– Ni siquiera he roto aguas todavía -había comentado-. Tenemos mucho tiempo.
La expresión de Rafe era adusta.
– ¿Quieres decir que esto va a durar mucho más?
Annie se mordió el labio, sabiendo que a él le parecería imperdonable que sonriera.
– Espero que no mucho más, aunque seguramente anochecerá antes de que haya nacido.
No es que estuviera ansiosa por vivir las próximas horas, pero estaba impaciente por que todo acabara y anhelaba sostener a su bebé en sus brazos. Sentía un vínculo afectivo indescriptible con la pequeña criatura que había estado creciendo en su interior, el hijo de Rafe.
La siguiente contracción fue más fuerte y llegó antes de lo que ella había esperado. Respiró profundamente hasta que acabó, satisfecha de que las cosas avanzaran. Parte de ella era todavía médico y le parecía interesante académicamente. Sin embargo, sospechaba que antes de que todo acabara, se olvidaría por completo de lo interesante que era y simplemente sería otra mujer absorta en la lucha de dar a luz.
Pasaron otras dos horas antes de que Atwater regresara con la señora Wickenburg, una mujer robusta con un rostro agradable. Durante esas dos horas, el parto de Annie se había vuelto rápidamente más duro y Rafe no se había movido de su lado.
Siguiendo las instrucciones de Annie, sumergieron las tijeras que se usarían para cortar el cordón en agua hirviendo. La señora Wickenburg estaba serena y trabajaba con eficacia. Con extremo cuidado, Rafe levantó a Annie entre sus brazos para que la mujer colocara gruesas toallas bajo ella.
– Creo que es hora de que salgas, cariño. -Annie logró dirigirle a Rafe una débil sonrisa-. No durará mucho más tiempo.
Él sacudió la cabeza.
– Estaba allí cuando el bebé se creó -respondió-. Y estaré aquí cuando nazca. No dejaré que hagas esto sola.
– Entonces, no se desmaye ni se ponga en medio -le advirtió la señora Wickenburg con serenidad.
No lo hizo. Cuando las contracciones se hicieron más seguidas, Annie se aferró a sus manos de tal manera que, al día siguiente, las tenía magulladas e hinchadas. Rafe apretaba los dientes cada vez que ella gemía en voz alta, y sostuvo sus hombros cuando el gran dolor final la atenazó con fuerza hasta que un diminuto bebé lleno de sangre se deslizó fuera de su cuerpo sobre las manos de la señora Wickenburg.
– Dios mío, ha sido un parto muy bueno -exclamó la buena mujer-. Es una niña preciosa. ¡Miren, qué pequeñita! Mi último hijo era dos veces más grande que ella.
Annie se relajó, tragando aire en grandes bocanadas. Su hija ya estaba llorando con pequeños gemidos similares a un maullido. Rafe parecía aturdido mientras miraba al bebé. Todavía sostenía a Annie y de repente sus manos se tensaron sobre sus hombros al tiempo que apoyaba la cabeza sobre la de ella.
– Dios -susurró con voz entrecortada.
La señora Wickenburg ató el cordón y lo cortó. Luego limpió rápidamente al bebé y se lo dio a Rafe para que lo sostuviera mientras ella se encargaba de Annie, que estaba expulsando la placenta.
Rafe, fascinado, no podía apartar los ojos de su hija. Sus dos manos eran más grandes que ella. Se retorcía y estiraba las piernas y los brazos erráticamente. Ya no lloraba, pero él estaba cautivado con las expresiones que sobrevolaban el diminuto rostro cuando la niña fruncía el ceño, arrugaba la boca y bostezaba.
– Es increíble -murmuró. Era la hija de Annie. Sintió como si le hubieran golpeado con un puño en el pecho, una sensación muy similar a la que sentía a veces cuando miraba a su esposa.
– Déjame verla -musitó Annie.
Rafe la colocó en sus brazos con exquisito cuidado y Annie, absorta, examinó el pequeño rostro, quedándose encantada con la aterciopelada curva de la mejilla y la perfecta boquita. El bebé volvió a bostezar y por un momento sus vagos y desenfocados ojos se abrieron. La joven se quedó sin aliento al ver los claros ojos azul grisáceo.
– ¡Va a tener tus ojos, Rafe! Mira, ya tienen un tono gris.
Para él, el bebé se parecía a Annie, con las mismas facciones delicadamente formadas ya perceptibles. Aunque era cierto que tenía el pelo negro; su diminuta cabeza estaba cubierta por él. Su tono de pelo y piel, y las facciones de Annie. Una fusión de ambos, creada en un momento de un éxtasis tan intenso que había cambiado algo en su interior para siempre.
– Dele de mamar -sugirió la señora Wickenburg-. Eso le ayudará a producir leche.
Annie se rió. Se había quedado tan embelesada contemplando a su hija que había olvidado hacer lo que siempre sugería a sus pacientes que hicieran. Sintiendo una repentina timidez, se abrió el camisón dejando a la vista uno de sus hinchados senos, y la señora Wickenburg se alejó discretamente. Rafe extendió el brazo y sostuvo el cálido y sedoso montículo elevándolo, mientras Annie acomodaba al bebé en su brazo. Luego guió la pequeña boquita hacia el inflamado pezón y frotó con él sus labios. La joven se sobresaltó cuando el bebé se aferró instintivamente a ella y empezó a chupar. Unas cálidas punzadas invadieron su pecho.
Rafe se rió al escuchar los ruidos que hacía al succionar. Sus claros ojos brillaban.
– Cena rápido -le aconsejó a su hija-. Tienes un tío que está haciendo un surco en el suelo mientras espera para conocerte. O quizá sea como un abuelo para ti. Tendremos que decidirlo más tarde.
Diez minutos después, Rafe llevó al bebé envuelto en mantas a conocer a Atwater, que no dejaba de dar vueltas impaciente con el sombrero convertido en una masa informe entre sus manos.
– Es una niña -anunció Rafe-. Las dos se encuentran bien.
– Una niña. -Atwater miró el diminuto y somnoliento rostro del bebé, y tragó saliva-. Vaya, demonios. Una niña. -Volvió a tragar saliva-. Maldita sea, Rafe, ¿cómo diablos vamos a mantener alejados a todos esos buitres que la rondarán cuando sea una jovencita? Tendré que pensar en algo.
Rafe sonrió mientras obligaba a Atwater a abrir los brazos para colocar al bebé sobre ellos. El antiguo marshal se dejó llevar por el pánico y todo su cuerpo se tensó.
– No hagas eso -gritó-. ¿Y si se me cae?
– Te acostumbrarás -afirmó Rafe, inflexible-. Has sostenido a cachorros antes, ¿no? Ella no es mucho más grande.
Atwater le frunció el ceño.
– Tampoco es que la esté sosteniendo por el pescuezo. -Atrajo al bebé hacia su cuerpo, abrazándolo-. Qué vergüenza, tu propia hija y quieres que la trate como a un cachorro.
La sonrisa de Rafe se amplió y Atwater bajó la mirada hacia el bebé que dormía con satisfacción en sus brazos. Después de un momento, sonrió y la meció levemente.
– Supongo que es instintivo, ¿no crees? ¿Cómo se llama?
La mente de Rafe se quedó en blanco. Annie y él habían hablado sobre ello, escogiendo nombres para niño y niña, pero, en ese momento, no podía recordar ninguno de ellos.
– Todavía no le hemos puesto nombre.
– Bueno, pues decidíos pronto. Tengo que saber cómo voy a llamar a este precioso bebé. Y la próxima vez que penséis en tener un niño, decídmelo con tiempo suficiente para que yo pueda estar en cualquier otro sitio. Esto es demasiado duro para mí. Te juro que pensé que mi viejo corazón iba a pararse.
Rafe volvió a tomar a su hija entre sus brazos para regresar con Annie. Ya se sentía inquieto por estar alejado de ella.
– Los abuelos tienen que estar cerca -le advirtió a Atwater-. No irás a ninguna parte.
El antiguo marshal se quedó mirando boquiabierto la espalda de Rafe mientras éste se alejaba. ¡Abuelo! ¿Abuelo? Bueno, eso sonaba bastante bien. Ya tenía más de cincuenta años, después de todo, aunque se enorgullecía de parecer más joven de lo que realmente era. Nunca había tenido una familia antes, excepto a Maggie, y no había tenido a nadie desde que ella murió. Era condenadamente aterrador, pero quizá se quedara por allí, para evitar que McCay se metiera en problemas. Eso de ser abuelo sonaba como un trabajo a jornada completa.
Rafe entró en su dormitorio y se encontró a Annie durmiendo plácidamente. La señora Wickenburg le sonrió y se llevó un dedo a los labios.
– Déjela descansar -susurró-. Ha trabajado duro y se lo merece.
Con otra sonrisa, la mujer salió de la habitación.
Rafe se sentó en la silla que había junto a la cama, sosteniendo a la niña entre sus brazos. Se resistía a soltarla. También estaba dormida, como si nacer hubiera sido tan agotador para ella como lo había sido para su madre. Él también se sentía bastante cansado, pero no le apetecía dormir. Su mirada se paseó del rostro de Annie al de su hija, y su corazón se llenó de tanto amor que empujó sus costillas y casi lo dejó sin respiración.
Nueve meses antes, él había sujetado a un bebé indio y había ayudado a Annie a salvarle la vida. Ahora, él sostenía a otro bebé, uno al que Annie y él también le habían dado la vida, pero esa vez la vida provenía de sus propios cuerpos. Desde el primer instante en que vio a Annie, ella había dado un vuelco a su vida, le había ofrecido algo por lo que vivir, y aunque los años venideros no le dieran nada más, él estaría satisfecho porque con eso tenía suficiente.
Epílogo
Durante la siguiente década, el brillante y joven banquero J. P. Morgan organizó un golpe financiero que acabó con el monopolio en los ferrocarriles del comodoro Vanderbilt. Nunca salió a la luz ni rastro de los documentos confederados, pero Rafe se imaginó que Vanderbilt, sabiendo que Morgan los tenía en su poder, no luchó contra el banquero con tanta energía como debería haberlo hecho. No era la justicia que Rafe habría elegido, la justicia que Atwater había impuesto a Parker Winslow antes de renunciar como marshal, pero probablemente era la justicia que más daño haría a Vanderbilt.
De alguna forma, todo lo ocurrido había perdido gran parte de su importancia para él. Tenía a Annie y a sus hijos, y el rancho era próspero. A veces, cuando los niños habían sido traviesos o los dos chicos le gastaban bromas pesadas a su hermana, cuando su esposa había tenido un día duro con sus pacientes o el ganado le había dado problemas, Annie y él se escabullían a su lugar en el desierto y hacían que todo desapareciera. Era esclavo de su cálida magia y no habría deseado que fuera de ninguna otra forma.
Linda Howard
"Prisionera" отзывы
Отзывы читателей о книге "Prisionera". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Prisionera" друзьям в соцсетях.