– Cariño, la comida se enfría -la voz de Dean la sacó de sus pensamientos. Parecía cansado y soñoliento, igual que ella-. Por cierto, ¿vas a quitarme las esposas o tendré el placer de que tú misma me des de comer?

Por como lo había dicho parecía que no le importaría nada que ella se decantase por la segunda opción. Jo controló sus pensamientos para que no siguieran aquella dirección, y miró en derredor, considerando el asunto. Había una mesa pequeña y rectangular entre la segunda cama y el rincón.

– Te liberaré solo una mano para que puedas utilizarla para comer. El otro extremo de las esposas lo ajustaré a la pata de esa mesa. Es más de lo que suelo ofrecer a mis prisioneros, así que no me hagas arrepentirme.

– Sí, señorita -murmuró Dean.

– Un movimiento en falso y no solo te tumbaré con mi pistola de fogueo, sino que durante el resto del viaje estarás todo el tiempo esposado de pies y manos. ¿Entendido?

Dean asintió amigablemente.

– Por supuesto.

Una vez aclarados los términos del juego, Jo lo sentó en una silla junto a la mesa y, rápida y eficazmente, abrió las esposas. Le dejó libre la mano derecha, mientras que unía el otro extremo de las esposas a la pata de la mesa.

Dio un paso atrás y se quitó la camisa que llevaba sobre la camiseta de algodón, dejando al descubierto el revólver que llevaba. Los ojos de Dean fueron del arma a su rostro, y su sorpresa inicial se transformó en una sonrisa juguetona:

– Y yo que creía que era el único con una pistola oculta… -la picó-. ¿Está cargada?

Jo frunció los labios pero no contestó. Dean gimió aliviado mientras giraba los rígidos hombros y estiraba los brazos.

– Gracias por soltarme. Las manos estaban empezando a dormírseme -le dijo. A continuación, sin embargo, le dedicó una sonrisa lobuna-. Aunque he de admitir que me atraía esa idea de que me dieras de comer tú. Le estás quitando toda la diversión a mis fantasías de cautivo, Jo.

La joven puso los ojos en blanco ante su caradura. Sacó la comida y las bebidas de las bolsas y las depositó sobre la mesita, para tomar luego asiento frente a él.

– ¿Qué puedo decir? Me temo que en mi contrato no dice nada de dar vida a las fantasías de mis prisioneros, y cuando estoy trabajando no está entre mis prioridades pasarlo bien.

– Vaya, es una lástima, en los dos casos -dijo Dean con fingida decepción en su voz. Agarró con la mano libre una de las hamburguesas dobles con queso y beicon-. ¿Eres una de esas chicas que trabajan mucho y se divierten poco?

Jo vertió sobre la ensalada el contenido del botecito con el aliño y empezó a moverla.

– Sí, algo así. Demasiado trabajo y muy poco tiempo para divertirme.

Lo cual era culpa suya, añadió para sí. Durante los dos últimos años había hecho del trabajo su refugio, un modo muy conveniente de no pensar en aquel terrible incidente. Los casos que había llevado desde entonces mantenían su mente centrada, en vez de llevarla hacia el abismo de locura y depresión al que había notado que se estaba dirigiendo, pero también la mantenían encerrada en su pequeña oficina durante el día, y en una cama solitaria y fría por las noches. Además, estaban esas horribles pesadillas de las que se despertaba muchas veces de madrugada, para no poder volver a conciliar el sueño hasta casi llegado el amanecer.

Dean se había quedado pensando en sus palabras mientras masticaba.

– Bueno, entonces parece que tenemos algo en común.

Jo pinchó unas cuantas hojas de lechuga y lo miró dudosa. En su opinión, una ex policía convertida en detective privado y un delincuente no podían tener menos en común.

– ¿Cómo es eso?

– No, de verdad. -insistió él. Abrió uno de los paquetitos de ketchup con sus perfectos dientes blancos y vació el contenido en el interior de la caja de la hamburguesa para poder mojar las patatas-. Demasiado trabajo y poco tiempo para divertirme es exactamente la razón por la que iba a irme una semana a las montañas. Y puedo decirte que Brett se partirá de risa cuando le cuente cómo he pasado mis vacaciones y cómo pensé equivocadamente que eras su sorpresa de cumpleaños.

Jo exprimió el limón en su vaso de té helado y revolvió el líquido ámbar con la pajita.

– De veras que siento haberte decepcionado – le reiteró Jo irónicamente.

– Oh, no, no estoy decepcionado -replicó él sacudiendo la cabeza-. Me decepcionó que el show que yo esperaba resultara ser una detención, pero aún faltan seis días para mi cumpleaños, así que no he perdido la esperanza -dijo, burlón, guiñándole un ojo.

Jo sintió que un calor sofocante la invadía al imaginarse desnudándose ante aquel hombre, prenda tras prenda ante la atenta y lujuriosa mirada de esos ojos verdes.

– En tus sueños, Colter.

Dean se inclinó hacia delante en el asiento.

– De acuerdo. Mañana estaré encantado de compartir contigo los detalles de mis sueños si quieres.

A juzgar por el brillo malicioso en sus ojos, no había duda de qué clase de visiones esperaba que acudieran a su mente una vez pusiera la cabeza sobre la almohada: las mismas imágenes provocativas que ella había visualizado hacía un rato en la camioneta.

– No será necesario, gracias -gruñó Jo pinchando un trozo de pollo de su ensalada-. Bien, ¿y quién es ese Brett? -dijo cambiando el tema de conversación.

– Es uno de mis mejores amigos, y además trabaja para mí -le explicó Dean mojando tres patatas en el ketchup.

Jo se quedó mirándolo un buen rato, procesando aquella información y llegando a la conclusión más obvia:

– Así que ¿sois cómplices, no es así? Él te ayuda a robar los coches…

Dean se echó a reír, aunque Jo no podía entender qué le había hecho tanta gracia.

– No, es el director general de mi compañía, Colter Traffic Control.

– ¡Oooh!, ¿de veras? -inquirió Jo con sarcasmo, ¿la había tomado por tonta?-. Es un nombre muy curioso para una compañía… ¿No será más bien una tapadera para vuestra actividad delictiva?

Dean dejó escapar un pesado suspiro.

– No importa lo que puedas creer de mí, no importa lo que digan los informes de la policía, ni cuánto me parezca al tío que sale en esa ficha, no soy un ladrón -una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios-. Es decir, al menos no de coches. Cuando tenía siete años birlé un paquete de chicle del supermercado. Al llegar a casa, mi madre se dio cuenta de lo que había hecho y me hizo volver a la tienda a enfrentarme con el encargado y que devolviera lo que me había llevado. De vuelta en casa, mi padre me echó un sermón acerca de lo mal que estaba robar, y que me llevarían a la cárcel si me pillaban, lo cual créeme me dejó aterrorizado, y juré que nunca más volvería a hacerlo. Y no lo he hecho, ni un caramelo.

Jo sonrió y giró el bol de plástico de su ensalada en busca de más trozos de pollo.

– Una historia encantadora, pero tendrás que admitir que «Colter Traffic Control» suena a que tu solución para los problemas de tráfico es quitar de la carretera unos cuantos coches caros para poder desmontarlos y vender las piezas en el mercado negro.

– Interesante teoría, señorita investigadora privada -dijo Dean agarrando su segunda hamburguesa-, pero me temo que totalmente equivocada. «Traffic Control» es el nombre de la compañía que heredé de mi padre cuando murió hace unos años.

Cualquiera diría que estaba hablando en serio, y lo cierto era que su historia parecía demasiado bien urdida para ser un delincuente novato. Jo se preguntó hasta dónde pensaría llevar esa charada. Decidió seguirle un poco el juego.

– Muy bien, ya que aseguras que se trata de un negocio legal, ¿a qué se dedica exactamente tu compañía?

Dean alzó un dedo para pedirle un minuto mientras masticaba. Necesitaba tiempo para inventarse algo creíble, pensó Jo. Al fin, tragó y se limpió la boca con una de las servilletas de papel para hablar:

– Alquilamos y vendemos todo tipo de aparatos de control del tráfico a grandes contratistas para sus proyectos de autopistas y carreteras.

Jo tuvo que admitir para sí que tenía inventiva.

– ¿Qué clase de aparatos, por ejemplo? -lo instó, convencida de que lo acorralaría, dejándolo sin respuesta.

– Máquinas para pintar las medianas de la carretera, luces de tráfico, señales, conos viales, parquímetros, e incluso esas señales grandes luminosas que se utilizan para desviar el tráfico cuando se está construyendo una carretera -le contestó al punto. Terminó la hamburguesa y, tras chupar un poco de mostaza del pulgar, abrió la tapa de la caja de la tarta de mousse de chocolate-. Entre otras muchas cosas, claro está.

Jo apoyó los codos en la mesa y puso la barbilla sobre las manos entrelazadas.

– Humm… ¿Y tan estresante es eso de proveer aparatos para el control del tráfico como para que necesitaras desesperadamente unas vacaciones?

Dean cortó un pedazo de tarta con el tenedor de plástico, y levantó los ojos hacia Jo, que lo observaba escéptica. Bueno, tampoco podía culparla por eso. Acostumbrada como estaría a tratar con delincuentes, era normal que no lo creyera. Además, que lo hubiera encontrado a punto de marcharse de su casa seguramente habría confirmado sus sospechas de que estaba tratando de eludir a las autoridades, como decía aquel informe que le había mostrado.

A pesar de que las razones que lo habían llevado a tomarse un descanso eran privadas y personales, decidió que lo mejor sería decir la verdad. Unos días después, cuando se descubriera que todo era un error, ella recordaría que él había sido honesto desde el primer momento. Y por otra parte, ¿qué sentido tendría mentir?

– No había tomado unas vacaciones desde hacía años, y necesitaba pasar algún tiempo lejos de todo para pensar en una importante decisión que debo tomar -explicó-. Hace tres años mi padre murió de apoplejía, y la responsabilidad de Colter Traffic Control recayó sobre mí, lo quisiera o no. Desde ese día he dedicado casi todo mi tiempo y energías en asegurarme de que el negocio no se hundiría, de que seguiría siendo rentable y exitoso, hasta el punto de que he llegado a sacrificar mi vida privada por ello, entre otras cosas.

– No parece que te hiciera mucha ilusión tomar las riendas de la empresa familiar -comentó ella.

Dean alzó la cabeza sorprendido. ¿Creía su historia? Buscó en su rostro algún signo de ello, pero la expresión de la joven no revelaba nada. Seguramente estaba dándole cancha, convencida de que era un cuento. A pesar de todo, decidió continuar.

– No podría decirte cómo me sentí en ese momento. Cuando terminé mis estudios en la universidad empecé a trabajar en la compañía porque era lo que mi padre quería, y a mí me parecía que, de algún modo, se lo debía. En todo caso, tal vez no habría aceptado la responsabilidad si no me hubiera visto obligado.

Jo se echó hacia atrás y se cruzó de brazos, atrayendo la mirada de Dean hacia sus bien formados senos, y dejándole admirar la sugerente manera en que la camiseta de algodón los moldeaba.

– ¿Por qué te sentiste obligado?

Dean tomó un trago del refresco para apagar sus ánimos. De pronto se dio cuenta de que estaba siendo objeto de un sutil interrogatorio, que desde hacía un rato ella había estado lanzándole una batería de preguntas, esperando sin duda encontrar una grieta en su historia. Lo tenía difícil, sobre todo teniendo en cuenta que lo que le estaba contando era la pura verdad.

– Soy hijo único, y he crecido escuchando a mi padre hablarme continuamente de todos sus sacrificios, de todas las horas extra que hacía en el trabajo. Incluso se escudaba en el trabajo cuando no venía a mis partidos, y cuando no asistió a mi graduación, diciéndome que era porque quería dejarme un legado, algo que su propio padre no había hecho, porque los abandonó a él y a su madre cuando tenía diez años -prosiguió. Sí, por desgracia aquel sentimiento de culpabilidad que su progenitor había instilado en él a edad tan temprana, seguía pesando sobre su conciencia de adulto-. Por eso, cuando murió, tenía la errónea idea de que estaba obligado a continuar lo que él había empezado. Además, una de las lecciones que el viejo me enseñó bien era que uno nunca rehuye sus responsabilidades, y para mí aquella era la más grande de las responsabilidades, la más ineludible.

»Tampoco había ninguna otra persona que pudiera hacerse cargo del negocio, así que mi principal preocupación y prioridad era que mi madre no tuviera que preocuparse nunca por el dinero, que pudiera vivir tranquila el resto de sus días. Recibió una cantidad importante del seguro de vida de mi padre, pero está acostumbrada a un estilo de vida bastante desahogado, así que he tenido que esforzarme mucho para que el negocio siguiera marchando sobre ruedas como hasta entonces.

La decisión de ocupar el lugar de su padre en la empresa había sido el motivo de muchas discusiones entre él y Lora, la que entonces había sido su prometida, hasta que una noche, cuando él le dijo que tenían que cancelar una cena especial, ella le contestó que ya estaba cansada de estar siempre en un segundo lugar, por detrás del trabajo. La ruptura había sido muy dolorosa para ambos, pero aun así aquello no lo hizo reaccionar como hubiera debido, sino que se encontró atrapado en un círculo vicioso en el que el trabajo llenaba cada vacío en su existencia.