– ¿Te veré luego? -le preguntó en un tono quedo e íntimo, claramente cargado de esperanzas.
Jo sintió que sus mejillas se teñían de rubor, y sintió deseos de abofetearse para evitar que las reacciones de su cuerpo la delataran ante sus hermanos.
– Claro -dijo tratando de parecer indiferente para contrarrestar el sonrojo que le quemaba la piel. Sí, lo vería una última vez, para llevarlo al aeropuerto y enviarlo de regreso a Washington, antes de que se enamorara aún más de él.
Habiendo obtenido aquella promesa de ella, Dean siguió a Noah, y salieron de la oficina, dejando, solos a Cole, Jo y Melodie. Nada más cerrarse la puerta, Cole se giró sobre los talones y regresó como un león a su cubículo, con los enamorados ojos de Melodie siguiéndolo en su retirada. Jo pensó en ir tras él para confrontarlo, pero ya sabía lo que opinaba y sentía respecto a ella y a la situación con Dean. Le había expresado su desaprobación con palabras lo suficientemente claras y, por propia experiencia, Jo sabía que no se podía razonar con él cuando ya se había pronunciado sobre un asunto, así que decidió no intentarlo siquiera.
Entró a su despacho, planeando pasar el resto de la tarde acallando sus pensamientos con los nuevos casos que esperaban su atención, pero por desgracia no iba a tener ese descanso en soledad y paz que deseaba. Antes de que tuviera oportunidad de sentarse, Melodie se coló por la puerta entreabierta.
– Esta mañana te han dejado unos cuantos mensajes -le dijo entregándole un manojo de papeles donde había apuntado los recados.
– Gracias -respondió Jo tomándolos y mirándolos por encima. Por fortuna nada era urgente ni importante. Melodie no se había retirado, sino que seguía allí de pie. Jo alzó la mirada interrogadora. -¿Hay algo más, Mel?
La secretaria interpretó aquello como un permiso para tomar asiento en una de las sillas frente al escritorio de Jo con una sonrisa infantil.
– Bueno, ¿quién hubiera pensado que un delincuente fugitivo pudiera ser tan sexy y tan encantador?
No había duda de a quién se refería.
– Dean no es un delincuente fugitivo.
Melodie sonrió de nuevo con infantil satisfacción.
– Sí, puede que eso sea cierto, pero no me negarás que es sexy y encantador.
Jo le lanzó una mirada impaciente.
– Mel, ¿adónde quieres llegar con todo esto?
– Quería preguntarte lo que ninguno de tus hermanos se ha atrevido a preguntar… -le dijo, demostrando un atrevimiento que sorprendió a Jo. Melodie por lo general era muy reservada y no se metía en los asuntos de los demás. Era una pena que no pudiera mostrarse así con Cole.
Jo, imaginando de qué se trataba, se sintió algo violenta, pero trató de disimularlo haciendo que ordenaba unos papeles que tenía sobre el escritorio.
– ¿Y qué pregunta es esa?
Melodie se inclinó hacia delante con los ojos brillantes, como si fuera a cometer una travesura.
– ¿Hay algo entre él y tú?
– ¿Qué te hace pensar eso? -inquirió Jo mostrándose ofendida.
– Ooh, vamos, Jo. Puede que hayas disimulado bastante bien la atracción que hay entre vosotros ahí fuera, en el área de recepción, pero a juzgar por las miradas tan íntimas que él te dirigía, es obvio que hay algo entre vosotros.
Jo quería que se la tragara la tierra. Si Melodie lo había advertido, sin duda sus hermanos también se habrían dado cuenta. Sin embargo, no estaba dispuesta a admitirlo abiertamente.
Melodie continuó sin esperar esa confirmación.
– Yo solo puedo fantasear con que el hombre de mis sueños me mire de ese modo. No seas cruel, Jo, podrías compartir al menos esa experiencia conmigo…
Imágenes de Dean deslizando el hielo por sus senos y su vientre pasaron por la mente de Jo, seguidas de otras en las que Dean la besaba por todas partes, y se colocaba sobre ella, penetrándola despacio y con certeza, haciéndola rendirse a sus deseos, una y otra vez.
Jo sacudió la cabeza, tanto para negar la petición de Melodie, como para sacudir esas provocativas imágenes de su mente. No tenía intención de compartir esos momentos tan privados con nadie.
– Lo siento, pero no hay nada que contar.
Melodie se quedó mirándola en silencio un buen rato.
– Creo que lo que ocurre es que no me lo quieres contar, pero si es lo que quieres… Bueno, si necesitas hablar con alguien, ya sabes dónde estoy.
Y, diciendo eso, Melodie abandonó el despacho. Jo se sintió un poco mal por haberla tratado con tanta brusquedad, pero lo cierto era que no estaba de humor para nada ni para nadie.
Jo se dejó caer en su sillón con un profundo suspiro, y se reclinó, cerrando los ojos, forzándose a relajarse. Para su alivio, nadie volvió a molestarla a lo largo de la tarde, hasta que Noah regresó con Dean unas horas después.
Tras guardar el informe que había estado escribiendo en el ordenador, Jo alzó la vista para mirar a Dean, que entraba en ese momento en su oficina con una de esas encantadoras sonrisas que le salían tan naturales.
Inmediatamente, Jo notó que el pulso se le aceleraba, y que el estómago se le llenaba de mariposas. Al punto, trató de controlar y aplastar esas sensaciones. No podía seguir alimentando aquella atracción que amenazaba con destruir el orden que había impuesto en su mundo. Estaba decidida a hacer que a partir de ese punto su relación únicamente fuera platónica. Un par de horas más, y Dean estaría ya lejos de allí. No tenía sentido complicar más las cosas rindiéndose ante la tentación que suponía.
– ¿Cómo ha ido? -inquirió cerrando la carpeta que tenía sobre la mesa.
– Bueno, tu hermano Noah no me hizo demasiadas preguntas después de todo -respondió Dean guiñándole un ojo.
Jo contrajo el rostro. No quería ni imaginar la clase de preguntas que Noah le habría hecho sobre ellos y el viaje.
– Me refería a la comisaría -puntualizó a pesar de que sabía que la aclaración era innecesaria.
Jo esperaba que tomara asiento en una de las sillas frente a su escritorio, pero Dean lo rodeó y se apoyó ligeramente en el borde de este, junto a ella.
– Me tomaron las huellas dactilares y, como yo esperaba, demostraron que yo no era ese tío de la ficha. En fin, estoy limpio de todos los cargos, pero por desgracia ese tipo anda suelto por ahí suplantándome, y hasta que no lo atrapen seguiré compartiendo mi nombre con un delincuente.
– Lo siento -dijo Jo con sinceridad.
– Sí, toda esta situación es endiabladamente frustrante -asintió él.
Jo inspiró y se obligó a sonreír.
– Al menos ahora eres libre y puedes volver a Seattle para tomarte esas vacaciones que yo interrumpí.
Dean movió la pierna, rozándola accidentalmente con el muslo de Jo, y ésta se sintió estremecer por dentro.
– En realidad había pensado quedarme unos días.
Jo parpadeó sorprendida.
– ¿De veras?
Dean se encogió de hombros.
– La última vez que estuve en San Francisco solo pude ocuparme de los negocios, y no tuve tiempo de ver nada. Además, creo que sería divertido celebrar mi trigésimo tercer cumpleaños este viernes en la ciudad en vez de una cabaña, solo, en medio, de las montañas. Pero no te preocupes, no tengo intención de interferir en tu trabajo ni robarte tiempo -le aseguró con una sonrisa-. De hecho, Noah ha sido muy amable conmigo, y en el camino de vuelta paramos en una agencia de alquiler de coches para poder moverme sin depender de nadie; y también me he registrado en un hotel.
– Oh -fue lo único que acertó a decir Jo. Parecía que lo tenía todo bajo control, y tampoco le había pedido que pasara tiempo con él. ¿Por qué tenía que sentirse mal? Era ella misma quien había querido distanciarse. Sin embargo, no había esperado un rechazo tan flagrante por parte de Dean, ni que pudiera dolerle tanto.
Dean extrajo un papel doblado del bolsillo del pantalón y lo puso sobre su mesa.
– Ahí te dejo el nombre del hotel y el número de la habitación, por si me necesitaras para algo -le dijo echando un vistazo rápido a su reloj de pulsera. Después, volvió a alzar la vista hacia ella-. Sólo quería que supieras dónde voy a estar.
Dónde iba a estar… sin ella. Jo sintió una profunda puñalada de envidia clavándosele en el pecho.
– ¿Y te vas al hotel ahora?
Dean se había incorporado, y estaba frente a ella, tan sexy y maravilloso como siempre, con el cabello revuelto y los vaqueros ajustados a su atlético cuerpo. Jo estuvo a punto de perder la dignidad y suplicarle que se quedara con ella aquella noche, pero se contuvo a tiempo.
– No, parece que Noah y yo hemos hecho buenas migas -le dijo con expresión divertida-, y se ha ofrecido a enseñarme la ciudad y a llevarme a uno de los locales de moda esta noche.
– Vaya. Bueno, pues espero que lo paséis bien – le deseó Jo en un tono muy poco convincente.
– Seguro que sí -asintió Dean. Se dirigió hacia la puerta y, antes de salir del despacho, giró la cabeza por encima del hombro y le dijo-: Me pasaré mañana si tengo oportunidad.
Y se marchó.
¡Si tenía oportunidad! Su tono había sonado tan indiferente, que Jo quiso morirse. Hundió el rostro entre las manos y gimió de pura frustración. Cortar los lazos con él era lo que había pretendido, porque no quería que su relación se convirtiera en algo más serio. Pero entonces, ¿por qué se sentía tan confusa y vacía por dentro?
No tenía respuesta para esa pregunta, ni podía explicar el anhelo que se había alojado en su interior, pero ya estaba acostumbrada a acallar las emociones que le resultaban difíciles de manejar. Dejando a un lado el dolor y la agitación interior que sentía, volvió al trabajo hasta que el cansancio la obligó a ir a casa, a su solitario y silencioso apartamento.
Calentó un paquete de comida precocinada y comió sola; pasó un par de horas tornando notas sobre unos casos que se había llevado consigo y, finalmente se metió bajo las frías sábanas de su cama. Dio vueltas un buen rato en ella hasta lograr conciliar el sueño. Pero, aquella vez, cuando volvió a despertarla aquella horrible pesadilla, bañada en sudor y en lágrimas, no había nadie para consolarla.
12
Tras llamar a Brett a la oficina, Dean colgó el teléfono y se pasó la mano por el rostro. El estómago le latía por los nervios. La posible venta de Colter Traffic Control podía producirse antes de lo que ninguno de ellos había anticipado. Dean había desatendido aquellas decisiones importantes, aquellas decisiones que podían cambiar su vida, y entonces volvían a exigir su atención. Según le había comunicado Brett, los abogados de la otra empresa los habían avisado de que tenían solo hasta la semana siguiente para aceptar su oferta o rechazarla.
Pensando que estaría en su retiro monástico en las montañas, Brett no había esperado que lo llamara. Dean lo puso al corriente de lo ocurrido, de cómo lo habían arrestado y se había visto envuelto en un caso de identificación errónea. Como Dean esperaba, Brett se rió de lo lindo cuando le contó que había creído que Jo era una bailarina de striptease que le mandaba por su cumpleaños.
Sin embargo, había sido después, cuando Brett le había hablado de esa última oferta, cuando los dos se habían puesto serios. Brett le había dicho que detestaba interrumpir las primeras vacaciones que se tomaba en tres años, pero lo necesitaban en la oficina tan pronto como fuera posible para que estuviera presente en las reuniones y tomara la decisión final.
Lo cierto era que, en los dos últimos días, las dudas que había albergado acerca de la venta de la empresa familiar se habían visto resueltas sin que él siquiera las considerara. De pronto estaba muy claro para él que había llegado el momento de hacer otra cosa que lo llenara más que continuar con el legado de su padre. Él nunca lo había querido para sí, sino que lo había aceptado, sintiéndose obligado hacia la memoria de su progenitor, hacia los empleados, y para que su madre pudiera vivir sin preocupaciones el resto de sus días. Había sacrificado sus propias necesidades en beneficio de las de otros, y había dejado que aquello se antepusiera incluso a su relación con Lora. Sólo entonces comprendía lo importante que ella podría haber sido en su vida si no la hubiera dejado marchar. Tal vez, si se hubiera esforzado, habría encontrado el modo de lograr que su relación funcionara. Tal vez incluso se habrían casado.
Pero en ese momento había alguien más a tener en cuenta: Jo. Ella había puesto fin a la inquietud de su alma, y lo completaba de un modo que jamás habría alcanzado a soñar. Era una mujer por la que estaba más que dispuesto a hacer los sacrificios que fueran necesarios para que las cosas funcionaran, por la cual estaba dispuesto a comprometerse. La clase de sacrificio que su padre nunca había estado dispuesto a hacer a favor de su familia.
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