– La carpa ha quedado muy bonita -dijo Connie, levantándose del banco que había frente a la mesa donde comerían y acercándose a Jake, que estaba sentado en el tablero.

– Sí, va a ser una fiesta estupenda -dijo, frunciendo el ceño mientras miraba hacia el río.

Según sus cálculos, ya deberían estar de vuelta, pero todavía no había ni rastro de la barca de Derek.

– Mis hijos están deseando que empiece.

Jake sonrió, pensando que él también estaba impaciente. De niño, le encantaban ese tipo de fiestas.

De pronto, una barca apareció en el río y Jake se relajó.

– ¿Son Annie y Derek? -preguntó Connie.

– Sí, Annie y un par de clientes de Derek.

– ¿Crees que bailarán en la fiesta?

– ¿Quiénes? ¿Annie y Derek?

– Sí.

– Claro que bailarán -contestó él, encogiéndose de hombros.

– Estupendo -dijo ella-. Y ahora, será mejor que vaya a buscar a los niños -añadió, alejándose.

– Muy bien, hasta luego -se despidió Jake.

Luego miró hacia el muelle preguntándose dónde diablos estaría Robin.

Derek ayudó a los van der Pol a bajarse de la barca y luego también a Annie. Jake mientras tanto bajó hasta el muelle.

– ¿Dónde está Robin? -le preguntó a Derek.

– No apareció -contestó su amigo-. Nos imaginamos que estaríais ultimando los preparativos para la fiesta.

– ¿Cómo que no apareció? -Jake sintió un pinchazo en la boca del estómago.

– La estuvimos esperando, pero no vino. ¿No está aquí?

– Se marchó hacia las tres y media -contestó Jake.

De pronto, se quedó pensando en si ella estaría en peligro o si simplemente estaría tratando de llamar la atención. Porque al parecer estaba decidida a tener ese niño. Pero, ¿hasta dónde estaría dispuesta a llegar para conseguirlo?

– Iré a avisar a Patrick y a los muchachos -dijo Derek.

– No -le detuvo Jake, que no quería que se armase ningún escándalo.

– ¿Por qué no?

– Tenemos que ir a buscarla -intervino Annie.

– Iré yo solo -aseguró Jake.

– ¿Te has vuelto loco? -le preguntó Derek.

– Dadme un par de horas -pidió Jake-. No hace demasiado frío y, además, sabemos dónde se dirigía. Lo más probable es que esté en alguna playa, fuera de peligro. Además, no quiero alarmar a su familia. Iré yo solo a buscarla, ¿de acuerdo?

– Tienes dos horas -dijo Derek.


Una hora más tarde, a Jake lo había invadido una mezcla de terror y rabia. Si se trataba de un truco, la mataría. Y si se había caído al río, no quería pensar en lo que pasaría.

No, Robin estaba bien, se dijo, cerrando los ojos. Tenía que estar bien.

Nunca debería haberla dejado hacer ese viaje sola. Al fin y al cabo, hacía quince años que no había navegado por el río. Había sido un irresponsable al quedarse, solo porque no sabía si podría resistirse a ella.

Por supuesto que habría podido resistirse. ¡Por el amor del cielo! Pero si era sólo una mujer. Una mujer de carne y hueso. Además, desde que le había confesado lo del niño, ya no le interesaba.

Había recorrido todo el camino entre la ciudad y Hillstock Valley y no había encontrado ni rastro de Robin. Luego había retrocedido hasta el lugar donde el río se bifurcaba y había tomado el otro tramo, pensando en que ella quizá se hubiera equivocado.

Llevaba navegando ya un rato cuando vio un oso. Aquello le hizo pensar en otro peligro con el que no había contado.

Las nubes negras estaban cada vez más cerca y eso hacía más difícil ver en la lejanía. Pero entonces vio la canoa de Derek. Estaba estacionada sobre un banco de arena. Sin embargo, no parecía haber ni rastro de Robin.

Jake, entonces, estuvo a punto de sufrir un infarto.

Capítulo Ocho

Pero al acercarse, vio que se movía algo en el fondo de la canoa. En seguida se dio cuenta de que era Robin, que trataba de incorporarse.

Gracias a Dios, estaba viva.

– ¿Estás bien? -gritó él, acercándose lo más que pudo.

Ella asintió, pero Jake se fijó en que tenía el pelo y la ropa empapados.

– No puedo acercarme más -gritó-. Te tiraré una cuerda.

Ella volvió a asentir, parpadeando con la mirada perdida. Él no estaba seguro de que lo hubiera oído.

– ¿Seguro que estás bien? -repitió. Ella parecía mareada. Seguramente se encontraba en las primeras fases de congelación.

Jake trataba de pensar rápidamente en qué hacer. No podía acercarse más y arrojarse al agua a rescatarla porque era demasiado peligroso. La corriente era muy fuerte en aquella zona del río. En ese momento, se maldijo por no haber llevado a Derek consigo.

¿Por qué habría sido tan suspicaz con ella? ¿Qué le había hecho para que desconfiara de ese modo? Robin quería quedarse embarazada, pero eso no era ningún crimen. Así que ni siquiera debería habérsele pasado por la cabeza que ella pudiera estar fingiendo haber desaparecido para llamar la atención.

– ¿Te sientes con fuerza para agarrarte a una cuerda? -le preguntó.

Ella asintió con más firmeza en aquella ocasión. Jake hizo un nudo en un extremo de la cuerda y se la arrojó.

– Átala a la proa.

Ella agarró la cuerda despacio y levantó la vista hacia la proa. Él vio lo mucho que le costaba moverse y contuvo el aliento mientras la observaba acercarse a la proa.

Cuando al fin la alcanzó, trató de anudar la cuerda, pero le temblaban demasiado las manos y se le escurrió.

Se frotó las palmas y volvió a intentarlo. Pero la cuerda se le escurrió una vez más.

– No hay prisa, vuelve a intentarlo -le ordenó, tratando de animarla.

Aunque en realidad, sí que tenían prisa. La barca estaba balanceándose cada vez más debido al peso de Robin y, si se desencallaba del banco de arena, caería a la cascada.

Pero aquello no ocurriría. Él se ocuparía de rescatarla y, si hiciera falta, se tiraría al agua. Robin no iba a morir bajo ningún concepto.

Finalmente, la cuerda fue metida en la proa. Ya solo quedaba anudarla.

– Anúdala -gritó.

Robin hizo varios intentos, pero no conseguía hacer ningún nudo.

– No puedo.

Hasta que finalmente consiguió hacer uno.

– Ya está -aseguró, dando un suspiro.

Y casi al mismo tiempo, la canoa salió del banco de arena y giró hacia la cascada. Jake entonces puso el motor en marcha y la remolcó con cuidado hasta la orilla más cercana, rezando para que el nudo aguantara. Después de envarar su barca, tiró de la cuerda para acercar la canoa de ella. Al ver que la cuerda se había helado, comprendió el frío que debía haber pasado Robin.

Finalmente, consiguió ponerla al alcance de la mano. La agarró y entró dentro para ir en busca de Robin.

Cuando la tomó en brazos, vio que tenía los labios azules y que no paraba de temblar. Además, estaba calada hasta los huesos. Como tardarían media hora en llegar a la ciudad, decidió que no podía continuar con aquella ropa mojada. Así que le quitó el chaleco salvavidas y el top empapado, y le puso su camisa de franela.

A pesar de que la camisa estaba seca y conservaba su calor corporal, no iba a ser suficiente. Tenía que hacer entrar a Robin en calor cuanto antes, así que se le ocurrió hacer una hoguera en la playa. No se atrevía a hacer el viaje de vuelta con ella en aquel estado.

Después de llevarla en brazos hasta la playa, recogió un poco de madera y encendió una hoguera.

Luego comenzó a secarle el pelo con su camiseta mientras la protegía del viento con su cuerpo.

– ¿Estás mejor?

Ella asintió, pero le seguían castañeteando los dientes.

– ¿Viste el oso? -dijo ella con un tono inesperadamente excitado.

– Sí -contestó él, abrazándola.

– Se me había olvidado lo excitante que puede llegar a ser el río Forever.

– ¿Excitante?

– Bueno, la verdad es que sería mejor decir aterrador. Porque lo que hice fue esconderme de él.

– Hiciste bien.

– Sí -Robin volvió a temblar-. Oh, tengo mucho frío.

– Lo sé. Nos quedaremos aquí hasta que entres en calor. Derek quizá salga a buscarnos, pero da igual. Lo importante es que te recuperes.

– Oh, estoy tan contenta de que hayas venido -dijo ella, abrazándose a su pecho desnudo.

– Yo también estoy muy contento de haberte encontrado -susurró él-. Y ahora, ¿por qué no me hablas de tu nuevo trabajo? -añadió, consciente de que lo mejor sería hacerle hablar para tenerla distraída.

– Voy a ser la encargada de la sección Tour Mixtos.

– ¿Tour Mixtos?

– Wild Ones ha sacado una nueva clase de viajes en los que se mezcla la aventura con un turismo de tipo más convencional.

– Entiendo.

– Es una clase de viaje pensado para gente que no son exactamente deportistas. Serán salidas al aire libre, pero en unas condiciones muy cómodas y con una cocina de lujo.

– ¿Aventuras para ricos?

– No exactamente. Sencillamente, no todo el mundo es capaz de subir al Everest.

– Yo desde luego no podría.

– Pues imagínate. Lo que vamos a hacer es quitar todos los inconvenientes que tienen esa clase de aventuras. Por ejemplo, la gente podrá escalar una montaña sin equipaje ni nada, y cuando lleguen a la cima, les estará esperando un campamento ya montado y un cocinero de primera categoría.

– Suena bien.

– En cualquier caso, mantendremos los viajes al viejo estilo para los puristas.

– Creo que yo prefiero los mixtos -aseguró él, contento al ver que dejaba poco a poco de temblar-. Y tú, ¿te dedicarás a probar las nuevas rutas?

– No, yo estaré en nuestro despacho de Toronto. Desde allí me dedicaré a diseñar los nuevos recorridos, de acuerdo con los informes de nuestros guías.

– Ah, muy bien.

– Sí, estoy deseando empezar.

– Bien -aseguró él.

Pero rápidamente se corrigió a sí mismo. No, no estaba bien. En poco tiempo. Robin se iría a Toronto para empezar su nuevo trabajo. Y no había nada en Forever que pudiera retenerla. Él no podía ofrecerle nada que pudiera competir con su carrera profesional.

– ¿Y qué hay de ti? Nunca me has contado por qué te dedicas a criar caballos para rodeos.

– Ya de crío me gustaba la idea de ser un vaquero y supongo que no he crecido. Por otra parte, mi abuelo nos dejó el rancho en herencia y mi padre no supo llevarlo. Así que decidí que me tocaba a mí devolverle su esplendor.

– O sea, ¿que lo haces en honor de tu abuelo?

– Sólo en parte. Me gusta la vida que llevo en el rancho -dijo él mientras observaba cómo se ponía el sol detrás de las montañas-. Me encanta trabajar con los caballos.

– ¿Cuántos tienes?

– Aquí, tengo unos cuarenta.

– ¿Tienes más en otro lado?

– Sí, tengo más tierras al Norte de Alberta.

– ¿De veras? -ella se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos.

Él supuso que iba a preguntarle por qué no se iba a vivir allí. Pero afortunadamente no lo hizo. Se limitó a quedarse mirándolo en silencio.

– Casi todos los caballos pasan el invierno en Alberta. Allí tengo un capataz muy bueno al mando de unos cuantos vaqueros, que llevan a los caballos a diversos rodeos por aquella zona.

– ¿Tú vas alguna vez a los rodeos?

– Sí, alguna vez, pero paso casi todo el tiempo aquí.

– Dedicándote a montar los potros salvajes, ¿no? -bromeó ella, apoyándose contra su pecho.

Jake sintió que se le estaba empezando a quedar la espalda fría, pero no le importaba. Podría quedarse allí toda la noche, protegiendo a Robin, si hiciera falta.

– Bueno, sólo a veces. Eso es cosa de jóvenes.

– Tú no eres mayor.

– Pero tampoco soy ya ningún jovencito -motivo por el cual quería casarse y formar una familia.

Pero no sabía si iba a poder casarse con otra mujer que no fuera Robin. En cualquier caso, era mejor no pensar en ello en esos momentos.

– Cuéntame qué te ha pasado -le preguntó para tratar de pensar en otra cosa.

– Me equivoqué de camino -explicó ella, que estaba empezando a entrar en calor.

Jake pensó en lo bien que estaban allí los dos, abrazados antes aquella hoguera. ¿Por qué no podía durar aquello para siempre?

– Creí que me acordaba del río -prosiguió ella-, pero evidentemente no era así -levantó la cabeza y lo miró con sus bellos ojos verdes-. Gracias por haber venido a buscarme.

– De nada -susurró él, observando que los labios de ella ya habían recobrado su color normal.

Jake no pudo resistir la tentación de besarlos e inclinó la cabeza sobre la de ella. Robin los abrió y él la besó despacio.

Fue un beso largo y dulce, carente de la lujuria del que se habían dado la noche anterior.

– Eres todo un caballero, Jake -susurró ella.

Él sonrió melancólicamente, pensando en que no estaba seguro de querer seguir siendo un caballero. Quizá fuera mejor convertirse en su amante.