Colocó el último fardo.
– Utiliza mi bañera -repitió, haciendo una mueca.
Brillante idea. La receta perfecta para volverse loco. Toma la mujer de tus sueños, la que te acaba de decir que no quiere un beso tuyo y ha dejado claro que no ha venido al pueblo buscando un romance ni nada por el estilo, ponía desnuda en tu habitación y espera a ver cuánto tiempo tardas en volverte loco. La lluvia golpeó el techo de uralita.
Jake se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano, salió del cobertizo y cerró la puerta de un golpe. Luego levantó el rostro hacia el cielo con los ojos cerrados y dejó que la lluvia le mojara. Aquellas gotas de agua fría consiguieron calmarlo un poco.
Después de quedarse bajo la lluvia unos minutos, se sacudió el pelo mojado y comenzó a caminar hada el porche trasero. Parecía que la casa estaba a oscuras. Gracias a Dios. Con un poco de suerte, ella se habría marchado.
Pero si no tenía suerte, se estaría cambiando en su dormitorio y él tendría que tirarse al río.
Alargó los pasos, preguntándose si el perfume de Robin habría impregnado sus toallas. Dejó de mirar a la planta de arriba y bajó la vista hacia la cocina. Entonces, se quedó helado.
Robin no se estaba cambiando en su dormitorio y tampoco se había ido a casa.
Había tomado prestada una de sus camisas blancas y estaba en el porche. El agua de la lluvia le había pegado la camisa a la piel, dándole un aspecto increíblemente sexy.
¿Estaba esperándolo?
¿Querría eso decir que había cambiado de opinión respecto a lo de besarlo? Jake aceleró el paso.
Sólo una idiota no se daría cuenta de cómo se le pegaba la camisa al cuerpo. Y Robin no era idiota. Y tampoco parecía una mujer a la que le diera miedo un simple beso. Era una mujer que tenía un letrero en la frente que ponía: «ámame».
Jake cerró los puños y se aconsejó a sí mismo no precipitarse en sus conclusiones. Pero su corazón se encogía a cada paso.
Robin estaba allí en Forever. Y en ese momento, estaba en su jardín. Llevaba ropa suya y no parecía que se fuera a marchar a ninguna parte.
Jake subió las escaleras de dos en dos. Ella se volvió hacia él lentamente, con los ojos muy abiertos. Se había peinado el pelo hacia atrás, resaltando así la suave piel de su rostro y sus rasgos elegantes.
– Te estás mojando -dijo, sorprendiéndose de que su voz sonara normal.
Se quitó los guantes despacio y los dejó sobre la barandilla.
– Tú también -contestó ella con labios temblorosos.
Jake tomó aire y bajó los ojos.
El algodón marcaba sus senos, su vientre y la sombra oscura al comienzo de sus muslos. No llevaba nada debajo de la camisa.
– Debes de tener frío.
A Jake le gustaba que estuviera mojada, pero también que estuviera caliente.
– Vayamos dentro -sugirió, agarrándola de la mano y llevándola consigo.
Jake vio los pequeños puntitos verdes que brillaban en sus ojos y se movían como el agua del río. Le encantaban esos puntitos verdes.
Le secó con un dedo una gota de lluvia y las pestañas densas de Robin descendieron.
– Eres preciosa -susurró-. Siempre lo fuiste.
Los labios de Robin formaron una tímida sonrisa.
– Y tú siempre has sido un caballero.
– No soy un caballero, Robin -puso una mano en su espalda y la apretó contra sí. Si estaba equivocándose, quería saberlo cuanto antes-. Soy sólo un hombre. Un hombre que te ha deseado toda su vida.
Ella no hizo nada. Tampoco se apartó.
Parecía que estaba todo claro.
Jake se agachó para besar sus labios mojados por la lluvia. Lo hizo suavemente al principio, indagando, calibrando todavía la reacción de ella. Jake no estaba preparado todavía para creer que estaba sucediendo aquello. Los labios de ella eran suaves, receptivos y se calentaron rápidamente bajo los suyos.
Mientras la besaba apasionadamente, Jake descubrió que Robin sabía a vino.
Los recuerdos invadieron la mente de Jake, despertando un deseo que encendió su sangre. Apartó los labios y tomó aire.
Entonces la levantó en brazos, la metió dentro de la casa y cerró la puerta con un pie.
Las gotas de lluvia golpeaban los cristales con el mismo ritmo con que latía su corazón.
Jake dejó a Robin en el suelo y la apoyó contra la pared de la entrada. Luego se agachó para seguir besando sus labios hinchados. Se dio cuenta de que la tenía de nuevo entre sus brazos, mojada y excitada. Pero esa vez no tenía intención de comportarse noblemente.
La luz era tenue. Robin olía a limón y a champú…
Jake enterró las manos en su cabello. Ella tocó con la punta de su lengua la de él, que respondió con ciega pasión. Robin gimió y sus manos se posaron en sus brazos.
Jake acarició su espalda y sintió sus pechos contra su cuerpo. Sintió el latido de su corazón y recordó… ¡Oh, Dios mío! Recordó…
Un intenso deseo nubló su mente y todas sus fantasías se hicieron realidad. Robin era dulce, suave e increíble.
– Robin -gimió entre besos desesperados. Quiero…
Quería demasiado. Lo quería todo de ella. Todo. La deseaba con una necesidad tan fuerte que lo aterrorizaba y humillaba al mismo tiempo.
Se apartó y la puso una vez más contra la pared. Ella parpadeó como hipnotizada. Respiraba pesadamente y el latido de su corazón estaba alterado. Sus pezones se remarcaban bajo la fina tela de la camisa.
Jake gimió y cubrió uno de ellos con las manos. Incapaz de contenerse, bajó la cabeza, dispuesto a saborearlo.
– Esto no es lo que… -susurró Robin, enredando los dedos en el pelo de Jake-. Oh, Jake, nunca…
– ¿Quieres que pare? -preguntó sin saber si podría hacerlo.
– ¡No!
– Gracias al cielo -exclamó él, levantándola en brazos y llevándola al dormitorio.
Robin comenzó a temblar al entrar en el dormitorio oscuro. Jake agarró su cabeza y cubrió sus labios con un beso. «Tienes que ser como una apisonadora», se recordó, disfrutando del sabor de Jake. Este había metido una rodilla entre sus muslos y su cuerpo inmediatamente se encendió.
Concentración.
Robin tomó aire y trató de recordar. Besar formaba parte del plan, se dijo, y además era agradable.
La lengua de Jake penetró en su boca y cada músculo de su cuerpo se convirtió en gelatina. Si no fuera por la cama y el brazo de Jake, que la sostenía, se habría derretido en el suelo.
Pero todo iba bien. Los besos de él estaban permitidos para excitarla. Y los suyos para excitarlo a él. A juzgar por el calor de sus cuerpos, los besos estaban cumpliendo su cometido.
Robin echó la cabeza hacia atrás. Los besos apasionados conducían a relaciones sexuales apasionadas y las relaciones sexuales apasionadas conducían a bebés preciosos.
Un bebé precioso era la meta.
Jake capturó su mano y se la metió en la boca. El deseo la estremeció. Tenía que seguir recordando su meta. Un pequeño Jake con ojos de color azul oscuro y pelo negro.
Concentración.
Jake volvió a besarla mientras trataba de desabrocharse la camisa. Como no podía, soltó una palabra significativa y tiró de la tela. Los botones se esparcieron por toda la habitación.
Se la quitó, sin dejar de besar a Robin. Ella tocó su pecho desnudo y sintió el vello fuerte que lo cubría. Jake tenía un pecho ancho y duro, más duro que el chico de dieciocho años, pero, en el fondo, seguía siendo el mismo Jake.
Sus músculos de acero se aflojaron bajo las manos de Robin y ella se sintió a salvo en los brazos de Jake, a los que se aferró como si el mundo pudiera venirse abajo.
A continuación, Jake le desabrochó la camisa con impaciencia. Cuando Robin se quedó desnuda ante él, la apartó para observarla detenidamente.
– Eres preciosa. Todo este tiempo… todos estos años…
Las palabras de él tenían un efecto sedante en ella.
– ¿Sabes lo que me costó rechazarte?
¿Le resultó difícil? A Robin le pareció extraño con lo fuerte y seguro que él parecía, pero se alegraba de que hubiera sido así.
– Tú eres lo que siempre quise -dijo, agarrándola por la barbilla y besándola dulcemente.
Con la mano libre, le acarició el vientre. Luego subió la mano hasta tocar sus pechos desnudos.
Ella se arqueó contra él y agarró sus musculosos bíceps.
Concentración.
Una meta clara.
Podía hacerlo. No se estaba enamorando. Era simplemente que Jake era el que mejor besaba del planeta y, de alguna manera, estaban resolviendo algo que había empezado quince años antes.
Los dedos de él agarraron uno de sus pezones. Robin dejó de razonar y se olvidó de lodo, salvo de las manos y los labios de Jake.
Sin poder contenerse, llevó la mano hacia el botón de los pantalones de Jake. Oyó la respiración pesada de él cuando le bajó la cremallera y dejó al descubierto la potente erección, apenas disimulada por los calzoncillos.
Las manos fuertes de Jake agarraron la parte de atrás de los muslos de Robin y subieron poco a poco. La camisa fría y húmeda refrescaba su piel caliente.
Despacio, Jake la puso sobre la cama. Luego se quitó los vaqueros y los calzoncillos y se tumbó sobre ella.
– Me vuelves loco -dijo con voz ronca.
«Ahora. ¡Ya!», gritó en silencio el cuerpo de Robin. Y cambió de posición las caderas.
Jake se apartó de repente y Robin escuchó el ruido de un cajón al abrirse.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella sin poder contenerse.
– Voy a ponerme un preservativo.
Robin pensó instintivamente en su meta, en que tenía que ser una apisonadora.
Concentración.
– No.
Jake se quedó quieto y la miró confundido.
– ¿No quieres que me ponga preservativo?
– No. De verdad que no -aseguró ella, moviendo las caderas.
– ¿Qué me estás diciendo?
– Que no los necesitas.
– ¿Estás tomando la píldora?
Robin no dijo nada.
Jake apretó los labios.
– No entiendo lo que pasa y necesito una respuesta.
– No necesitas preservativo.
– No es eso lo que te he preguntado. ¿Estás tomando la píldora?
– No.
Jake la miró fijamente. Observó sus pechos y luego bajó la vista hasta donde sus cuerpos estaban unidos. Sus caderas se flexionaron casi imperceptiblemente.
– No, no puedo hacer esto. ¿No estás tomando la píldora y quieres que hagamos el amor sin protección? Tienes que explicármelo.
– Después.
– Ahora -insistió él, agarrándola por las muñecas y mirándola con unos ojos que se habían vuelto casi negros.
– Quiero tener un hijo.
– ¿Qué?
– Un hijo.
– ¿Y por eso todo esto? -Jake cerró los ojos.
– Sí -dijo ella, asintiendo despacio.
– ¿Un hijo mío?
– Sí, un hijo tuyo.
Jake soltó una maldición y se apartó, dejando a Robin con una fría sensación de soledad. Esta se cubrió con la camisa, todavía mojada.
Jake no dijo nada, pero ella pudo oír su respiración.
– ¿Y qué es lo que planeas hacer exactamente con mi hijo?
– Criarlo.
– ¿Dónde?
– En Toronto.
– No en Forever.
– No en Forever -dijo ella con determinación.
Jake se sentó en la cama y se pasó una mano por el pelo. Los músculos de su espalda parecían de acero.
– Yo no soy ningún semental, Robin.
– No es por…
Jake se volvió y la miró con rabia.
– Quieres un semental, no lo intentes arreglar.
– No pensaba que tú…
Jake la interrumpió con una carcajada.
– Te recuerdo que a mí me pagan miles de dólares por uno de mis sementales.
– ¿Quieres dinero? -preguntó ella, pensando en que no podía haber oído bien.
– No seas obscena. Creo que es mejor que te vayas.
– Jake -dijo, agarrándolo suavemente del brazo.
Se apartó como si ella quemara.
– Vete.
– Creo que estás exagerando.
Jake apretó los labios, pero no dijo nada.
Robin quería tener un hijo con él porque lo admiraba y respetaba. Si dejaba de reaccionar como un bruto, ella podía explicar lo buena madre que pensaba ser para el pequeño.
– Si me das una oportunidad…
Jake se levantó y fue hacia la puerta.
– Jake -suplicó.
Jake no le hizo caso.
– Creo que estás exagerando -repitió en voz baja-. Y apuesto a que puedo hacerte cambiar de opinión.
Jake se quedó quieto, con una mano en el pomo de la puerta. La luz del vestíbulo caía sobre su cuerpo desnudo como una cascada. Miró a Robin por última vez, agarró la colcha, con la que se cubrió y movió la cabeza.
– No quiero verte más -le aseguró antes de salir por la puerta.
Decirle a Robin que no quería verla más no había sido muy afortunado. Cuando Jake lo pensó después, más relajado ya, tuvo que admitir que sonaba como un desafío.
E iba a tener que vivir con las consecuencias.
Estaba muy ocupado con la fiesta cuando volvió a ver a Robin. Ella estaba jugando con él. Cada vez que se movía, sus pechos se ceñían seductoramente contra la camiseta, impidiéndole concentrarse en su tarea.
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