Quería que Jo fuera parte de su futuro, aunque aún no tenía una idea clara de cómo podría encajar él en la vida de ella. Aunque se había entregado a él físicamente, había estado todo el tiempo reprimiendo sus emociones. Obviamente albergaba miedos muy enraizados, yesos demonios atormentaban su alma en las horas más oscuras de la noche, tenían más poder sobre ella del que él había imaginado.
– Maldita sea -masculló Dean.
Se dejó caer sobre la cama de hotel en la que había pasado las dos últimas noches… Solo. No se sentía preparado para regresar a Seattle, no cuando aún tenía asuntos que resolver con Jo. Sin embargo, tampoco podía obviar su responsabilidad, las obligaciones que había contraído cuando tomó el relevo de la compañía, y aquello implicaba dejar a Jo para poder tomar esa decisión final.
Dean dejó escapar un profundo suspiro, que por desgracia no alivió la frustración y la tensión que sentía. Mantenerse alejado de Jo durante esos dos días había sido lo más difícil que había hecho en su vida, pero no le había dejado otra opción. Ella necesitaba tiempo para llegar a sus propias conclusiones, y para decidir qué quería de él.
Se las había apañado para mantenerse ocupado visitando la ciudad con Noah como guía, e incluso lo había pasado bien. El hermano de Jo le había preguntado abiertamente si había algo entre ellos, pero él había preferido no decir nada al respecto, evadiendo la pregunta lo mejor que pudo. Sorprendentemente, Noah no había insistido, aunque Dean estaba seguro de que él y Cole se le echarían encima como leones furiosos si osaba hacerle daño a su hermanita.
Eso era algo que nunca haría deliberadamente, aunque desde luego era imposible que se lo hiciera siquiera cuando ella se distanciaba de él de ese modo. Le había dejado el nombre del hotel y el número de la habitación, pero ella ni siquiera lo había llamado para decir un simple «hola» o preguntarle cómo estaba. Le había dejado ese espacio vital que parecía necesitar, y tiempo para que pensara en lo que había habido entre ellos, con la esperanza de que llegara a la misma conclusión que él: que se necesitaban.
Y aun así… ¿Qué podía hacer? Los asuntos que lo requerían en Seattle eran urgentes, pero no podía irse así. ¿Debería presionarla un poco? Tenía que haber algún tipo de compromiso mutuo al que pudieran llegar… A menos, claro, que ella verdaderamente no lo quisiese en su vida. Sin embargo, el recuerdo de la noche anterior y de las emociones que se habían manifestado mientras hacían el amor, lo convenció de lo contrario. Ella estaba huyendo porque estaba asustada… De qué, no sabría decirlo exactamente. Pero estaba decidido a romper esas barreras y averiguar si no podían al menos darse una oportunidad.
Sólo había un problema: tenía menos de veinticuatro horas. Habiendo tomado esa decisión, Dean tomó el coche que había alquilado y fue a Sommers, Investigadores Especialistas. Saludó a Melodie con una cálida sonrisa y le preguntó si Jo estaba en su despacho. Esta asintió y le dijo que pasara. Al llegar a la puerta entreabierta, observó que la joven estaba ocupada mirando algo en el ordenador. Llamó a la puerta con los nudillos.
– Adelante -contestó Jo sin apartar la vista de la pantalla.
Dean entró, y Jo se quedó tan sorprendida de verlo, que accidentalmente tiró al suelo varios papeles.
– ¡Vaya! -exclamó mientras los recogía azorada-, ¿qué te trae por aquí?
Dean la estudió con la mirada. Parecía feliz de verlo, porque el brillo en sus ojos era innegable. No le era tan indiferente como pretendía fingir.
– Tú, por supuesto -respondió Dean rodeando la mesa como dos días atrás y apoyándose en la mesa, junto a su sillón.
Jo se echó ligeramente hacia atrás y jugueteó con el bolígrafo que tenía en la mano.
– ¿Ya te ha enseñado Noah todo lo que hay que ver en la ciudad?
Dean tuvo que hacer un gran esfuerzo para resistir el impulso de levantarla del asiento, atraerla hacia sí en un fiero abrazo y besarla hasta dejarla sin sentido. No iba a permitir que se fuera por las ramas.
– Jo… Me vuelvo a Seattle mañana por la mañana.
Ella abrió mucho los ojos, como si repentinamente la hubiera inundado el pánico. Esa era la única señal que Dean necesitaba para saber que efectivamente estaba tratando de negarles a los dos, de un modo deliberado, la oportunidad de un futuro, de una relación sólida.
– Me han hecho una buena oferta para comprar la empresa -continuó-, y tengo que ir a allí para presidir las negociaciones.
– Entonces… ¿Vas a vender tu compañía? -inquirió Jo con la voz quebrada.
Dean asintió despacio.
– Si las condiciones se ajustan a lo que yo quiero, sí.
Jo se quedó callada largo rato, sin que su expresión dejara entrever lo que se le estaba pasando por la cabeza.
– ¿Y qué vas a hacer después… si la vendes?
Dean esbozó una pequeña sonrisa.
– No estoy seguro, pero las posibilidades son infinitas -dijo poniéndose serio de repente-. Cuando mi padre murió, yo me hice cargo de la empresa porque creía que era lo que se esperaba de mí, pero ahora quiero tomarme mi tiempo para averiguar qué es lo que quiero hacer con el resto de mi vida, en vez de tomar una decisión precipitada basada en las expectativas de otros. No te voy a negar que me asusta un poco la idea de volver a empezar de cero tras haber pasado tanto tiempo al amparo de esa seguridad que me dio mi padre, pero es uno de los retos que estoy dispuesto a enfrentar.
– No, volver a empezar nunca es fácil -musitó quedamente Jo.
Había en su voz algo que le dijo a Dean que esa afirmación estaba respaldada por algo más que una creencia. Ladeó la cabeza. No iba a permitir que ese comentario se quedara flotando en el aire, sin más, a pesar de que sabía que estaría adentrándose en arenas movedizas.
– ¿Lo dices por propia experiencia?
Jo se quedó dudando, y sus ojos azules se oscurecieron con la inconfundible sombra de la culpabilidad.
– Sí, supongo que sí.
Dean suspiró. ¡Había aún tantas cosas que le quedaban por saber de ella! Comenzaba a notarse tan frustrado que sentía deseos de empujar a la luz aquellos problemas emocionales, de destapar las inseguridades de la joven. Si tras aquella conversación Jo seguía dispuesta a alejarlo de ella, al menos quería conocer las razones por las que se negaba a abrirse a él.
– Lo sabes todo de mí, Jo, de mi pasado, y la razón por la que quiero vender la empresa de mi padre comenzó-. A mí, en cambio, me falta una pieza crucial para poder comprenderte… ¿Por qué dejaste la policía? -inquirió en un tono suave pero firme.
Jo apretó los labios y en sus ojos relumbró ese brillo de desafío que ya no le era desconocido a Dean. Por eso tampoco lo sorprendió que empujara el sillón hacia atrás, se pusiera de pie, y fuera junto a la ventana, cruzándose de brazos y dándole la espalda, poniendo aún más distancia entre ellos, y levantando de forma automática esas barreras emocionales.
Dean no se dejó intimidar. Iba a echarlas abajo, una a una.
– ¿Fue por lo que le ocurrió a Brian? -inquirió. Lo único que ella le había dicho era que había sido su compañero, y que había muerto de un disparo en el cumplimiento del deber, pero eran los detalles del incidente lo que desconocía, y donde sospechaba que estaba el quid de la cuestión-. ¿Es esa la razón por la que lo dejaste?
Jo se giró hacia él, con una mirada extraña, como si estuviera debatiéndose entre revelarle o no sus dolorosos secretos. Pasó un largo rato antes de que contestara.
– Dejé la policía porque yo fui responsable de lo que le ocurrió a Brian -las palabras se vieron ahogadas por las emociones que la azotaban.
A pesar de que Dean se había dicho que estaba preparado para oír cualquier cosa, aquella confesión lo dejó mudo.
– Yo tengo la culpa de que Brian esté muerto – reiteró Jo como en un trance. Las lágrimas habían acudido ya a sus ojos.
– Cuéntamelo, Jo -la instó él suavemente. Le dolía tremendamente verla sufrir de ese modo.
Jo inspiró temblorosa, tratando de recobrar la compostura, pero Dean no la presionó más.
– Cuando empecé a trabajar como policía, por mi condición de mujer, mis colegas estaban siempre bromeando, y dudaban de mis capacidades y de mi resistencia emocional. Y yo siempre me esforzaba por demostrarles lo contrario -la frustración se coló en su voz y sacudió la cabeza con disgusto-.. Pero nunca era bastante. Aunque hiciera bien mi trabajo, jamás me demostraron el respeto que merecía… -hizo una pausa.
» Y entonces fue cuando me asignaron como compañera de Brian -se volvió de nuevo hacia la ventana, como perdida en sus recuerdos-. Fue el primer hombre y colega que me respetó. Él creía en la igualdad entre hombres y mujeres, y nunca me t trató como si fuera inferior a él. Jamás cuestionó mis capacidades como policía, e incluso me ayudó a creer en mí misma… Pero la fe que tenía en mí… Le costó la vida.
Dean la observó estremecerse y comprendió que, a pesar de todo, solo había rascado la superficie de todo el dolor que la joven llevaba guardando dentro de sí tanto tiempo. Se incorporó y fue junto a ella, pero no la tocó.
– ¿Cómo ocurrió? -le preguntó suavemente. Para poder ayudarla, tenía que saberlo todo.
Jo tragó saliva con fuerza y lo miró con ojos llenos de culpabilidad y aflicción.
– Estábamos patrullando por la ciudad, y recibimos una llamada de un tipo sospechoso de secuestro de un niño de cinco años, que se había escondido en una casa abandonada -le explicó con voz ronca-. Acudimos allí, y encontramos al hombre. Tenía al chico con él. Le había tapado la boca con cinta adhesiva, y le había atado las manos a la espalda. Brian y yo sacamos nuestras armas, bloqueándole la salida, pero el tipo también tenía una pistola. Le grité que la arrojara al suelo, pero lo único que hizo fue dejarse llevar por el pánico. Tiró al chiquillo al suelo -hizo otra pausa en su historia-.Tratamos de hacer que el secuestrador entrara en razón, pero se negaba a cooperar.
» Yo sentía la adrenalina fluir por mi cuerpo. Nunca antes había estado tan asustada, tan tensa. El corazón parecía querer salírseme del pecho, y en mi cabeza rebullían cien mil pensamientos, pero a pesar de todo mantuve el arma apuntada sobre el secuestrador. En ese momento llegaron las unidades de refuerzo. El tipo se puso muy nervioso y nos amenazó con disparar al chico. Mientras yo seguía hablando para tratar de calmarlo, Brian se movió cauteloso hacia el niño, y entonces el secuestrador perdió por completo el control y disparó a mi compañero.
Jo se estremeció de nuevo, como si estuviera reviviendo los acontecimientos en su mente.
– Oh, Dios… -alzó la mirada hacia Dean en agonía-. En el instante en que ese canalla dejó de apuntarme y se giró hacia Brian yo debía haberle disparado, pero no lo hice. Mi cerebro me gritaba que apretara el gatillo, pero todo pasó tan deprisa y yo tenía tanto miedo… Y lo único que pude hacer fue observar horrorizada cómo la bala alcanzaba a Brian y él se desplomaba.
Jo parpadeó y una lágrima rodó por su mejilla.
Con mucha suavidad, Dean extendió la mano y la secó con el pulgar.
– Uno de los policías de refuerzo que nos habían enviado hizo lo que yo no había podido hacer: disparó al secuestrador -otra lágrima rodó por su mejilla, pero la secó ella misma con el dorso de la mano, como tratando aún de mantener esa compostura que él sabía no era más que fingida-. Lo único que puedo recordar es que dejé caer mi arma y fui corriendo hacia Brian. Llevaba puesto el chaleco antibalas, pero el tiro del secuestrador le había traspasado el cuello, rompiendo la arteria, y sangraba sin parar. Traté de hacer presión sobre la herida para parar la hemorragia, y le supliqué que no se muriera, pero expiró en mis brazos -concluyó Jo con la voz totalmente quebrada.
«No puedes morir… No puedes… No dejaré que, mueras…». Dean sintió que se le hacía un nudo en la garganta al recordar aquellas palabras que la joven había murmurado una y otra vez en sus sueños la primera noche que habían pasado juntos. Dean la atrajo hacia sí y la abrazó.
Notaba su cuerpo tenso y rígido, como reacia a aceptar el gesto de Dean, como si a pesar de que en el momento resultaba obvio que era tan vulnerable y frágil como el cristal, quisiera seguir aparentando que era fuerte.
A Dean se le encogió el corazón, y deseó poder hacer desaparecer esos terribles recuerdos, pero no tenía ese poder, así que hizo lo único que podía hacer: susurrarle palabras que la calmaran y acariciarle suavemente la espalda.
– Jo… Tú no podías saber que ese tipo iba a disparar.
Pero ella se apartó y sacudió la cabeza. La expresión en su rostro era de profundo reproche hacia sí misma.
– En el momento en que el secuestrador dejó de apuntarme a mí, yo debí haber apretado el gatillo sin cuestionármelo; No estaba pensando con claridad y no cubría a mi compañero como me habían enseñado que debía hacer. Además, ese día no hice sino demostrarles a mis hermanos y a mis colegas que aquello de lo que siempre me habían acusado era cierto, porque cuando llegó el momento de tomar una decisión de vida o muerte me quedé paralizada.
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