Dean sintió deseos de agarrarla por los hombros y zarandearla, de decirle que no podía echarse la culpa de aquello durante el resto de su vida, de que no podía seguir encadenada al pasado, porque así jamás podría abrazar un futuro emocionalmente satisfactorio.

– Sólo cometiste un error, Jo -le dijo con suavidad-. Nos pasa a todos alguna vez, incluso a las personas más preparadas, y a las más fuertes.

Jo dio un paso hacia atrás y sacudió la cabeza.

– Ese error le costó la vida a una persona, Dean -le espetó enfadada, probablemente con ella misma, no con él-. Y era el mejor amigo que he tenido jamás. Después de aquello no tenía otra elección más que dejar la policía, por mí y por todas las personas con las que trabajaba. Nadie quiere a una compañera que se queda paralizada en el momento de la verdad. Y yo no quería volver a ser responsable de la vida de otra persona… jamás -añadió en un susurro.

Dean sabía que era allí donde residía el problema. Jo tenía miedo de cometer otro error, de dejar que alguien se acercara a ella demasiado, de encariñarse, de tener que volver a fiarse de su instinto cuando había perdido en él toda su confianza. No quería experimentar otros fracasos, otras pérdidas, ni más dolor.

– Sin embargo, aunque intentemos escondernos, o protegemos, no hay garantía posible contra eso -concluyó ella.

– ¿Me incluye eso a mí? -inquirió Dean abiertamente, obligándola a afrontar lo que había estado evitando los dos últimos días.

Jo alzó ligeramente la barbilla y entornó los ojos.

– ¿Qué es lo que quieres saber exactamente, Dean?

Él se metió las manos en los bolsillos, tratando de calmarse, porque la sensación que tenía por dentro era la de que un remolino estuviera revolviendo su alma. Había llegado hasta allí y no iba a marcharse sin haber puesto todas las cartas sobre la mesa.

– ¿Vas a dejar que ese incidente del pasado se interponga entre nosotros?

Jo se puso a la defensiva.

– Lo que hay entre nosotros no tiene nada que ver con Brian, ni con mi pasado. Hemos tenido una aventura, un escarceo; ninguno de los dos hizo ninguna promesa al otro.

A pesar del tono de desesperación en la voz de la joven, Dean no pudo evitar que la ira se apoderara de él. Jo acababa de reducir su relación a algo totalmente superficial.

– Puede que no hubiera ninguna promesa verbal, pero hubo mucho más entre nosotros que solo sexo, y tú lo sabes, aunque no quieras admitirlo.

Jo rehuyó su intensa mirada, bajando la vista.

– Lo siento -susurró dolorida.

Dean sintió de nuevo que quería zarandearla. No sabía si ella estaba disculpándose por todo lo que había ocurrido entre ellos, o si se sentía mal por no poder comprometerse con él.

– No quiero tus excusas, Jo, te quiero a ti -le suplicó. De pronto decidió que ya había dado demasiada cancha a los miedos de la joven, que ella tenía el futuro de ambos en sus manos y no podía dejar que lo arriesgara-. Creo que podemos encontrar la manera de que lo nuestro funcione, aunque sea al principio una relación a larga distancia, hasta que resuelva el asunto de la venta de la compañía de mi padre.

Jo sacudió la cabeza.

– No estoy lista para algo así, no lo estoy.

Dean suspiró. ¿Acaso lo estaría alguna vez?, se preguntó. ¿Alguna vez se sentiría capaz de dar ese salto de fe por él? Se quedó mirándola largo rato. Estaba tan inmersa en sus remordimientos, que se negaba a avanzar en la vida, a seguir adelante. Pero si él tenía que darle un empujón, lo haría.

– Supongo que la culpabilidad es una fuente de motivación muy fuerte, ¿no es así, Jo?

La joven se notó enrojecer.

– No sé de qué me estás hablando.

– ¿No lo sabes? -la increpó Dean-. La culpabilidad que sientes por la muerte de Brian motiva todas tus acciones, te des cuenta de ello o no. Perdiste a Brian por culpa de un secuestrador de niños, y ahora dedicas todo tu tiempo a buscar a niños secuestrados. Además, siempre estás intentando demostrar que lo tienes todo bajo control, que eres fuerte y capaz. Únicamente tuviste un momento de debilidad, Jo, y depende de ti perdonarte, dejarlo atrás y seguir con tu vida -le dijo suavizando la ex- presión-. No tiene nada de malo ser vulnerable, y no tiene nada de malo necesitar a los demás. No puedes permitir que un incidente del pasado gobierne el resto de tu existencia. Sé que no querrías escuchar lo que voy a decirte, pero voy a decirlo de todos modos: estoy enamorado de ti, Jo.

Una vez hubo pronunciado las palabras, Dean supo inmediatamente que había sido lo correcto, porque su corazón así se lo decía. Acortando la distancia entre ellos, Dean extendió la mano y le acarició la mejilla.

– Tal vez tenga que esperar a que tú te des cuenta de que sientes lo mismo, o tal vez sea un tonto por creerlo. Lo único que quería que supieras es que me importas, y que te acepto tal y como eres, con tus faltas y virtudes.

Nuevas lágrimas acudieron a los ojos de Jo por las emociones contradictorias que surgían en ella. Se mordió el labio inferior, como si se resistiera a creer lo que Dean le estaba diciendo pero aun así las dudas rompieran su coraza y penetraran en su alma, haciendo tambalear sus convicciones.

La joven permaneció callada. Durante un largo rato se sostuvieron la mirada, pero Dean se sentía vacío, como si hubiera perdido una parte de sí mismo que nunca supiera que había existido hasta que se enamoró de ella.

No podía decir nada más para convencer a la obstinada joven de que su miedo a fracasar no era más que una lógica inseguridad después de todo lo que había pasado, de que sí podía si intentaba vencer a sus más oscuros temores. Sus heridas eran profundas, y estaban envueltas en culpabilidad y remordimientos que sólo ella podía absolver. Y, aunque él creía firmemente en esa fuerza interior que podía ayudarla a expulsar a aquellos demonios que la atormentaban dormida y despierta, tenía que ser ella quien lo creyera.

La puerta del despacho de Jo se abrió bruscamente. La joven dio un respingo y se apresuró a secarse las lágrimas.

Dean miró por encima de su hombro y encontró a Cole de pie en medio de la habitación, con una carpeta en una mano y el ceño fruncido.

Jo lanzó a su hermano una mirada furibunda, que a pesar de todo no logró borrar ni disimular de su rostro el dolor que había escrito en él.

– Cole, cuando una puerta está cerrada, significa que la persona quiere privacidad.

Los ojos de Cole se fijaron en Dean, con una expresión dura y penetrante, como si pensara que había hecho daño a su hermana.

– No sabía que tenías compañía -gruñó volviéndose hacia Jo.

– Pues la próxima vez llama antes de entrar – replicó la joven, irritada.

Cole fue hasta la mesa y dejó la carpeta sobre los papeles que Jo tenía allí desparramados. Se giró de nuevo hacia Dean.

– Creía que ya te habrías marchado, ahora que te han librado de los cargos.

Dean pensó para sí que seguramente eso era lo que el hermano de Jo habría querido. Se encogió de hombros, dispuesto a no dejarse intimidar por el otro hombre.

– Sólo estaba tratando de dejar algunos cabos atados antes de marcharme -le contestó vagamente, dejando que Cole sacara sus propias conclusiones.

El despacho se quedó en silencio durante unos segundos, hasta que Cole volvió a hablar.

– Pues ya que aún está aquí, al menos nos ahorrarás una llamada. Vince me ha dicho que han atrapado anoche al tipo que te suplantó, durante una redada en un almacén. Unos policías vestidos de paisano lo habían seguido hasta allí en un vehículo robado.

A Dean se le quitó en ese momento un peso de los hombros, pero aún le quedaba uno mayor, uno que sabía llevaría consigo hasta Seattle.

– Gracias -dijo extendiendo la mano hacia Cole-. Creo que es la mejor noticia que me han dado hoy.

Cole estrechó su mano con cierto recelo.

– Sí, bueno… Me parece que te debo una disculpa por todo este malentendido -le dijo con brusquedad.

Dean esbozó una pequeña sonrisa.

– En fin, ha sido una experiencia interesante – le contestó. «Y ha cambiado mi vida para siempre», añadió para sí.

Cole no parecía tener intención de salir del despacho, así que Dean no tuvo otra opción que despedirse de Jo delante de él.

Lo cierto era que le importaba muy poco que estuviera mirando. No iba a irse de allí sin asegurarse de que la joven supiera que sus sentimientos por ella eran sinceros. Así, tomándola por la barbilla, la besó suavemente, esperando que no fuera la última vez que lo hiciese.

Y después, le susurró al oído:

– Cuando estés lista para dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro, ya sabes dónde encontrarme.

Salió del despacho, oyendo los pasos de Cole detrás de él. Antes de que alcanzara la puerta de la calle, el hermano de Jo lo detuvo.

– Lo siento, pero tengo que preguntarte esto – le dijo bruscamente, repasándose la mano por el cabello en un gesto agitado-: ¿Cuáles son tus intenciones hacia mi hermana?

Dean consideró la pregunta un instante, pero lo cierto era que no le correspondía a él contestarla. Jo era la única que podía darle una respuesta. Se encogió de hombros.

– Eso depende de las intenciones que Jo tenga hacia mí.

Y se marchó, dejando a Cole perplejo, y a Jo sola en su despacho, para que pudiera decidir por sí misma con tranquilidad qué era lo que su corazón deseaba de verdad.

13

– ¡Caramba, pues sí que has tenido unas vacaciones movidas!

Dean sonrió a su madre, Anne, sentada frente a el en el restaurante. Aquella era la primera noche que pasaba en Seattle desde que dejara a Jo y, aunque la mayor parte del día la había tenido que pasar en la oficina por las negociaciones de la venta de la empresa, había reservado unas horas en la tarde-noche para su madre.

Cuando ella le había preguntado por el motivo por el cual había acortado sus vacaciones, Dean le había relatado cómo había caído prisionero de una cazarrecompensas por culpa de un caso de identificación errónea. Al principio, lógicamente, su madre se había mostrado horrorizada y disgustada ante la idea de que lo hubieran arrestado, pero cuando él le aseguró que su nombre había quedado limpio de nuevo, le vio el lado humorístico de la situación. Los detalles íntimos de su relación con Jo, evidentemente, había pretendo guardarlos para sí.

– Bueno, lo cierto es que, a toro pasado, debo decir que han sido las vacaciones más divertidas que puedo recordar -contestó entre risas. Cuando hubo terminado su plato, dejó los cubiertos sobre este y lo empujó hacia delante para poder apoyar los antebrazos en la mesa-. He logrado volver a comportarme con espontaneidad, y era justo lo que necesitaba para poder aclarar mi mente.

– Desde luego, pareces más relajado -comentó su madre ladeando la cabeza y estudiando sus rasgos-. Aunque debo decir que creo ver en tu frente esa pequeña arruga que se forma cuando estás preocupado por algo.

Dean se echó a reír ante la suspicacia de su madre. Desde niño, siempre había sido capaz de adivinar sus estados de ánimo.

– En realidad se trata de dos cosas de las que necesito hablarte.

Anne se recostó en el asiento, pero en ese instante apareció el camarero para retirarles los platos y tomarles nota para el postre. Una vez se hubo retirado, reanudaron la conversación.

– ¿Es que algo no va bien, cariño? -le preguntó a Dean.

Él inspiró profundamente y alzó los ojos hacia la curiosa y preocupada mirada de su madre. A pesar de que estaba ya en sus cincuenta, aún era una mujer atractiva, y de algún modo le pareció a Dean que aquella noche había un brillo especial en sus ojos que nunca había visto antes. Claro que, en los tres últimos años, ¿acaso se había detenido un momento a fijarse en los pequeños detalles de las cosas que lo rodeaban? No.

La respuesta había saltado a su mente con tanta rapidez que se sintió incómodo. Desde que hubiera conocido a Jo, era corno si esos pequeños detalles, incluso las cosas más mundanas, hubieran dejado de pasarle desapercibidos, como por ejemplo lo silenciosa y vacía que se le hacía la casa, o lo grande que, resultaba la cama que tenía en su dormitorio para una sola persona… y lo mucho que echaba de menos la risa y las bromas que había intercambiado con Jo.

– No, todo va bien -mintió. «¿Cómo puedes decir eso?»,le reprochó su mente. «Sabes que no te sentirás completo si Jo no entra en razón y se da cuenta, de que debéis estar juntos»-. Bueno, a excepción de algunas cosas que ocurrieron durante mi viaje a San Francisco, y además, he tomado una serie de decisiones que también te afectarán a ti, mamá.

Anne entrelazó las manos sobre el regazo y esperó pacientemente a que continuara. Dean sonrió vergonzoso.

– ¿Puedes creer que me he enamorado de la mujer que me detuvo y me arrastró hasta California?