– Supongo que resulto muy obvia -dijo la signora-, pero anhelo tener nietos y estoy envejeciendo.

– No creo que podamos hablar de nietos -se apresuró a decir Elise-. Vincente y yo sólo estamos…

– Claro, claro. No pretendía… hablemos de otra cosa -dijo ella. Elise aceptó, aliviada.

Aunque se decía que lo odiaba por cómo la había tratado, lo echaba mucho de menos y pasaba del odio a la tristeza. Sabía que si aparecía le perdonaría todo.

Su madre había planteado la posibilidad del matrimonio, e hijos. No podía negar que anhelaba eso. Pero debía ser su secreto. Ellos aún estaban batallando. Él tenía las riendas de momento, pero aún podía luchar con él. Seguramente sería así toda su vida.

Se preguntó si eso era amor. Era violento y peligroso, muy distinto de lo que había compartido con Angelo. Pero podría ser amor.

– Disculpe -dijo. Su anfitriona le había dicho algo y, ensimismada, no lo entendió-. ¿Qué ha dicho?

– Empieza a hacer fresco. Entremos.

Una vez dentro, fue a la cocina a pedir más café y Elise paseó por la habitación, mirando los libros y los bonitos muebles.

De repente vio algo que le paralizó el corazón. Se acercó a la pared, incapaz de creer lo que veían sus ojos.

Era una acuarela de la Fontana de Trevi, con un joven sentado al lado. Tenía la mano en el agua y sonreía. Era Angelo.

Capítulo 8

Era el cuadro que ella había pintado ocho años y muchas vidas antes. Se lo había regalado y se había preguntado qué habría sido de él. Ya lo sabía.

– Ése era mi sobrino -dijo la signora Farnese, a su espalda-. Él que mencioné antes.

– ¿Su… sobrino? -consiguió decir Elise. Un escalofrío se apoderó de ella, percibía que iba a enterarse de algo aterrador.

– Se llamaba Angelo -dijo la signora con tristeza-. Lo crié y amé como si fuera hijo mío.

Elise sintió que se convertía en hielo. Angelo, el joven al que había amado con desesperación y llorado durante años, había sido parte de esa casa y esa familia. Una vocecita en su cabeza le advirtió que no podía tratarse de una coincidencia.

– ¿Qué le ocurrió? -consiguió preguntar.

– Fue víctima de una mujer cruel -dijo la signora Farnese con amargura-. Ella lo mató -al oír el gemido de Elise, siguió hablando-. Fue como si lo matara. Se quitó la vida porque no pudo soportar lo que ella le había hecho.

– ¿Él… se suicidó? -susurró Elise. Había sabido que Angelo había muerto, pero no así-. ¿Qué le hizo esa mujer? -preguntó con un hilo de voz.

– Aceptó su amor y le hizo creer que lo amaba, pero después lo abandonó por otro hombre, un hombre con más dinero… o eso creyó ella.

– No… no entiendo.

– Angelo quería ser independiente, así que alquiló un pequeño piso en el Trastevere y vivía como un estudiante. Me pregunto si ella lo habría abandonado de saber que pertenecía a una familia adinerada.

– Quizás ella no lo hiciera por dinero -protestó Elise-. Tal vez hubo otra razón.

– Nunca vi al otro hombre, pero la gente decía que era un gordo y de mediana edad -rezongó la signora-. Elegir eso en vez de a Angelo sólo es comprensible por cuestión de dinero.

Elise tuvo la sensación de estar ahogándose.

– ¿Qué le contó de ella? -preguntó.

– Muy poco. Ni siquiera me dijo su nombre. La llamaba Peri, y pasaba todo el tiempo con ella. Venía a casa, hablaba de su adorada Peri y se iba. Vincente y yo nos reíamos de verlo tan enamorado.

– Vincente…

– Pensamos que lo haría feliz, pero lo destruyó. Un día vino destrozado. Ella le había dicho que todo había terminado, pero no podía creerlo. Esa noche volvió al piso que compartían, esperando que ella le dijera que había sido un error, que aún lo amaba. Pero el otro hombre estaba allí; lo vio en la ventana, abrazándola, y se burló de él… -calló.

Elise no podía hablar. Miraba a la mujer horrorizada, rememorando la escena que había sido parte de sus pesadillas durante años.

– Me enteré después, por los vecinos que lo vieron. Angelo estaba en el jardín, bajo su ventana. Lo oyeron suplicarle que no lo traicionara, y la vieron en brazos del otro hombre, dejando que la cubriera de besos. Angelo, cuando no pudo soportarlo más, se marchó en su coche. Nadie volvió a verlo vivo. Se estrelló. Según los vecinos ella se fue de Roma esa noche, sin esperar a saber nada de Angelo. Después de jurarle que lo amaba, se fue sin mirar atrás.

– ¿Ni siquiera una vez? ¿No le telefoneó…?

– Puede. Una mujer llamó al piso cuando yo lo estaba vaciando, una semana después. Le dije que había muerto, sin saber quién era. Espero que fuese ella. Espero que sepa lo que hizo y que eso la atormente y le rompa el corazón; pero sé que no tenía corazón.

Elise oyó un terrible clamor en sus oídos. Ese momento llevaba esperándola ocho años, pero no tenía defensas. No sabía cuánto tiempo llevaba allí parada, pero de pronto algo cambió.

Se dio la vuelta lentamente y vio a Vincente en el umbral, contemplándola con expresión pétrea. En ese momento lo comprendió todo.

– ¡Vincente, hijo mío! -exclamó su madre con deleite-. No me dijiste que volvías a casa.

– Fue una decisión de última hora, Mamma. Quería darte una sorpresa.

– Es una sorpresa muy agradable -le dio un abrazo-. Iré a pedir que te hagan la cena -salió, dejándolos a solas.

Elise caminó hacia él lentamente. Su expresión acabó con cualquier duda que aún pudiera tener.

– Lo sabías. Sabías quién era desde el principio.

Él asintió. Ella lo miró atónita. El sentimiento de sentirse traicionada era aterrador.

– Nunca lo imaginé -susurró-. Pero debí hacerlo, ¿no? Ahora resulta obvio.

– Elise…

– Angelo era tu primo.

– ¡Calla! -advirtió él-. No dejes que mi madre te oiga. No tiene ni idea de quién eres, y no debe saberlo. No pretendía que os conocierais así.

– No pretendías que nos conociéramos, para que yo no descubriera tu engaño. He sido como una marioneta para ti, ¿verdad?

– Eres mucho más que eso. Espera a que hablemos y no dejes que mi madre sospeche, por favor.

La signora regresó toda animosa y le dijo que su cena llegaría pronto.

– Sólo un tentempié, Mamma. No tengo apetito. Debería llevar a Elise a su casa.

– Tonterías, querido. Elise no está lista para irse.

No tuvieron más opción que obedecer aunque la tensión era palpable. Canturreando de alegría, la signora puso comida y café ante su hijo y lo contempló posesivamente mientras comía.

– ¿Ha ido bien tu viaje?

– Tanto que he podido regresar antes de tiempo.

Elise se preguntó cómo él podía sonreír y hablar con normalidad. Pero recordó que no tenía corazón ni sentimientos, y no le importaban los de otros. Si no fuera así, no podría haberla abrazado y decirle palabras de pasión mientras tramaba contra ella.

El dolor era casi insoportable, pero consiguió reunir el coraje suficiente para estar a su altura. Si él podía engañar, ella también. Protegería a esa dulce mujer que la había recibido con tanta calidez.

Así que charló e incluso sonrió, aunque se moría por dentro. Para empeorar las cosas, la signora les miraba radiante, como si esperase que pronto fueran una pareja feliz.

Finalmente, Vincente se puso en pie y dijo que la llevaría a casa.

– No hace falta. Puedo ir en taxi.

– Te llevaré -afirmó él.

– Claro -dijo su madre. Lo besó en la mejilla y le susurró al oído-. No tengas prisa en volver.

Condujeron en silencio hasta el piso.

– Entremos -sugirió él.

– Preferiría que te fueras.

– No me juzgues antes de escuchar lo que tengo que decir -dijo él con voz dura.

– Conocías mi vínculo con Angelo desde el principio -dijo ella, ya en el piso, como si intentara explicarse lo ocurrido-. Antes de ir a Inglaterra.

– Sí, lo sabía.

Ella percibió que no sonaba como un hombre victorioso por el éxito de sus planes. Sonaba como si estuviera tan mal como ella. Sin embargo, rechazó esa idea. No podía permitirse ninguna debilidad.

– ¿Cómo me encontraste?

– Contraté a un detective.

– ¡Dios mío!

– Apenas sabía nada de ti, ni tu nombre. Angelo sólo te llamaba Peri. La noche que Ben fue al Trastevere entró y salió sin presentarse a nadie. Examiné esas habitaciones con todo detalle, convencido de que encontraría algo para identificarte. Pero no había nada relacionado contigo.

– Eso fue cosa de Ben -dijo ella-. Recuerdo que insistió en recogerlo todo. Era un obseso. Yo era su propiedad y no quería dejar ningún rastro de que hubiera estado con otro hombre.

– Lo creo de Ben. No había nada. Tuve que apañarme con una foto que encontré en el bolsillo de Angelo tras su muerte.

– ¿Le diste mi fotografía a un detective?

– Era lo único que tenía y, antes de que me condenes, no viste a Angelo cuando lo sacaron de aquel coche, con el cuerpo y el rostro machacado…

– Calla -dijo ella, dándose la vuelta para que no viera las lágrimas que llenaban sus ojos.

– Me sentí justificado para hacer cualquier cosa. Contraté un detective, pero no encontró nada. Tuve que rendirme. Pero el año pasado me dieron el nombre de un tal Razzini, un genio en este tipo de trabajo. Te encontró en un mes.

– Y por eso le ofreciste trabajo a Ben, para que viniese aquí y me trajera -dijo Elise con amargura.

– No sólo para eso -dijo Vincente-. Lo odiaba por lo que le hizo a Angelo y quería que pagara.

– ¿Cómo? ¿Qué ibas a hacerle? ¿Arruinarlo? Acusarlo de algún delito para que fuera a la cárcel.

– Pensé en eso. Habría sido un placer.

– Pero decidiste otra cosa -dijo ella-. ¿Qué? No te hagas el tímido a estas alturas.

Elise sentía dolor, pero se abandonaría a él más tarde. En ese momento le sería más útil la furia.

– ¿Por qué no me haces un resumen de todo lo que has hecho desde que nos encontramos junto a la tumba de Ben? -lo retó, colérica-. Quiero saberlo todo: cada mentira, cada engaño. Háblame de las veces que has simulado hacerme el amor mientras por dentro te reías de mí.

El rostro de él se oscureció hasta un punto que habría dado miedo a otros. A Elise le daba igual.

– ¡Debes haber disfrutado mucho! ¿Qué pensabas? ¿Éste es por Angelo? ¿O la venganza de Angelo ha llegado esta noche, cuando viste que comprendía la horrible verdad? Pero tu venganza no acaba aquí. Seguirá conmigo siempre, envenenando no sólo mis recuerdos de ti, sino los de él. ¡Dios, estaba mejor con Ben! Cuéntame qué planes tenías.

– Calla y escucha -interrumpió Vincente-. No puedo contarte mi plan definitivo. Quería conocerte antes de decidirlo. Ben alardeaba de ti. Aunque te engañara con muchas mujeres, seguía estando orgulloso de que fueras suya, por tu belleza. Cuando oí eso en su voz, supe cómo podía hacerle daño.

– ¿A través de mí?

– Sí.

– ¿Cómo? ¿Haciendo que le traicionara contigo?

Vincente no contestó. Los ojos de ella destellaron y le dio una bofetada. Él no se apartó a tiempo. Le dejó una marca en la cara, pero él no se la tocó.

– Es eso, ¿no? Lo habrías humillado. ¿Y si yo no hubiera seguido tu juego? ¿Tan seguro estabas de que caería rendida a tus pies?

– No soy tan malvado -dijo él.

– Yo creo que sí. Estabas seguro de mí. Creías que no podías fracasar porque yo no era más que una buscona que seguiría a cualquier hombre por dinero. ¡Admítelo, maldito seas!

– No cómo tú lo planteas. Sí, pensé que tenía oportunidades, pero haces que suene peor de lo que fue.

– ¿Cuánto peor podría ser? No tienes ni idea de cómo le suena a una persona decente, aunque tú opines que yo no lo soy. Me consideras una cazafortunas y casi una asesina, ¿verdad?

– Ahora no… -dijo él.

– Pero entonces sí. ¿Eso pensabas de mí?

– Antes de conocerte. Sólo sabía que Angelo te amaba y que le rompiste el corazón.

– No tuve otra opción que abandonarlo.

– Eso lo sé ahora; entonces no lo sabía.

– Claro, es más conveniente no saber demasiado. La venganza es más fácil cuando es ciega. Sin saber lo que había ocurrido, me juzgaste y planeaste humillarme, y también a Ben.

Elise esperó a ver qué contestaba, pero él se limitó a mirarla con ojos vacíos.

– Y cuando estuviéramos manteniendo una aventura ante los ojos de toda la ciudad, ¿ibas a abandonarme públicamente o no habría bastado con eso? ¿También iba a acabar en la cárcel?

– Claro que no -refutó él, enfadado.

– No hay nada claro. Habrías hecho cualquier cosa, no lo niegues.

– Las cosas no salieron como pensaba. Tú eras distinta, pero Ben era como esperaba. Pensé que lo tenía… -Vincente cerró el puño, como si tuviera a Ben atrapado en él.

– Y murió y se te escapó -dijo ella, cínica-. Sólo te quedaba yo. ¡Debió ser una gran decepción! Así que apareciste en el funeral y me llevaste a cenar. Tenías que conseguir traerme aquí, ¿verdad?