– De acuerdo.
Vincente no volvió a hablar hasta que llegaron a casa y se obligó a cojear hasta el ascensor, apoyándose sólo en la mano de ella. Temblaba y tenía la frente cubierta de sudor. Por suerte nadie los vio. Entraron al piso y él se dejó caer en el sofá.
– Necesitas un médico.
– Ya te he dicho que no.
– ¿A qué viene este ridículo secretismo?
– No es ridículo, sino esencial. La junta de accionistas es muy importante. Será una batalla que debo ganar. No puedo mostrar ninguna debilidad.
– ¡Eso es una estupidez! Escúchame, Vincente, no pienso discutir. Necesitas un médico y llamaré a uno o a una ambulancia. Tú eliges.
– Estás habiendo una montaña de un grano de arena.
– Lo creeré cuando me lo diga un médico. Dime el teléfono del tuyo.
– Elise…
– Eso o una ambulancia, tienes diez segundos: nueve, ocho…
– ¡De acuerdo! Llamaré yo mismo -gritó-, o harás que parezca que estoy moribundo.
– Diré lo que quiera cuando llegue.
– Cañe dei to morti! -rugió él.
– Lo que tú digas -dijo ella, reconociendo la maldición. Era una de las favoritas de Angelo, un comentario muy grosero sobre los antepasados y dónde debían estar enterrados-. Ahora llama.
Él obedeció con gesto colérico.
– Vendrá enseguida -gruñó tras colgar.
– Te ayudaré a desvestirte y acostarte.
– Gracias -dijo él con voz más tranquila.
– ¿Por qué has dejado de ladrarme?
– Porque no tenía ningún efecto -admitió él.
– Has hecho bien. Agárrate a mí, te ayudaré a levantarte.
Vincente dejó que lo llevara al dormitorio, le quitase todo menos los calzoncillos y lo acostara.
– Siento haberte gritado. A veces soy un poco…
– Ya lo sé. Más que un poco. Quédate quieto.
El médico llegó diez minutos después. Vincente y él eran viejos amigos. Lo reconoció y luego rezongó.
– Has tenido suerte -dijo-. Un tobillo torcido y un par de músculos dislocados en la espalda que dolerán mucho, pero no es grave. Un par de días en la cama ayudarán. Enviaré a una enfermera.
– No -refutó Vincente-. No quiero desconocidos.
– Yo me ocuparé -dijo Elise.
– Gracias -dijo el médico-. Básicamente tendrá que hacer de criada para todo -miró a Vincente con sorna-. Si es capaz de soportarlo, signora.
– Puede que sea él quien lo pase mal conmigo -contestó ella, irónica. Vincente la miró con admiración.
Capítulo 6
– Tenías razón -dijo Vincente cuando el médico se fue.
– Ha dicho que no es grave -le recordó Elise.
– Es peor de lo que quería admitir. Debería haberte escuchado -agarró su mano-. Gracias por cuidar de mí. Supongo que debería pedir disculpas por imponerte mi presencia; no se me ocurrió pedírtelo antes.
– ¿Por qué será que eso no me sorprende?
– ¿Estoy siendo un pesado insoportable?
– No más de lo habitual. Por suerte, tengo sentido del humor.
Él consiguió esbozar una sonrisa dolorida.
– Debo llamar a mi secretaria. Necesito que me traiga unos informes mañana a primera hora.
– ¿No pensarás trabajar?
– Un día libre es cuanto puedo permitirme.
– Pero estás enfermo.
– Oficialmente no.
– Al cuerno con lo oficial. No puedes moverte.
– El médico ha dejado analgésicos fuertes. He tomado dos y pronto harán efecto -insistió él.
– Si no controlara mi mal genio, necesitarías calmantes aún más fuertes.
– Eres una auténtica tirana -sonrió él.
– No lo dudes.
Vincente hizo la llamada y dio una serie de órdenes a su secretaria. Elise fue a hacerle una comida ligera y, cuando regresó, vio su expresión de dolor.
– ¿Te duele mucho?
– No. Lo peor es sentirme como un idiota.
– Bueno. Come un poco.
– Voy a necesitar ayuda para incorporarme.
Ella adivinó que lo irritaba pedir ayuda, pero cuando fue hacia la cama, él se agarró a su cuello y la utilizó para apoyarse.
– Gracias -farfulló.
– Eh, que no es el fin del mundo -se mofó ella-. He tenido que ayudarte, ¿y qué?
– Estás siendo muy razonable, lo sé -gruñó él.
– Es una pena que haya sido la espalda. No es algo peligroso, pero duele una barbaridad. ¿Te había ocurrido antes alguna vez?
– ¿Por qué lo preguntas?
– Mi padre sufría de la espalda. Pasaba unos meses bien y luego cualquier tontería reavivaba el dolor y era una auténtica agonía. Puede pasarle a cualquiera.
– Si te refieres a mí… ¡De eso nada!
– ¿Quieres decir que nunca ha ocurrido antes?
– Una o dos veces, sí, pero… -suspiró-. Supongo que soy igual que tu padre.
– En muchos sentidos -dijo ella, divertida-. Odiaba que alguien supiera la verdad. Le parecía señal de debilidad, lo que era una tontería por su parte.
– No es una tontería cuando uno está rodeado de tiburones -replicó él rápidamente.
– Me pregunto cuántos enemigos tienes.
– Suficientes como para no querer que sepan que sufro de la espalda. ¿Tenía muchos tu padre?
– No, no era un magnate. Era un hombre dulce, que me crió tras la muerte de mi madre. Fui una niña enfermiza y él tenía que tomarse días en el trabajo para cuidarme, así que perdió muchos empleos -una sonrisa iluminó su rostro-. Deseaba tanto…
Elise calló cuando sonó el móvil de Vincente. Él contestó y ella salió de la habitación.
Regresó un rato después a recoger la bandeja y lo encontró dormido.
A la hora de acostarse, buscó un camisón recatado. No lo encontró, así que tuvo que ponerse uno descocado. La cama era lo bastante grande para no rozarse con él y podría cuidarlo si necesitaba algo.
Él se despertó de madrugada y lo ayudó a ir al baño, rehizo la cama, lo ayudó a volver y le dio otro calmante.
– Gracias -gruñó él.
– No me lo agradeces -apuntó ella, risueña-. Me odias porque has tenido que apoyarte en mí. ¿Quieres que me vaya?
– Quédate -dijo él, agarrando su mano.
– Duérmete -contestó ella, tapándolo.
Por la mañana volvió a ayudarlo y le hizo el desayuno. Luego discutieron porque él se negó a tomar más calmantes.
– Me dan sueño -protestó-. Mi secretaria vendrá está mañana y necesito estar bien despierto.
La secretaria resultó ser una mujer corpulenta, que llegó cargada con archivos y un ordenador portátil. Trabajaron un par de horas y ella se marchó, cargada de instrucciones. Vincente trabajó en el portátil y al teléfono casi todo el día.
Pero por fin incluso él tuvo que admitir que necesitaba tomar un calmante, rezongando sobre algo que le quedaba por hacer.
– Olvídalo -ordenó ella-. Duérmete.
– ¿Te quedarás aquí?
– Intenta librarte de mí.
Él gruñó y ella se acostó, sonriente. Se despertó de madrugada, comprobó que seguía dormido y fue a sentarse junto a la ventana, a observar el amanecer.
– Buon giorno! -exclamó él, sonriéndole desde la cama. Ella fue a sentarse a su lado.
– ¿Necesitas algo? ¿Qué tal el dolor?
– Mejor, siempre que no me mueva. No necesito un calmante. Prefiero que hables conmigo.
– De acuerdo, hablemos de tu gran reunión y de cómo vas a vencerlos a todos.
– No, por una vez callaré y escucharé. Sigue hablándome de tu padre. Estabas diciendo que deseaba algo cuando sonó el teléfono. ¿Qué quería?
– Ah, sí, quería ganar mucho dinero y darme caprichos, pero nunca lo consiguió. Pero eso no me importaba, era un padre maravilloso.
– Háblame de él.
– Lo que más recuerdo es que siempre estaba a mi lado, dispuesto a jugar y a reírse de chistes tontos.
Él la observaba, fascinado por su sonrisa. Expresaba cariño e indulgencia y el recuerdo de una infancia feliz. Vincente pensó en su propia infancia y en el padre al que rara vez había visto.
Elise siguió hablando, contándole incidentes y aventuras. Se sentía completamente feliz.
– Lo querías mucho, ¿no? -preguntó Vincente, recordando su visita a la tumba el día que dejaron Londres.
– Sí. Ojalá estuviera aquí ahora, pero murió hace unos meses. Si al menos…
– Si tan sólo, ¿qué? -la animó él.
– Da igual.
– Dímelo -urgió él. Algo le decía que se trataba de algo importante, de una revelación.
– Vine a Roma a estudiar diseño de moda y, tonta de mí, no le pregunté a papá cómo había reunido el dinero para enviarme aquí. Me dijo que tenía una póliza de seguros destinada a mis estudios universitarios. Lo creí porque me convenía.
Movió la cabeza con tristeza y suspiró.
– Pero había pedido un préstamo a un interés muy alto, y no pudo pagar las cuotas. Entonces, trabajaba en el negocio de Ben y utilizó dinero de la empresa, creyendo que no lo descubrirían. Ben se enteró.
– ¿Y qué hizo Ben? -preguntó él con urgencia.
– Vino a Roma a decirme lo que había hecho mi padre y que iba a entregarlo a la policía. Tenía que impedirlo, y sólo había una manera.
– ¿Estás diciendo…?
– Ben me quería a mí. Yo era su precio. Sabía que yo… Que yo no lo amaba, pero eso le dio igual.
Elise había estado a punto de decir que amaba a Angelo, pero algo la detuvo. No podía hablarle de su joven amante a Vincente.
– ¿Te casaste con Ben para salvar a tu padre?
– Era la única solución. No podía permitir que lo enviara a la cárcel, se había metido en ese lío por mí.
– ¿Y por eso te casaste con ese hombre?
– Ninguna otra cosa me habría llevado a hacerlo. Todo el mundo creyó que era afortunada: una chica pobre que había atrapado a un rico. Pero lo hice por necesidad. Y lo realmente cruel fue que mi padre murió dos meses antes que Ben. Todo podría haber sido muy distinto. Si hubiera vivido algo más, ambos habríamos sido libres.
– Estás llorando -murmuró él.
– No, en realidad no.
– Sí que lo estás. Ven aquí.
Vincente la atrajo hacia él y ella descubrió que si lloraba: por sí misma, por su padre y sus sueños arruinados. La asombró que ocurriera en brazos de ese hombre tan duro. Intentó controlarse, para no concederle una victoria en su batalla, pero percibió una insólita ternura en él.
– Lo siento -dijo-. No suelo desmoronarme así.
– Tal vez deberías. Te ayudaría a largo plazo.
– Me las apaño muy bien. Nunca permití que Ben me viera llorar.
– No, él habría disfrutado demasiado -dijo Vincente con voz seca.
– ¿Cómo lo sabes?
– Lo sabría cualquiera que lo hubiera conocido.
Ella soltó una risita.
– ¿Qué pasa? -preguntó él.
– Nunca te habría imaginado como paño de lágrimas.
– Tengo muchos talentos ocultos.
– Apuesto a que ese lo mantienes bien escondido.
Él sonrió antes de reflexionar. Aparte de su madre, Elise era la única persona que había visto ese lado suyo. Se sentía como un león dispuesto a protegerla.
Le resultaba insoportable verla infeliz. Se había casado con Ben a la fuerza. No buscando dinero sin pensar en a quién haría daño. Lo había hecho por amor a su padre. Vincente se recostó, apretándola contra su pecho. Su corazón se había librado de un peso enorme y experimentaba un júbilo que no se atrevía a analizar. Era demasiado desconocido, demasiado complejo.
– Tuviste suerte de tener un padre como ése.
– ¿Qué me dices del tuyo?
– Era buen padre a su manera, pero centrado de lleno en el trabajo. Tenía que dominar y mandar y no se rindió hasta obtener el poder que deseaba.
– ¿Y por eso eres igual que él?
– Supongo -dijo él tras un breve silencio-. Era la forma de obtener su atención. Recuerdo que…
Le contó que había sido un niño ávido de halagos, con un padre impaciente con todo lo que interrumpiera su trabajo. Vincente había contraatacado centrándose en sus estudios. En el colegio, destacó en Matemáticas, Ciencias, Tecnología y todo lo que lo ayudara a convertirse en un hombre de negocios como su padre. Y funcionó. Entró en la empresa y demostró de inmediato que era digno hijo de él.
– ¿Eso hizo que tu padre se enorgulleciera?
– Oh, sí, le impresioné.
– ¿Y eso te hizo feliz?
– Era lo que quería conseguir -se evadió él.
Ella decidió no presionarlo.
Vincente había asumido cada vez más responsabilidad, sin dudarlo. Tenía poco más de veinte años cuando su padre sufrió un infarto fatal. Entonces, ya estaba listo, en lo bueno y en lo malo, para asumir el control.
Eso había ocurrido diez años antes, y desde entonces sus cualidades iniciales, coraje y empuje, desdén por la debilidad y disposición para luchar hasta la muerte, se habían agudizado y teñido de crueldad. Que estuviera allí con esa mujer lo demostraba, por razones que ella desconocía y que a él le provocaban inquietud en ese momento. Se incorporó de repente.
– ¿Ocurre algo? -preguntó ella.
– No -replicó él-. Puedo salir de la cama solo. Duerme un rato -necesitaba pensar. Se sentó en la ventana, intentando dilucidar qué le había ocurrido.
"Por venganza y placer" отзывы
Отзывы читателей о книге "Por venganza y placer". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Por venganza y placer" друзьям в соцсетях.