– Me parece estupendo, Mickie.

Hacía una tarde sorprendentemente soleada y Phinn decidió dar un paseo con Ruby hasta el pueblo para que le mirasen las herraduras. Haría mucho más calor en la forja de Idris, de modo que se quitó los vaqueros y la camiseta y se puso un vestido sin mangas… pero cuando iba a salir se dio de bruces con Geraldine.

– ¿El sábado dejarás libre la habitación?

– Sí, no te preocupes. Ruby y yo nos iremos mañana mismo.

– ¿Ah, sí? Qué bien. En fin… espero que hayas encontrado algún sitio.

Como era prácticamente imposible esconder nada en un pueblo tan pequeño, Phinn sabía que no podría esconder su paradero durante mucho tiempo. Pero como su paradero estaba en las tierras de Tyrell Allardyce lo mejor sería no decir nada.

– Sí, he encontrado un sitio en el que vivir -le dijo.

Idris, una montaña de hombre que siempre parecía tener una cerveza a mano, la recibió con el mismo cariño que Mickie.

– ¿Cómo está mi chica? -murmuró, mientras comprobaba las herraduras de Ruby-. Toma un traguito de cerveza, Phinn.

A ella seguía sin gustarle la cerveza, pero hacía muchísimo calor y beber cerveza era algo tradicional en el pueblo, de modo que tomó un trago en homenaje a su padre.

Cuando terminó, Idris le dijo que no le debía nada y Phinn sabía que se enfadaría si insistía en pagarle así que, después de darle las gracias, Ruby y ella salieron de la forja.

Sin dejar de mirar a un lado y a otro por si se encontraba con el insufrible Tyrell Allardyce, iba charlando tranquilamente con Ruby y la yegua, que tenía un buen día, asentía con la cabeza.

Cuando pasaban por el riachuelo, Phinn sintió deseos de nadar un rato. No debería arriesgarse, pero hacía tanto calor… y el riachuelo estaba rodeado de árboles que daban sombra.

Pero cuando estaba a punto de dejarse llevar por la tentación ocurrió algo. De repente, en medio del silencio, escuchó un grito que llegaba desde el riachuelo… y era el grito de alguien pidiendo ayuda.

No tardó mucho en llegar a la orilla y descubrir qué pasaba… y al verlo se le heló la sangre en las venas. En la zona más profunda del riachuelo había un sitio al que llamaban «la zona oscura». Oscura porque, debido a la sombra de los árboles, el sol no llegaba nunca hasta allí. No sólo era oscura sino profunda y helada. Y todo el mundo sabía que no se debía nadar allí… pero había alguien… y ese alguien era ni más ni menos que Ashley Allardyce, a punto de ahogarse.

No había tiempo para pensar. Su padre le había enseñado las técnicas de salvamento y le había enseñado bien, pero Phinn nunca había tenido que salvar a nadie.

Sin embargo, mientras pensaba todo eso, estaba quitándose las sandalias y el vestido a toda prisa para tirarse al agua de cabeza.

Estaba helada, pero no había tiempo para pensar porque tenía que llegar hasta Ash lo antes posible. Nadando a toda velocidad, lo agarró como su padre la había enseñado a hacerlo y, sin aliento, le advirtió:

– No te muevas o nos ahogaremos los dos.

Alegrándose de que hubiera perdido tanto peso, tiró de él hacia la orilla más cercana, que resultó ser la que estaba al otro lado.

– Me ha dado un tirón en la pierna -consiguió decir él unos segundos después, exhausto y con la cabeza entre las rodilla.

Todo había ocurrido tan rápidamente que Phinn apenas se daba cuenta de nada. Lo único que sabía era que los dos estaban a salvo y que eso era lo único importante.

– ¿Cómo se te ocurre nadar aquí? Todo el mundo sabe que en esta zona del riachuelo no se puede nadar -de repente, le dieron ganas de llorar. Por el susto, seguramente.

Entonces recordó a Ruby y miró hacia la otra orilla… pero no vio a su yegua.

– No te muevas de aquí, vuelvo enseguida.

En lugar de tirarse al agua de nuevo, Phinn corrió hacia el viejo puente de madera que atravesaba el riachuelo. Y mientras corría se le ocurrió pensar si Ash habría querido suicidarse…

Pero luego recordó que le había dado un tirón en la pierna. No, pensó, había sido un accidente. Cuando estaba cruzando el puente vio, aliviada, que Ruby sólo se había alejado un poco para comer hierba… pero el alivio duró poco porque enseguida vio a Tyrell Allardyce.

Afortunadamente, él estaba de espaldas y aún no la había visto. Estaba mirando alrededor, tal vez buscando a su hermano… pero tenía las riendas de Ruby en la mano. Y entonces supo que no estaba buscando a Ash sino a la propietaria de Ruby, de modo que la propietaria de Ruby estaba en un aprieto.

Como si la hubiese oído llegar, Ty se dio la vuelta en ese momento. Y, como si no pudiera creer lo que veían sus ojos, se quedó inmóvil.

Y fue entonces cuando Phinn se dio cuenta de cómo iba vestida… o más bien desvestida. Peor que eso, la ropa interior mojada se había vuelto casi transparente, su cuerpo visible para el hombre que la miraba fijamente.

– Una persona educada se daría la vuelta -le espetó.

Ty Allardyce, sin embargo, no parecía dispuesto a darse la vuelta en absoluto.

– Lo haría… por una señorita educada -replicó.

A Phinn le entraron ganas de darle un puñetazo, pero no pensaba dar ni un paso más. Y él, mirándola de arriba abajo, se tomó su tiempo; su mirada insolente deslizándose por sus largas piernas, sus muslos…

Phinn había cruzado los brazos para taparse un poco pero, afortunadamente, Allardyce se dio la vuelta por fin.

En un segundo, Phinn recuperó su vestido y se lo puso a toda prisa. Y, una vez vestida, recuperó la confianza. Tenía que acercarse a él para quitarle las riendas y, aunque se sentía avergonzada, consiguió decir:

– Hacía un día precioso para darse un baño.

La respuesta de Allardyce fue darse la vuelta para mirarla fijamente, como si estuviera intentando decidir si debía perdonarla o volver a tirarla al agua.

– Le he advertido dos veces y no me ha hecho caso. Mañana mismo recibirá una carta de mi abogado.

– ¿Tiene mi dirección?

Ty Allardyce dejó escapar un largo y doliente suspiro.

– Ya está bien, señorita Hawkins. Si no desaparece de aquí en cinco segundos, yo mismo la escoltaré a usted y a ese animal lleno de pulgas…

– ¿Cómo dice? -lo interrumpió ella-. ¡No se atreva a tocar a mi yegua! -gritó luego, intentando quitarle las riendas y controlar las lágrimas al mismo tiempo. Insultar a la pobre Ruby… aún estaba a tiempo para recibir una patada.

– Por el amor de Dios… -más impaciente consigo mismo que con ella, Ty le devolvió las riendas-. ¡Váyase de aquí y deje a mi hermano en paz!

Sólo entonces Phinn se acordó de Ash. Y cuando miró hacia la orilla y vio que estaba incorporándose decidió que podía marcharse.

– ¡Encantada! -exclamó, alejándose de allí con Ruby.

No sabía cuánto tiempo había estado caminando, quizá quince minutos… no lo sabía porque a su reloj, por lo visto, no le gustaba el agua.

Le daba vergüenza haber estado a punto de llorar delante de aquel bruto. ¡Llena de pulgas Ruby! Claro que luego parecía haberse compadecido de ella…

Sí, seguro, pensó luego. Como que aquel grosero se compadecería de nadie. Insultar a Ruby… oh, cuánto le gustaría haberle dado una patada.

En fin, una cosa era segura: estaría encantada de escribir «dirección desconocida» en cualquier carta que llegase para devolvérsela después al remitente.

CAPÍTULO 3

EN CUANTO dejó a Ruby instalada en el establo de Geraldine, Phinn subió a su habitación para darse una ducha. Después, se puso una camiseta y un pantalón corto y se envolvió el pelo en una toalla para hacerse una taza de té… o de tila. Lo acontecido por la tarde la había dejado un poco angustiada.

Aunque no sabía qué la había turbado más: tener que salvar a Ashley Allardyce de morir ahogado o que su insolente hermano la hubiera visto medio desnuda.

Suspirando, empezó a hacer las maletas para estar lista cuando Mickie Yates fuese a buscarla al día siguiente. Después de guardar su ropa, envolvió en papel de periódico las piezas de la vajilla que había conservado y los pocos adornos que su padre no había vendido…

Estaba terminando de limpiar las estanterías cuando alguien llamó a la puerta. Pensando que sería Geraldine para comprobar que, efectivamente, iba a dejar libre la habitación para el día siguiente, Phinn abrió la puerta… y se quedó helada.

Porque ante ella estaba nada más y nada menos que Ty Allardyce. Y llevar ropa seca en lugar de estar medio desnuda no la hizo sentir más cómoda.

– Ah, el formidable señor Allardyce. ¿Quién está en mi terreno ahora?

– Me gustaría hablar con usted -se limitó a decir él.

– Pues lo siento, pero no. Así que váyase de mi… puerta.

Pero, para su sorpresa, Ty Allardyce entró en la habitación como si fuera suya.

– ¿Se marcha? -le preguntó, señalando las maletas.

– Sí, me voy -respondió ella, beligerante porque no veía razón alguna para mostrarse amable con aquel ogro.

– ¿Y dónde piensa ir?

– Pues… -nerviosa, Phinn se dio la vuelta para mirar por la ventana.

– Espero no despertar mañana y encontrarla acampada frente a mi casa, señorita Hawkins.

Esa idea le pareció divertida y, sin darse cuenta, sonrió. Además, lo de «señorita Hawkins» era mejor que «las Hawkins».

– Si quiere que le sea sincera, no se me había ocurrido.

– ¿Pero?

– Pero nada. Y tengo muchas cosas que hacer, señor Allardyce. Gracias por pasar por aquí -le dijo, señalando la puerta.

– Usted necesita un sitio en el que alojarse y donde poder alojar a su animal…

– Se llama Ruby -lo interrumpió Phinn-. El «animal lleno de pulgas», como usted la llamó, es Ruby.

– Le pido disculpas -dijo Ty entonces. Y eso la sorprendió tanto que parpadeó varias veces, como si no hubiera oído bien-. Pero no puedo dejar que vuelva a la granja Honeysuckle…

– ¿Cómo sabe que pensaba ir allí?

– No lo sabía. Quiero decir, no lo sabía hasta que usted me lo ha confirmado.

– ¡Ah, qué listo! Mire, señor Allardyce -dijo Phinn entonces, respirando profundamente-. Sé que está enfadado conmigo, quizá para siempre, pero yo no sería un estorbo en la granja y…

– No, eso está fuera de la cuestión.

– ¿Por qué?

– Para empezar, no hay luz.

– No me hace falta, tengo muchas velas. Y como hace calor, tampoco necesito la calefacción.

– ¿Y si llueve y hay goteras?

– No hay goteras. He estado allí y…

– ¿Ha estado allí? ¿Sigue teniendo la llave?

– Sí y no -suspiró Phinn, percatándose de que estaba metiendo seriamente la pata-. Sí, he estado allí y no tengo la llave.

– ¿Y cómo ha entrado?

Podría mandarlo a la porra, pero aún seguía esperando convencerlo de que la dejase vivir en Honeysuckle.

– Entré por una de las ventanas -le confesó.

– ¿Se ha subido a una escalera…? -Ty Allardyce inclinó a un lado la cabeza, incrédulo-. ¿Quiere incluir allanamiento de morada a su lista de agravios?

– ¡Estoy desesperada! -exclamó Phinn-. Ruby no está bien, es muy mayor… -no pudo terminar la frase, emocionada, y se dio la vuelta para que no la viese llorar. Estaba dispuesta a echarlo de allí, pero también dispuesta a suplicarle si hacía falta.

Pero entonces, atónita, descubrió que no tenía que suplicarle. Porque Ty Allardyce dijo:

– Creo que podemos encontrar un sitio mejor para usted.

Esas cosas no le pasaban a la gente como Delphinnium Hawkins… al menos últimamente, de modo que lo miró boquiabierta. Ty Allardyce la detestaba.

Entonces, ¿por qué…?

– ¿Y para Ruby también? -le preguntó.

– Para Ruby también.

– ¿Dónde?

– En mi casa. Puede usted vivir con…

– ¡Un momento! -lo interrumpió Phinn-. No sé quién cree que soy, pero deje que le diga…

– ¡Por el amor de Dios! -exclamó él, irritado-. Aunque reconozco que tiene usted las mejores piernas que he visto en mucho tiempo… y que el resto tampoco está mal, yo tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que intentar seducir a una chica del pueblo.

¡Una chica del pueblo!

– ¡Ya le gustaría! -replicó Phinn, indignada. Pero, pensando en Ruby, decidió que no se lo podía permitir-. ¿Por qué quiere que viva en Broadlands Hall?

– ¿Podemos sentarnos?

Sus piernas se verían menos si estuviera sentada, pensó, dejándose caer en una de las sillas y señalando la otra con la mano.

– Hoy me ha hecho un favor por el que siempre estaré en deuda con usted -dijo Ty entonces.

– Bueno, yo no diría eso… -suspiró Phinn-. ¿Pero ve lo que puede pasar cuando uno se mete en unas tierras que no son suyas? No siempre tiene que ser algo malo.

– De no haber estado usted allí mi hermano podría haberse ahogado -murmuró Ty, apartando la mirada.

– Ash no sabía que no se debe nadar en esa zona del riachuelo, por lo visto.