– Tu caballero, Robin -respondió y luego le dio otro beso, aún más casto que el anterior.

Jake sintió que aquella era la última vez que la tendría entre sus brazos.

En la distancia, empezó a sonar un motor. Al parecer, el mundo real volvía a hacer acto de presencia. Jake la abrazó, consciente de que ese mundo real la apartaría de su lado.


Robin se acurrucó en el sillón de su madre. Vestida con un pantalón de chándal y un jersey de lana, había entrado finalmente en calor. Frente al fuego de la chimenea, se tomaba una taza de chocolate bien caliente.

Tenía que admitir que le encantaba estar con su familia. Había estado mucho tiempo sola.

Una vez pasaron las dos horas que había dado de margen a Jake, Derek había alertado a la familia. Por lo que cuando la habían visto llegar sana y salva, le habían dado un cálido recibimiento. Jake, algo avergonzado por la manera tan efusiva en que le dieron las gracias por rescatarla, no tardó en irse.

Robin se preguntó por qué se habría ido y qué estaría haciendo. Lo echaba de menos.

– Quiero que me leáis el de la señora Winklemyer y el Pez Gigante -gritó Bobbie, entrando en el salón con un libro en las manos.

Después del pequeño, entraron Connie y Robert, que llevaba a su otro hijo en brazos.

Robin, al ver allí a toda la familia, deseó más que nunca tener a su propio hijo. En esos momentos le gustaría poder estrecharlo entre sus brazos.

Aquello le hizo acordarse del modo en que la había abrazado Jake en la playa poco antes. Le había hecho sentirse de un modo especial.

De pronto, le entraron ganas de ir a buscarlo para pedirle que volviera a abrazarla.

Pero sabía que no podía hacerlo. Todavía quería tener un hijo de él y sabía que tenía que darle tiempo para pensarlo.

Mientras Robert se sentaba junto a Bobbie y comenzaba a leerle el cuento, ella cerró los ojos y comenzó a soñar con tener un pequeño entre sus brazos.


La carpa estaba iluminada por cientos de bombillas. Jake, lleno después de la copiosa cena, se sirvió un vaso de ponche.

Los carpinteros de Derek habían hecho una pista de baile y la banda de Patrick Moore estaba tocando desde un pequeño escenario.

En esos momentos. Alma May y Eunice estaban cortando el enorme pastel que habían preparado y los niños estaban rodeando la mesa para conseguir un pedazo.

Jake se quedó mirando a Robin, que estaba sentada al lado de Connie, justo enfrente de él y Derek. Estaba muy guapa con un vestido plateado sin mangas.

Poco después, empezaron a tocar un vals y Derek se levantó.

– Voy a sacar a bailar a Annie.

Al rato, la pareja estaba dando vueltas por la pista de baile. Annie tenía una sonrisa radiante y apretaba su mejilla contra el pecho de Derek. Jake se sintió de repente celoso. Al parecer, Robin tenía razón y su amigo iba a conseguir una esposa en Forever.

En un momento dado, Annie levantó la cabeza hacia Derek y él se inclinó para besarla. Jake apartó la mirada inmediatamente, pero la gente alrededor de ellos no parecieron igual de pudorosos, porque irrumpieron en un espontáneo aplauso.

Annie se sonrojó mientras Derek la abrazaba y la besaba en la frente. Era evidente que aquello acabaría en boda.

Jake, entonces, miró a Derek y levantó su copa en un silencioso brindis.

Luego decidió que él también tendría que sacar a bailar a Robin. Al acercarse donde Eunice estaba cortando los últimos trozos de pastel, ella levantó la cabeza hacia él.

– Jake, ¿quieres un poco?

– No, gracias. Lo que quiero es sacar a bailar a una de tus hijas.

– ¿A cuál?

– A la que no está casada.

– Buena elección.

Jake le guiñó un ojo y luego se volvió hacia Robin.

– ¿Robin?

– ¿Sí?

– ¿Bailamos? -le preguntó, tendiendo una mano en su dirección.

Ella se giró hacia sus familiares, que le hicieron un gesto para animarla a aceptar. Jake se dio cuenta de que contaba con el apoyo de todos ellos.

Robin aceptó la mano de él, que la condujo hasta la pista de baile.

– ¿Has visto a Annie y Derek? -le preguntó él, abrazándola.

– ¿Dónde están?

– Bailando juntos.

Robin sonrió.

– Cuando me vuelva -añadió él-, aprovecha para mirarlos.

– Oh -dijo ella al verlos por encima del hombro de él.

– Creo que ha funcionado.

– Ya lo creo -asintió Robin.

– Sí, me alegro mucho -pero no tanto como se alegraría si él consiguiera hacer lo mismo con Robin-. ¿Se lo está pasando bien Alma May?

– Claro que sí. Es una fiesta estupenda.

– ¿Te alegras de haber vuelto a casa?

– Sí.

– Yo también.

Ella se puso rígida y Jake decidió que tenía que ir poco a poco. Debía esperar un poco para confesarle que estaba enamorado de ella.

Se dio cuenta de que algunas parejas a su alrededor habían empezado a mirarlos. Era evidente que se estaban preguntando cuáles serían sus intenciones.

Así que aprovechó para acariciar la espalda de ella, que el escote del vestido dejaba casi por entero al descubierto.

La apretó contra su pecho y ella, entregada, soltó un suspiro y cerró los ojos mientras se dejaba llevar.

– Estás preciosa -susurró él.

– Gracias.

– En serio, estás realmente guapa.

– Ya veo que sigues siendo el caballero de siempre -contestó ella, pero Jake se dio cuenta de que el piropo la había afectado.

No pudo contenerse y la besó en el pelo. Entonces, levantó la cabeza y se fijó en el gesto de la señora Pennybroke. A juzgar por su expresión, la mujer debía estar haciendo los preparativos para una doble boda.

– ¿Jake?

– ¿Sí?

– ¿Qué vas a hacer después del baile?

– No sé, ¿por qué?

– ¿Quieres que vayamos a dar un paseo?

– Claro.

Al terminar la canción, ella se separó.

– Gracias -dijo.

– No, gracias a ti -repuso él, besándola en los labios.

– ¡Jake! -protestó ella, mirando a su alrededor.

– ¿Qué?

– Que van a pensar que…

– Que piensen lo que quieran.

– Pero…

– No somos unos críos, Robin. Así que no es asunto suyo -aseguró él, abrazándola para seguir bailando.

Pero afortunadamente, sí que era asunto de ellos y, a partir de entonces, nadie les quitó ojo mientras bailaban.

«¡Que Dios los bendiga!», pensó Jake.


Alma May se marchó hacia las once y Jake pensó que, después de bailar tres canciones con Robin, ya habían dado suficiente espectáculo. Además, apenas podía aguantar el deseo que lo había invadido al estar abrazado a ella durante todo ese tiempo.

Decidiendo que ya era hora de que se quedaran solos, condujo a Robin fuera de la carpa. La noche era fresca y el cielo estaba lleno de estrellas. Ella se quitó los zapatos de tacón alto y pisó la hierba con los pies cubiertos por unas medias.

– ¿Tienes frío? -preguntó él, recogiendo los zapatos de ella.

– No mucho -contestó, frotándose los brazos.

Él se quitó la chaqueta y se la puso por encima de los hombros.

– Gracias.

Echaron a andar junto al río en dirección a la casa de él.

Cuanto estuvieron suficientemente lejos de la carpa, Jake se volvió y la abrazó para besarla apasionadamente. Cuando ella respondió al beso con igual ardor, él se separó y le apartó un mechón de pelo de la frente.

– Robin, ¿sigues queriendo quedarte embarazada?

Capítulo Nueve

Robin se quedó boquiabierta.

– ¿Qué?

– ¿Que si sigues queriendo tener un hijo conmigo? -le preguntó Jake con ojos brillantes.

– S… sí -tartamudeó ella.

– Muy bien.

– ¿De veras? -dijo ella, sin entender el repentino cambio de actitud de Jake.

– Sí, de hecho no se me ocurre nada que me apetezca tanto ahora mismo como hacerte un niño.

– Pero… -Robin no terminó la frase, al darse cuenta de que sería una estupidez empezar a hacer preguntas.

Lo único que importaba era que él había aceptado. Así que al verano siguiente estaría estrechando a un pequeño Jake entre sus brazos.

– ¿Te parece que vayamos a mi casa? -le preguntó él.

– Sí, claro.

La tomó de la mano y volvieron a ponerse en marcha. Robin se preguntó qué le habría hecho cambiar de opinión.

Jake no había cerrado la puerta con llave. De hecho, había gente en Forever que ni siquiera tenía cerraduras en las puertas. Algo que sería impensable en una gran ciudad.

– ¿Te lo has pasado bien en la fiesta? -le preguntó, dejando los zapatos de ella junto a la puerta.

– Sí, ha sido estupenda -replicó ella.

– Estupenda, sí -asintió él mientras le quitaba la chaqueta de los hombros y la metía en el armario de la entrada.

– Hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien en una fiesta.

– Lo mismo digo -añadió él, quitándole las horquillas que le sujetaban el pelo, con lo que este cayó como una cascada sobre sus hombros desnudos.

Él se lo apartó y comenzó a acariciarle la espalda, a besarle los hombros…

– Sí, creo que va a ser la mejor noche de mi vida -dijo Jake-. ¿Quieres tomar algo? ¿Champán quizá?

¿Champán? De pronto, a ella empezó a molestarle la actitud de él.

– No, gracias.

– Muy bien. ¿Te apetece que nos demos un baño, entonces?

– Eh… ¿Jake?

– ¿Qué? -preguntó él mientras la besaba en los labios.

– Esto… es solo por el niño, ¿recuerdas?

– Sí, claro, por el niño. ¿Por qué? ¿Es que estoy haciendo algo que no debiera?

– No.

De hecho, lo estaba haciendo demasiado bien. Por lo que Robin corría el peligro de olvidarse de su verdadero objetivo y dejarse cautivar por el encanto de él.

– Bien -dijo Jake, levantándola en brazos-. Yo quería que nos tomáramos nuestro tiempo, pero si la dama desea que pasemos a la acción, tendré que complacerla.

Entonces ella, incapaz de contenerse más, se inclinó sobre él y lo besó apasionadamente. De pronto, pareció que le faltaba el aire en los pulmones y su cuerpo se estremeció de placer.

– ¿Te he hablado alguna vez de la jovencita que casi me hizo perder la cabeza una noche en el río Forever? -le preguntó él una vez se separaron.

– No.

– Pues te aseguro que nunca la olvidé.

– Oh, Jake…

– Todo este tiempo he estado pensando que ninguna otra podría igualarse a ella, pero al parecer me equivoqué -dijo él, subiendo las escaleras en dirección a su dormitorio.

– ¿Sí?

Robin se sintió de repente celosa.

– Sí -contestó él, entrando en el dormitorio y encendiendo la luz de la mesilla-. Quince años después, he conocido a una mujer comparable a aquella muchacha o incluso mejor.

Robin sintió que el corazón le iba a estallar.

– ¿Jake?

– ¿Qué? -preguntó él antes de besarle el cuello.

– ¿Por qué no se lo contaste a nadie?

– ¿Contar el qué?

– Ya sabes, lo que pasó aquella noche en el río.

– ¿Que te vi desnuda?

– Sí, recuerdo que durante la fiesta de fin de curso estaba aterrorizada, pensando que se lo contarías a todo el mundo.

– ¿Y por qué no me preguntaste si pensaba hacerlo?

– Bueno, apenas te conocía.

– Pues yo a ti sí te conocía -volvió a besarla en el cuello y ella se inclinó hacia un lado para facilitarle la tarea.

Jake era sin duda el hombre que mejor besaba del planeta. Podía sentir su deseo y le resultaba muy erótico el que un hombre la deseara de ese modo.

– Y la próxima vez que quieras saber algo, solo tienes que preguntármelo.

– De acuerdo.

Jake comenzó a bajarle la cremallera del vestido y ella levantó los brazos para facilitar que este cayera al suelo. Debajo solo llevaba unas braguitas de encaje y unas medias negras.

Jake respiró hondo mientras la abrazaba por la cintura. Luego volvió a besarla y las lenguas de ambos se enredaron en un baile apasionado.

Él la apretó más fuertemente contra él y, al notar el tacto de la camisa contra sus pechos desnudos, ella sintió como una ola de deseo recorría todo su cuerpo. Le pasó los brazos por detrás del cuello y dejó escapar un gemido de placer.

Jake se separó el primero, respirando pesadamente, y luego la condujo hasta la cama, donde la tumbó sobre el edredón de plumas.

– Eres preciosa -dijo, devorándola con la mirada.

Seguidamente, se quitó la camisa y el resto de la ropa antes de tumbarse a su lado. Comenzó a acariciarle el vientre y jugueteó con su ombligo, antes de bajar hasta cubrirle el sexo con la palma de la mano.

Ella lo miró a los ojos y el aire pareció cargarse de electricidad.

– Oh, Robin… -susurró él con voz ronca mientras comenzaba a acariciarte los senos.

Ella lo besó y comenzó también a acariciarlo.

Jake respiró hondo y deslizó a su vez la mano por debajo de las braguitas hasta alcanzar el centro de su femineidad. Robin apenas pudo contener su excitación.