– Haz el favor de dejar en paz a mi hermano.

– ¿Que le deje en paz… yo?

– No quiero tener que recoger las piezas de su corazón otra vez…

– ¿Pero qué estás diciendo? -lo interrumpió Phinn.

– Te da igual a quién le hagas daño, ¿verdad?

– Me parece que tienes muy poca memoria. Que yo sepa, me contrataste para que le hiciese compañía…

– Parece que tampoco tú tienes buena memoria -la interrumpió él, tomándola por la cintura-. Hace una semana podría haberte hecho mía -le dijo, atrayéndola hacia sí para buscar sus labios. No con ternura o cariño sino de manera brusca, furiosa.

– ¡Suéltame!

Phinn intentó empujarlo. Quería sus besos, pero no de esa manera.

– ¿Por qué voy a hacerlo? -le espetó él, acariciándola con manos ansiosas.

– ¡No, Ty… así no!

Algo en su tono le dijo que hablaba completamente en serio porque la miró a los ojos y, al ver que estaban empañados, dio un paso atrás, pálido como un cadáver.

– Dios mío… perdóname… no sé qué me pasa.

Un segundo después salía de la habitación como alma que lleva el diablo.

Era el fin y Phinn lo sabía. No tenía ni idea de qué podía haber empujado a un hombre civilizado como él a hacer lo que había hecho y, aunque podría perdonarlo, tenía la impresión de que Ty no sería capaz de perdonarse a sí mismo.

Y todo por Ash. Ty no sabía que ella no sería capaz de hacerle daño a su hermano… de hacerle daño a nadie. Estaba convencido de que era como su prima, que no le importaba nada salvo ella misma. ¿Cómo podía creer eso?

Hundida de repente, Phinn supo que había llegado el momento de marcharse de Broadlands Hall. ¿Para qué iba a quedarse? Ash ya no la necesitaba y seguramente Ty aplaudiría su decisión.

Sin probar el desayuno que Ash le había subido en una bandeja, Phinn fue a darse una ducha y casi había terminado de hacer las maletas cuando oyó el motor de un coche. Era el de Ty alejándose por el camino, comprobó después de acercarse a la ventana. Y entonces, con el corazón encogido, pensó que nunca volvería a verlo… aunque quizá era lo mejor.

Ash le había ofrecido el día anterior llevarla a cualquier sitio y necesitaba que alguien la llevase a Gloucester, a casa de su madre.

No sabía cómo se tomaría su repentina aparición, pero estaba segura de que ni ella ni Clive pondrían objeción alguna. De hecho, su madre le había pedido cien veces que fuera a vivir con ellos.

Pero, sabiendo que lo dejaría todo para ir a buscarla si la llamaba, decidió pedirle el favor a Mickie Yates porque Ash ya había hecho demasiado por ella. Desgraciadamente, Mickie Yates no contestaba al teléfono, de modo que tendría que ir en autobús… si los autobuses seguían parando en Bishops Thornby en sábado. Llamaría a Mickie en otro momento para que fuera a recoger sus cosas.

Cuando dejó el reloj de Ty sobre la mesa de su abuela suspiró al recordar el detalle. Lo había hecho para que se sintiera como en casa. Luego, después de una última mirada alrededor, tomó la maleta en la que había guardado lo más necesario y salió de la habitación.

Le pesaba el corazón, pero intentó recordarse a sí misma que siempre había sabido que su estancia en Broadlands Hall sería temporal.

Había llegado al pie de la escalera cuando un ruido a su izquierda la hizo girar la cabeza…

¡Ty! Y ella había pensado no volver a verlo nunca…

– Creí que te habías ido.

– ¿Dónde crees que vas con esa maleta?

– Me marcho -contestó Phinn… esperando su aplauso.

Pero no llegó. Al contrario, Ty dio un paso adelante y le quitó la maleta de las manos.

– Eso ya lo veremos -murmuró, dirigiéndose al salón.

Phinn vaciló durante un segundo, sin saber qué hacer.

– Mientras no me pongas las manos encima -dijo por fin.

No sabía qué quería decirle Ty o por qué retrasaba su partida. Lo único que esperaba era poder marcharse de allí sin pegarlo otra vez y con su orgullo intacto.

CAPÍTULO 9

TY SE había calmado un poco cuando Phinn entró en el salón tras él. La maleta estaba en el suelo, a su lado, y Ty estaba de espaldas a ella, pero su expresión cuando se volvió para mirarla era definitivamente hostil.

– ¿Quieres que me disculpe?

Phinn se encogió de hombros.

– Haz lo que quieras.

– ¿Dónde crees que vas?

– No es que sea asunto tuyo, pero…

– ¿No es asunto mío? -repitió él-. Vienes a mi casa, vuelves loco a todo el mundo…

– Un momento -lo interrumpió Phinn-. Vine aquí porque tú me ofreciste un empleo y un sitio en el que alojarme, no fue idea mía… -de repente, sus ojos se llenaron de lágrimas. Era horrible terminar así con él, no podía soportarlo.

– Oh, Phinn… como siempre estoy metiendo la pata. Tienes el corazón roto por Ruby y lo único que yo hago es hacerte sufrir más.

– Mira, me voy. Tengo que tomar el autobús en el pueblo…

– ¡El autobús! -exclamó él, escandalizado-. Olvídate de eso, Phinn Hawkins.

– Ty, escúchame…

– No, escúchame tú. Sé que éste no es el mejor momento para ti y sé que durante este año has recibido un disgusto tras otro. Te admiro mucho por haber soportado todo eso pero, a riesgo de disgustarte aún más, me temo que no puedo dejar que te marches hasta que hayamos hablado de… nuestro problema. Y te aseguro que, pase lo que pase, no vas a ir a ningún sitio en autobús.

Oh, Dios, ¿se habría dado cuenta de que estaba enamorada de él y ése era «el problema» del que quería hablar?

– Si insistes en marcharte -siguió-, yo te llevaré donde quieras ir, pero primero siéntate. Le pediré a la señora Starkey que nos traiga un café.

– No quiero café, gracias.

Y tampoco sabía si quería sentarse, pero al final lo hizo.

– Sé que estoy en deuda contigo -empezó a decir Phinn, sin mirarlo-, pero pienso buscar un trabajo y en cuanto pueda te pagaré lo que te debo…

– ¡Por el amor de Dios! -exclamó Ty-. ¿No te das cuenta de que después de lo que has hecho por Ash somos nosotros los que estamos en deuda contigo?

– Estoy hablando de dinero. A mí no me gusta deberle dinero a nadie -insistió ella-. Acepté que tú pagases las facturas del veterinario por las circunstancias, pero… Ty, sé que tú crees que yo le haría daño a tu hermano, pero jamás se lo haría. Aparte de que Ash no está interesado en mí ni yo en él, yo no soy como mi prima…

– ¿Ash no está interesado en ti? ¡Pues cualquiera lo diría!

– ¿Por qué? ¿Porque me ha dado un beso? -replicó ella, enfadada-. Y era un beso de simpatía, nada más.

– ¿Suele besarte a menudo?

– ¡No, eres tú quien me besa! -exclamó Phinn-. Mira, sé que estás preocupado por Ash, pero te aseguro que yo nunca le haría daño. Ash es como un hermano para mí. Y él me ve como a una hermana. ¿Es que no habláis nunca de vuestras cosas?

– Aparentemente, no -murmuró Ty.

– Pues Ash está interesado en otra chica.

– ¿Qué? Pero si apenas miró a Cheryl Wyatt la otra noche…

– No es Cheryl -suspiró Phinn-. Bueno, espero que no sea un secreto, pero Ash ha quedado con Geraldine Walton para cenar.

– ¿Geraldine Walton? ¿La dueña de la escuela de equitación?

– Exactamente. Así que no tienes que preocuparte de que yo le rompa el corazón porque es imposible.

Ty dejó caer los hombros y sólo entonces Phinn se dio cuenta de lo tenso que estaba.

– Y si yo soy hermana de Ash -dijo entonces, traviesa-, eso me convierte también en hermana tuya.

– No, de eso nada. Yo no te quiero como a una hermana.

A Phinn le dolió tanto que dijera eso que se levantó de un salto, intentando controlar las lágrimas.

– Bonita manera de ponerme en mi sitio -murmuró-. En fin, si ya te has quedado tranquilo sobre Ash, me marcho.

Pero no llegó muy lejos. Para su sorpresa, no había llegado a la puerta cuando Ty se interpuso en su camino.

– No hemos solucionado nada.

– ¿No?

– No, en absoluto. Yo tengo para ti un sitio mucho más especial.

– ¿Ash te ha dicho lo bien que se me da la oficina? ¿Vas a ofrecerme un trabajo?

– Hay un trabajo para ti… si todo lo demás falla.

– ¿Qué clase de trabajo?

¿Uno en el que pudiera verlo todos los días? No, gracias, decía su orgullo. Sí, por favor, decía su corazón.

– Cuando Ash se traslade a la granja Honeysuckle me hará falta alguien que gestione la finca.

– ¿Yo? -exclamó Phinn-. Pero si vas a vender la granja Yew Tree y tu hermano se va a ocupar de Honeysuckle… aunque tardará algún tiempo en ponerla en marcha.

– Supongo que conocerás a alguien que pueda echarle una mano.

– Pues sí, Jack Philips, que ha trabajado estas tierras durante toda la vida. Se retiró hace un año, pero empieza a aburrirse y cuando fui con Ash al pub me dijo que estaba buscando algo que hacer. Pero aun así… llevar la finca a partir de ahora no sería un trabajo de ocho horas diarias. Y yo no tengo experiencia.

– Sí la tienes. Vas a dar un paseo por el campo y sabes exactamente qué árbol hay que cortar y cuál hay que replantar. Llevas el campo en la sangre. Por no decir que puedes controlar una oficina con los ojos cerrados.

Phinn tuvo que sonreír. Sí, eso podía hacerlo bien y le encantaría quedarse… pero en Broadlands Hall no había más que dos o tres días de trabajo a la semana.

– Y no olvides que hay un par de casas alquiladas de las que hay que ocuparse.

– No, lo siento, tengo que irme.

Ty la miró en silencio durante unos segundos.

– Soy yo, ¿verdad? Te has cansado de mi actitud tiránica.

– Yo…

– ¿Te quedarás si prometo comportarme… y pedirte perdón por cada impertinencia?

– No es eso -suspiró ella. En realidad, podría perdonarle cualquier cosa porque estaba enamorada-. A veces has sido muy espléndido… y muy cariñoso.

– ¿De verdad? Lo de esta mañana… no sé cómo pedirte disculpas.

– Es mejor que no hablemos de eso -lo interrumpió Phinn-. Me refería más bien a detalles como subir la mesa de mi abuela a mi habitación, por ejemplo. O llamar al señor Timmins para que afinase el piano. O que… -no terminó la frase. Iba a decir que le prestase el reloj, pero no quería recordarle lo que había pasado cuando fue a su habitación a devolvérselo.

– ¿Y los buenos tiempos cuentan más que los malos?

– Sí, claro que sí. No sé qué habríamos hecho Ruby y yo si tú no nos hubieras ayudado.

– Cuando pienso en lo que tú has hecho por Ash y por mí, eso no tiene la menor importancia.

– Bueno, vamos a dejarlo ya o tendremos que crear una sociedad de admiración mutua -intentó bromear ella-. Gracias por todo, de verdad. Gracias por hacer que los últimos meses de Ruby fuesen tan agradables. Te lo agradeceré siempre -poniéndose de puntillas, Phinn le dio un beso en la mejilla.

Era un simple gesto de despedida, pero cuando intentó dar un paso atrás descubrió que Ty sujetaba sus manos.

– ¿Debo entender que… te gusto?

Phinn lo miró, perpleja.

– ¡Tú sabes que me gustas! -exclamó-. Yo pensé que… en fin, de verdad es hora de marcharme.

– No, aún no -insistió él con tono firme-. Antes me has acusado de no hablar nunca con mi hermano…

– Yo no te he acusado de nada.

– Bueno, has dicho que Ash y yo no hablamos de nuestras cosas y tienes razón. Pero creo que tú y yo también deberíamos empezar a hablar… abiertamente.

– No sé si…

– ¿De qué tienes miedo? -sonrió Ty-. Yo puedo decirte que, aunque sé que te he herido alguna vez con mi actitud, prometo no volver a hacerlo nunca más. Ven, siéntate a mi lado.

– Pero tengo que irme…

– Como he sido un bruto en el pasado, vas a tener que perdonarme -siguió él, como si no hubiera dicho nada-. Pero, en mi defensa, diré que cuando volví de Londres y vi en qué estado se encontraba mi hermano…

– ¿Él te habló de Leanne?

– No, en realidad lo supe casi todo por la señora Starkey. Y cuando la pobre mujer me lo contó, yo no estaba de humor para ser amable con nadie de la familia Hawkins.

– Me pediste de muy malas manera que me fuera de tus tierras.

– Y hasta el día de mi muerte te estaré agradecido por no haberme hecho caso.

Phinn sintió un abrumador deseo de besarlo en ese momento, pero decidió que no sería buena idea.

En cualquier caso, Ty ya sabía que le gustaba y lo mejor sería no hacerlo pensar que había algo más.

– Creo que empezaste a gustarme aquella tarde, en el riachuelo.

– ¿Empecé a gustarte?

– Pues claro. Y cuanto más te conocía, más me gustabas.

A Phinn se le quedó la boca seca.

– ¿En serio? -consiguió decir-. Me alegro mucho.

– Pero ahí fue donde empezaron los problemas.

– ¿Qué problemas?

– Pronto descubrí que hacías con mi hermano las cosas que a mí me hubiera gustado hacer contigo…