Pero empezó a ponerse nerviosa cuando la cena terminó.

– Ty -lo llamó cuando iba a entrar en el salón.

– Dime.

– Ahora tengo que ir a ver a Ruby, pero después… ¿podría hablar contigo un momento?

La expresión de Ty se oscureció de inmediato.

– Si estás pensando en marcharte, olvídalo.

Ella lo miró, perpleja.

– Pero yo no…

– Estaré en mi estudio -la interrumpió Ty.

Como siempre, estar un rato con Ruby la calmó un poco. Y, en realidad, ahora que lo pensaba, que Ty pareciese tan en contra de que se fuera era muy halagador. Aunque no había sido muy amable al respecto, claro.

– Nos quedaremos, Ruby. Además, no tenemos ningún otro sitio al que ir. Sé que el establo te encanta y entre tú y yo, se me rompería el corazón si tuviera que irme.

Unos minutos después, Phinn entró en el lavabo del piso de abajo para lavarse las manos, peinarse un poco y ensayar lo que iba a decirle a Ty. No sabía por qué estaba tan nerviosa. Ty no iba a decirle que no. ¿Por qué iba a hacerlo?

Cuando iba por el pasillo vio que la puerta del estudio, siempre cerrada, estaba ahora abierta y le pareció un gesto de bienvenida. En fin, Ty siempre tan considerado, pensó.

– Siéntate -dijo él, cuando Phinn asomó la cabeza.

– No tardaré mucho…

– ¿Has cambiado de opinión sobre lo de marcharte?

– ¡Pero si yo no he dicho que quisiera marcharme!

– ¿Ah, no?

– No, eso lo has dicho tú.

– Pues a mí me parece que te sientes culpable por algo… ¿ha estado el veterinario por aquí?

– Pues claro que ha estado por aquí -contestó ella, poniéndose colorada porque quería hablarle precisamente de su deuda con Kit-. Ruby no se encuentra bien y…

– Te has puesto colorada.

– Si me he puesto colorada es porque tengo que pedirte algo y me da vergüenza.

– ¿Te da vergüenza… a ti?

– Cállate ya -dijo Phinn entonces-. ¿Te importaría si buscase un trabajo a tiempo parcial?

– Ya tienes un trabajo aquí.

– Pero sólo sería por las tardes.

– ¿Con el veterinario? -preguntó Ty.

– ¡No! -exclamó ella-. Qué manía con el veterinario… no tiene nada que ver con él. Pero he pensado que Ash está ahora mucho mejor y como tú vienes los viernes a casa para hacerle compañía…

– Si no es Peverill, ¿con quien más estás en contacto? -la interrumpió Ty.

Phinn se negó a contestar y él se cruzó de brazos, esperando.

– Ayer estuve hablando con Bob Quigley…

– ¿Bob Quigley? ¿Otro de tus amigos?

– Es el propietario del Cat and Drum, el pub del pueblo -suspiró ella-. El caso es que le pregunté a Bob si tenía un trabajo para mí…

– ¿En el pub? ¿Detrás de la barra? -exclamó Ty.

– Sí.

– ¿Has trabajado alguna vez en un pub?

– No, pero Bob me dijo que le vendría bien un poco de ayuda…

– ¡Desde luego que sí!

– ¿Te importaría dejar de interrumpirme?

– ¿Cómo esperas que reaccione? Imagino que lo que buscas no es compañía, de modo que el problema es que yo no te pago lo suficiente.

– Me pagas más que suficiente. Además, tengo una habitación gratis y un establo para Ruby. El problema es que empiezo a deberle mucho dinero a Kit Peverill. Las medicinas de Ruby son muy caras y… el pobre me ha dicho que le pague cuando pueda, pero… me ha pedido que saliera con él y yo le he dicho que no, así que me siento incómoda.

Ty se echó hacia atrás en la silla.

– Phinn Hawkins, ¿qué voy a hacer contigo? ¿Nos dejarías solos por las tardes sólo porque a Peverill le gustas?

Phinn imaginó que Ty estaba bromeando. Tenía que estar bromeando.

– Sí, bueno, algo así.

– Entonces, evidentemente, tengo que aumentarte el sueldo.

– No, por favor -protestó ella-. Creo que me pagas demasiado.

– Y yo creo, querida Phinn, que Ash y yo estaríamos perdidos sin ti.

– ¡Tonterías!

– Por no decir que esa montaña de papeles de la oficina ha desaparecido gracias a ti. Y como yo no te había contratado para hacer de secretaria, estoy en deuda contigo.

– Eso no es verdad y tú lo sabes.

– Al menos te mereces una paga extra -siguió él, como si no la hubiera oído-. Mira, Phinnie, intenta verlo desde mi punto de vista: supongo que entenderás que mi novia no puede estar trabajando en el pub cuando yo vengo de Londres para verla.

Cómo latía su corazón cuando le decía esas cosas, pensó ella. Aunque no fuese verdad. Sonaba como si lo dijera en serio… afortunadamente, el sentido común le hacía ver la realidad.

– De hecho -siguió Ty-, he decidido llamar a Peverill para decirle que me envíe a mí las facturas de Ruby.

– ¡No vas a hacer nada por el estilo! -exclamó ella.

– Pienso hacerlo.

Y, para demostrar que la conversación había terminado, se dio la vuelta y se puso a trabajar en su ordenador.

Phinn se quedó mirándolo, perpleja. Podría haber protestado hasta que le doliese la boca y el resultado habría sido el mismo de modo que, dejando escapar un suspiro, salió del estudio.

Pero estaba subiendo a su dormitorio cuando se dio cuenta de algo: Ty entendía que no quisiera estar en deuda con el veterinario porque Kit había demostrado cierto interés por ella. Pero no había ningún problema en que estuviera en deuda con él porque, evidentemente, Ty no tenía ningún interés.

Phinn se fue a la cama sabiendo que no lo tenía ahora y no lo tendría nunca. Y pasó una noche en vela pensando que no era lo bastante sofisticada como para atraer a un hombre como Tyrell Allardyce.

CAPÍTULO 7

EL TIEMPO mejoró durante el fin de semana y, después de llamar a Bob Quigley para decirle que, al final, no iba a necesitar el trabajo, Phinn estaba sentada en la valla del corral el domingo por la mañana observando a Ruby, contenta al ver que su yegua parecía más animada.

Poco después Ty fue a buscarla y se quedó observándola un rato sin decir nada. Hasta que, al final, Phinn tuvo que dejar escapar un suspiro para disimular su nerviosismo.

Aquel hombre al que tanto amaba conseguía hacer que ella, que nunca había sido tímida, se mostrase así.

– ¿Qué he hecho ahora?

– ¿Quién ha dicho que hayas hecho algo malo?

– Bueno, no has venido aquí para hablar del tiempo.

Ty se encogió de hombros.

– Había pensado que, para darle un poco de realidad a esta supuesta relación nuestra, podría invitarte a cenar esta noche.

El corazón de Phinn se volvió loco. Nada le gustaría más que cenar con él, pero sería una cita sólo para que lo viera Ash, no una de verdad.

– Nosotros no tenemos una relación.

– No te pongas difícil -protestó él-. Ya sabes lo observador que es mi hermano e imagino que debe estar preguntándose por qué tú y yo no…

– No hay un tú y yo. Además, la señora Starkey es la mejor cocinera de por aquí.

– Mira que eres difícil… ¿ha conseguido alguien salir contigo?

– El veterinario estuvo a punto -bromeó ella.

Ty sonrió también.

– En realidad, Ash y yo pensábamos ir a la granja Honeysuckle. ¿Sería muy doloroso para ti acompañarnos?

– Prefiero quedarme, si no te importa.

– Es muy posible que Ash se la quede.

– Y seguro que le irá muy bien.

– ¿No te importa, de verdad?

– Prefiero que sea Ash -contestó ella. Ty se quedó mirándola de nuevo sin decir nada-. ¿Qué?

– ¿Sabe, señorita Hawkins, que es usted guapa por dentro y por fuera?

Nerviosa, Phinn se dio la vuelta para mirar a Ruby.

– De todas formas no pienso ir a cenar contigo -murmuró, mirándolo por encima del hombro. Pero tuvo que agarrarse con fuerza a la valla cuando Ty apartó su coleta para darle un beso en el cuello antes de alejarse.

Las horas le parecieron eternas mientras los hermanos Allardyce estaban de visita en la granja, pero volaron cuando Ty volvió… aunque sólo para marcharse por la mañana. Phinn estaba deseando que volviese por la tarde, pero no volvió a verlo hasta el miércoles. Iba a la oficina para comprobar el correo cuando oyó que la llamaban… pero no por el diminutivo habitual.

– ¡Delphinnium!

Se quedó helada. Y, al darse la vuelta, se encontró con Ty mirándola con una sonrisa de oreja a oreja.

– ¿Cómo lo has adivinado?

¿Y de dónde había salido? No lo había oído llegar.

Ty, disfrutando de su estupefacción, seguía sonriendo.

– Pasaba por delante de la iglesia y me encontré con el vicario, quien muy amablemente me dejó mirar los registros de bautismo.

– Si se lo cuentas a alguien…

– ¿Qué me darás si no digo nada? ¿Y de dónde sale un nombre como ése, por cierto?

– Culpa de mi padre -suspiró ella-. Supuestamente debería haberme puesto Elizabeth Maud, pero decidió cambiarlo a última hora… consiguiendo así que su única hija permanezca soltera para siempre.

– ¿Por qué? -rió Ty.

– Con un nombre como el mío es imposible que me case. Me lo puedo imaginar: toda vestida de blanco delante del sacerdote, diciendo: Yo, Delphinnium Hawkins… y los invitados muertos de risa.

– Tu nombre será nuestro secreto -dijo Ty, con tono conspirador-. Y hablando de vestidos, y no necesariamente de uno blanco, ¿tienes alguno?

– ¿Quieres que te lo preste? -bromeó Phinn para disimular los nervios. ¿Estaba diciendo que se había cansado de verla con pantalones?

– Aparte de que es hora de que a esas fabulosas piernas tuyas les dé un poco el aire, el sábado tendremos invitados a cenar… y un par de ellos se quedarán a dormir.

– Yo puedo cenar con la señora Starkey…

– ¿De qué estás hablando?

– Imagino que no querrás que yo esté molestando mientras cenas con tus invitados…

– Ay, Señor, dame paciencia. Por si no te habías enterado, Delphinnium Hawkins, tú eres de la familia ahora.

– ¿No soy una simple empleada? ¡Y no me llames Delphinnium!

Ty dejó escapar un suspiro.

– A veces no sé si debo darte un par de azotes o besarte hasta que supliques piedad.

– No te enfades conmigo -sonrió Phinn. Pero como él no parecía dispuesto a perdonarla, se inclinó un poco hacia delante y le dio un beso-. Si insistes, cenaré el sábado con vosotros. Y me pondré un vestido.

Los ojos grises de Ty se clavaron en los suyos mientras la tomaba suavemente por la cintura.

– Será mejor que te vayas… antes de que yo empiece a besarte.

Y Phinn, con el corazón acelerado, se dirigió a la oficina.

Ty volvió a casa otra vez el jueves por la tarde y de nuevo el viernes. El sábado, Phinn ya sabía los nombres de las personas que irían a cenar esa noche. Eran dos hermanos, Will y Cheryl Wyatt. Cheryl había vendido su apartamento y, por el momento, se alojaba con su hermano hasta que encontrase una casa de su gusto.

Ruby no se encontraba bien el sábado, de modo que Phinn estaba en el establo con ella y se perdió la llegada de los dos hermanos. Después subió a su habitación para arreglarse y luego, en albornoz y con una toalla en el pelo, buscó algo en el armario.

No tenía muchos vestidos y los que tenía eran regalo de su madre, pero gracias a ella todos eran de buena calidad.

El que más le gustaba era uno de seda en color rojo oscuro, pero ella no tenía bisutería bonita y el escote pedía algo. Y no podía hacerse una coleta. De repente, Phinn empezó a ponerse nerviosa. Lo cual era absurdo porque ella nunca se había puesto nerviosa por conocer a gente nueva.

Pero esos invitados eran amigos de Ty, gente con la que hacía negocios, y quería estar presentable. Por fin, se echó un último vistazo ante el espejo…

¿Ésa era ella?

Sin los pantalones y la camiseta no era la cría de todos los días sino una mujer esbelta con curvas en los sitios adecuados.

El vestido era más corto de lo que recordaba, por encima de la rodilla… le parecía como si hiciera siglos que no se veía las rodillas. ¿El escote era demasiado exagerado? Ella sabía que no, pero no estaba acostumbrada a mostrar sus encantos. Tal vez podría ponerse las perlas de su abuela, rescatadas por su madre antes de que su padre pudiera venderlas…

Se había maquillado prudentemente, pero sus ojos parecían mucho más grandes. Suspirando, Phinn se tocó el moño sujeto con horquillas.

En general, le parecía que iba bastante bien. Imaginaba que los amigos de Ty serían sofisticados y no quería hacerlo quedar mal. Al fin y al cabo, él mismo le había pedido que se pusiera un vestido. ¿O no? ¿Lo habría dicho de broma y estaría demasiado vestida?

Estaba a punto de cambiarse cuando alguien llamó a la puerta. Era Ty, guapísimo con un traje oscuro.

– ¡Vaya! -exclamó al verla-. ¡Estás preciosa!

– Tú tampoco estás mal -sonrió Phinn. Llevaba tacón alto, pero aun así Ty le sacaba una cabeza.

– No sé si debería dejarte bajar así. No quiero que te mire nadie más que yo.