Dean enarcó las cejas divertido. Su rostro estaba a escasos centímetros del de ella; podría besarla si quisiera.

– Oh, es una suposición bien fundamentada.

Los sensuales secretos que brillaban en sus ojos, mezclados con la presunción que había impreso a su voz, despertaron la curiosidad de Jo.

– ¿Qué fundamentos son esos?

– El modo en que se te corta la respiración cada vez que te toco.

Para demostrar esa afirmación, colocó la palma de la mano sobre la franja de piel que había quedado al descubierto entre la camiseta y el elástico de los pantaloncitos. Y, tal como había dicho, Jo contuvo el aliento como si la quemara.

– Exactamente así -murmuró Dean satisfecho-. Además, está también el modo en que te estremeces ante la más leve de mis caricias -prosiguió haciendo círculos con el meñique en torno a su ombligo y obteniendo esa respuesta-. Pero, el detalle más revelador de que me deseas tanto como yo te deseo a ti es que tus pezones se están endureciendo e irguiendo en este mismo instante y que, inconscientemente estás tratando de acercarte más a mí -las puntas de sus dedos se introdujeron por debajo de la camiseta para acariciar la parte inferior de sus senos, pero incluso aquella caricia, más explícita, la dejó insatisfecha. Quería muchísimo más-. Cada una de las respuestas de tu cuerpo te delatan, Jo.

Tenía razón, su cuerpo respondía de un modo desinhibido y lascivo, sin que ella pudiera remediarlo. Le era imposible rebatirlo, imposible y ridículo, de modo que ni siquiera lo intentó.

Sus ojos se encontraron, intercambiando el ardor que se alojaba en ellos.

– Aún no has contestado mi pregunta, Jo. Bastará con un «sí» o un «no». ¿Confías en mí lo suficiente como para permitir que te bese, esposada como estás, sin ningún control sobre lo que pueda suceder?

Aquella idea la habría asustado si se hubiera tratado de un hombre en el que no confiara, pero Dean, aunque era quien tenía las riendas en ese momento, le estaba dando a ella la opción de aceptar su proposición o rechazarla, de decir «no» o dar un salto de fe con él.

Lo prohibido siempre atraía, irremediablemente, y así era como se sentía Jo.

– Sí -murmuró sin aliento.

7

Tan pronto como hubo obtenido el permiso que necesitaba, Dean pasó una mano por debajo de la nuca de la joven, enredó los dedos en sus suaves cabellos, y con la otra le alzó la barbilla. Finalmente, inclinó la cabeza para terminar con la espera que los consumía a ambos. Necesitaba más que el aire saborearla, averiguar si toda aquella tensión sexual entre ellos era verdaderamente el preludio de una clase de éxtasis más intenso.

Su boca se posó en la de ella, deslizándose suavemente, despacio. Los labios de Jo eran tiernos, cálidos, flexibles, generosos… Se abrieron para él, permitiéndole adentrarse en el interior de su boca con un dulce gemido de rendición. Una ráfaga de calor pareció recorrer sus venas cuando encontró la lengua de la joven. Jugueteó con ella sin piedad, realizando profundas exploraciones de las paredes de su boca, animándola a comportarse de un modo igualmente atrevido..

Jo respondió con fervor, besándolo impetuosamente, dando todo lo que tenía, aumentando la excitación de Dean más allá de la lógica y la razón. Parecía que no se mostraba nada tímida, nada recatada, a la hora de entregarse al placer. Y desde luego no pareció dudar al comunicarle con los labios, la lengua y el sinuoso movimiento de su cuerpo lo que le gustaba, y de qué exactamente quería más. Quería más de él.

Jo no podía, esposada como estaba al cabecero, usar las manos, ni podía pronunciar palabra con los labios atrapados entre los suyos, pero las señales que emitía su cuerpo, tan antiguas como el mundo, eran inequívocas: la contorsión por acercarse más a él, la sutil sacudida de, sus caderas, el frotamiento incesante de sus muslos contra el que él había introducido entre sus piernas…

Quería que la tocara, que la acariciara, física e íntimamente. Dean, dispuesto a no perder más tiempo y a complacerla, recorrió con la mano la distancia entre su cintura y la parte superior de la espalda. Jo gimió dentro de su boca, se arqueó hacia él y se estremeció de pies a cabeza. Rindiéndose a la silenciosa invocación del cuerpo de la joven, Dean bajó la mano a la región lumbar de Jo y la atrajo más hacia sí. Al notar los pezones rígidos contra su torso y cómo Jo entrelazaba sus piernas aún más y apretaba, se deshizo en gemidos extasiados.

Lo invadió un fiero y lujurioso deseo de hacerle ciertas cosas para apagar el calor que lo estaba envolviendo. Tenía una erección tremenda, la más tremenda que podía recordar, y tampoco podía recordar cuánto tiempo hacía que no se sentía tan vivo. Y era todo por aquella maravillosa mujer, aquella mujer sensual que lo había sorprendido en tan tantos sentidos.

Varios minutos después, Jo apartó los labios de los de él, la respiración entrecortada, y tiró frustrada de sus brazos esposados. Incapaz de resistir la tentación, Dean hundió el rostro en el hueco de su cuello, y comenzó a besarle la garganta. Su mandíbula sin afeitar le rascó la piel, y para aliviarla le pasó la lengua despacio y sensualmente. Jo inhaló aire con \ dificultad.

– Dean, libérame, por favor -le rogó haciendo sonar las esposas.

Comprendiendo que habían llevado las cosas más lejos de lo que había esperado, y que todo había ocurrido muy rápido, Dean se apresuró a cumplir la petición. Desenredándose de su abrazo, tomó las llaves de la mesilla y abrió las esposas.

Frotó con los pulgares las muñecas de Jo, ligeramente enrojecidas, maldiciendo entre dientes por haberle hecho daño sin pretenderlo.

– ¿Estás bien?

– Perfectamente -asintió Jo con voz ronca. Y, aprovechando que había bajado la guardia, se abalanzó sobre él.

Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, Dean se encontró tumbado sobre su espalda, con Jo encima de él, sujeto firmemente por las muñecas a ambos lados de su cabeza, y las rodillas de la joven manteniéndole las piernas inmóviles. ¡Como si tuviera intención de ir a ningún sitio… aunque pudiera!

A pesar de que Jo era más baja y menos fuerte que él, era evidente que estaba preparada para cuidar de sí misma en una situación amenazante.

– ¿Es ése uno de los movimientos que os enseñan en la academia de policía?

Una amplia sonrisa se dibujó en los labios de Jo.

– Bueno, también me han ayudado unos cursos de artes marciales -su abundante cabellera caía despeinada en torno al acalorado rostro, y le dedicó una mirada larga y relajada-. Creo que es mi turno, es lo justo -murmuró en tono seductor.

Se inclinó sobre él, y colocó su boca a unos centímetros de la de él, dejando que se mezclara la respiración entrecortada y excitada de ambos, y buscó sus ojos, perdiéndose en aquellos hipnóticos iris verdes.

Finalmente, bajó la cabeza y mordisqueó el labio inferior de Dean de un modo delicado y sensual, tirando de él con sus propios labios. Pasó a ocuparse del labio superior, con idéntica dedicación, pero sin entregarse del todo, dispuesta a volverlo loco.

Poco a poco fue disminuyendo la presión sobre las muñecas de Dean, hasta que decidió liberarlas. Sus labios continuaron bailando con los de él, y recorrió con las puntas de los dedos la longitud de sus brazos, pasando luego a colocar las palmas abiertas sobre el ancho tórax y estimular los pezones con los pulgares. Incapaz de soportar por más tiempo esa deliciosa tortura, Dean le puso una mano en la nuca para fundir sus labios por completo, y dejando escapar un gemido casi animal, vertió en el profundo beso toda la pasión que se había acumulado en su interior a lo largo de las anteriores veinticuatro horas.

Su cuerpo parecía vibrar por la tensión y la necesidad imperiosa de tocar cada centímetro de su anatomía. Quería sentir sus femeninas curvas contra sus formas duras y angulosas; encontrar y devorar los puntos más sensibles con las manos, la boca y la lengua; imaginar lo que sería hundirse en ella, perderse en la deliciosa agonía de aquel mutuo placer, y hacerle el amor hasta terminar exhaustos y saciados.

Jo parecía tan inmersa en el hechizo del momento como él. Se removió sobre él, y deslizó la mano desde su torso hasta la cadera, en una caricia que lo hizo estremecerse. Dean siguió su ejemplo con ambas manos hasta que sus dedos alcanzaron la parte posterior de los aterciopelados y desnudos muslos. Pasó los pulgares sobre la zona, percibiendo cómo ella se estremecía y, sin dudarlo un instante, introdujo las manos por el dobladillo de los pantalones cortos.

La respiración de la joven era cada vez más entrecortada, pero aun así no despegó su boca de la de él. Dean apreció que su piel era cálida, suave, y perfectamente lisa, con músculos desarrollados en su justa medida para no restarle feminidad. Decidiendo ser aún más atrevido, metió las manos por debajo del elástico de las braguitas, rozando sus nalgas y masajeándolas después, y resistió a duras penas el deseo de seguir el pliegue hasta encontrar el valle húmedo que sabía encontraría entre sus muslos.

Jo se estremeció, cerró los puños sobre su pecho y dejó escapar un gemido largo y profundo. Dean tragó saliva al escucharla, sintiendo la necesidad de ella con la misma fuerza que la suya propia.

Enganchó los pulgares por detrás de las rodillas de la joven, y la colocó a horcajadas sobre él. Jo se dejó hacer, poniendo las manos a ambos lados de su cabeza, y permitió que le abriera las piernas para rodearle las caderas, colocándose en la postura adecuada para acoplar la erección, dura como el acero, y su femenino calor.

Dean la sujetó por la cintura y, flexionando las caderas, la hizo apretarse contra su miembro despacio, descarada y rítmicamente, imitando el acto sexual. Jo echó la cabeza hacia atrás, los labios entreabiertos, y se unió a aquel ritmo simulado que él marcaba. Un placer sin igual inundó a Dean, amenazando con hacerle perder el control, y forzando los músculos de su abdomen al límite. Apretó los labios contra el cuello de Jo, imprimiendo ardientes besos húmedos por toda su garganta, y subió hacia la oreja, mordisqueando el lóbulo con suavidad. Sus manos se introdujeron por debajo del dobladillo de la camiseta de la joven y acariciaron sus pechos, haciéndola estremecerse.

Ansioso por tener aquellos suaves montículos contra su tórax, le subió la camiseta y la atrajo hacia así. Los pezones de Jo lo quemaron, como si fueran hierro candente, y ambos gimieron al unísono al mezclarse el calor de sus cuerpos. Dean nunca había creído que el sexo pudiera llegar a ser tan intenso. Y apenas habían hecho otra cosa que los meros juegos preliminares. Sí, tenía la seguridad de que los aguardaban sensaciones mucho más increíbles, si tan solo se atrevían a explorar las posibilidades.

Jo también parecía estar considerándolo, pues la misma pasión desatada se reflejaba en sus ojos azules, junto con una buena dosis de enfebrecida ansia. Pero, de pronto, un sonido desagradable e irritante irrumpió en el momento, sacándolos bruscamente de aquel estado de euforia.

Jo se puso alerta al instante, incorporándose y rompiendo el íntimo contacto entre sus cuerpos. La ley de la gravedad hizo que la camiseta subida cayera, y Dean se encontró maldiciendo en silencio por haber perdido la oportunidad de vislumbrar aquellos gloriosos senos, de acariciarlos, de pasar la lengua por sus cumbres de terciopelo, y tomar esas perfectas circunferencias en su boca.

El ruido de la alarma del despertador siguió sonando, incesante, hasta que Jo se levantó y lo apagó. No regresó con él, sino que se quedó allí, de pie, dándole la espalda.

Dean bajó las piernas del colchón, y se quedó sentado al borde de la cama, mirando a la joven. Aceptaba que el hechizo del momento se hubiera roto, pero se dijo que no habían terminado, ni mucho menos. De hecho, para él apenas si habían empezado.

Jo se giró hacia él insegura, y se peinó el cabello con los dedos.

– Caray… -murmuró riéndose ligeramente. Parecía sorprendida por lo que acababa de ocurrir, pero no había enfado en su expresión, ni arrepentimiento.

Dean lo interpretó como un signo positivo que le indicaba que ella se daba perfecta cuenta de lo que estaba haciendo y de que había participado en ello por voluntad propia.

– Sí, caray -afirmó él. Aquella palabra desde luego resumía la química que se había producido entre ellos.

Jo esbozó una sonrisa indulgente mientras se frotaba las palmas de las manos, vergonzosa, en los pantalones de algodón.

– Salvados por la campana, ¿eh?

– Al menos por esta vez… -contestó Dean con una sonrisa presuntuosa. Sabía que sonaba muy seguro de sí mismo, pero no le importaba. Después de aquel incendio que habían provocado juntos, no tenía ningún sentido negar la atracción que sentían, y era absurdo creer que no se repetiría de nuevo en un futuro cercano… Sobre todo si dependía de él.