– Sí.

– Por eso intentaste convencerme para que viniera contigo. ¿Qué habrías hecho si hubiera encontrado comprador para el piso? -al ver que no contestaba, la verdad la golpeó de nuevo-. Lo hiciste tú. Lo arreglaste para que no encontrara comprador. Un hombre hizo una oferta y la retiró. Eso fue cosa tuya.

– Claro que sí. Lo persuadí para que la retirase… No quería que vendieras el piso. Era la única forma de conseguir que vinieras a Roma.

– Reconozco que a manipulador no te ganaría nadie. Pero, claro, no tienes conciencia, eso ayuda.

– ¿Tú me hablas de conciencia?

– Siempre tuve a Angelo en mi conciencia. Lo traté mal, pero no pude evitarlo. Ben me tenía atrapada. Pero tú llevas tramando venganza ocho años.

– Vi su cuerpo destrozado -gritó él-. Vi el dolor de mi madre. ¿Esperas que olvide eso?

– Olvidar no, pero tampoco culpar sin saber. Me dijiste que no te juzgara, pero tú llevas juzgándome ocho años. Ni se te ocurrió que tuviera justificación.

– No. Y me he culpado por ello desde que me contaste cómo te forzó Ben.

– Pero era demasiado tarde. Ya estaba atrapada en tu red. ¡Debiste disfrutar viendo cómo se cerraba a mi alrededor! Cada palabra era una mentira. Incluso…

La atenazó una oleada de angustia y luchó contra ella con todo su ser.

– Incluso cuando parecías sincero, mentías. Te felicito. Fue una buena representación, pero se acabó. Me serviste para lo que quería.

– ¿Qué quiere decir eso?

– Que no eres el único que ocultaba sus pensamientos. Hacía años que no me acostaba con un hombre. Me apetecía… una nueva experiencia. Sin ataduras. Sin condiciones. Encajabas perfectamente.

La alegró ver que eso había hecho mella. Él palideció y apretó los labios.

– ¿Qué estás diciendo? -preguntó.

– Lo sabes perfectamente -Elise lo retó con la mirada-. Eres listo y calculador, pero también eres bueno en otro sentido, justo el que, yo necesitaba. ¿Quieres que te lo aclare más?

– No será necesario.

– No sabía que un hombre pudiera ser tan experto en la cama -siguió ella-. No lo olvidaré, porque será un rasero para medir a los otros.

– ¿Otros?

– En el futuro. Y habrá otros, no lo dudes. Hiciste un buen trabajo; ahora comprobaré hasta qué punto. ¿Todos los hombres conocen tus trucos? Si no es así, ¿aprenderán? Da igual, me divertiré descubriéndolo.

– No hables así -rugió él.

– Hablaré como quiera. Si no te gusta, peor para ti. Recuerda, en parte soy tu creación. Me has enseñado mucho, no sólo de sexo, sino de crueldad, dureza y engaño. Me alegro. Tus lecciones serán muy útiles.

– Bien hecho, Elise -torció la boca con cinismo-. Has dado la vuelta a cuanto pensaba de ti. Sabía que al final te mostrarías como eres en realidad.

– Sí, lo sabías, ¿no? Y ahora lo he hecho. Y tu también. Así que podemos seguir nuestro camino.

– Una gran idea -espetó él-. Me alegra que creas haber aprendido algo de mí.

– Crueldad, manipulación…

– Me consideran el maestro. Has aprendido del mejor.

– Cada palabra que me has dicho…

– Mentiras. Cada palabra, caricia y momento de pasión… todo tenía un propósito.

– ¿Todas las veces que hicimos el amor…?

– No pensaras que podría amarte, ¿verdad? -dijo fríamente-. Para mí eres poco mejor que una asesina. Sé que mi madre cree que Angelo se suicidó porque no soportó lo que habías hecho, y tal vez sea así…

– ¿Tal vez? ¿No estás seguro? ¿Qué dijeron los testigos?

– No hubo testigos. Nadie vio el golpe.

– Entonces pudo ser un accidente -dijo ella. Desesperada, se dio la vuelta y se tapó los oídos. Él la siguió y la agarró-. ¡Suéltame!

– No, vas a escucharme -soltó sus manos pero la aprisionó de nuevo rodeándola con los brazos y sujetándola contra su pecho-. Oirás la verdad y vivirás con ella, y espero que te destruya para siempre, como destrozó a otras personas.

Ella se estremeció.

– Angelo había recorrido esa carretera cientos de veces y nunca tuvo un accidente. ¿Por qué esa noche? Tal vez fue a propósito, o tal vez estaba tan destrozado que no prestaba atención. En cualquiera de los casos, la culpa fue tuya.

Calló y siguió sujetándola. Ella sentía su cálido aliento, igual que otras veces que se habían abrazado. Ya sólo había odio y deseo de herir. Apartó la cabeza tanto como pudo para que no él no viera sus lágrimas. Pero él alzó su barbilla para mirarla y se mojó.

La soltó como si hubiera recibido un golpe y ella se tambaleó, cegada por la tristeza.

– Pensaba decirte todo esto hace mucho tiempo. Debí hacerlo, pero fui débil, porque tienes tus atractivos. Pero nada ha cambiado en realidad. Siempre estuvimos abocados a este final.

– Mejor que todo haya quedado claro -dijo ella, obligándose a hablar con calma.

– Exacto.

– Quiero que te vayas, Vincente. ¡Ahora!

Él titubeó un segundo. Luego hizo un gesto de resignación y se marchó. Elise se quedó parada en el centro de la habitación, escuchando el silencio que parecía tronar en sus oídos. Después empezó a moverse sin propósito ni rumbo. Era como si su vida se hubiera estrellado contra un muro de piedra.

Por fin lo pies la llevaron al dormitorio, donde se desvistió automáticamente y se acostó. Le pareció que Angelo estaba allí, en la oscuridad, mirándola con amor y reproche. Él la había amado y ella había provocado su muerte.

– Lo siento -susurró-. Lo siento mucho.

Pero esa mirada de reproche la perseguiría el resto de su vida. La verdad la destruiría, tal y como Vincente esperaba. Y ni siquiera podía culparlo.

Pasaron las horas. Cuando llegó la mañana seguía despierta y en la misma posición. Quería llorar pero no podía. Su corazón estaba helado.

Se levantó, se lavó la cara y preparó té. Pero tras una taza volvió a la cama. No podía dejar de tiritar. Intentó dormir pero las imágenes se sucedían en su mente, incansables. Angelo se había ido, pero Vincente había ocupado su lugar, envenenando sus recuerdos, dejándola vacía.

Recordó con horror su primer encuentro y cómo había simulado defenderla de Mary: «Ella tiene corazón de piedra y cerebro de hielo». Después había dicho: «Al final la justicia siempre gana, aunque tarde en hacerlo». Comprendió que Vincente la había buscado, odiándola y buscando justicia y que sus palabras habían sido una amenaza y una advertencia.

Ya sólo sentía dolor en el lugar donde debería haber estado su corazón. Pero ya que conocía la verdad no había razón para llorar. Haría planes para marcharse de allí y no volver a verlo nunca. Pero el dolor creció y creció hasta que al final soltó un grito y no pudo controlarse más.

Lloró y lloró hasta quedarse dormida. Cuando abrió los ojos era de día y las lágrimas seguían deslizándose por sus mejillas.

– No lloraré más -masculló-. No volveré a llorar por él. Eso se acabó. Todo se acabó.

Pensó en levantarse y volver a la vida normal, pero no tenía fuerzas. Pasó otro día y otra noche en ese estado. Oía tráfico en la calle. El teléfono no sonó ninguna vez. Se sentía muerta en cuerpo y alma. Sólo su cerebro seguía vivo y lleno de desdén hacia sí misma y cómo se había dejado engañar.

Las pistas siempre habían estado ahí. La primera tarde, él se había sobresaltado cuando, en broma, le preguntó si buscaba venganza. Pero su atracción por él le había nublado el cerebro. ¡Idiota!

Afuera empezó a llover. El agua golpeaba los cristales con fuerza. Volvió a dormir, pero la tormenta parecía perseguirla. Cuando despertó no sabía si había dormido un día o dos. No sabía nada.

Por fin se levantó y fue a la cocina a beber agua, pero tuvo un ataque de náuseas y corrió al baño. No vomitó porque no tenía nada en el estómago. Preparó té y eso la tranquilizó un poco y le dio energía.

Decidió salir a dar un paseo. Era más tarde de lo que había creído, empezaba a oscurecer. Notó vagamente que la gente la miraba, pero le dio igual. Su único pensamiento era ira a la Fontana de Trevi. Angelo la esperaba allí y tenía algo que decirle. Había esperado demasiado para oírlo y si se retrasaba él tal vez nunca las escucharía.

Aceleró el paso y empezó a cruzar la carretera. Pero a mitad de camino se sintió confusa. Un camión iba hacia ella. Oyó gritos desde la acera y un momento después estaba en el suelo, inconsciente.

Capítulo 9

Vincente llegaba pronto al trabajo y se iba tarde, siempre con expresión tormentosa. Parecía impaciente y pendiente del teléfono. Llevaba así cuatro días.

Había dado órdenes a su secretaria para que filtrara ciertas llamadas y aceptara otras. Una de las que esperaba no llegaba. Vincente había decidido ser paciente, estaba seguro de que lo llamaría. Había demasiadas cosas sin resolver entre ellos.

Se aferraba a que había conseguido ocultar sus verdaderos sentimientos. Tras el impacto que supuso verla en casa de su madre, había mantenido sus defensas bien altas.

Su plan de buscarla y vengarse empezó a fallar el día que la conoció. No era la ramera barata que había esperado y que lo rechazara esa primera noche lo frustró, pero también le satisfizo.

Había impedido la venta de su piso para conseguir que fuera a Roma. Aunque se decía que era para vengarse, en realidad había encontrado a una mujer a quien no podía olvidar. Lo atraía física y mentalmente. Había habido demasiadas mujeres en su vida; lo perseguían por su dinero y su atractivo y le consentían todo. Pero Elise lo retaba, discutía y lo insultaba. Y él volvía en busca de más.

Desde que había llegado a Roma sólo pensaba en estar con ella. A veces casi había olvidado a Angelo. Importaba menos que el brillo de sus ojos, que el tacto de su cuerpo y sus gritos de placer.

Pero lo que más le había afectado no había sido el sexo sino el tiempo que habían pasado juntos sin poder tener relaciones sexuales. Cuando ella lo había cuidado y habían pasado largas horas charlando y empezando a entenderse.

Todo había cambiado cuando supo cómo la había chantajeado Ben. Eso implicaba que era inocente, y se había alegrado. Se encontró atrapado. Cuanto más tiempo pasaban juntos, más ridículo le parecía su plan de venganza. Estaba seguro de que conseguiría deshacer el entuerto, decirle la verdad y aclarar las cosas sin llegar a contarle todas sus maquinaciones.

Pero ella lo había descubierto de la peor manera posible y él no había sabido cómo reaccionar. Después lo había atacado con saña, diciéndole que sólo había buscado sexo. Él le había devuelto crueldad por crueldad. Le remordía las entrañas haberla acusado de la muerte de Angelo, cuando lo cierto era que ambos habían sido víctimas de Ben.

Se preguntó por qué diablos no lo llamaba. Él no podía hacerlo, sería como dejarle ganar la partida.

Decidió llamarla por negocios; hacerle saber que no sabotearía la venta del piso para que pudiera marcharse si quería. Al menos así oiría su voz.

Llamó a su teléfono móvil, pero estaba apagado. Probó el de casa, pero no contestó nadie. Volvió a intentarlo media hora después, sin éxito. Y una hora más tarde. Pensó que tal vez se había ido del país.

– Cancela todas mis citas -le dijo a su secretaria-. Estaré fuera el resto del día.

– Pero tiene una reunión con el ministro de…

– Cancélala -ordenó el, saliendo.

Veinte minutos después llegó al piso y pulsó el timbre con impaciencia. No contestaron y clavó el dedo en el botón, temiendo lo peor.

– Está perdiendo el tiempo -le dijo una mujer que había en el pasillo-. No está.

– ¿Sabe dónde está?

– En el hospital desde ayer. Un camión la atropello.


El médico miró al hombre que corría por el pasillo como si se lo llevaran los demonios.

– Vengo a ver a la signora Carlton.

– ¿Es usted pariente suyo?

– No, ¿importa eso?

– ¿No es usted su esposo?

– Su esposo ha fallecido. Soy Vincente Farnese.

La mayoría de la gente reaccionaba al nombre, con admiración o miedo. Él médico ni se inmutó.

– Entiendo. Ella no ha dicho mucho. Se debate entre la consciencia y la inconsciencia.

– ¡Santo Dios! ¿Qué le hizo ese camión?

– Nada, signore. No llegó a golpearla. Ella tuvo un colapso en la carretera, por suerte el conductor frenó a tiempo y pudo evitarla.

– ¿Un colapso? ¿Qué quiere decir?

– Parece estar bajo el efecto de un gran trauma, además de no haber comido nada en varios días.

Vincente cerró los ojos pero los abrió como platos al oír las siguientes palabras del médico.

– Estamos haciendo lo posible para salvar al bebé, pero le advierto que tal vez no lo consigamos.

– ¿Al bebé? -musitó él.

– ¿No lo sabía, signore?

– No tenía ni idea.

– Bueno, es pronto. Ella tampoco lo sabía hasta que se lo dije. Pero temo que ya sea demasiado tarde.