– ¿Te encuentras bien? -le preguntó.
– Sí.
– Pues estás temblando como una hoja.
– No es nada.
– Robin…
– Por favor, Jake.
Cuando llegaron al vestíbulo, Derek y Annie estaban allí, esperándolos.
– No ha estado mal, ¿eh? -dijo Derek.
Robin soltó el brazo de Jake y se apartó de él. Aquello no tenía sentido, se dijo Jake. ¿Quizá hubiera cambiado de idea respecto a lo tener el niño?
– Claro, porque estábamos solos -replicó Annie-, pero espérate a mañana, cuando toda la ciudad esté observándonos.
– Muy bien -dijo el pastor, detrás de ellos-, pues ya hemos acabado. Os espero mañana a las cuatro. El novio debe estar diez minutos antes y la novia llegará dos minutos tarde para hacerle sudar -comentó, guiñándole un ojo a Annie.
– No te atreverás -bromeó Derek.
Annie se echó a reír.
– Ahora vamos a reunimos con la madre de Annie en el Fireweed -le dijo Derek al pastor-. ¿Le apetece acompañarnos?
– Muchas gracias. Será un placer.
A Robin le dio un ataque de claustrofobia. No aguantaba más allí dentro, necesitaba respirar aire fresco. Así que salió rápidamente de la iglesia y tomó al camino que llevaba al río. En un momento, no aguantó más y se echó a llorar.
No podía dejar de pensar en lo felices que eran Derek y Annie. Al día siguiente se casarían entre las felicitaciones de toda la ciudad. Y comenzarían su nueva vida haciendo el amor durante la noche de bodas.
Con el tiempo, llegarían los niños y ambos cuidarían de ellos. Sería una vida perfecta.
Robin se sentía fatal por sentir envidia de ellos, cuando debería estar radiante de contenta porque sus amigos hubieran encontrado la felicidad.
¿Cómo era posible que siendo la dama de honor estuviera tan celosa de ellos?
¿Y por qué de repente prefería la vida que iba a llevar su amiga a la que había pensado para sí? No tenía sentido. Su plan era perfecto y seguía estando decidida a tener un niño ella sola. Su hijo tendría además los mejores cuidados. Tendría las mejores niñeras e iría a los mejores colegios. Ella se encargaría de que no le faltara de nada.
Comenzó a andar más despacio mientras se secaba las lágrimas. No sabía por qué, siendo su plan perfecto, se sentía tan vacía.
– Robin -la llamó Jake, a su espalda.
«No, ahora, no», se dijo Robin.
Necesitaba estar sola. Necesitaba recuperar fuerzas para la cena en el Fireweed.
Oyó los pasos de él detrás, pero sabía que no podía echar a correr, ya que los otros habrían salido también de la iglesia y seguramente los estarían observando.
Si no se paraba a hablar con Jake, sospecharían que algo no andaba bien entre ellos y comenzarían a hacerles todo tipo de preguntas.
Así que terminó de secarse las lágrimas y tragó saliva. Su amiga iba a casarse y ella tenía que ayudarla. Sí, iba a ser la mejor dama de honor que hubiera habido nunca.
Respirando hondo, se dio la vuelta para encararse con Jake.
– Hola, ¿no has traído tu camioneta? Yo quería pasear un rato.
Su brillante sonrisa quizá pudiera engañar a Annie y los otros, que estaban a unos cien metros, pero Jake pudo ver sus ojos enrojecidos por las lágrimas.
– ¿Qué te pasa, Robin?
– Nada.
– ¿Por qué has salido corriendo de la iglesia?
– Quería tomar un poco de aire fresco.
– No te creo.
– Jake, sonríe, di lo primero que se te ocurra, pero no te quedes callado.
– ¿Qué?
– Se están acercando, Jake, y no vamos a estropearles la cena, ¿de acuerdo? -ella se echó a reír, como si él le hubiera gastado alguna broma y luego se separó de él y fue hacia Annie.
– Bueno -dijo, fingiendo limpiarse el sudor de la frente-, pensé que podría ganarle, pero ya veo que me equivoqué.
– ¿Robin? -Annie parecía preocupada por su amiga.
Robin tomó del brazo a Annie.
– Jake siempre me gana corriendo.
Robin podía sentir cómo Jake la miraba mientras andaba hacia ellas.
– ¿Le has contado ya a Derek lo del regalo de Connie?
– ¿Qué regalo? -preguntó Derek.
Robin agradeció en silencio a Jake el que hubiera cambiado de tema para sacarla del aprieto.
– No se lo digáis -dijo Annie.
– Solo le diré que tiene encaje -dijo Robin, guiñándole un ojo a Derek.
– Siempre me cayó bien Connie.
En el salón privado de la segunda planta del Café Fireweed, Robin parecía ya de mejor humor. Aquel lugar no era el Ritz, pero servía perfectamente para que una pareja celebrara su compromiso con la familia y los amigos. Una chimenea daba a la sala un aspecto muy acogedor y los amplios ventanales miraban al río y a la puesta de sol.
Robin estaba sentada junto a Jake, en uno de los extremos de la enorme mesa. Después de que el camarero les tomara nota, comenzaron a contar divertidas historias de bodas.
Mientras el pastor les contaba una historia acerca de un novio muy nervioso, Jake se inclinó hacia ella.
– ¿Estás bien?
– Sí.
Y era cierto. Ya se le habían pasado los celos y se sentía feliz por Annie.
Jake le tomó la mano por debajo del mantel.
– ¿Has cambiado de opinión?
El sentir el roce de la mano de Jake, le hizo recordar la noche en la que habían hecho el amor Durante los últimos días, había deseado volver a estar con él.
– ¿Cambiar de opinión respecto a qué?
– Respecto a tener un hijo mío.
– No -respondió ella, girándose para ver si alguno del resto de comensales estaba prestándole atención, pero no era así.
– Y entonces, ¿por qué no hemos vuelto a hacer el amor?
– Jake, este no es el lugar más adecuado para discutirlo.
– Me has estado evitando durante toda la semana. ¿Por qué?
Excelente pregunta. Porque ella sabía que las probabilidades de quedarse embarazada serían mayores cuantas más veces hicieran el amor. Y entonces, ¿por qué no había vuelto a acostarse con él?
La petición de mano de Jake había sido una cosa absurda, ya que no había la más mínima posibilidad de que ella se fuera a vivir a Forever. Pero aquello no terminaba de explicar por qué no había vuelto a hacer el amor con él.
¿Sería porque le había confesado que la amaba?
– ¿Robin?
Sí, el hombre que estaba sentado a su lado la amaba y eso la hizo ponerse, de repente, muy contenta. Pero, ¿la amaba realmente?
¿Cómo podía él saberlo? ¿Cómo podía decirlo?
– Robin, ¿seguro que estás bien?
– Sí, solo un poco emocionada. Ya sabes lo que nos pasa a las mujeres en las bodas.
– Sí, se dice que os ponéis románticas -dijo él con voz grave-. Así que si quieres, te espero en mi casa esta noche.
Ella sintió un pinchazo en el estómago. ¿Ir a su casa? No, seguro que volvería a pedirle que se casara con él.
– No.
– Pues entonces tendrás menos probabilidades de concebir un hijo.
– Bueno, en estos momentos tenemos un ochenta y cinco por ciento. Lo leí en una revista y, con la ayuda de un termómetro, es fácil averiguarlo.
Él se quedó mirándola, muy confuso.
– La temperatura de una mujer aumenta cuando está en un período fértil.
– ¿De veras?
– Sí.
– Y tú…
– La tengo muy alta.
Mientras el resto tomaba café. Robin se levantó y fue a contemplar cómo se ponía el sol tras las montañas. «Un ochenta y cinco por ciento de probabilidades de estar embarazada», se dijo, tocándose el vientre. Pero no podía estar segura.
– ¿Robin? -Derek se puso a su lado, frente a la ventana.
– Hola, Derek, ha sido una cena estupenda -aseguró ella, sonriendo.
– Me alegro de que te haya gustado -dijo él, sonriendo a su vez-. Pero antes de que se me olvide, hay un asunto que quiero discutir contigo.
Ella se preguntó qué querría discutir Derek con ella la noche de su boda.
– ¿Y qué es?
– Los van der Pol se quedaron muy impresionados contigo.
– Gracias, ellos también me cayeron muy bien. ¿Van a vender tus muebles en Holanda finalmente?
– Es bastante probable.
– Estupendo.
– Dentro de un par de semanas, vendrán más clientes. Casi todos los meses recibo a alguien y también suelo ir regularmente a visitar Europa para captar nuevos clientes.
– Eso está muy bien.
Robin se alegraba de que el negocio le fuera bien, pero no sabía por qué quería contarle aquello en esos momentos.
– Robin, te lo cuento porque estoy pensando en contratar a alguien que me ayude en esas tareas. Alguien acostumbrado a viajar y que sepa idiomas.
– Me parece una buena idea.
– Pues quiero que esa persona seas tú.
– ¿Qué? -Robin parpadeó, confusa.
– Que quiero que trabajes para mí.
– Pero… espera un momento. ¿Por qué me lo ofreces a mí?
– Ya te lo he dicho. Los van der Pol…
– Sí, pero tú ya sabes que yo… -de pronto, sus ojos se abrieron de par en par-. ¿Ha sido idea de Jake?
Derek apartó la mirada.
– ¡Derek!
– Está bien, Jake lo sabe. Pero te aseguro que el trabajo es real.
– Pero si sabes que no tengo pensado quedarme en Forever.
– Bueno, Robin, no tienes por qué contestarme ahora.
– Sí que voy a contestarte. Y la respuesta es no.
– Piénsatelo al menos -le pidió Derek antes de darse la vuelta para ir a reunirse con el resto de comensales.
Capítulo Once
Jake sentó a la madre de Annie en el porche frontal y le dio un pañuelo de papel. También Eunice y Alma May tenían los ojos brillantes y se hablaban en susurros mientras observaban los adornos de la iglesia. Las bodas y cuando una mujer daba a luz un hijo. Ambos tipos de acontecimientos eran los que despertaban mayores emociones en las mujeres de Forever.
Jake observó a las dos señoras mientras pensaba en cómo estaría Robin vestida novia. ¿Y cómo reaccionarían su madre y su abuela si al año siguiente aparecía Robin con un bebé? ¿Cómo les sentaría haberse perdido la boda y tener directamente un nieto?
¿Cómo reaccionarían cuando descubrieran que él era el padre? Tragó saliva. De repente, se sintió como un traidor. Se había acostado con su niña y quizá la hubiera dejado embarazada sin casarse con ella.
Alma May se dio cuenta de que él las estaba mirando y esbozó una sonrisa. Jake se sintió culpable.
Se pondrían furiosas con él y con razón.
¿Y Robin? Se sentían muy orgullosas de su pequeña, que había salido de Forever y había hecho carrera. ¿Qué pensarían de su comportamiento?
Muchas mujeres tenían bebés fuera del matrimonio en aquellos tiempos, pero Eunice y Alma May eran muy tradicionales. Sobre todo, porque se habían pasado toda la vida en Forever.
Se enfadarían y se sentirían heridas. Jake nunca haría daño a Eunice ni a Alma May. Tampoco se lo haría a Robin ni permitiría que Robin se hiciera daño a sí misma.
No si él podía impedirlo.
Jake miró al pasillo central de la iglesia, fijándose en que Robin y Annie estaban haciendo los últimos preparativos en el vestíbulo. Acompañar a la madre de la novia era el último deber de Jake antes de que comenzara la ceremonia. Luego tendría que irse a la primera fila y ponerse al lado de Derek.
Tomó aire y, con decisión, dejó su sitio y fue hacia la parte trasera de la iglesia. Robin le estaba quitando a Annie las arrugas del vestido.
– Jake, no deberías estar aquí -empezó a decir Robin.
La música del órgano cambió y Jake consultó el reloj.
– Me quedan dos minutos. Necesito hablar contigo -aseguró él, agarrándola del brazo para apartarla de Annie.
– ¿Ahora?
– ¿Ahora? -repitió Annie.
– Lo siento, Annie, pero créeme que no lo haría si no me quedara más remedio.
– ¿Qué pasa, Jake? -los ojos de Robin se abrieron de par en par.
– He estado observando a tu abuela.
– ¿Por qué? ¿Está enferma? -preguntó Robin, girándose para mirar al fondo de la iglesia.
– No, Robin, está bien -Jake hizo una pausa-. ¿Te has dado cuenta de lo contenta que está porque se casa Annie?
Robin simplemente asintió.
– ¿Has pensado alguna vez cómo se sentiría si te casaras tú?
Robin dejó de asentir bruscamente.
– ¡Jake! No puedo creerme que estés haciendo esto…
– Robin…
– Quizá estaría bien que nosotros…
– Robin…
– Pero es el día de Annie y Derek. Vuelve a tu sitio…
– Lo siento, Annie -volvió a excusarse con ella-. Robin, ¿te has parado a pensar lo que le vas a hacer a tu familia?
– Sí.
– Creo que no lo has hecho.
– No me importa lo que creas.
Jake dio un suspiro profundo.
– Robin, si apareces el verano que viene con un hijo mío en los brazos…
Annie abrió los ojos de par en par.
– …quiero que el niño lleve mis apellidos. Quiero que tú lleves mis apellidos.
– ¿Un niño? -preguntó Annie sorprendida.
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