– Claro. Pero necesito media hora para terminar esta presentación.

– Olvídate de la presentación. Te diré un secreto: has pasado los seis meses de prueba, así que no tienes que matarte para impresionarnos -concluyó Lorraine, marchándose sin darle tiempo para contestar.

No hacía falta saber mucho de psiquiatría para darse cuenta de que Robin estaba utilizando el trabajo como terapia contra la depresión y la soledad. Y le estaba funcionando por las mañanas, incluso por las tardes, pero no por las noches.

Apagó el ordenador y pensó que tenía que olvidarse de Jake cuanto antes, si quería sobrevivir.

– Vamos, Robin -la llamó Lorraine desde la puerta.

La compañera llevaba su bolso y su abrigo en la mano.

– En seguida voy.

Esa noche iba a olvidarse de todo. Iba a reunirse con sus compañeros en el Top Hat Bar y a pasarlo bien. Aunque eso sí, no bebería alcohol, ya que al día siguiente se haría su primera prueba de embarazo.

Quizá volviera a casa tan agotada de reír y de hablar, que caería muerta en la cama. Quizá no soñaría con Jake. Quizá se convencería de que su vida y su trabajo se convertirían en algo perfecto después de todo.


Pero la noche no resultó como esperaba.

A las cinco de la mañana, estaba sentada en la banqueta del cuarto de baño, descalza y apoyada contra el lavabo, leyendo por tercera vez las instrucciones del test de embarazo.

En realidad, no había ninguna razón para que lo leyera una vez más y menos aún para leerlo en los cuatro idiomas.

Si estaba embarazada en inglés, lo estaría también en francés. Estaba buscando evasivas y, en el fondo, lo que pasaba era que estaba aterrorizada.

Quería tener ese hijo; lo deseaba tanto que le dolía el corazón. Si no estuviera embarazada ya, estaba segura de que volvería a intentarlo.

Pero dudaba que él aceptara volver a intentarlo. Y si lo hacía, dudaba que la dejara marcharse por segunda vez.

¿A quién estaba engañando?

Ella tampoco sería capaz de marcharse por segunda vez, aunque su \ida dependiera de ello.

Apretó los dientes y volvió a fijarse en el folleto. Leyó la parte en español y se obligó a salir de la habitación para no esperar allí los tres minutos exigidos.

Fue a su pequeño estudio y encendió el ordenador.

Había pasado un minuto.

Abrió su correo electrónico. Había veinticinco mensajes nuevos. Ninguno de ellos urgente. Ninguno que pudiera hacerle olvidar el presente.

Dos minutos.

Ordenó las facturas que tenía al lado del monitor y luego fue al cuarto de baño.

Llegaba con veinte segundos de adelanto. Se detuvo fuera y cerró los ojos. Contó hasta veinticinco para estar segura.

Luego entró y se concentró en el recipiente.

Había salido azul.

Lo agarró.

Era definitivamente azul.

Lo comparó con la tabla del folleto.

Efectivamente, era positivo. Estaba embarazada.

Le empezaron a temblar las manos y dejó rápidamente el bote sobre el armario bajo.

Iba a tener un hijo de Jake.

Lo habían conseguido.

Se puso las manos en el vientre y sonrió a su imagen en el espejo.

Tenía que hacer algo para celebrarlo. Tenía que decírselo a alguien. A Jake, por ejemplo.

Quería decírselo, admitió, poniéndose muy seria.

Sí, quería llamar a Jake para compartir la noticia con él. Iba a ser padre. Aunque un padre ausente.

Parte de su alegría se evaporó al pensar aquello.

No podía darle la noticia a Jake. Él no iba a ponerse contento. A ella no le gustaría enterarse de que iba a ser madre de un niño al que apenas vería. Se quedaría destrozada.

Pero aun así, tenía ganas de compartir su felicidad con él. Además, tenía derecho a saberlo.

Quizá no se enfadara, quizá incluso llegara a aceptar que ella se hubiera marchado.

Se quedó mirando al teléfono y pensó que era su deber decírselo, que él estaría preguntándose qué habría pasado.

Agarró el auricular y marcó tres números antes de dejarlo. Se mordió el labio, tomó aire y cerró los ojos.

Volvió a tomar el auricular y marcó el número de nuevo, apretando con fuerza el aparato y tratando de resistirse al impulso de colgarlo.

– ¿Hola? -dijo la voz de Jake, adormilada.

– ¿Jake?

– ¿Robin?

– Sí, soy yo.

– ¿Qué pasa?

Robin oyó el movimiento de las sábanas de Jake. Se lo imaginó incorporándose en la cama y mirando al despertador para ver qué hora era.

– ¿Robin? ¿Sigues ahí?

– Sí, sí.

– ¿Qué hora es? ¿Estás bien?

– Es por la mañana -contestó-. Yo… estoy embarazada.

Jake no contestó y Robin oyó solo su respiración.

– ¿Jake?

– ¿Sí?

– Estoy…

– ¿Es todo? -preguntó él con voz fría.

Ella se aclaró la garganta.

– Sí, creo que es todo.

La voz de Jake hizo que todo su mundo se derrumbara. Su plan de vida, que tan bien le había parecido un mes antes, había fallado en algún sitio. Algo había calculado mal porque se sentía triste y sola sin él.

¿Cómo había llegado a ello? ¿Por qué terminaba así, necesitando desesperadamente la voz de Jake, aunque estuviera enfadado? ¿Por qué su voz la hacía sentirse tan viva y hacía desaparecer esa sensación de soledad que la había invadido hasta entonces?

Quería volver a estar con él. Quería su cara, su calor, su amor.

Lo quería a él.

Sólo a él.

– Bueno, pues gracias -replicó él con la misma frialdad.

– No hay de qué -contestó ella, luchando contra las lágrimas.

La vida no volvería a ser la misma jamás.

– Adiós, Robin.

La línea se cortó antes de que ella tuviera tiempo de suplicarle.


Jake miró al teléfono, iluminado solo por la luz de la luna. Se había comportado como un canalla, pero esa mujer le estaba destrozando el corazón.

¿Cómo se atrevía a estar a embarazada?

¿Cómo se atrevía a llamarlo?

¿Cómo se atrevía a dejarle otra vez como el día en que se había marchado?

Dobló las piernas y se abrazó a las rodillas. Cuando le había prometido que la dejaría ir, estaba seguro de que no tendría que llegar a ello. Tenía claro que cada persona tenía un límite de sufrimiento en su vida, y que si ella se marchaba, él alcanzaría el límite máximo.

Y entonces ella le había dicho que lo amaba y él había pensado que ya no corría peligro. Estaba equivocado, ya lo había descubierto. La Princesa de Hielo no permitiría que nada tan trivial como el amor pusiera en peligro su preciosa e independiente vida.

Pero aun así, él se había comportado como un canalla.

Tenía que enmendarlo, se dijo, cerrando los puños. Para bien o para mal, ella era su esposa e iba a tener un hijo suyo. Aunque estuvieran lejos, eran su familia y no tenía derecho a herirlos porque estuviera enfadado.

Agarró el teléfono y marcó el número de Derek.

Este contestó en seguida.

– Soy Jake.

– ¿Qué ocurre?

– Necesito ir a Toronto. Robin está embarazada.

– ¿De verdad?

– Sí, tengo que ir -Jake se frotó la nuca.

– De acuerdo. Toma el primer hidroavión que salga, yo arreglaré que el avión de mi padre esté esperándote en el aeropuerto de Whitehorse.

Jake dejó caer la mano aliviado.

– Te debo una -le dijo a Derek.

– Pues claro que me debes una. ¿Qué? -la voz de Derek se hizo un susurro y luego soltó una risita-.

Annie dice que tienes que cuidar de Robin y que te pagará en… ¿Qué? ¿Cómo…? Tengo que colgar, Jake. No me debes nada. Derek colgó el teléfono.


Jake estaba en el vestíbulo del edificio donde vivía Robin, mirando el papel pintado de la pared y preguntándose cómo reaccionaría ella al verlo.

Debería haberla llamado para avisarla de que iba a ir. Aunque podía haberse negado a verlo. Incluso podía negarse a verlo en ese momento.

El ascensor abrió sus puertas y Jake esperó a que salieran las personas que iban dentro para salir al vestíbulo.

De pronto, distinguió a Robin y al verla, le dio un vuelco el corazón. Sus hombros se relajaron, olvidándose inmediatamente de toda la fatiga y la preocupación que lo habían invadido hasta entonces. Ella estaba allí y de momento era lo único que importaba. Ella, por su parte, al verlo, se detuvo.

– ¿Jake?

– Hola, Robin.

– Pero… Esta mañana… ¿Cómo has venido?

– En avión.

– Es imposible. Se tardan dos días en…

– Vine en un avión privado de Derek. Ven aquí.

– Pero…

– Ven aquí, Robin. He volado cuatro mil millas y lo menos que puedes hacer es darme un beso de bienvenida.

– No entiendo qué estás haciendo aquí.

Jake dio un paso hacia ella.

– Prometí que te dejaría marchar -se detuvo frente a ella y la miró a los ojos-, pero nunca prometí no seguirte.

– Oh, Jake -las lágrimas asomaron a sus ojos.

– No sé qué vamos a hacer, cariño, pero tendremos que descubrirlo juntos.

– Lo siento, Jake.

– Calla -la tomó en sus brazos y la meció.

– Me equivocaba -afirmó ella, apretándose contra su pecho-. Pensé que podría hacerlo, pero no he podido.

Jake se quedó quieto.

– No he podido -repitió.

¿No había podido el qué? ¿Amarlo? ¿Tener su hijo? ¿Estaba pensando en hacer algo imperdonable?

– ¿Qué quieres decir?

– Estoy tan… -sus palabras se vieron ahogadas por un sollozo.

– Robin…

– Creí que era lo mejor…

– ¡Robin! -exclamó él, apartándose.

– De verdad que no quería herir a nadie…

– Me estás asustando. ¿De qué hablas? ¿Por qué lo sientes?

– Nunca quise hacerte daño.

– Estoy bien.

– Yo no. Voy a dejarlo todo. Voy a rendirme. Quiero volver a casa.

– ¿A casa?

– Sí, a Forever. Contigo. Oh, Jake, estaba equivocada.

Jake parpadeó, asombrado por sus palabras. ¿Iba a volver a Forever?

– ¿Y el niño?

Ella se echó a reír.

– Bueno, si voy a casa, el niño vendrá también.

– ¿Estás diciendo que…?

– ¿Sigue en pie nuestro matrimonio?

– Sí -respondió él, conmovido por su miedo.

– Te amo, Jake.

– Lo sé, pero nunca pensé que eso fuera suficiente.

– Lo es. Es más que suficiente.

– Oh, Robin -exclamó, levantándola en volandas y enterrando su rostro en el pelo de ella.

Robin suspiró y se agarró a los hombros de él. Luego enredó las manos en su cabello y tocó su cara como si quisiera guardarlos en la memoria.

Finalmente, se echó hacia atrás y sonrió.

– ¿Qué es eso del avión de Derek?

– El padre de Derek tiene un avión privado -le explicó, dejándola en el suelo y apoyando una mano en su vientre liso.

Al hacerlo, sintió que la tierra temblaba bajo sus pies.

– ¿Quién es el padre de Derek?

– Roland Sullivan -contestó, dando el nombre del industrial más importante de la costa oeste-. ¿De verdad hay aquí un bebé?

– ¿Derek es el hijo de Roland Sullivan? -preguntó asombrada Robin.

– Sí. ¿Qué te pasa? ¿Estás mareada?

– Estoy bien. Entonces Derek debe ser…

– ¿Rico? -Jake apretó el pulgar contra su ombligo.

– Sí -dijo ella, agarrando su mano.

– Claro.

– ¿Entonces por qué vive en…?

– Robin, ¿cuándo se te va a meter en la cabeza que Forever es un lugar estupendo para vivir? -aseguró Jake-. ¿Tienes una llave del apartamento?

– Sí -contestó, abriendo su bolso y metiendo la mano dentro-. No puedo creerme que estés aquí.

– Estoy aquí -contestó él, soltándola de mala gana para que ella metiera la llave en la cerradura.

Robin abrió la puerta y encendió las luces. El apartamento era pequeño y estaba bien ordenado.

– ¿Crees que podríamos conseguir uno también nosotros? -quiso saber Robin, concentrándose en cerrar la puerta y dejando el bolso sobre la mesa.

– ¿Un qué?

– Un avión. Te quiero más que a nada en este mundo, Jake. Pero quiero que tengamos lo mejor. No quiero volverme loca en Forever.

– ¿Quieres que compremos un avión?

Jake decidió que se lo pensaría, a pesar de lo extravagante de la idea.

Después de todo, aquella mujer le iba a dar un hijo y le estaba ofreciendo en bandeja su sueño. Lo menos que podía hacer era reunirse con ella a medio camino.

Pero, ¿un avión?

Robin asintió.

– Si trabajas para Derek, te tendrá volando todo el tiempo.

Pero si ella seguía queriendo un avión, se lo compraría.

– Rechacé su oferta -contestó ella-, así que seguro que ya ha contratado a alguien.

Jake soltó una carcajada. Robin estaba preciosa cuando decía tonterías.

– Sí, claro. En Forever hay docenas de chicas guapas e inteligentes que hablen seis idiomas. Estoy seguro de que ya ha encontrado a alguien para ese puesto.

– Es un trabajo perfecto. Porque supongo que era verdad, ¿no? -los ojos de Robin brillaron de felicidad.