Los ojos castaños de su madre se abrieron como platos.
– ¿De esa chica cazarrecompensas?
Dean asintió con la cabeza y se abstuvo a duras penas de corregirla con aquella frase de Jo: «El término correcto es "agente de recuperación de fianzas"».
– Sí, bueno, ya sé que resulta muy repentino, que dirás que apenas la conozco -se apresuró a explicar-, pero en mi vida he estado tan seguro de otra cosa.
La expresión en el rostro se suavizó con auténtico afecto y comprensión. De algún modo, Dean había intuido que sería así, que no lo juzgaría.
Nunca lo había hecho.
– Enamorarse no es una cuestión que requiera un tiempo específico, Dean. A veces las cosas suceden cuando uno menos se las espera -se inclinó hacia delante, colocando los codos sobre la mesa y apoyando la barbilla sobre los dedos entrelazados-. Bueno, ¿y por qué no la has traído contigo para que pueda conocerla?
Dean se pasó una mano por el cabello, notando que un sentimiento de frustración lo invadía. Solo hacía un día que se había ido, y sin embargo echaba de menos a Jo como si hiciera años que no se vieran.
– Es bastante obstinada en lo que se refiere a admitir sus sentimientos, pero espero que con el tiempo vea que lo nuestro puede funcionar.
Estaba tratando de ser positivo, de pensar que Jo comprendería que se necesitaban mutuamente, pero no podía obviar la posibilidad, aterradora, de que ella dejara que el miedo se adueñara finalmente de su corazón y sus emociones.
Su madre le sonrió dulcemente.
– Si es la mujer a la que amas, espero que todo se solucione para bien, cariño.
– Gracias, mamá -le dijo Dean. Aquel apoyo incondicional significaba un mundo para él-. Para mí Jo es decididamente la mujer de mi vida, pero el próximo paso le corresponde darlo a ella.
En ese instante llegó el camarero con dos tazas de humeante café y dos raciones de tarta de chocolate. Dean vertió un poco de nata en su café, y hundió después el tenedor en el postre. De nuevo aquello volvió a llevar a su mente un recuerdo de Jo, de aquella tarta que había comprado la primera noche.
Al levantar la vista, sin embargo, sus pensamientos se disiparon. Su madre estaba observándolo muy seria, como si hubiera algo que quisiera hablar con él.
– Sé que nunca te lo he llegado a decir, Dean, pero lo único que yo he querido siempre para ti e que fueras feliz -le dijo con voz queda.
Aquellas palabras le llegaron al corazón.
– Yo… Lo cierto es que me ha llevado bastante tiempo darme cuenta de que mi propia felicidad debía ser lo primero, pero ahora… finalmente creo que estoy en posición de decidir qué es lo que quiero y necesito hacer con mi vida.
Su madre lo miró confusa.
Dean tomó un sorbo de su café antes de proseguir.
– He recibido una oferta de compra para nuestra empresa, mamá, y he decidido venderla.
En vez del temor o el shock que esperaba ver aparecer en su rostro, Dean solo pudo advertir cierto alivio.
– ¿Pensarás que soy una mala madre si te digo que me alegro?
Dean enarcó las cejas.
– ¿Por qué iba a pensar eso?
– Porque he estado esperando que la vendieras desde el día en que murió tu padre -le dijo ella-. Siempre había sospechado que habías tomado las riendas del negocio por obligación, que de haber podido tener elección no habrías continuado con el legado de tu padre.
Dean se quedó boquiabierto ante semejante revelación.
– ¿Y por qué no lo dijiste nunca?
Su madre se encogió de hombros.
– Me pareció que era algo de lo que debías darte cuenta por ti mismo. Y pensaba que tal vez me creyeras desagradecida hacia la memoria de tu padre si te hubiera sugerido que vendieras la empresa.
Dean sacudió la cabeza, atónito.
– No tenía ni idea.
– Lo sé -murmuró ella con la voz entrecortada por la emoción. Extendió la mano por encima de la mesa y apretó afectuosamente la de Dean. -A pesar de todos los defectos que tenía tu padre, he de decir que también tenía sus cualidades, y tú las has heredado. Eres un hombre íntegro, responsable con las obligaciones que contraes. Y, no me interpretes mal, porque yo estoy muy orgullosa del modo en que has llevado la compañía todo este tiempo, pero creo que ya es hora de que hagas con tu vida lo que tú quieras.
– Pero ¿y tú?, ¿estarás bien? -inquirió Dean. Necesitaba escuchar de labios de su madre que aquella decisión no la haría sentirse mal en modo alguno o la haría sentirse insegura con respecto al futuro.
– Estaré perfectamente, Dean -le aseguró ella. Inspiró profundamente antes de continuar-. Después de vivir con tu padre tantos años, y de no haber llegado a comprender su forma de pensar, lo cierto es que no sabía lo que te haría feliz a ti… Supongo que eso no parece tener mucho sentido, pero cuando te pusiste al frente de la empresa al morir él, yo creí que lo hacías porque era lo que querías. Sin embargo, a lo largo de estos tres años me he dado cuenta de que los sacrificios que has hecho para mantener la compañía tan boyante como tu padre la dejó estaban agobiándote y robándote la alegría de vivir. Por eso quiero decirte ahora, como hijo mío que eres y no como empresario, que estoy muy contenta de ver que finalmente has decidido poner tu futuro y tu felicidad en primer lugar.
Dean no pudo menos sonreír.
– Gracias, mamá.
Sin embargo, en ese momento Dean observó que su madre aún parecía tener algo que decir. Enarcó las cejas para instarla a continuar.
– Yo… La verdad es que yo también tengo algo que quería compartir contigo -comenzó jugueteando nerviosa con el tenedor-. He estado saliendo con un hombre los últimos meses.
Desde luego era una noche de revelaciones. Dean la miró sorprendido.
– ¿Y por qué no me lo habías dicho hasta ahora?
– Es que… Siempre parecías tan ocupado y abstraído en tus cosas… Y además, nunca imaginé que nuestra relación llegaría a convertirse en algo serio. Se llama Ted, y me encantaría que os conocierais.
Dean sonrió ampliamente.
– ¡Mamá, eso es estupendo! Y por supuesto que me encantaría conocerlo.
Anne rió y enrojeció como una colegiala.
– Me trata como a una reina. Me hace sentirme terriblemente mimada. No estoy acostumbrada a esa clase de atenciones, pero debo decir que me siento halagada.
Dean rió también, contento ante la recién descubierta felicidad de su madre..
– Te mereces todas y cada una de esa clase de atenciones, así que disfrútalas -le guiñó un ojo.
– Oh, ya lo hago -aseguró ella con un brillo malicioso en los ojos mientras levantaba su taza de café. -Bueno, y dime, ¿qué piensas hacer cuando vendas la compañía?
Dean había calculado que ultimar los detalles y efectuar la venta y el traspaso le llevaría unos seis meses, pero a partir de entonces se dedicaría única y exclusivamente a sus propios intereses, a comenzar de nuevo.
– Para empezar, voy a mudarme a San Francisco.
– ¿Para estar cerca de Jo? -aventuró su madre.
– En parte -contestó Dean. Sin embargo, sabía que aquel cambio de residencia no tendría mucho sentido si Jo no se comprometía finalmente en su relación-. Me gusta la ciudad, y allí hay muchísimas oportunidades. Supongo que lo único que tendré que decidir es cuál me atrae más.
– Me parece muy bien -aprobó su madre-.Parece que al fin ambos hemos aprendido a consideramos lo primero, ¿verdad, hijo?
– Sí, creo que sí -asintió Dean. Era casi sorprendente, aunque más sorprendente aún era cómo podía haber sido una mujer vulnerable, especial y cabezota la que hubiera producido en él ese cambio. Por desgracia, sin embargo, debía afrontar la posibilidad de que tal vez tuviera que pasar sin ella el resto de su vida.
Jo arrojó el bolígrafo sobre su escritorio y emitió un profundo suspiro. Si los dos últimos días había estado sintiéndose fatal sin Dean, ¿cómo iba a soportar vivir sin él el resto de su vida? Había perdido el apetito, no dormía por las noches, y durante el día sus pensamientos volaban constantemente hasta él, y era incapaz de concentrarse en nada. Además, no podía sacarse de la cabeza sus últimas palabras: «Cuando estés lista para dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro, ya sabes dónde encontrarme».
Dicho así parecía tan sencillo… Sin embargo, le resultaba mucho más fácil encerrarse en su trabajo y tratar de bloquear el dolor de haber perdido a Dean. Sabía que era solo culpa suya, porque estaba huyendo, porque no tenía el valor de atreverse a aceptar todo lo que él suponía: un hombre que la amaba a pesar de los fallos que había tenido en el pasado y sus defectos. Usar el trabajo como excusa para evitar sus inseguridades no sólo no era efectivo, sino que era una cobardía, y lo sabía. Detestaba esa falta de fortaleza interior que le impedía afrontar y resolver sus mayores debilidades, como la falta de confianza en sí misma y la incapacidad de concederse el perdón por el error que había regido su vida los dos últimos años.
Cerró la carpeta del nuevo caso en el que estaba trabajando, se puso de pie, y fue a mirar por la ventana, tratando de sacudirse de encima la tristeza y la desesperanza. Por desgracia, el bullicio y el día soleado no la liberaron de los recuerdos de Dean, recuerdos que, de algún modo, siempre hallaban la manera de introducirse en su mente en los momentos más inesperados.
– Jo, Roseanne Edwards al teléfono para ti -le llegó la voz de Melodie a través del interfono que tenía sobre el escritorio-. Dice que es una emergencia.
– Espera, atenderé la llamada enseguida -contestó Jo apretando el botón del interfono y levantando el aparato.
Roseanne era una nueva clienta. De hecho, se había presentado allí esa misma mañana, rogando literalmente a Jo que aceptara encargarse del caso de secuestro de su hija. El día anterior, Michael, su marido, que había sido encarcelado por malos tratos y posteriormente puesto en libertad condicional bajo! fianza, se había introducido en su casa cuando ella había salido a recoger el correo, violando las restricciones que le había impuesto el juez, y se había llevado a la pequeña, de ocho años. Roseanne le había explicado a Jo que estaban en trámites de divorcio, que estaba muy preocupada porque su marido bebía y era un hombre violento, y temía que pudiera dañar a la niña.
– ¿Qué ocurre, Roseanne?
– Ha llamado -le contestó la mujer en un tono al borde de la histeria-. Oí a Lily llorando por detrás, y me ha amenazado con hacerle daño si no le prometo que cancelaré el proceso de divorcio. Le dije que haría lo que fuera con tal de que la dejara marchar, pero entonces colgó y no he vuelto a saber nada. ¡Oh, Dios!, ¿qué puedo hacer?
Jo ignoró como pudo el pinchazo agudo que sintió en el plexo solar, por la tensión.
– Roseanne, haré todo lo que esté en mi mano para encontrar a tu hija, pero para ayudarme tienes que calmarte y centrarte; hazlo por Lily, por favor.
– Nunca me lo perdonaré si le hace daño… – dijo la mujer hipando.
– No va a hacerle ningún daño si yo puedo evitarlo, Roseanne -no tenía derecho a hacerle aquella promesa, pero tenía que ofrecerle alguna esperanza y consuelo-. Necesito algunos datos personales sobre ti y tu marido para poder rastrearlo.
– Lo que sea, le diré lo que sea para recuperar a mi pequeña…
Le llevó ajo otros cinco minutos calmar a la disgustada madre para poder obtener los números de cuentas bancarias, contraseñas, y códigos de autorización que podrían darle una pista de su paradero en caso de que hubiese hecho, como esperaba, uso de su tarjeta de crédito. La urgencia del caso la hizo olvidarse momentáneamente de sus problemas, y en cuanto hubo colgado el teléfono, se puso en contacto con los distintos informadores habituales que solían ayudarla, e incluso con un detective retirado que había sido muy amigo de su padre.
Tres horas más tarde, había descubierto que Michael Edwards había utilizado una de sus tarjetas de crédito para pagar la habitación de un motel en Concord, a una media hora de Oakland en coche.
Recogió todas las notas que había tomado sobre el caso, junto con la fotografía del hombre, una fotocopia de la orden de restricción que había violado y los demás papeles que le harían falta para poder arrestarlo.
Justo cuando estaba poniéndose el cinturón con la pistola, entró Cole en su despacho. Se quedó quieto junto a la puerta al ver que se estaba preparando para salir.
– ¿Adónde vas, Jo?
Jo apretó la mandíbula. Un interrogatorio de su hermano era lo último que necesitaba en aquel momento, y menos cuando el tiempo corría en su contra, pero sabía por experiencia que no la dejaría marchar si no le explicaba lo que sucedía.
– Voy en busca del sospechoso del caso Edwards.
La expresión hosca en el rostro de Cole se transformó en sorpresa.
– ¿Sabes dónde está el marido de Roseanne?
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