– ¿Quién eres tú para decirme con quién tengo que salir? -exclamó ella.

Ty se negaba a soltar su brazo y el asunto quedó solucionado cuando sonó el teléfono. Pero fue él quien contestó.

– Dígame… sí, Phinn está aquí -lo oyó decir antes de que le pasara el teléfono-. Díselo.

Ella lo fulminó con la mirada mientras tomaba el auricular.

– ¿Sí?

– Espero que no te importe que vuelva a llamar -dijo Kit-. ¿Has pensado en la cena?

Phinn se sentía incómoda con Ty a su lado y se giró un poco, tapando el auricular con la mano.

– Veras, Kit, me temo que no voy a poder…

– Bueno, quizá en otra ocasión entonces -respondió el veterinario, sin poder disimular su decepción.

– Es que tu invitación me pilló por sorpresa. Lo cierto es que he empezado a salir con alguien y…

– Ah, ya veo. Lo siento, no lo sabía. Pero en fin… si lo vuestro no saliera bien, llámame.

– Sí, claro -dijo ella, sintiéndose fatal mientras colgaba-. ¿Satisfecho?

– No te enfades conmigo, Phinnie. Ese hombre no significa nada para ti.

– ¿Y tú cómo lo sabes? Podría ser que Kit y yo estuviéramos hechos el uno para el otro.

Ty sacudió la cabeza.

– Te he besado y tú me has devuelto el beso. No me lo habrías devuelto si estuvieras enamorada de ese veterinario.

Phinn se puso colorada hasta la raíz del pelo.

– ¿Cómo sabes tanto sobre las mujeres? -le espetó, sin saber qué decir-. No, déjalo, no me lo cuentes. No quiero saberlo.

Y, después de decir eso, se dio la vuelta para salir del establo.

Pero la verdad era que Ty tenía razón. No le hubiera devuelto un beso a Kit porque no sentía nada por él. Más aún, estando enamorada de Ty Allardyce, la idea de estar en los brazos de otro hombre le resultaba intolerable.

¿Por qué había tenido que enamorarse precisamente de él? Era absurdo. Un hombre como Tyrell Allardyce, millonario y sofisticado, no se enamoraría nunca de una chica de pueblo como ella.

Phinn volvió al establo para charlar con Ruby, sin saber qué hacer con esos recién descubiertos sentimientos. Y había otro problema aún más grave: ¿cómo iba a escondérselo a Ty durante el resto de su estancia en Broadlands Hall?

CAPÍTULO 6

EL SÁBADO amaneció lluvioso, pero Phinn no podía permanecer en la cama ni un segundo más. Se había pasado prácticamente toda la noche en blanco hasta que, por fin, se quedó dormida al amanecer. Pero cuando despertó sabía que sus sentimientos por Ty no eran cosa de su imaginación. Y aunque se encargaría de escondérselo, le daba una gran alegría saber que él estaba allí, en casa.

No quería pensar en cómo serían las cosas cuando volviera a Londres, pero decidió que por el momento se limitaría a disfrutar sabiendo que estaban bajo el mismo techo.

Después de ducharse y vestirse, con el pelo sujeto en una coleta, bajó al establo para saludar a Ruby. Y mientras charlaba con su yegua se dio cuenta de que había empezado a enamorarse de Ty cuando le ofreció su casa. Un sexto sentido parecía haber estado advirtiéndole entonces que aquello iba a costarle caro.

Pero ya era demasiado tarde para hacer nada. Se había enamorado de él y ese amor estaba allí para quedarse.

Cuando volvió a la casa, Ty y Ash estaban desayunando y Phinn subió corriendo a su habitación para asearse un poco.

– Habíamos pensado a dar una vuelta por la finca cuando deje de llover. ¿Quieres venir con nosotros? -le preguntó Ash.

En circunstancias normales nada le habría gustado más, pero Phinn pensó que quizá los dos hermanos querían estar solos para charlar un rato.

– No, yo tengo una cita con… -traviesa, miró a Ty con gesto de desafío- una pala y una carretilla. Tengo que limpiar el establo.

– Ah, si prefieres limpiar el establo antes que pasar la mañana en fascinante compañía…

Phinn sonrió, contenta al ver a Ash tan animado. Con un poco de suerte, pronto recuperaría los diez kilos que había perdido.

– ¿Has dormido bien? -le preguntó Ty.

– ¿Por qué lo dices, tengo mala cara?

Como respuesta, Ty la estudió en silencio durante unos segundos.

– No, estás preciosa.

Parecía tan sincero que Phinn se puso colorada hasta la raíz del pelo.

Pero se recuperó enseguida y, pensando que sólo lo había dicho porque Ash estaba delante, contestó:

– De todas formas, no pienso ir.

Una vez de vuelta en su habitación después de desayunar, se miró al espejo. Quería estar preciosa para Ty, sí. Quería que él pensara que lo era. ¿Pero una nariz recta, unos ojos de color azul delphinnium, unas cejas de un tono más oscuro que su pelo rubio, una barbilla simpática y una piel que algunas personas habían descrito como «de porcelana» la acreditaban como «preciosa»?

El sonido de su móvil interrumpió tales pensamientos.

Era su madre.

– ¿Cómo va todo, cariño? ¿Y cómo está Ruby?

– Yo estoy bien y Ruby va mejorando.

Era estupendo hablar con su madre otra vez y charlaron durante largo rato.

– ¿Cuándo vamos a verte, hija?

Después de prometer que iría a verla pronto, Phinn colgó, pensando que su madre tenía ahora una vida muy diferente a la que había tenido en Honeysuckle.

Había dejado de llover cuando, en vaqueros y camiseta, Phinn sacó a Ruby del corral para llevarla de vuelta al establo. Pero antes de que pudiera ponerse a trabajar apareció Ty.

Estaba loca por él, pensó, con el corazón acelerado. Pero Ty no debía saberlo nunca.

– Ahora que ha dejado de llover podréis ir a pasear -le dijo.

– ¿Has llamado a Peverill? -fue la respuesta airada de Ty.

¿Qué había sido del «estás preciosa» de unas horas antes?

– ¿Desde que hablé ayer con él por teléfono? No, ¿por qué lo preguntas?

– Cuando pasé por delante de tu habitación estabas hablando por el móvil.

Oh, qué orejas tan grandes tenía Ty Allardyce. Por un momento, Phinn casi pensó que estaba celoso. Bueno, estar enamorada hacía que una viera cosas que no existían, pensó entonces.

– Estaba hablando con mi madre. Hacía siglos que no hablaba con ella.

Ty dejó escapar un suspiro.

– Ya he vuelto a portarme como un bruto, ¿verdad?

– No lo puedes evitar, está en tu naturaleza -bromeó ella.

Pero no lo creía ni por un momento. Lo que estaba en su naturaleza era cuidar de su hermano, evidentemente.

Ty no se ofendió por el comentario; al contrario, pareció divertirlo.

– Por cierto, en la casa hay varios coches. Puedes usar cualquiera de ellos para visitar a tu madre -dijo entonces-. O si lo prefieres, puedo llevarte yo.

– No, muchas gracias.

– ¿Por qué no la invitas a cenar un día de éstos? Así podría ver…

Phinn lo interrumpió entonces:

– ¿Sabes una cosa, Ty? Cuando olvidas que eres un bruto, a veces puedes ser incluso encantador.

– Espero que te des cuenta de que si sigues por ahí corres peligro de que vuelva a besarte.

Oh, cómo podía hacer que su corazón se acelerase. Y, aunque estaba deseando que la besara, para qué iba a negarlo, sabía que era un peligro.

– Un beso en veinticuatro horas es más que suficiente para una chica de pueblo como yo -intentó bromear.

– Nunca vas a dejar que olvide ese comentario, ¿verdad?

– No, nunca -rió Phinn-. Pero si quieres echarme una mano, creo que hay otra pala por ahí.

– Desde luego, sabes cómo deshacerte de un hombre -rió Ty, diciéndole adiós con la mano.

Después de eso, el tiempo pasó volando. Ty y Ash volvieron de su paseo y Ty comentó que le parecía muy bien la sugerencia de Sam Turner de mantener saneado el bosque. Y, después de comer, dijo que iba a visitar la granja Yew Tree.

– ¿Alguien quiere ir conmigo?

– Ve con Phinn -sugirió Ash-. Si Phinn me presta su caña, yo voy a intentar pescar algo otra vez.

– Pero yo no… -empezó a decir ella.

– Muy bien, entonces te veo en la puerta en veinte minutos -la interrumpió Ty.

Phinn abrió la boca para protestar, pero Ty la miraba con expresión seria y, probablemente porque estaba deseando ir con él, volvió a cerrarla sin decir nada. Si Ty quería que Ash pensara que había algo entre ellos, ¿para qué iba a discutir?

– ¿Ruby se encuentra bien? -le preguntó él veinte minutos después, mientras cerraba la puerta del coche.

– Hoy parece un poco más alegre.

– ¿No lo está siempre?

– Pobrecita mía, no. A veces está bien durante semanas y luego, de repente… últimamente ha tenido más días malos que buenos.

– ¿Y por eso viene tanto el veterinario por aquí?

– Sí, claro. Kit es muy amable.

– Sí, seguro -murmuró Ty-. Bueno, háblame de ti.

– ¿De mí? Pero si ya lo sabes prácticamente todo.

– Lo dudo mucho.

– ¿Qué quieres saber?

– Podrías empezar por decirme qué significa Phinn.

¿Y que se riera de ella? No, de eso nada.

– Es mi nombre.

– Pero Phinn no empieza por D -dijo él entonces. Y Phinn se preguntó cómo demonios sabía que su nombre empezaba por esa letra-. Las iniciales de tu padre eran E.H y las otras iniciales que había grabadas en la mesa son: D.H.

– ¿Lo miraste?

– Vi las iniciales grabadas cuando la compré, evidentemente. Y como fui yo quien la subió a tu habitación…

– Por cierto, aún no te he dado las gracias por eso -lo interrumpió Phinn-. Fue un detalle precioso.

– Bueno, ¿vas a decirme qué significa la D? -insistió Ty.

– Hablemos de mí -suspiró Phinn-. Nací en la granja Honeysuckle y era adorada por mis padres y mis abuelos -empezó a decir, para cambiar de tema-. Mi madre sufrió mucho durante el parto, de modo que mi padre tuvo que cuidar de mí. Y no dejó de hacerlo cuando mi madre se puso bien.

– Tu padre te adoraba y tú lo adorabas a él -dijo Ty.

– Exactamente. Era un hombre maravilloso, un pianista estupendo y…

– ¿Fue él quien te enseñó a tocar?

– Sí, claro. Como me enseñó tantas otras cosas. Pero no creo que eso te interese.

– No te habría preguntado de no estar interesado -sonrió él-. ¿Qué más cosas te enseñó tu padre?

– ¿Aparte de entrar en fincas que no eran mías? -bromeó Phinn.

– Eso te lo enseñó muy bien, desde luego.

– También me enseñó a respetar la propiedad de los demás, a no pescar cuando no era temporada de pesca, dónde nadar y dónde no nadar.

– ¿Y también te dio clases de socorrismo?

– Sí, eso también se lo debemos a él.

– Ah, entonces le perdono cualquier cosa que hubiera hecho mal -sonrió Ty-. Pero el valor que tuviste para hacerlo… eso es cosa tuya.

– Sí, bueno, ya te dije que lo había hecho sin pensar. Mi padre solía enseñarme las cosas que no me enseñaban en el colegio. Me llevaba a museos, a galerías de arte… íbamos juntos a todas partes, a conciertos, a la ópera. También me llevaba por el bosque y me hablaba de los animales, de la Naturaleza. Me enseñó a dibujar, a pescar, a tocar el piano, a apreciar a Mozart -sonrió Phinn-. Y yo solita aprendí a tomar un trago de cerveza sin poner cara de asco. Claro que en el pub también me enseñaron a decir palabrotas… a mi madre casi le da un infarto.

– Ya me imagino.

– Bueno, es tu turno.

– ¿Mi turno?

– Yo te he contado cosas sobre mí, ahora te toca a ti.

– Pero no creo que tú…

– ¿Esté interesada? Pues lo estoy.

– ¿Interesada en mí?

Phinn tragó saliva.

– Tú te has interesado por mí y yo hago lo propio -consiguió decir-. Según Ash, eres un genio de los negocios.

– Los negocios van bien en este momento -dijo él, modestamente en opinión de Phinn-. Pero ocupan gran parte de mi tiempo.

– Y a ti te encanta.

– Le pone un poco de adrenalina al día, sí -admitió Ty-. Por cierto, la semana que viene estaré fuera del país.

A Phinn se le encogió el corazón.

– Ash te echará de menos.

– Contigo aquí sé que puedo irme tranquilo. Ash no podría tener mejor compañía.

Pensando que Ty había conseguido no hablar de sí mismo, Phinn estaba a punto de preguntarle dónde había estudiado cuando se dio cuenta de que se dirigían a la casa de Nesta y Noel Jarvis, los arrendatarios de la granja Yew Tree. Y cuanto más se adentraban en la finca, más veía las diferencias entre esa granja y Honeysuckle. Los Jarvis debían haber pasado por los mismos malos tiempos que sus padres y, sin embargo, la propiedad tenía un aspecto fabuloso. Allí no había ningún aire de abandono, ni herramientas oxidadas tiradas por todas partes.

Recordando el aspecto triste de Honeysuckle, Phinn no quería salir del coche. Y tal vez no tendría que hacerlo, pensó. Ty había dicho que quería «pasar» por allí, de modo que quizá no estaría mucho tiempo.

Pero no fue así. Ty le abrió la puerta del coche, de modo que no tendría más remedio que ir con él.