– No he abierto ninguna de las cartas.
– ¿De verdad? -los ojos azules se le iluminaron. Esos ojos del color del río Forever y que siempre brillaban con interés y excitación-. ¿Te parece si…? -añadió, haciendo un gesto hacia el montón de cartas.
Jacob se quedó pensativo unos instantes.
– Te podría ayudar a elegir una -insistió ella.
Jacob pensó que a él no le gustaría elegir un marido para ella.
Y desde luego, si ella lo ayudaba, sería uno de los momentos más extraños de toda su vida.
Capítulo Cinco
¿Qué mejor modo de apagar su atracción por Jake? Lo ayudaría a encontrar esposa y así dejaría de pensar en él. De ese modo, él ya estaría atrapado y se volvería inaccesible… Sería perfecto.
– ¿Qué decía el anuncio? -preguntó mientras esparcía las cartas por el sofá.
Entraba una luz suave por la ventana y la lluvia golpeaba los cristales.
Jake esbozó una sonrisa tímida.
– Hombre blanco, soltero, busca…
– No me lo puedo creer -dijo ella, soltando una carcajada.
En ese momento, se oyeron truenos en la distancia.
– …busca mujer para contraer matrimonio. Debe gustarle el aire libre, ser inteligente y estar dispuesta a instalarse en una pequeña localidad del norte.
– Pues parece que hay muchas chicas a las que les gusta el aire libre -había por lo menos cincuenta cartas en el montón. Robin eligió una-. ¡Mira! Te han mandado una foto.
Era una mujer guapa, que llevaba pantalones cortos y una camiseta también corta.
Jake levantó la foto.
– ¿Crees que de verdad será ella?
– Por supuesto. ¿Por qué iba a mandar una foto de otra persona? -Robin comenzó a leer la carta-. Dice que tiene treinta y cuatro años.
– Me parece un poco mayor.
Robin frunció el ceño.
– Ten cuidado con lo que dices. Nosotros tenemos treinta y dos. Dice que le gusta la vida sana, las excursiones, hacer barbacoas… y que tiene un caniche -Robin leyó el siguiente párrafo y no pudo evitar soltar una carcajada.
– ¿Qué pasa?
– Está deseando venirse a vivir al norte -contestó Robin, mirando a Jake por encima de la hoja-. Dice que le encanta North Bay.
Jake hizo un gesto expresivo con los ojos.
– Sí, claro, North Bay. Sin nada alrededor y con Toronto a tres horas de viaje. Vamos a ver otra.
– ¿Hacemos una pila con las que vayas descartando?
– ¿Y por qué no las tiramos todas a la basura? No, espera, Derek también quiere verlas.
Robin dejó la carta sobre la mesilla y abrió el siguiente sobre. Jake se recostó cómodamente en el sofá y esperó a que ella comenzara a leer.
– Otra foto. Oye, esta es igual que Cindy Crawford -aseguró, pasándole la foto.
– Es Cindy Crawford.
Robin sonrió.
– ¿Cindy quiere casarse contigo? Pues será mejor que la contestes cuanto antes o cambiará de opinión.
Jake hizo un gesto con la cabeza y tiró la foto sobre la mesilla de café.
– Otra.
Robin abrió otro sobre.
– Me parece un poco drástico. ¿No hay nadie en el pueblo con quien quieras casarte?
Jake no contestó, pero la miró de un modo significativo.
– Normalmente no.
Pero Robin no se dio por enterada.
No podía hacerlo.
– Mira, ésta tiene veintisiete años. No manda foto, pero dice que le gusta ir de excursión y hacer acampadas -Robin tenía que casar a ese hombre antes de que comenzaran a ocurrírsele estupideces.
– ¿De dónde es?
– De Vancouver. ¡Oh! ¿Te gustan las serpientes?
– No sigas.
– Tiene dos crías de pitón.
Jake gimió.
Robin sonrió.
– Dice que es muy cariñosa con los niños.
– Con los míos no. Otra.
– No te preocupes, Jake, quedan como cuarenta más -abrió otra-. Encontraremos a alguien.
– Le pasaré a Derek a la de las serpientes. ¿Quieres un café?
– Sí, gracias. ¡Oh, Dios mío!
– ¿Qué pasa?
– ¿No es un travestí? -Robin sacó la foto para que Jake pudiera verla.
– ¡Caramba! A mí me daría un poco de miedo tener un hijo con ella. ¡Ésa para Derek! -se levantó-. ¿Cómo te gusta el café?
– Sólo y fuerte. Quizá debieras hacer un viaje a Vancouver o Edmonton para conocerlas.
Robin abandonó las cartas sobre el sofá y siguió a Jake a la cocina. Al parecer, esa clase de anuncios no los contestaba gente muy normal.
– No entiendo que intentes casarte de este modo. Eres inteligente, guapo…
– Gracias -dijo él, destapando la lata del café.
– Creo que si de verdad quieres casarte, te estás poniendo trabas tú mismo. Podías criar caballos en cualquier otro lugar.
Jake apretó los labios y luego dejó la lata de café sobre la mesa con un ruido seco. En ese momento, un rayo iluminó su rostro de facciones duras.
Robin tragó saliva, pero continuó hablando.
– ¿No has pensado alguna vez en irte a una ciudad más grande?
– Sí, lo he pensado -contestó, mirándola seriamente.
– ¿Y?
– Maldije a la mujer que me obligó a hacerlo -fue su respuesta.
– ¡Oh!
Jake puso el café en la cafetera, cuando terminó, cerró la misma y miró a Robin.
– ¿Y tú? Tú también eres una mujer inteligente, guapa…
Robin hizo una mueca mientras miraba hacía el techo con ojos expresivos.
– Gracias.
– ¿Por qué no te has casado?
– He estado en todo el mundo, desde Argentina a Zimbawe, pero no he encontrado al hombre adecuado.
– ¿No se te ha ocurrido ampliar tus opciones?
– ¿A qué te refieres?
– ¿No has pensado nunca en venirte a vivir a Forever?
Robin dio un respingo al estallar un trueno. Miró a Jake mientras la tormenta los envolvía con un aire de extrañeza. El deseo de acercarse a él y abrazarlo, de tenerlo contra su cuerpo, resultó casi insoportable. Pero sabía que aquel hombre suponía una amenaza para su libertad.
Sintió que se le encogía el corazón.
– Terminaría maldiciendo al hombre que me obligara a ello.
Jake no iba a obligarla a quedarse. No importaba el deseo que llenaba sus ojos. Ni tampoco la confusión en la que la tenía sumida. Robin nunca se comprometería a algo así. Quedarse en Forever sería un error impensable.
Estiró la colcha que la cubría.
Robin era fuerte y había tomado una decisión. Cinco días allí no iban a destrozar el trabajo de toda una vida… por muy inteligente y guapo que fuera el hombre. Como le había dicho a Connie, ya no estaban en los años cincuenta, de manera que las mujeres habían dejado de adaptarse en todo a la vida de sus maridos.
Se sacó el termómetro basal de la boca. Tenía un plan de maternidad, un trabajo nuevo en Toronto y se había inscrito en cursos de embarazo y en guarderías. Es decir, que tenía montada su vida fuera de allí.
Se dio la vuelta en la cama y levantó el termómetro para ver cuánto marcaba. Parpadeó al ver la temperatura. Se frotó los ojos y volvió a leerla.
Era algo inesperado.
Ya estaba. Según el termómetro, podría quedarse embarazada durante ese día o los dos siguientes.
Si quería hacerlo, claro estaba.
Si tenía cerca al hombre adecuado.
En otras palabras, si hubiera en Forever alguien suficientemente inteligente y guapo, que pudiera ser un buen padre y que no le importara…
Tragó saliva.
¿Sería capaz de hacer el amor con Jake y marcharse como si no hubiera pasado nada? Eso sí que era una pregunta difícil, se dijo, mordiéndose las uñas.
Él sería el candidato perfecto. No podía pedir un espécimen mejor.
Quizá si se concentrara solo en su meta; si pudiera protegerse emocionalmente; si, como decía Connie, fuera en busca de lo que quería como una apisonadora, sin fijarse en nada más; entonces, quizá podría hacerlo.
Y si pudiera, tendría un hijo que se parecería a Jake. Dentro de un año, aproximadamente, tendría a un niño moreno, o una niña, en sus brazos.
Al pensarlo, notó una especie de calor en el corazón. Se pasó la mano por el vientre y se preguntó qué sentiría al estar embarazada, cómo sería estar esperando un hijo de Jake, porque en esos momentos no podía imaginarse tener un hijo de ningún otro hombre.
– Hola, mamá. Hola, Connie -Robin entró descalza en la cocina, dirigiéndose directamente a la cafetera.
Tuvo que hacer un esfuerzo para contener la extraña mezcla de ansiedad y excitación que bullía en su interior.
– ¿Qué tal estás, hija?
Eunice, la madre de Robin, vestida con una bata de color vino tinto, estaba friendo beicon. La cocina era igual a como la recordaba Robin. Y no podía evitar acordarse de aquellas mañanas en que bajaba y se encontraba en ella a su madre y a su abuela haciendo el desayuno.
Connie se parecía a su padre, que había muerto cuando Robin tenía solo tres años, así que apenas era una sombra para ella. Así que su familia había estado formada por su abuela, su madre y Connie.
– Hace un día precioso -exclamó, dando un suspiro y sonriendo después de servirse una generosa taza de café.
Era agradable volver allí a pasar unos días.
– Como anoche volviste muy tarde -comentó Connie-, creí que te levantarías más tarde.
¿Levantarse tarde? No era lo que tenía pensado para esa mañana. Estaba en un día fértil y tenía que intentar quedarse embarazada.
– ¿No te dijo Jake que estuve ayudando a Derek con unos clientes?
– Sí -contestó Connie.
– Me alegra verte tan contenta -aseguró la abuela, tocando en el brazo a Robin cuando esta pasó a su lado para sentarse a la mesa.
– Buenos días, abuela -Robin se inclinó para darle un beso en la mejilla-. ¿Cómo estás?
– Estupendamente. Los chicos de Connie me van a llevar esta mañana de paseo a ver a los cisnes. En eso Sammy es la viva imagen de su bisabuelo, ¿no crees? Eunice, ¿encontraste mi jersey de lana?
– Sí, mamá.
– No le digas a los niños que la abuela ya sabe cómo son los cisnes -advirtió Connie-. Están muy contentos porque creen que la van a sorprender.
– No les diré nada -prometió Robin.
– ¿Cómo va la búsqueda de esposa de esos dos? -quiso saber Connie.
– No muy bien.
– Deberían habernos pedido ayuda -añadió Eunice.
Robin pensó en que, como en cualquier pueblo, en Forever era imposible guardar ningún secreto.
– ¿Qué te parece Derek? Es un buen chico, ¿verdad? -comentó la abuela-. Es muy simpático y tiene su propia empresa.
– Sí, abuela.
– También es guapo.
– No voy a casarme con Derek, abuela.
– Y tiene dinero.
– Lo siento, abuela.
– Bueno, siempre hay esperanza, ¿no?
– No voy a casarme con nadie. Voy a empezar a trabajar en una nueva empresa el lunes.
Aunque eso no impediría que fuera a tener también un niño, pero nada de casarse.
De pronto, se oyó un grito en el salón.
– ¡Mamá! Sammy me ha pegado.
Bobbie irrumpió en la estancia y se arrojó en los brazos de Robin.
– Sálvame, tía Robin -suplicó, abrazándola.
– Me ha tirado el camión -protestó Sammy, parándose también delante de Robin.
– ¿Le has tirado el camión? -preguntó Robin a Bobby al oído.
– Pero sin fuerza -contestó Bobby.
– ¿Lo ves? -interrumpió Sammy.
– ¿Queréis tortitas antes de ir al río? -quiso saber Connie.
Al oír aquello, los niños se olvidaron inmediatamente de la pelea.
La fiesta de cumpleaños sería el sábado, pero Jake había dejado que fueran el jueves por la tarde a ayudarlo a hacer los preparativos. Iban a ir como veinte personas para colocar la enorme carpa bajo la que se pondría la pista de baile, el escenario y la mesa dónde comerían. Como había invitado a casi todo el mundo, la carpa era el único espacio suficientemente grande para albergar a tanta gente.
Mientras Jake esperaba a las personas que iban a ayudarlo, no pudo evitar recordar lo mucho que se había divertido la noche anterior con Robin. Al acordarse de ella, el salón se le antojó de repente muy vacío sin su presencia.
Sonó el timbre de la puerta y Jake, tratando de sacudirse aquella sensación de soledad, fue a abrir.
Media hora más tarde, el salón estaba lleno de gente. Cuando finalmente llegó Robin, con su madre y Connie, Annie Miller se levantó y fue hacia ellas.
– Estás guapísima -exclamó Annie, abrazando a Robin.
Jake sintió celos.
Robin frunció el ceño y se miró el vestido.
– No me había traído nada y tuve que ir al desván y sacar el traje de la fiesta de graduación.
Era el vestido ceñido que había vuelto loco a Jake quince años antes. Si Robin tenía planeado ponerle al límite aquella noche, no lo podía haber hecho mejor.
– ¿Te está bien? -dijo Annie-. Te odio.
Robin dio un paso hacia atrás para observar a Annie.
– Tú también estás estupenda.
Era cierto que Annie estaba guapa, pero era Robin la que le alteraba el pulso a Jake, quien fue hacia ellas.
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