayuda, Nick.

– No me gusta discutir, pero a mí me parece que sí. Otra vez.

Sí. Otra vez. Aquello dolía. Sobre todo cuando el orgullo era lo único que le quedaba. Por un momento casi deseó que fuera un completo desconocido, que no hubiera nada en su pasado que provocara aquella conexión extraña e inexplicable entre ellos que no comprendía y tampoco quería.

– Puedo salir sola de esto.

– ¿Cómo? ¿Vas a salir corriendo por la puerta de atrás y confiar en que no te oigan? Entra ahí -la empujó al armario. Se inclinó hacia ella-. ¿Estarás bien aquí unos minutos?

El hecho de que se tomara el tiempo de preguntárselo casi le hizo llorar, pero hizo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban y asintió como si hiciera aquello todos los días.

Nick se volvió a Sadie.

– Tú también, perro -no parecía muy dispuesto a empujar al animal y esperó que obedeciera solo.

Sadie observó la pared de enfrente.

– Entra -repitió él; extendió el pie con cautela para empujarla un poco.

Sadie saltó como si intentara matarla.

Nick pareció tan asustado como la perra.

– Eh, entra en el maldito armario.

– Aquí -dijo Danielle; tiró de Sadie y lanzó un suspiro cuando esta colocó su peso en su regazo.

– No hagáis ruido -ordenó Nick en voz baja.

Y se marchó.

Danielle permaneció sentada en la oscuridad con su perra de setenta y cinco kilos. Había vivido situaciones incómodas en su vida, pero aquella… decididamente, aquella se llevaba la palma.

– Todo irá bien -dijo con suavidad.

Sadie se volvió en su regazo, un gesto con el que casi le rompió las piernas, y apretó su hocico húmedo y caliente contra el cuello de Danielle. Movía las patas arriba y abajo, preguntándose cuándo empezaría el juego.

– Esto no es un juego -susurró la joven-. Shhhh, no hagas ruido.

Pero Sadie estaba convencida de que era un juego, y estaba muy agitada, lo que implicaba que babeaba más, se movía más y Danielle tuvo que esforzarse al máximo por tranquilizarla.

– Lo sé -susurró, abrazándole el cuello-. Lo sé, lo sé. Quieres jugar, pero ahora no. Ten paciencia.

Le dolían las piernas, que soportaban el peso del enorme cachorro, pero había poco espacio para moverse en el armario. Aun así, consiguió tumbarse y apartar las piernas para dejar a Sadie sitio y que pudiera bajarse de encima de ella.

Un poco mejor. No sabía encima de qué estaba tumbada, pero resultaba bastante cómodo y blando y se relajó un tanto.

Sadie captó al fin el mensaje de que había que estarse quieta y se acurrucó a su lado.

Estaba oscuro. Oía la voz de Nick y la voz del policía, pero no distinguía sus palabras. Bostezó con fuerza. Había dormido muy poco en los últimos días y ahora sentía la falta de sueño en todos los músculos del cuerpo y en sus pensamientos confusos.

Se dijo que no debía dormirse, aunque Sadie ya lo había hecho. Sus ronquidos profundos y regulares se burlaban del cansancio de Danielle.

Contar no sirvió de nada. Pensar en el desastre en que se había convertido su vida, tampoco.

Nick. Pensaría en Nick. Tenía una sonrisa que le llegaba hasta los ojos. Ted nunca sonreía así, como si la sonrisa ocupara toda la cara.

¿Por qué no se había fijado en eso antes?

Nick también tenía buena voz. La oía ahora, hablando con el policía. En un pasado no muy lejano podría haberse enamorado de una voz así, pero ya no. Enamorarse implicaba confiar, y ella ya no podía volver a confiar en nadie.

– Todo irá bien -susurró a la perra, que dormía. Se acomodó un poco y cerró los ojos.


El sargento Anderson miró la zona de recepción del estudio. Sus ojos avispados no se perdían nada pero, por suerte, no había nada que ver.

Por lo menos en esa parte.

– ¿Seguro que no tiene ninguna cita hoy? -preguntó el sargento una vez más.

– Ya le he dicho que estamos cerrados -repuso Nick-. El estudio es de mis hermanas y se han ido unas semanas de vacaciones.

– ¿Usted no es fotógrafo?

– Soy periodista.

– ¿Y si llama alguien y quiere encargarle un trabajo?

– Le doy una cita para cuando vuelvan.

El sargento Anderson entrecerró los ojos y lo observó con atención.

– ¿Pero usted no hace el trabajo?

– ¿Ha probado usted a hacerle fotos a un bebé? ¿O a una adolescente? -se estremeció-. Una verdadera pesadilla.

Anderson asintió despacio con la cabeza, examinando de nuevo el lugar.

– Sí, tengo una de esas en casa. Le gusta maquillarse, los chicos, mirarse al espejo, los chicos…

– Exacto.

– Entonces, ¿si alguien quiere hacerse una foto usted lo rechaza?

Nick no miró la pared del sur, al otro lado de la cual estaban en ese momento Danielle y su maldito perro. Si alguna de las dos hacía ruido o estornudaba, acabarían todos en un buen lío.

¿Cómo diablos se le había ocurrido esconderla y ofrecerle su ayuda? ¿Había perdido el juicio? Posiblemente sí. Un vistazo a sus ojos encantadores pero vulnerables y había empezado a perder neuronas a una velocidad alarmante.

Y ahora, aunque no tenía sentido, siguió mintiendo.

– Lo rechazo, desde luego. ¿Pero se puede saber a qué viene esto?

Anderson echó un último vistazo a su alrededor.

– Busco a una mujer que querrá una foto profesional de un perro que ha robado. En esta zona solo hay dos estudios de fotografía, así que… -echó a andar hacia la puerta.

Nick lo acompañó, con la esperanza de que todo acabara allí, pero, por supuesto, las cosas no eran nunca tan sencillas.

Anderson tenía algo más que decir.

– Si viene por aquí una mujer llamada Danielle Douglass con un perro, aquí está mi tarjeta. Llámeme.

Nick tomó la tarjeta.

– ¿Qué le pasaría a ella?

– Déjenos eso a nosotros.

Cuando cerró la puerta, Nick se apoyó contra ella y respiró hondo. Era un periodista profesional. Perseguía historias y contaba la verdad. Toda la verdad y nada más que la verdad.

Allí había una historia, pero el problema era que no conocía los detalles.

Pero acabaría conociéndolos. Eso seguro. Echó a andar con decisión por el pasillo, entró en el estudio y abrió la puerta del armario.

Esperaba… bueno, no sabía lo que esperaba, pero no era lo que se encontró.

Danielle se había quedado dormida sobre los animales de peluche que usaban sus hermanas en las fotos con niños.

Pero cuando la luz le dio en el rostro, se enderezó parpadeando, con aire confuso. Y sexy. Muy sexy.

– ¿De verdad te has quedado dormida? -no quería contemplar mucho su cuerpo tumbado sobre los muñecos de peluche. Tendría que estar ridícula, pero en vez de eso estaba sexy y… Pensó que, si entraba allí, ella le daría la bienvenida y le abriría los brazos. Y él la abrazaría y…

– ¿Me buscaba a mí?

Nick la miró a los ojos, del color de una tormenta que se avecina.

– Tú sabes que sí.

La joven dejó a un lado el osito de peluche que había estado abrazando.

– No he podido oír lo que decíais.

– Es difícil oír cuando estás dormida.

– No lo estaba.

Pero sí se había dormido y Nick solo podía pensar que debía estar muy, muy cansada para ignorar de aquel modo a la policía.

– Creo que debemos empezar por el principio, Danielle.

– ¿El principio?

– ¿Tan extraordinaria es Sadie?

La joven miró a la perra, que seguía durmiendo.

– Sí.

– ¿Por qué?

Danielle acarició al animal.

– Es lo que se llama un perro tipo.

– ¿Y qué significa eso?

– Significa que, como te dije antes, muestra todas las características de su raza. Su color es tan perfecto como haya podido serlo en los últimos cien años. El negro, las rayas… Es lo que se esperaba de la raza. Gana campeonatos solo por su aspecto.

– ¿Y hay mucho dinero envuelto en esos campeonatos?

– No -apretó los labios-. Por tonto que le parezca a alguien que no está en el mundillo, no es cuestión de dinero. Es cuestión de prestigio, de gloria.

– ¡Ah! -Nick miró a Sadie e intentó imaginar algo de gloria en el hecho de pasearla por un cuadrilátero lleno de espectadores y caca de perro.

– Sadie tiene ese prestigio y gloria y se los da a la persona que la tiene a ella.

Nick se frotó las sienes.

– ¿Y cuál es la historia aquí? No has asesinado a nadie ni hecho daño físicamente a nadie. Hasta ahí está claro.

Danielle salió del armario. Cuando Sadie perdió el calor corporal del cuerpo de su querida ama, levantó la cabeza y bostezó abriendo tanto la boca que parecía capaz de tragarse una cabeza de hombre entera. Después, al darse cuenta de que estaba sola en el armario, se puso en pie y resbaló. Volvió a levantarse, y sus uñas arañaron el suelo donde intentaba agarrarse.

– Despacio, tesoro -murmuró Danielle. Tendió una mano para acariciarle la enorme cabeza.

Cuando la perra consiguió salir por fin, se apoyó contra Danielle, que se tambaleó a causa del peso y separó las piernas con firmeza.

Sadie frotó la cabeza contra el vientre de la joven, y esta sonrió a Nick con tristeza.

– Me quiere.

– Eso ya lo veo.

Por un momento, un momento breve, pensó cómo sería ser objeto de un amor y devoción tan profundos. Pero luego imaginó cuánto debía comer el perro al día… y los excrementos que echaría… y se estremeció.

Él no tenía perros y estaba bastante satisfecho así.

Danielle dio unas palmaditas en la cabeza de Sadie. Estaba muy despeinada y tenía una marca roja en la mejilla, donde se había apoyado encima de un osito de peluche, pero sonrió a Nick, y a este se le paró el corazón.

Luego su sonrisa se borró despacio.

– He robado a Sadie. La tenía a medias con un hombre. Con mi novio.

Nick no sabía qué resultaba más perturbador. Si haberle mentido a la policía por un maldito perro o que Danielle tuviera novio.

Aunque eso no tenía por qué importarle a él. Tenía su propia vida y le gustaba. Hasta tenía un montón de citas interesantes en perspectiva. Citas que no le harían pensar, dar vueltas a nada, que no conllevaban sueños ni anhelos.

Y teniendo en cuenta que Danielle requería todo eso y más, lo mejor que podía hacer era enseñarle la puerta.

– Cuando rompimos, Ted quiso quedarse con Sadie.

Habían roto.

– Ella vale dinero -admitió Danielle-. Pero Ted lo hace por la gloria. Es una campeona y su pedigrí es increíble. Él quería que criara, que yo me ocupara de sus descendientes.

Nick movió la cabeza.

– ¿Esto es una batalla por la custodia de un perro? -no podía creerlo.

– Es más que eso, Nick.

– Obviamente, o la policía no te estaría buscando. ¿Qué hiciste? ¿Robársela en mitad de la noche? ¿Le quitaste también accidentalmente el dinero y la plata?

A la joven le brillaron los ojos con furia.

– Robé a Sadie y solo a Sadie. Pero tenía una buena razón.

Aquello era una tontería. Se había metido en medio de una disputa por un perro. ¿Y por qué? Porque recordaba con afecto una noche de hacía más de una década. Porque era un idiota.