– Si eso es lo que quieres pensar… -contestó él con una sonrisa lobuna. Y relumbró en sus ojos un brillo peligroso que hizo que los latidos de Jo se hicieran mucho más rápidos-. Lo cierto es que, en realidad, se trata sólo de egoísmo por mi parte, porque quiero verte disfrutar. Saber que estás así, atada y que eres cautiva de mis caprichos me excita aún más. Dime, ¿no te excita a ti también?
– ¿Qué crees tú? -respondió Jo sin ningún pudor.
– Hum… Yo diría que sí, pero quiero estar completamente seguro.
Y, sin retirar la mano con la que le sostenía las muñecas, introdujo la otra de nuevo en la neverita y extrajo otro hielo, que se metió en la boca. Esta vez, en cambio, lo masticó rompiéndolo en trozos, bajó la cabeza hacia su pecho y tomó uno de los pezones en su fría boca, abriéndola poco a poco para engullir tanto como podía del seno, succionando y repasando la lengua en espiral sobre el pezón.
Jo apretó los dedos y estuvo a punto de protestar ante el tremendo contraste entre la helada boca de Dean y su ardiente piel, pero de sus labios sólo escapó un gemido ahogado. Dean fue alternando entre un seno y otro seno, hasta que Jo estaba tan cerca del clímax que no sabía si podría aguantar más.
Lo escuchó rebuscar de nuevo en la neverita, sin saber qué se le ocurriría esa vez. Los fríos dedos de Dean se colocaron sobre su estómago y trazaron una senda circular en tomo al ombligo y a lo largo de la cinturilla de los vaqueros.
Dean se detuvo un momento para que Jo abriera los ojos y lo mirara. Entonces, empezó a juguetear con el primer botón de los vaqueros.
– ¿Quieres más? -murmuró en tono seductor.
Jo advirtió que de nuevo estaba pidiéndole permiso para continuar, dejándole la última palabra a ella. Si él acababa de decir que era egoísta, Jo estaba comenzando a sentirse codiciosa, porque quería más y más.
– Sí… por favor -susurró, ansiosa.
Con una agilidad que la maravilló, Dean le bajó los pantalones hasta las rodillas, pero, para su extrañeza, le dejó puestas las braguitas, empapadas por el deseo.
Dean introdujo por tercera vez la mano en la nevera y, con otro cubito en la mano, lo deslizó alrededor del ombligo, y descendió hacia el borde de las braguitas, para ascender de nuevo. Se inclinó sobre ella y echó una bocanada de aire caliente sobre la piel húmeda. Jo se estremeció de un modo incontrolable.
Dean colocó el cubito dentro de su ombligo, y subió la mano al pecho de la joven.
– No te muevas, Jo -murmuró cuando ella se retorció para hacer caer el frío hielo que abrasaba su piel.
Los ojos de la joven se abrieron como platos. ¡Dios!, ¿no estaría hablando en serio? Sin embargo, al mirarlo a los ojos comprendió que sí. Los segundos pasaban, y el hielo iba derritiéndose, chorreando hacia los lados por su estómago. La sensación era increíblemente erótica, y a la vez enloquecedora, porque él le había ordenado que no se moviera, cuando ella no podía pensar en otra cosa.
Jo cerró los ojos y gimoteó como una niña, pero no se movió.
– Dean, está muy frío…
– A-a, el hielo se queda ahí por ahora -insistió él. Se inclinó para besarla en el cuello y le susurró al oído-: Espera, voy a darte otra cosa en qué pensar.
Introdujo la mano entre sus piernas y apretó dos dedos helados contra su montículo.
– Aquí abajo estás ardiendo; creo que debería refrescarte un poco.
Jo sabía lo que iba a hacer antes siquiera de que él introdujera los dedos por debajo del elástico, pero aun así el helado tacto de su mano no le resultó menos intenso. Contuvo la respiración cuando los fríos dedos se aventuraron entre los cálidos y húmedos pliegues, para penetrarla después rápida y completamente.
Jo jadeó con fuerza al sentir cómo sus músculos internos lo abrazaban y se derritió contra sus dedos. El pulgar de Dean se unió, acariciándola desde fuera con pasadas rítmicas y firmes.
Jo emitió un largo e intenso gemido, sintiendo como si su cuerpo estuviera siendo bombardeado desde una docena de direcciones distintas, y ella fuera incapaz de concentrarse en una. Quería que le liberara las manos para poder darle el mismo placer a él, y quería abrir más las piernas, pero los vaqueros colgando en sus rodillas y la pierna de Dean interpuesta entre ellas se lo impedía. El vientre de la joven tembló al sentir que él incrementaba el ritmo de fricción con sus dedos, y el cubito seguía disolviéndose.
– Estás conteniéndote, Joelle -murmuró Dean-. Déjate llevar y entrégate a mí…
Y, tras decir eso, Dean apretó los dedos más adentro de ella, empujándolos contra el clítoris. Jo estaba al borde del éxtasis. La visión se le nubló, y de pronto un orgasmo increíble y voluptuoso le sobrevino. Jo se revolvía sobre la manta, gimiendo y jadeando mientras aquella gloriosa sensación la consumía.
En el exterior un relámpago iluminó el cielo, seguido del retumbar del trueno. Mientras el ruido y la luz se extinguían, Jo se sintió flotar de vuelta a la Tierra, saciada, completamente relajada, maravillosamente agotada.
Abrió los ojos buscando los de Dean. Su rostro estaba ligeramente enrojecido por el calor y la humedad, y sus iris verdes parecían brillantes ascuas. Despacio, muy despacio, para que ella disfrutara cada instante de su retirada, deslizó los dedos fuera de ella, la besó suavemente y finalmente la liberó, deshaciendo el nudo que restringía sus manos.
Pero Jo no quería ser libre aún, no cuando él no había recibido nada, habiéndose mostrado tan generoso con ella. No cuando aún se sentía vacía en lo más profundo de su ser, a pesar del fabuloso orgasmo que acababa de tener..Bajó los brazos y se empezó a incorporar, pero se detuvo al darse cuenta de que el hielo se había derretido por completo y el agua se estaba derramando hacia abajo.
Se rió ligeramente. Dean la había tenido tan ocupada que se había olvidado del hielo.
– He sido una buena chica y el cubito se quedó donde lo pusiste -le dijo.
– Has sido una chica muy buena -asintió él. Bajó la mirada hacia su estómago-. Pero el hielo se ha derretido y, de repente tengo mucha, mucha sed.
Dean bajó la cabeza y lamió el agua, introduciendo la lengua en su ombligo, y al instante Jo sintió que volvía a vibrar con renovado deseo. Sin embargo, aquella vez quería que la satisfacción fuera mutua. Los dientes de Dean rozaron uno de sus senos, y sus dedos se deslizaron por el muslo, pero antes de que la enviara a otro viaje por los cielos sin él, Jo le agarró la muñeca para detenerlo, y enredó los dedos de la otra mano en sus cabellos, alzándole la cabeza.
Dean, que estaba a punto de tomar un pezón entre sus labios la miró interrogante. Jo se sintió conmovida, al comprender que él no esperaba nada a cambio de todo el placer que le había dado, pero precisamente aquello le hizo desearlo aún más.
– Dean, te necesito… Dentro de mí…
Lo sintió estremecerse ante su ruego, pero a sus ojos asomó una sombra de pesar.
– Dios… No sabes cuánto lo deseo yo también, pero cuando planeé mi viaje no se me ocurrió ninguna razón por la que fuera a necesitar preservativos, y no querría dejarte embarazada.
– Estoy tomando la píldora -le dijo la joven. Viendo la curiosidad en sus ojos, le explicó-: Mi médico me lo recomendó hace unos años, porque el estrés y la ansiedad estaban volviendo locas a mis hormonas, y mis periodos eran muy irregulares.
Dean sonrió, y sus hombros se relajaron aliviados.
– Sea cual sea la razón, estoy profundamente agradecido a tu médico -le dijo-, siempre y cuando tú lo quieras, por supuesto…
– Lo quiero -aseguró Jo. En su vida había estado tan segura de nada-. Y como has sido tú quien me ha dejado así -le dijo indicando los vaqueros colgando en torno a sus rodillas-, voy a dejar que me quites el resto de la ropa.
Dean obedeció al punto, con una facilidad y una rapidez pasmosas, deslizando los vaqueros y las braguitas hacia abajo y sacándoselos por los pies.
Momentos después, Jo yacía completamente desnuda sobre la manta de franela, con él arrodillado entre sus piernas flexionadas y abiertas. Los ojos de Dean recorrieron cada centímetro de su cuerpo, bajando lentamente hasta detenerse en la parte más íntima de su ser.
El pecho de Dean subía y bajaba, su respiración trabajosa, y Jo vio su propio deseo reflejado en el masculino rostro, estremeciéndose una vez más. Aquella caricia visual resultó casi tan excitante como las caricias físicas, e hizo que su cuerpo titilara con renovadas ansias. Sin embargo, de pronto observó que él aún no se había quitado los pantalones.
– Dean -le susurró-, estoy a punto de perder el control…
Él esbozó una sonrisa pecaminosa.
– Bien, porque eso es exactamente lo que quiero.
Y antes de que ella pudiera decir nada, metió los brazos por debajo de sus piernas, manteniéndolas separadas, y bajó la cabeza, devorándola con la lengua.
Jo contuvo el aliento, y arqueó la espalda al sacudirla un intenso placer.
Aquella vez Dean no la trató con delicadeza, ni procedió con cautela, sino que sus lengüetazos fueron insistentes y agresivos, sus incursiones ardorosas y apasionadas. Parecía estar exigiéndole una nueva rendición, y Jo se la concedió. El clímax le sobrevino tan rápido que Jo gritó incoherente el nombre de él una y otra vez.
Dean se retiró, y se desabrochó el cinturón con urgencia.
– No puedo esperar más -jadeó-, tengo que poseerte…
Se bajó los pantalones y los calzoncillos, liberando la erección, y permitiendo que Jo lo admirara por primera vez en todo su esplendor.
Era tan magnífico como ella lo había imaginado cuando vislumbró su silueta a través de las puertas de la ducha la noche anterior.
En lugar de aproximarse a ella en la postura tradicional del misionero, Dean le deslizó los dedos por debajo de las rodillas, y la atrajo hacia sí, mientras le abría más las piernas, que quedaron flexionadas a ambos lados de las caderas. Colocó los muslos de Jo sobre los suyos, se inclinó hacia delante, y frotó la cabeza de su miembro contra los sensibles pliegues femeninos, compartiendo su humedad antes de introducirse en ella un centímetro, y entonces…
Se detuvo.
Jo emitió un gemido ahogado de frustración, y sus manos se aferraron como garras a la manta. Alzó la vista hacia el rostro de Dean para suplicarle que acabara con aquel tormento, pero las fieras emociones que danzaban en sus ojos la pillaron desprevenida.
– ¿Dean? -lo llamó sin aliento, preguntándose si habría cambiado de opinión.
– Te deseo, Jo Sommers -murmuró él en un tono posesivo-. ¿Estás lista para recibirme dentro de ti?
La joven se estremeció. Quería que aquello ocurriera, lo deseaba tanto como él.
– Sí -susurró. Y deslizo una mano entre sus muslos para acariciar con las puntas de los dedos el palpitante miembro introducido en parte dentro de ella-, estoy lista.
A Dean pareció bastarle con aquella respuesta, ya que inmediatamente se introdujo en ella hasta el fondo, penetrándola por completo. Sus gemidos de placer mutuo se confundieron con el ruido de otro trueno sobre sus cabezas y la lluvia golpeteando furiosa contra los cristales.
Dean apenas le concedió tiempo para acomodarse a esa primera embestida, ya que se retiró y, haciendo palanca con los fuertes muslos, le abrió las piernas un poco más y la penetró con mayor intensidad, haciéndola gemir de nuevo.
Con los ojos brillantes, Dean introdujo las manos por debajo de sus brazos, pasó las palmas por la espalda de la joven, y las apretó finalmente contra sus hombros para atraerla aún más hacia sí. Los senos de Jo quedaron aplastados contra su tórax, y sus piernas le rodeaban la cintura de un modo muy excitante, e increíblemente erótico.
– Eres maravillosa, Jo… -masculló Dean con la mandíbula apretada, intentando controlarse todo o que era capaz-. No sé si podré aguantar mucho más…
Jo deslizó las manos por la musculosa espalda de él, y le masajeó las nalgas.
– Pues entonces no lo hagas… -lo urgió.
Con un gruñido salvaje, Dean posó los labios sobre los de ella, robándole el aliento, al tiempo que empujaba hacia delante las caderas. Todo su cuerpo temblaba por la fuerza y el impacto de sus embestidas, pero Jo lo provocaba con las manos y la boca para que le diera más.
Estaban haciendo el amor de un modo desinhibido, apasionado, tan salvaje como la tormenta que estaba cayendo fuera. Era la clase de unión que Jo quería, y aparentemente él también la necesitaba.
Increíblemente, Jo sintió que el maravilloso ascenso comenzaba de nuevo, e iba aumentando. Y de pronto se encontró retorciéndose debajo de él, gimiendo extasiada al sentir que el orgasmo la invadía.
Dean echó la cabeza hacia atrás, empujando las caderas a un ritmo frenético, y gritó su nombre varias veces, enardecido, mientras caía irremediablemente por el precipicio del placer con ella.
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