– Bueno, ahora que ya no tienes que concentrarte en conducir, estaba pensando que podíamos probar la parte de atrás y pasar un buen rato hasta que escampe. Podemos empezar con unos besos y unas caricias, y llegar hasta donde tú quieras -la tentó con una sonrisa lasciva-. ¿Qué me dices, Jo?

Vio cómo la joven tragaba saliva mientras consideraba su proposición, junto con todas las sensuales posibilidades que los aguardaban si accedía. Dean por su parte estaba ansioso por repetir aquella maravillosa experiencia que habían compartido antes de abandonar el motel aquella mañana, antes de que el dichoso despertador los interrumpiera.

La tensión pareció comenzar a disiparse del cuerpo de Jo, y el deseo reemplazó la expresión dubitativa en su rostro.

– Si tú estás dispuesto, yo también lo estoy – murmuró.

Y reafirmó su atrevida respuesta pasando la primera a la parte de atrás de la camioneta.

8

Jo se quedó sentada de rodillas sobre la suave manta de franela que había extendido en la parte de atrás, esperando a que Dean se uniera a ella. Sus ojos recorrieron el estrecho espacio. Había puesto a un lado la caja de herramientas y la neverita portátil para que no estorbaran, pero aun así, aunque ella podía tumbarse y estirarse, le parecía que Dean iba a estar bastante incómodo.

Su vista fue a posarse entonces en el inutilizable teléfono móvil, que había dejado sobre la consola del tablero de mandos. Fue como un recordatorio no deseado de todo lo que la esperaba de regreso a su hogar: la realidad y un hermano estricto que la regañaría por lo que estaba a punto de hacer, fuera o no Dean inocente.

Sin duda Cole habría tratado de llamarla, y estaría preocupado al ver que no le contestaba, y más sabiendo que estaría acompañada por quien él pensaba era un delincuente. Era natural que se preocupara, cualquier hermano se preocuparía, pero al final no le quedaría otro remedio que confiar en ella, en su intuición y en su capacidad de arreglárselas sola. Y aquello desde luego sería casi imposible para Cole, concluyó Jo con un suspiro.

Sin embargo, en ese preciso momento quería olvidarse de todo, excepto de aquel hombre por el que se sentía tan atraída. No quería pensar en Cole, ni en el sermón que la esperaba, ni en cómo todo el mundo parecía cuestionar sus decisiones y juicios durante los últimos dos años… incluida ella misma. Ya no tenía dudas respecto a Dean, porque estaba logrando que recuperara una parte de sí que había perdido tras la muerte de Brian. De nuevo quería, necesitaba, sentirse viva y deseada, y Dean Colter había hecho aquello posible.

Todo su cuerpo se puso alerta al ver cómo su prisionero pasaba a la parte trasera entre los dos asientos, y su aroma cautivó los sentidos de la joven. No tenía sentido mostrarse tímida o recatada, así que se sacudió de encima todas las inhibiciones que podían impedir que disfrutase plenamente de aquel momento. Dean la excitaba en un sentido físico, pero en lo emocional y lo personal parecía comprenderla mejor que cualquiera de los hombres con los que había salido, y aquello también la excitaba enormemente.

Tras quitarse las deportivas y los calcetines húmedos, como ella había hecho, Dean se arrodilló frente a ella, y colocó las manos sobre sus muslos, atrayendo la atención de ella hacia la más que obvia erección que empujaba ya contra la cremallera de sus vaqueros. Jo tragó saliva para aliviar la repentina sequedad que notaba en la garganta. Era un hombre tan sólido, tan masculino… De algún modo, tuvo de repente la certeza de que lo que ocurriera entre ellos allí dentro sería distinto a cuanto había experimentado hasta entonces.

Dean podía darle todo lo que ansiaba, satisfacer el deseo que había reprimido durante años, pero sabía que cuando todo terminara, cuando tuvieran que separarse, no le exigiría nada. Volverían a sus vidas anteriores, en Estados alejados por kilómetros y kilómetros. Ninguno de los dos estaba buscando un compromiso, ni ataduras. Era agradable no tener que preocuparse por esas cosas, y estaba decidida a aprovechar el tiempo que pasara con él al máximo, tomando todo lo que él estuviera dispuesto a darle, porque ningún otro hombre la había hecho sentir y desear tan intensamente. Y lo cierto era que después de haber pasado los dos últimos años tratando de probarse a sí misma, pendiente solo del trabajo, le parecía que ya era hora de poner por delante sus propias necesidades.

Extendió el brazo y puso la palma de la mano sobre el pecho de Dean, absorbiendo los rápidos latidos de su corazón y el calor abrasador que transmitía, aun a través de la húmeda camiseta. Tocó con un dedo uno de los rígidos pezones, y observó cómo los ojos de Dean se oscurecían de hambre de ella.

Jo contuvo el aliento, excitada. La lluvia continuaba golpeando los cristales, creando un provocativo staccato que incrementó la sensualidad entre los dos. El escenario formado por los altos árboles que rodeaban el coche, junto con el cielo gris encima de ellos y el chorreo de la lluvia por las ventanas, añadía todavía más erotismo al momento.

Jo esbozó una lenta sonrisa.

– Sí que es estrecho esto, ¿eh? -dijo refiriéndose a la conversación que habían tenido momentos antes sobre todas las posiciones interesantes que dos personas podían adoptar en un espacio reducido.

Dean parpadeó, la lascivia aún más marcada en sus iris verdes.

– Pues le echaremos la creatividad que haga falta.

Sin apartar sus ojos de los de Dean, Jo bajó despacio la mano hacia el liso abdomen, que se tensó a su contacto.

– Y además hay bastante humedad y hace un poco de calor -dijo Jo en un tono quedo, sin aliento.

– Eso hace más placentera la fricción de piel contra piel -respondió Dean. Seguía teniendo las manos sobre los muslos, pero sus palabras y el profundo timbre de su voz eran tan eróticos como caricias-. Quítate la goma del pelo, Jo, quiero que tu cabello fluya libre.

Incapaz de negarle nada, la joven hizo lo que le decía, y su pelo se deslizó sobre sus hombros.

Inclinándose hacia delante, Dean enredó los dedos en los húmedos mechones, y atrajo el rostro de la joven hacia el suyo.

Jo cerró los ojos, y entreabrió los labios, segundos antes de que la boca de Dean los reclamara en un beso francés. Jo gimió suavemente al sentir la invasión de su lengua y saborearlo.

Dean hizo el beso aún más profundo, robándole el aliento hasta que todo pensamiento coherente abandonó su mente.

– La camiseta, Dean… -jadeó contra sus labios, tirando de ella-, quítatela…

Con un rápido movimiento, Dean agarró la prenda por el dobladillo y se la sacó por la cabeza.

– ¿Mejor?

– Oh, mucho mejor -aprobó Jo plantando las manos en el ancho tórax. Lo acarició, deleitándose en la sensación de la suave piel y los firmes músculos, y se inclinó hacia él, depositando un reguero de besos húmedos y cálidos por toda la garganta, lamiéndolo y aspirando con la boca. Dean se estremeció de arriba abajo al sentir sus labios descender hacia el pecho. Jo mordisqueó suavemente los pezones erectos, y lo escuchó contener el aliento y gemir cuando ella los chupó repetidamente.

Antes de que pudiera seguir hacia abajo, Dean la detuvo, haciendo que se echara hacia atrás. Se miraron largo rato. Un trueno rugió en el exterior, y la camioneta retumbó.

La lluvia comenzó a caer con más fuerza, y Dean volvió a fundir su boca con la de ella una vez más, mientras la empujaba despacio para tumbarla sobre la manta y se colocaba sobre ella, interponiendo una rodilla entre sus piernas.

Los besos empezaron a hacerse más lentos, y Dean fue desabrochándole uno a uno los botones de la blusa, volviéndola loca por la tranquilidad de sus movimientos, haciéndola sentir mareada por el acuciante deseo de experimentar la caricia de sus manos sobre la piel que quedaría al descubierto.

Cuando al fin hubo terminado, abrió la blusa y la sacó de la cinturilla de los vaqueros. Jo se estremeció cuando su boca exploró el contorno de sus senos, aún cubiertos por el sostén. Dean los probó con pequeños mordisquitos, hasta alcanzar las erguidas puntas, y apretó la lengua contra ellas a través del encaje.

Jo sintió que la impaciencia se apoderaba de ella, y casi se desvaneció de alivio cuando él desabrochó el cierre frontal del sujetador, liberando finalmente sus pechos. Apartando las copas a los lados, Dean repasó los dedos por los titilantes pezones, increíblemente rígidos por sus caricias, y húmedos, tanto por sus lengüetazos como por la humedad que había dentro del vehículo a causa de la lluvia y el calor combinado de sus cuerpos. Incluso las ventanas estaban empañadas por su agitada respiración.

Dean trazó círculos en tomo a la aureola, y la humedad de la piel de Jo incrementó la fricción, aumentando el placer de la caricia.

Le dirigió a la joven una sonrisa pícara.

– Sí, hace bastante calor y hay mucha humedad aquí dentro.

– Yo desde luego siento como si estuviera ardiendo -asintió Jo sonriendo también. Y, de algún modo, intuía que la temperatura iba a subir más todavía.

– Sí, sí que lo estás -reconvino Dean con voz ronca, acariciándole los brazos-. Veamos qué podemos hacer para refrescarte un poco.

Acercó la neverita portátil, retiró la tapa, y rebuscó entre las latas, pero en vez de extraer un refresco, como Jo esperaba, sacó un cubito de hielo y lo introdujo en su boca, para cerrara continuación la fría palma sobre su seno. Jo contuvo la respiración sorprendida ante la sensación, a la vez inesperada y excitante. Antes de que pudiera apartarle la mano, Dean bajó la cabeza y le pasó la helada lengua por el cuello, para capturar después sus labios, y abrirle la boca, deslizando dentro de ella el cubito a medio derretir.

Comenzaron un sensual juego de intercambio del trozo de hielo, hasta que este se deshizo por completo. El beso continuó, pero Jo necesitaba tocar a Dean, y sus manos se deslizaron por todo su cuerpo: los hombros, los brazos, el torso, el vientre, las caderas… Allí se topó con la frustrante barrera de los pantalones. Dean interrumpió el beso con un quejumbroso gemido e inspiró aire con fuerza.

– Compórtate, Jo -le dijo fingiéndose escandalizado.

Ella puso los ojos en blanco.

– ¿Es que sólo vas a poder divertirte tú?

Dean ladeó la cabeza y enarcó una ceja.

– ¿Pretendes decirme que no lo estás pasando bien?

Jo esbozó una sonrisa pícara lentamente.

– Es sólo que no creo que la balanza esté ni tan siquiera equilibrada. Tú te estás llevando todos los honores -le reprochó.

Mientras hablaba, Jo recorrió el muslo de Dean con la palma de la mano hasta detenerse junto a la enorme erección que parecía amenazar con reventar los botones del pantalón vaquero. Jo colocó la mano encima, sintiendo una cierta satisfacción al tenerlo completamente en su poder y al comprobar que ella no era la única que estaba tremendamente excitada. Con una sonrisa maliciosa, lo acarició despacio. Notó que la erección crecía más aún, poniéndose dura como el granito y, de pronto, lo único en lo que podía pensar era en rodear con su palma todo aquel agresivo calor masculino y saborearlo con la lengua.

Sin embargo, en el momento en que intentó desabrocharle el cinturón para dar rienda suelta a sus fantasías, Dean la agarró por las muñecas impidiéndoselo. Le dio un beso largo y profundo, mientras apartaba de su piel por completo el sujetador y la blusa. Jo levantó los brazos para facilitarle la maniobra, pero pronto comprendió que había sido un error, porque se encontró con las manos presas por los puños de la camisa, que Dean había anudado en tomo a sus muñecas.

Jo dio un tirón, pero el nudo era firme.

– Estoy empezando a creer que tienes cierta fijación erótica, Dean… -murmuró.

– ¿Te refieres a hacerte esclava de mis deseos? -sugirió él observando los generosos senos de Jo y los erguidos pezones.

La joven se preguntó si los tomaría en su boca o la haría suplicar para que lo hiciera. Si no lo hacía pronto, desde luego, estaba dispuesta a rebajarse.

Dean pasó los dedos por la cintura de Jo.

– ¿Te gusta estar así, a mi merced? -dijo acariciándola de nuevo.

Jo no podía negar lo que su cuerpo gritaba a voces.

– Sí, pero me gustaría más que me dejaras acariciarte yo también.

Pero Dean meneó la cabeza de lado a lado, y extendió el brazo para entrelazar sus dedos con los de ella.

– Si me tocas otra vez como lo has hecho antes, perdería el control.

– ¿Yeso sería tan malo? -le espetó Jo con voz mimosa.

Dean le acarició la muñeca con el pulgar repetidamente.

– Sí, en especial cuando quiero asegurarme de que tú estés satisfecha por completo antes de dejarme ir.

Jo pestañeó de un modo pícaro.

– Caray, sí que eres caballeroso…