Robin caminó por la suave arena y se abrazó los hombros fríos. Estaba comportándose como una estúpida, se dijo. Parecía que todos se estaban divirtiendo y los chicos no estaban aprovechándose de la situación.

Robin dio dos brazadas hacia las voces y trató de ver lo que hacían antes de aproximarse más. Quizá pudiera unirse a ellos de una manera discreta.

Vio primero a Rose y luego a Seth y Alex, que la estaban salpicando. Annie y otras chicas estaban agrupadas en una zona poco profunda y reían alegremente.

Un mosquito picó a Robin en el cuello y ella se dio una palmada, pero entonces sintió otra picadura en la oreja. Sacudió la cabeza y, como si se hubieran pasado la señal unos a otros, fue rodeada de repente por los zumbantes insectos. Robin se sumergió bajo el agua y se alejó de la orilla.

Cuando salió a la superficie, la rodearon de nuevo los pequeños insectos. Se hundió de nuevo en el agua y buceó, alejándose de donde estaba y de las voces y las risas. Salió cuando sus pulmones no aguantaron más.

Entonces tomó aire profundamente. Los mosquitos ya no estaban, pero la corriente la había atrapado y la había llevado lejos de la playa de las chicas. Robin pensó que habría sido mejor haberse quedado en casa.

Se puso a nadar. Era una buena nadadora, pero avanzaba lentamente en medio de aquellas frías aguas. Le sería más fácil al lado de la orilla, donde la corriente era más débil, pero se acordó de los mosquitos y se mantuvo alejada de los arbustos que daban abrigo a los cisnes.

Su pie golpeó una rama oculta bajo el agua. Fue un dolor intenso y agudo, que le hizo dar un grito. Entonces se puso en pie, pero inmediatamente sintió que empezaba a hundirse en el lodo. Con un estremecimiento, volvió a ponerse a flote, tratando de no pensar en las sanguijuelas.

Comenzó a nadar rítmicamente, pensando en su enorme toalla y en la furgoneta de Annie. Se alejó un poco más de la orilla. Su pie volvió a golpear un árbol caído. Dio una brazada, pero su tobillo de repente se enredó en un grupo de ramas que tiraron de ella hacia debajo del agua.

¡Lo que le faltaba! Se puso a flote rápidamente y trató de liberarse de las ramas. Se torció el tobillo en el intento y dio un grito sofocado.

Notó el zumbido de un mosquito al lado de la oreja. Lo esquivó y luego, con mucho cuidado, tocó las ramas que tenía debajo con el otro pie. Estaban cubiertas de lodo. En un momento dado, notó un algo sólido y se apoyó en ello con alivio, tratando de mantener el equilibrio con los brazos.

Le dolía un poco el pie que tenía atrapado, pero estaba segura de que no era nada serio. Además, como el agua estaba muy fría, era como si se hubiera puesto hielo. Lo movió hacia la izquierda y no sintió nada. Lo hizo hacia la derecha, y tampoco.

Bajó la mano por la pierna hasta encontrar las ramas. Se dio cuenta de que no podría agarrarlas sin hundir la cabeza, así que se sumergió y tiró de la rama que la tenía atrapada con todas sus fuerzas.

La rama no se dobló ni se quebró. Robin sacó la cabeza y se limpió los ojos.

¿Debería pedir ayuda? ¿No sería el momento más divertido de su último año?, pensó, imaginándose a los ocho muchachos nadando alrededor de ella desnudos, tratando cada uno de ser el héroe que la liberara. Robin se estremeció.

¿Cuánto tiempo tardaba una persona en sufrir una hipotermia, estando inmersa en agua helada? No podía recordar lo que su manual de primeros auxilios decía. Como normalmente recordaba todo, se preguntó si aquello sería una señal de que su cerebro se estaba congelando.

Pero seguramente estaba exagerando, se dijo. A pesar de que empezaba a tener carne de gallina y a sufrir escalofríos, estaba segura de que no corría un peligro inminente de congelación.

Se sumergió una vez más y usó las dos manos para liberar su pie. Pero cuando salió a la superficie, se dio cuenta de que no había conseguido nada y soltó una maldición.

– ¿Necesitas ayuda?

Casi dio un grito al oír la voz masculina que oyó a su espalda.

Al volverse, descubrió que se trataba de Jacob Bronson. Un muchacho larguirucho y de hablar lento, que procedía de una de las familias más pobres de la localidad. Llevaba siempre unos vaqueros demasiado cortos y faltaba a clase más de lo que iba porque tenía que trabajar en un terreno miserable que su padre llamaba granja.

– Oh -exclamó ella.

Era bastante evidente que necesitaba ayuda y no pensaba que Jacob fuera peligroso. Quizá intentara algo, pero también lo harían Seth o Alex, si les diera la oportunidad.

A ella la llamaban la Princesa de Hielo por sus aires distantes y la manera en que mantenía a raya a los chicos. Lo cual se debía más al miedo que al hecho de que se sintiera superior. Y en ese momento, no le faltaban razones para tener miedo, ya que no era difícil imaginar lo que podría presumir cualquiera de los muchachos al haber tocado las nalgas desnudas de Robin Medford al intentar salvarla.

Así que decidió que era mejor que ocurriera sin audiencia y con un chico discreto. Aunque pensaba que incluso Jacob rompería su silencio para hablar del acontecimiento.

Pero fue en ese momento cuando vio que Jacob iba a tocar con sus grandes manos sus piernas desnudas.

Ella miró nerviosamente sus ojos azul oscuro. El chico no se estaba riendo de ella, ni tampoco la miraba con deseo. De hecho, parecía verdaderamente preocupado. Ella tragó saliva.

Su voz tembló al contestar a su pregunta.

– Sí, por favor.


Las manos de Jacob tocaron su tobillo con suavidad. Su mejilla estaba muy próxima al ombligo de ella, bajo el agua.

Robin miró hacia el cielo pálido, donde una luna en cuarto menguante trataba de brillar a pesar del sol de medianoche que flotaba sobre las lejanas montañas. Ella trató de fingir que aquello no estaba sucediendo.

La mejilla de Jacob rozó su vientre. Robin respiró hondo mientras notaba una extraña sensación a lo largo de sus caderas. La presión de la rama del árbol disminuyó por un instante, pero luego volvió. Robin sintió de nuevo el dolor.

– Lo siento -dijo Jacob después de salir a la superficie.

Ella hizo un gesto negativo.

– No te preocupes.

Robin se daba cuenta de que él estaba tratando de ser amable. Al ver su torso desnudo, se preguntó si no sería mejor sufrir un ataque de hipotermia. Nunca iba a poder olvidarse de aquello.

– Voy a tener que… -comenzó a decir él.

– ¿Qué?

Robin no quería que Jacob pidiera ayuda.

– Bueno, entonces tendré que… -el chico se pasó la mano por el cabello-… abrazarme a tu pierna y…

– ¿Y qué hay de malo? -preguntó ella aliviada.

Estaba empezando a preocuparse ante el hecho de que Annie pudiera acercarse, buscándola.

– Pero date prisa -añadió.

– De acuerdo. Lo siento.

Entonces se sumergió de nuevo.

Robin notó cómo la brisa fresca acariciaba su cabello húmedo. Pero también el calor de los fuertes brazos de Jacob que se metieron… ¡entre sus piernas! Robin abrió los ojos de par en par.

Los hombros de Jacob rozaron los muslos de Robin y ella volvió a sentir un escalofrío. Sentía como… como…

Cerró los ojos mientras todo su cuerpo parecía agitarse de deseo. Las manos de él agarraron su tobillo y sus hombros se flexionaron tentadoramente. Luego, de repente, el cuerpo de Jacob se elevó, pegado al suyo, tratando de salir a la superficie.

El muchacho se quedó completamente inmóvil, mirando intensamente hacia detrás de ella, hacia los arbustos de color oscuro de la orilla. Robin vio las gotas de agua que colgaban de sus pestañas densas y sintió calor y vergüenza. Sin darse cuenta, separó los labios.

De repente, no tenía prisa por liberarse. Quería que Jacob se frotara contra sus piernas de nuevo. Le gustaba el tacto de su piel bajo el agua.

Jacob la miró a los ojos con deseo por un breve instante, antes de sumergirse de nuevo. Ya no intentó tener cuidado en no tocarla, sino que agarró su tobillo con todas sus fuerzas, a la vez que las ramas. Sus hombros, su pelo y su cuello se rozaron alternativamente con la parte interior de los muslos de Robin y luego un poco más arriba.

Ésta sintió las rodillas flojas y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el equilibrio. Se agarró a los poderosos hombros de él y, al sentir la fuerza de sus músculos, se sintió segura. Allí, con un pie enredado en las ramas, desnuda dentro del río y frotándose contra Jacob Bronson, se sintió más segura que en toda su vida.

Las viejas y gastadas ropas del chico escondían un magnífico cuerpo y ella, incapaz de resistirse, acarició la parte superior de sus brazos. Tocó sus abultados bíceps mientras la mejilla de él estaba pegada a su muslo.

Y mientras el mundo de Robin se redujo entonces a aquel roce, sintió que el pie quedaba libre.

Cuando él comenzó a subir lentamente, las manos de ella se movieron a la vez, sin dejar de agarrarlo, y diciéndose que era para no caerse.

Lo miró a los ojos y notó por primera vez su barba incipiente. Había un gran contraste entre la de él y la de los otros chicos de la clase, que apenas tenían vello. Él era realmente guapo y Robin se preguntó cómo no se habría dado cuenta de ello antes.

Las manos de él se cerraron suavemente alrededor de su espalda y Robin se dio cuenta de que tenía los pechos fuera del agua, expuestos a los ojos ávidos de él. Se estremeció, pero no hizo intento de cubrirse. Se oyó el aullido de un coyote y la respuesta de sus cachorros.

Jacob iba a besarla. Ella veía el deseo en sus ojos. Finalmente, el deseo se transformó en determinación y el muchacho se inclinó hacia delante.

Ella subió la cabeza y los labios fríos de él rozaron los suyos, calentándoselos. Luego, se abrieron, igual que los de Robin, y la lengua de él entró en su boca. Sabía a menta y olía ligeramente a loción de afeitado, debilitada por el agua del río.

Los brazos de él la agarraron con fuerza y ella apretó los dedos sobre sus músculos, desesperada por estar más cerca. Notó que él se agarraba al lecho del río, para que no le llevara la corriente. Era fuerte y seguro.

Jacob la levantó y apretó su cuerpo desnudo contra el de él. Ella se agarró a su cuello y comenzó a enredar las piernas alrededor de la cintura de él. Se dijo que para no caerse.

Robin notaba el murmullo del río, pero apenas se daba cuenta de nada que no fueran las sensaciones que notaba en su interior. Un tumulto de sensaciones que luchaban por abrirse a lo desconocido.

Cuando Jacob se separó, ella se sintió desagradablemente abandonada. Pero entonces Jacob la besó en el cuello y agarró sus nalgas. Ella apretó la cadera de él con sus rodillas.

– ¿Robin? -dijo él con voz ronca.

Jacob acarició su cabeza y la apretó contra su hombro.

– No quieres que suceda, ¿verdad?

– ¿El qué?

¿De qué demonios estaba hablando? Ella lo deseaba más de lo que había deseado antes nada en su vida. Era completamente suya. Jacob era hermoso y valiente. Era el chico… no, el hombre que siempre había esperado.

– Robin -repitió él-, tenemos que parar.

– No -protestó ella, acercando la cabeza a su hombro y lamiendo las gotas de agua de su piel. Era delicioso.

Él gimió y se apartó para mirarla fijamente a los ojos. Había en su mirada inteligencia y determinación.

– Sé que no quieres que ocurra.

Jacob la estaba rechazando.

Robin negó lentamente con la cabeza, en un intento de detenerlo.

Cuando él habló de nuevo, su voz sonó implacable.

– Eres Robin Medford y yo soy Jacob Bronson. Así que sé que no quieres que esto suceda.

Ella sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y golpeó los hombros de él con los puños cerrados.

Porque tenía razón.

Y porque a la vez estaba equivocado.

– ¿Robin?

Le costó unos segundos darse cuenta de que esa voz pertenecía al presente y no al pasado.

Robin levantó la mirada y vio aquellos mismos ojos de color azul oscuro.

Capítulo Dos

Jake sintió la fragilidad y confusión de Robin y tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse llevar por los recuerdos. La última vez que ella lo había mirado de aquel modo, había estado desnuda en sus brazos y él había tenido que utilizar toda la energía y el valor que poseía para evitar hacerle el amor.

Por un momento, fue como si hubieran viajado en el tiempo a la noche de antes de la graduación. Habría jurado que podía oír el murmullo del agua y oler el perfume a limón de ella, que podía sentir de nuevo su piel húmeda, suave y caliente bajo sus manos.

De repente, se abrió la puerta de cristal, dando un golpe.

– ¿Robin? -gritó Connie, su hermana mayor-. Hola, Jake. ¿Has terminado de trabajar por hoy?

Jake apartó los ojos de Robin e hizo un esfuerzo por borrar los recuerdos. No había vuelto a aquella playa jamás.