– Me sorprende, eso es todo. Pensé que te dedicabas a viajar, buscando nuevas rutas turísticas.
– Es verdad. Me dedicaba a buscar lugares, pero cuando estás en sitios lejanos, es útil tener algunos conocimientos de medicina.
– Es normal -contestó Jake, asintiendo.
En ese momento, un mosquito se acercó a la nariz de Robin, que se lo quitó con la mano. Sabía que debería despedirse y ayudar a Connie con la comida. Pero no le apetecía. Jake era un hombre muy atractivo.
No podía evitar preguntarse lo que pasaría si se encontraran a medianoche con treinta y dos años, en vez de con dieciocho. ¿La rechazaría también?
Robin dio un paso hacia delante y contempló los anchos hombros que ocultaba la camisa. Le encantaría tocarlo y sentir aquellos músculos, endurecidos por el tiempo y el trabajo.
Se aclaró la garganta.
– ¿Todos tus caballos tiran a las personas? -preguntó Robin. Le era difícil mantener una conversación informal cuando sentía por dentro aquel deseo cada vez más fuerte.
– No todos -contestó él con voz grave. El susurro del viento les recordó que estaban solos-. Tengo algunos que se pueden montar.
– Ah, menos mal.
– ¿Quieres probar uno de ellos?
– ¿Un caballo?
– No, un toro -replicó él, esbozando una sonrisa-. ¿Sabes montar?
A Robin le costó recuperar la voz.
– Sí, sí. Sé montar. Wild Ones Tours estaba pensando en hacer una ruta de siete días a caballo en Brasil el año pasado.
– Bueno, pero esto no es Brasil -ladeó la cabeza hacia las montañas que había detrás del rancho-. En cualquier caso, tengo una pequeña yegua que necesita hacer un poco de ejercicio. ¿Te gustaría dar una vuelta?
– ¿Contigo?
– Conmigo.
Las piernas de Robin se aflojaron de repente. Quizá se le hubieran debilitado por la carrera. ¿Quién podía saberlo?
– ¿Los dos solos?
– A menos que pienses que necesitamos una carabina -sugirió él con una sonrisa.
Pero al mirarla a los ojos, su sonrisa desapareció.
Robin notó cómo el deseo fluía por sus venas.
Jake se quedó callado. El aire que los rodeaba parecía lleno de energía.
¿Tendría razón Connie?, pensó Robin. ¿Sería así como el destino te alcanzaba y atrapaba?
Era demasiado pronto para estar fértil, así que el destino no quería que Jake fuera el padre de su hijo. Quizá solo quería que tuvieran unas relaciones sexuales maravillosas.
– Claro -sonrió-. Me iré a montar contigo.
Jake ató los caballos en un pequeño claro que daba al Forever. Allí la corriente del río salía a la superficie para desaparecer en la grieta de una roca.
Era fácil estar cerca de Robin. Lo difícil era estar relajado a su lado.
Por ejemplo, en ese momento. Ella estaba a unos metros de allí, observando el río que corría debajo. Desgraciadamente, Jake no podía sacudirse el deseo que emergía por cada uno de los poros de su piel. Lo único que le apetecía era tirarla sobre la hierba y ver cuánto tiempo necesitaba para que sus besos lo volvieran completamente loco, arruinando sus posibilidades de formar una familia con cualquier otra mujer.
– ¿Has escalado alguna vez esta ladera? -preguntó Robin, dando un paso hacia el acantilado para mirar hacia abajo.
Jake se acercó rápidamente, dispuesto a agarrarla si hiciera falta. Pero luego recordó el trabajo de Robin y pensó que probablemente estaba acostumbrada a mirar desde lo alto de altas montañas.
La mujer no corría peligro, era más bien él el que era capaz de suicidarse si tiraba de ella hacia atrás y la apretaba contra sí.
– Me parece una pérdida de tiempo y de energía -contestó, metiéndose los pulgares en el cinturón de piel, que era donde mejor estaban.
– ¿Eso crees? Pues yo creo que podría proponer esta escalada a Wild Ones.
– ¿Sí?
– Sí. Paseos a caballo, escalada y bajada del río. ¿Quién sabe? Quizá algún día Forever sea la meca del turismo de aventuras en el territorio Yukon -dijo ella, sonriendo y apartándose del borde.
«¿Y entonces volverías?» Jake cerró los ojos y movió la cabeza, disgustado consigo mismo. Si no se andaba con cuidado, se enamoraría de nuevo de ella y luego se quedaría allí solo y abandonado mientras ella embarcaba en el hidroavión.
– ¿Tú escalas?
Ella se encogió de hombros.
– He dado algunos cursillos en Suiza, pero nunca he hecho una escalada importante.
– ¿Importante?
– Me refiero al Everest, el Matterhorn o el K-2.
Esas palabras de Robin evidenciaban sus diferentes estilos de vida. Como si hiciera falta dejarlo claro.
Robin dio algunos pasos sobre la hierba y se sentó entre un grupo de amapolas y arbustos. Incluso en vaqueros y camiseta, su aspecto era exótico y fuera de lugar. Forever y Robin nunca habían pegado mucho.
Jake se agachó a una prudencial distancia y agarró un arándano agrio, que se llevó a los labios. El jugo llenó su boca al morderlo.
Robin esbozó una sonrisa que lo hizo estremecer.
– Además, hacer vuelo sin motor es mucho más divertido y hay que hacer menos esfuerzo.
– ¿Has hecho vuelo sin motor?
Desde luego, era un poco intimidante hablar con una mujer así.
– No se puede aprobar un viaje de riesgo sin vivir las aventuras personalmente.
– ¿Y has practicado caída libre?
Robin esbozó una sonrisa amplia.
– No, no me gusta.
– ¿Por qué no?
– No es bueno para el pecho.
Él sintió ganas de tumbarla sobre la hierba y acariciarle la zona en cuestión.
– Entiendo -dijo él, observando cómo ella agarraba una baya y comenzaba a jugar con ella.
Robin levantó la vista y vio a dos águilas que volaban sobre ellos.
– Tú nunca has salido -dijo, mirándolo fijamente a los ojos.
– Y tú nunca regresaste.
– Ahora estoy de vuelta.
– Pero no para quedarte.
– No, no para quedarme. ¿Y tú? ¿Es que no tienes curiosidad por ver qué hay más allá de esas montañas?
– No -dijo él después de parpadear.
– ¿Y por qué no?
– Porque ya sé lo que voy a encontrarme detrás de esas montañas.
– ¿Y no te atrae?
Él no estaba seguro de si podría hacerle entender por qué le gustaba tanto Forever. Entonces vio un grupo de cisnes salvajes junto al río y los señaló.
– ¿En cuántos lugares puedes ver algo así?
– En pocos -admitió ella-. Pero llevas toda tu vida viendo esto y te has perdido las maravillas que hay en otros lugares del mundo -dijo excitada-. No puedes ni imaginarte lo que es ver una puesta de sol en una playa solitaria de América del Sur o una manada de leones en la llanura de Serengueti. Su rugido te llena de terror y respeto.
Él se dio cuenta de que, aunque su cuerpo estuviera a pocos centímetros de él, el espíritu de Robin no estaba allí. Había sido un estúpido al haberse pasado los últimos quinces años soñando con ella. Retenerla en Forever sería como tratar de enjaular el arco iris.
Debería irse a su casa en ese preciso instante y echar un vistazo a esas cartas. Necesitaba una esposa de verdad y no un sueño que lo dejara destrozado cada vez que despertaba.
– ¿Por qué no lo intentas? Podrías irte, tal como hice yo -preguntó ella, mirándolo con gran intensidad.
Él se puso tenso. Lo cierto era que muchas veces se había quedado mirando el hidroavión, cuando este despegaba.
– Es evidente que tienes dinero suficiente -insistió ella-. ¿Por qué no te atreves a dar el salto?
Él sacudió la cabeza, pensando en que no tenía sentido enfadarse con ella. Más bien debería tenerle lástima. Si ella no lograba estar feliz en Forever, no lo estaría en ningún lado.
– ¿Por qué estás tan segura de que me conviene marcharme?
– Prueba y verás.
– Soy feliz aquí, Robin.
– No es eso lo que yo recuerdo.
– ¿Por qué lo dices? ¿Porque los niños no se portaban bien conmigo en el colegio? -incluida ella, claro está-. Es cierto, pero sí había otras personas que me querían.
– ¿De veras? -preguntó ella con tono escéptico.
– La señora Wheeler, la panadera, me guardaba siempre una bolsa con comida y la señora Henderson solía darme ropa -dijo él en un tono duro-. Sí, Robin, aquí hay muy buena gente y aquí es donde formaré una familia y me quedaré a vivir.
– Entiendo.
– No, no creo que puedas entenderlo -dijo él con amargura-. Tú eres de esa clase de personas a las que esto les parece poco, que necesitan más para vivir.
Ella apartó la mirada y soltó un suspiro.
– Parece que no tienes muy buena opinión de mí.
Él sacudió la cabeza. No sabía por qué le había hablado así. Siempre se había imaginado que si volvía a tener oportunidad de hablar con ella, se arrodillaría a sus pies. Pero en lugar de ello, allí estaba, atacando su estilo de vida.
– Perdona, no quería…
– Sí, está claro que piensas que soy una ingrata. Pero te aseguro que el hecho de haber nacido aquí no significa que tenga que quedarme en este lugar. Soy libre de hacer lo que quiera.
– Ya lo sé y eso es exactamente lo que has hecho. Está claro que este lugar no significa nada para ti.
Ella lo miró en silencio. Era evidente que las palabras de él le habían dolido. Se había comportado como un estúpido. Ella no tenía ninguna culpa de que él hubiera mantenido durante todos esos años, la esperanza de que había alguna posibilidad para ellos.
– Robin… -la tocó el brazo.
– Tú no me conoces en absoluto.
Entonces él recordó cómo había reaccionado ella en el río cuando él la había besado. Recordó cómo le había rogado que le hiciera el amor. Ella se había entregado a él. Por un breve instante, había sido enteramente suya.
– En eso te equivocas. Conozco lo esencial de ti.
Capítulo Cuatro
¿Que conocía lo esencial en ella? Robin se bajó de la yegua y la condujo, a pie, dentro del sombrío y bien ordenado cobertizo de Jake.
¿Qué quería decir con eso? El aire era pesado y anunciaba que iba a haber tormenta.
Él no la conocía en absoluto, aunque cuando la había mirado a los ojos, ella había sentido como si él pudiera leer en su alma.
¿Por qué había sido tan estúpida de ir a cabalgar con él? Jake le había hecho ponerse a la defensiva. Había conseguido que se cuestionara los valores que habían regido su vida hasta entonces. Así que, por su propia seguridad, en el futuro debería mantenerse alejada de él.
De pronto, oyó a sus espaldas el ruido de las espuelas de él sobre el suelo de tarima.
– Tenemos que hablar acerca de ello.
– ¿Hablar acerca de qué? -preguntó ella, dándose la vuelta y dirigiéndose hacia la puerta.
No había nada de lo que hablar. Él quería quedarse en Forever y ella quería ser una ciudadana del mundo. Eso era todo.
– Del elefante -dijo él, bloqueándole el paso.
Ella levantó la cabeza hacia él.
– ¿De qué elefante?
– Es una metáfora. Me refiero al tema que ambos estamos tratando de ignorar. Es como un elefante dentro del salón de una casa.
– No sé de qué estás hablando -aseguró ella, aunque en realidad se temía que sí sabía a qué se estaba refiriendo.
– ¿Vas a decirme que no te acuerdas? -preguntó él, acercándose.
Ella retrocedió, tragando saliva.
– Porque te aseguro que yo lo recuerdo todo perfectamente. Me acuerdo del modo en que me mirabas, del sonido de tu voz, de tu sabor…
– Jake -dijo ella con voz temblorosa.
– ¿Qué?
– Para.
– ¿Por qué?
– Porque me das miedo.
Era cierto. Le daba miedo la poderosa energía que se desencadenaba cada vez que estaban cerca el uno del otro.
– Lo sé. Pero eso no cambia el hecho de que hace quince años estuvimos a punto de hacer el amor.
– Lo recuerdo.
Él la miró a los labios y ella sintió un escalofrío. Si la besaba, el destino los devolvería al lugar donde habían estado quince años antes.
– Nunca te di las gracias -dijo entonces ella.
– ¿Por qué?
– Aquella noche te portaste como un caballero y nunca te lo agradecí. Así que te lo agradezco ahora.
Él frunció el ceño.
– ¿Quieres que te bese?
– No.
– ¿Entonces prefieres un té helado?
– ¿Qué?
– ¿Que si te apetece un té helado? -repitió él, apartándose y yendo hacia la puerta-. Supongo que estarás sedienta después del paseo.
¿Ya estaba?, pensó Robin. ¿Sólo porque ella había contestado que no, él había desistido? De algún modo, se sintió insultada, aunque supiera que era algo totalmente irracional por su parte.
– Sí, es cierto -contestó ella, recobrando la calma-. Sí que tengo sed y me apetece tomar un té helado.
El interior de la casa era magnífico. Robin se detuvo en la puerta de la cocina, perfectamente equipada, y contempló el enorme salón, rodeado de paredes acristaladas. En el centro, había una mesa, para no menos de doce personas, tallada en caoba. Y en una de las paredes, había un mueble magnífico.
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