Un sentimiento de compasión surgió dentro de Dean.

– Debió de ser difícil para ti, y para tus hermanos y tu padre, haber sido separados de ese modo, por la fuerza.

Jo asintió.

– Lo fue. Recuerdo que me sentía sola, perdida, confusa, y que echaba muchísimo de menos mi hogar y a mi padre y a mis hermanos, pero sólo podía verlos durante las vacaciones de verano. Viví con mi madre y mi padrastro tres años, hasta que mi madre se mató en un accidente de tráfico.

– ¿Y entonces tu padre consiguió tu custodia?

– No fue tan sencillo. -murmuró lo. En el exterior un relámpago iluminó el cielo, seguido de un fuerte trueno, y una cortina de agua comenzó a descender del negro cielo.

– ¿Qué ocurrió? -inquirió Dean.

– Mi padrastro logró retenerme con él durante seis meses. Aseguraba que esa habría sido la voluntad de mi madre, pero, gracias a Dios, al fin mi padre le arrebató la custodia -continuó, aminorando la velocidad-. Entonces yo tenía ocho años, y regresé a Oakland, con mi familia. Mis hermanos se volvieron muy protectores conmigo, sobre todo Cole, que se encargaba de mí porque mi padre tenía turnos variables en el departamento de policía.

– Bueno, no me sorprende que fueran protectores contigo, considerando que eras la pequeña, que eras una chica y que habíais estado separados tres años.

Jo le lanzó una mirada molesta por el hecho de que se pusiera del lado de sus hermanos.

– Sí, pero casi no podía ni ir al baño sin pedir permiso a Cole -exageró-. Te lo aseguro, su actitud me hacía sentirme ahogada.

Dean giró la cabeza hacia la ventanilla para que no lo viera sonreír. Estaba claro que en parte el comportamiento de sus hermanos se debía también a que ella era muy temeraria y cabezota, pero sabía que no le haría gracia escucharlo, así que permaneció callado. Al cabo de un rato, sin embargo, continuó con la conversación.

– Bueno, ¿y cómo es eso de que empezaste en esto a los diecisiete?

– Cuando murió mi padre, Cole tenía veintiún años, y en esa época compaginaba sus estudios en la universidad con un trabajo como vigilante de seguridad en un club nocturno. Yo era menor de edad, así que la custodia pasó a sus manos, y tuvo que ocuparse de Noah y de mí.

– ¿Y dejó las clases?

– ¿Cole? -se rió Jo con cinismo pero también con innegable orgullo-. No, buscó un trabajo a tiempo completo para poder mantenemos y estudiaba por las noches. Es la persona más ambiciosa y firme que conozco, y eso puede ser una virtud, pero, en el caso de Cole también se ha convertido en un defecto. Es de ideas fijas, y en lo que se refiere al trabajo o a lo que considera que se espera de él, jamás se desvía de sus objetivos.

Dean sintió que eso mismo podría aplicársele a él.

– Eso me recuerda a mí mismo -apuntó bajando la vista.

Jo se sintió mal por él.

– Bueno, al menos tú estás empezando a darte cuenta de que hay más en la vida que el próximo proyecto, caso o contrato -le dijo para animarlo-. En cambio, debo decir que no albergo demasiadas esperanzas de que Cole abra los ojos como tú has hecho. Supongo que lleva tanto tiempo programado para ser responsable que es incapaz de disfrutar de las cosas más simples o, incluso, de darse cuenta de que su secretaria, Melodie, está loca por él.

Dean enarcó las cejas sorprendido.

– ¿De veras?

Jo asintió con una mueca de disgusto. Le parecía increíble que Cole nunca se hubiera percatado de algo tan obvio.

– Sí, pero de todos modos no se trata solo de lo corto que es. Que Mel sea hija del que fuera superior de mi padre, su mejor amigo y mentor de Cole, hace que él ni siquiera la considere como una mujer.

Dean se rió entre dientes. Estaba deseando conocer al hermano de Jo para poder formarse su propia opinión de él.

– En fin -continuó Jo-, volviendo a mi historia… Después de que muriera mi padre, Cole empezó a trabajar para un investigador privado haciendo sobre todo trabajos de vigilancia de sospechosos, de seguridad y aprendiendo los entresijos de la profesión hasta que terminó sus estudios. Además, para ganar algún dinero extra empezó a aceptar casos para capturar a fugitivos de un afianzador de la zona y, como Noah se había alistado en los marines, cuando llegaban las vacaciones de verano y no encontraba a nadie que cuidara de mí, Cole me llevaba con él -giró la cabeza para mirarlo, imaginando lo que estaría pensando-. Sí, ya sé que parece una locura por su parte arrastrar a una menor en algo potencialmente arriesgado, pero para mí, que siempre me sentía atada y sobreprotegida, era genial.

– De eso no me cabe duda -dijo él con una sonrisa maliciosa-. ¿Y fue así como aprendiste profesión?

Jo asintió con la cabeza.

– Esos fueron mis comienzos, y fue entonces cuando me di cuenta de que me encantaba todo este asunto de la persecución y la captura. Me parecía muy emocionante, y es rentable. Gracias a esos encargos Cole consiguió ahorrar lo suficiente para poder enviarme a la universidad y abrir su propia agencia de investigación. El resto de la historia ya lo conoces. En fin, ¿qué puedo decir? Evidentemente, tras haberme criado no se tomó muy bien cuando decidí seguir los pasos de mi padre y los de él.

Dean extrajo otra galleta de la bolsa y le ofreció una a Jo, que aceptó.

– Es normal. Eres su hermana pequeña -le dijo-, y debe preocuparlo que puedan hacerte daño.

– Sí, bueno, ser la hermana pequeña es una de las cosas que me coartan -contestó ella con un suspiro-. Eso, y el ser una mujer además de un peso pluma, como a Noah le encanta llamarme.

Dean ladeó la cabeza divertido y curioso al mismo tiempo.

– ¿Peso pluma?

– Sí, ya sabes; pequeña y delicada -le explicó con una expresión enfurruñada.

Dean se giró en el asiento para mirarla, admirando su figura.

– Pues desde mi punto de vista no es una mala combinación.

Jo resopló, dándole a entender que no compartía esa opinión.

– Mi estatura, mi complexión y mi género siempre han supuesto una desventaja frente a mis hermanos, sobre todo cuando decidí que quería ser policía. Además, es frustrante, porque muchos de los que fueron mis colegas, e incluso los tipos con los que he salido, creen que no soy capaz de arreglármelas sola -de pronto se quedó callada, como pensativa, y una sombra de tristeza cruzó su rostro-. Y supongo que lo que ocurrió con Brian les demostró que así era -murmuró, su voz cargada de dolor.

Lo había dicho tan quedamente, que Dean estaba seguro de que lo había dicho más para sí que para él. Se quedó callado, esperando que Jo prosiguiera, pero el prolongado silencio le indicó que no estaba dispuesta a dar más explicaciones. Iba a instarla a continuar, pero cuando ella lo miró y vio la tristeza en sus ojos comprendió que era mejor dejarlo estar.

A pesar de todo, una sonrisa prometedora se dibujó en los labios de la joven.

– Me temo que era más de lo que querías saber de mí, ¿no es cierto?

– No, en absoluto -le aseguró Dean. Todo lo contrario, añadió para sí. Sólo había logrado hacer que se interesase aún más por ella. Él la veía como una mujer que luchaba por tener su propia identidad, que quería que los demás la aceptaran, y que la respetaran. Tras escuchar el relato de su turbulenta infancia y de haber vislumbrado su espíritu independiente, comprendía el porqué.

Con todo, sospechaba que ocultaba otros secretos, que aún no había llegado a su alma, que debía levantar muchas más capas.

– Me gustaría saber mucho más de ti -le dijo muy serio, en un tono suave y amable-. Todo lo que pueda aprender de ti, Jo Sommers.

La joven dejó escapar una risita vergonzosa.

– Después de esta conversación no creo que haya mucho más que contar.

– Seguro que lo hay -insistió él-. Como por ejemplo, tu nombre, Jo. ¿Es tu verdadero nombre o es un diminutivo?

Jo lo miró sorprendida. Obviamente había esperado una pregunta más difícil, o más personal.

– Mi nombre completo es Joelle. Fueron mis hermanos quienes lo acortaron a Jo cuando era muy pequeña, y desde entonces se me ha quedado.

– Joelle… -repitió Dean, como fascinado por lo femenino del sonido-. Me gusta. Es precioso y único, igual que tú, mientras que «Jo» va más con tu lado decidido, obstinado e independiente.

– Gracias… creo -Jo sonrió con ironía.

– Lo he dicho a modo de cumplido, y de nada- contestó él. En ese momento giró la cabeza hacia ella y se dio cuenta de que Jo estaba observando indicadores del tablero de control, y advirtió que su expresión se tornaba preocupada-. ¿Ocurre algo?

– No estoy segura -respondió Jo. Levantó la vista del tablero de control para mirar la lluvia a través del parabrisas y de nuevo volvió a los indicadores-. Me parece que el indicador de la temperatura marca más de lo normal.

A pesar de su preocupación siguieron, pero media hora más tarde se hizo patente que había algún problema. La aguja de la temperatura iba subiendo peligrosamente hacia la sección pintada en rojo que señalaba peligro, y del capó empezó a emerger vapor. Debía de ser un problema del motor.

Pasaron una señal en la carretera que indicaba una salida cercana, y dado que faltaban aún unos veinticinco kilómetros para llegar a Medford, Jo se vio obligada a tomar una decisión sobre la marcha.

– Voy a tener que tomar la próxima salida si no encontramos una gasolinera.

Sin embargo no parecía haber ninguna, ni tampoco restaurantes ni otros locales junto a la carretera en los siguientes minutos, así que finalmente tuvo que tomar la salida de la autopista. Era una estrecha carretera mal pavimentada que serpenteaba entre denso arbolado, alguna colina y verdes pastos. Ni una casa, ni una persona…

Cuando se habían alejado ya unos tres kilómetros y medio de la carretera interestatal, el vehículo se estremeció de pronto bruscamente y el motor se paró, obligando a Jo a sacarlo como pudo al arcén de grava, donde se detuvo.

La joven alzó la vista hacia el cielo tormentoso y resopló para apartarse los mechones de la cara.

– Maldita sea -murmuró, obviamente contrariada por el contratiempo-. ¿Qué diablos le habrá pasado a este trasto? Cole lo llevó a revisar hace menos de un mes.

– Tranquila, Jo, éstas son cosas que pasan -intervino Dean-. Saldré y levantaré el capó para echar un vistazo.

Hizo ademán de abrir la puerta, pero Jo lo detuvo agarrándolo por la manga de la camisa.

– Yo lo haré, entiendo de mecánica.

El modo en que tenía alzada la barbilla le indicó a Dean que era mejor no discutir, pero tampoco estaba dispuesto a quedarse sentado calentito y cómodo, dentro del coche, mientras ella salía fuera sola con el aguacero cayendo, por mucho que entendiera de mecánica.

– Cuatro ojos siempre ven más que dos, ¿no crees?

Jo dudó un instante, pero finalmente accedió al comprender que no conseguiría disuadirlo.

– De acuerdo.

Se desabrochó el cinturón de seguridad y tumbó el asiento para poder acceder con más facilidad al maletero. Abrió un compartimento lateral, extrajo de él un trapo, una linterna y un paraguas, y regresó a la parte delantera.

– Ya que insistes en acompañarme, puedes sostenerme el paraguas para que no me ponga hecha una sopa -le dijo con una sonrisa maliciosa.

Dean puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza. En fin, si se sentía mejor llevando ella la batuta, no tenía ningún inconveniente. «Está visto que a esta chica no le van los caballeros andantes», se dijo.

A Jo le llevó menos de dos minutos descubrir cuál era el problema: el manguito del radiador había reventado.

Encima de ellos retumbaban los truenos, y los relámpagos iluminaban el cielo. No había nada que pudieran hacer, de modo que cerraron el capó y volvieron a meterse en el coche. A pesar del paraguas, el viento había arrojado la lluvia sobre ellos, y los dos estaban bastante mojados. Además, sin el aire acondicionado, el interior del vehículo se vio pronto inundado por un calor pegajoso.

Jo tomó el teléfono móvil para pedir ayuda a una agencia de servicio en carretera, pero la pantalla mostró un irritante mensaje de «fuera de cobertura», y dejó escapar un improperio.

– Genial -masculló, derrotada-. Estamos atrapados por una tormenta en medio de ninguna parte por Dios sabe cuánto tiempo, no hay forma de pedir ayuda y la carretera está desierta -resopló y se volvió a mirar a Dean-. ¿Qué vamos a hacer ahora?

Por desgracia Dean no tenía poderes mágicos para poder resolver el problema, pero era un hombre de recursos, y decidió que podían aprovechar la oportunidad para relajarse y disfrutar hasta que parase la tormenta y pudieran aventurarse al exterior para pedir auxilio.

Recordando la conversación que habían tenido hacía un rato sobre hacer el amor en un coche, alargó la mano hacia ella y recorrió con los dedos su hombro y siguió hacia abajo, acariciando la piel desnuda del brazo.