– Pero usted sí sabía lo peligroso que era y, sin embargo, Ash me ha dicho que se lanzó de cabeza sin pensarlo un momento.

– De haber sido usted, seguramente no me habría tirado -intentó bromear Phinn. Y eso despertó una sonrisa en el estirado Tyrell Allardyce.

– Salvó usted la vida de mi hermano sin dudar un momento -siguió-, aun sabiendo que arriesgaba la suya.

– Bueno, me paré un momento para quitarme el vestido…

– No se me ha olvidado -la interrumpió él-. Y dudo que vaya a olvidarlo -luego carraspeó, incómodo-. Mi hermano ha perdido mucho peso, pero aun así es un hombre grande e imagino que no sería fácil para usted llevarlo hasta la orilla. Si hubiera empezado a luchar podrían haberse ahogado los dos… no quiero ni pensarlo.

– Pues no lo piense -suspiró ella-. Son cosas que pasan. Ash no estaba intentando suicidarse ni nada parecido.

– Yo sé que no era un intento de suicidio pero, por lo que veo, también usted se ha dado cuenta de que mi hermano es… muy vulnerable en este momento.

Phinn asintió con la cabeza. Sí, lo sabía.

– Sé que usted me echa a mí parte de la culpa, pero le aseguro que yo no pude hacer nada. No sabía que Leanne iba a romper con él como lo hizo.

– Sí, tal vez fue injusto por mi parte -asintió Ty-. Pero en fin… Ash me ha contado que no tiene usted trabajo ni sitio donde vivir y yo estoy en posición de ofrecerle ambas cosas.

¿Iba a darle una casa y un trabajo? Aquello era increíble.

– Mire, se lo agradezco, pero no quiero caridad.

– Es usted un poquito susceptible, ¿no? -suspiró él, irritado. Pero luego, al ver que tenía los ojos llenos de lágrimas, dio marcha atrás-. ¿No irá usted…? ¿Qué le pasa? ¿Está empezando a darse cuenta de lo que podría haber pasado en el riachuelo?

– No, no… mire, ¿puede volver a ser desagradable? Me entiendo mejor con usted cuando se porta como un ogro.

Ty sacudió la cabeza.

– ¿No tiene familia… alguien que pueda ayudarla?

– Mi madre vive en Gloucester, pero…

– Yo la llevaré allí.

– No, no quiero ir allí.

– Deje de discutir -le ordenó él-. No está usted en condiciones de conducir. Será más seguro que conduzca yo.

Aquel hombre era imposible.

– ¿Quiere dejar de decirme lo que tengo que hacer? Sí, estoy un poco… impresionada, pero no importa. Y no pienso ir a ningún sitio.

– Si no puedo llevarla a casa de su madre, tendré que llevarla a la mía.

– No pienso dejar a Ruby.

– Ruby estará perfectamente hasta mañana…

– ¡He dicho que no! Ruby irá conmigo donde quiera que vaya.

Ty Allardyce se quedó mirándola un momento, pensativo.

– Voy a hacer una taza de té.

De repente, Phinn soltó una carcajada. La situación era tan absurda…

– Perdone -se disculpó después-. Pero ya he tomado un té y no quiero más. Y, por favor, ¿puede aceptar que sé que está usted agradecido por lo que pasó esta mañana y olvidarse de ello de una vez?

– ¿Quiere que siga siendo el bruto que intentaba echarla de la finca?

Phinn asintió con la cabeza.

– Y yo seguiré siendo… la chica del pueblo. La chica del pueblo que cree que debería dejarme vivir en la granja hasta que la alquile.

– No.

– Pero es que tengo que irme de aquí mañana mismo. Geraldine quiere que deje libre la habitación y Ruby…

– Como le he dicho antes, eso no es un problema porque en Broadlands Hall hay sitio para usted y para Ruby. Por el momento el establo se usa como almacén, pero puede usted limpiarlo mañana.

– ¿Tiene agua?

– Claro.

– ¿Y hay más caballos?

– No, no hay caballos. Ruby tendrá una vida idílica allí. Además, hay un corral estupendo en el que puede trotar a placer.

Phinn conocía bien ese corral. Además de tener una parte llena de árboles que le daban sombra, había un cobertizo en el que Ruby podía entrar si hacía demasiado calor.

De repente, le dieron ganas de llorar otra vez. Todo sonaba tan maravilloso.

«Oh, Ruby, un sitio para ti».

– ¿Y sería un trabajo permanente? Quiero decir, si piensa echarme dentro de una semana…

– Digamos que sería un contrato de seis meses, renovable después de ese tiempo.

– Acepto -dijo Phinn entonces. Al menos tendría seis meses para encontrar otro trabajo y otro sitio donde vivir-. Puedo limpiar, cocinar, cuidar el jardín, catalogar su biblioteca…

– La señora Starkey lleva la casa y lo hace admirablemente bien y Jimmie Starkey tiene toda la ayuda que necesita en la finca.

– ¿Y no necesita que cataloguen su biblioteca?

– No, lo que tengo en mente para usted consiste en otra cosa -dijo Ty-. Mi trabajo me obliga a viajar constantemente, de modo que no he podido pasar mucho tiempo en Broadlands Hall…

– Supongo que se mantenía en contacto con Ash por teléfono.

– Pero eso no me preparó para la sorpresa que me llevé cuando vine hace un par de semanas. Supongo que también usted habrá notado el cambio que se ha operado en mi hermano.

– Sí, claro. ¿Está enfermo?

– No tiene ninguna enfermedad… nada que pueda curar un médico.

– ¿Es culpa de Leanne entonces?

Ty Allardyce asintió con la cabeza.

– Yo no sabía que una mujer pudiera hacerle tanto daño a un hombre, pero… en fin, el caso es que no puedo volver a Londres y dejarlo solo aquí. Por eso necesito su ayuda.

– Haré lo que pueda -dijo ella.

– Entonces, el trabajo es suyo.

Phinn miró a aquel hombre que, debía admitir, empezaba a caerle bien. Aunque no se fiaba del todo.

– ¿Y en qué consiste el trabajo exactamente?

– Quiero que sea la acompañante de Ash.

– ¿Quiere que sea la acompañante de su hermano? -repitió ella, perpleja.

– Le pagaré, por supuesto.

– ¿Me va a pagar por hacerle compañía?

Tyrell Allardyce suspiró, impaciente.

– Mire, aunque yo podría hacer parte de mi trabajo en el despacho de Broadlands Hall, a través del teléfono y de Internet, ciertos asuntos requieren mi presencia en Londres o en cualquier otra capital del mundo. Y no quiero dejar solo a mi hermano.

Phinn lo pensó un momento.

– ¿Y cree que yo sería buena compañía para Ash?

– ¿Se le ocurre una persona mejor que alguien que le ha salvado la vida?

– No sé…

– Mire, señorita Hawkins, yo sé que a mi hermano le cae bien. Él mismo me ha dicho que siempre es muy agradable. El otro día, por ejemplo…

– ¿El día que usted me dijo que lo dejase en paz?

– Sí, bueno, es que estaba enfadado -se disculpó Ty-. No quería que otra Hawkins terminase lo que la primera había empezado. Pero eso fue antes de saber que Ash sigue tan loco por Leanne que las demás mujeres no existen para él. Francamente, no se fijaría en usted aunque intentase seducirlo con sus encantos.

¿Seducirlo con sus encantos? Muy simpático, desde luego. Phinn estaba a punto de decirle que no quería el trabajo cuando pensó en Ruby, en el establo, en aquel corral tan agradable en el que podría trotar…

– Yo no sé qué se espera de una acompañante. ¿Qué tendría que hacer? Imagino que no querrá que lo lleve al pub a emborracharse por las noches.

– ¿Le gusta a usted la cerveza?

– ¡No!

– Pero hoy ha bebido. Cuando la vi en el riachuelo noté que olía a cerveza…

– ¡Pero bueno! -lo interrumpió Phinn, indignada-. Mire, Allardyce, yo odio la cerveza, pero en este pueblo es costumbre tomar un trago cuando te lo ofrecen y el herrero me ofreció uno esta mañana. Y no podía decirle que no porque estaba mirando las herraduras de Ruby sin cobrarme un céntimo.

– De modo que, para no herir sus sentimientos, tomó usted un trago de algo que no le gusta.

– Así es como se hacen las cosas por aquí.

– ¿Sabe una cosa? -sonrió Ty entonces-. Creo que es usted una buena persona.

Phinn se quedó sorprendida tanto por el cambio de tono como por el cambio de actitud.

– Sí, bueno… en fin, de modo que tendría que hacerle compañía a Ash mientras usted está de viaje.

– Yo creo que mi hermano necesita estar con alguien que lo escuche, alguien que sea capaz de distraerlo cuando se ponga melancólico.

– ¿Y cree que yo puedo hacer eso?

– Estoy seguro -asintió él.

– ¿Cree que Ash tardará seis meses en… en volver a ser el mismo de antes?

– Espero que no sea tanto tiempo, la verdad. ¿Quién sabe? En cualquier caso, estoy dispuesto a ofrecerle trabajo y alojamiento durante seis meses como mínimo.

– Muy bien -dijo Phinn.

– ¿Entonces empezará mañana mismo?

– Empezaré mañana. Y será mejor que me dé el número de teléfono de Ash -sonrió ella, contenta.

– ¿Para qué?

– Para pedirle que venga a buscarme. Iré a Broadlands Hall para ver el establo y luego llevaré a Ruby.

– ¿Quiere inspeccionarlo antes de instalarse?

– Podría pedirle a Mickie que me llevase…

– ¿Quién es Mickie?

– Un vecino del pueblo. Es un poco excéntrico, pero tiene un corazón de oro. Mickie… -Phinn no terminó la frase.

– ¿Mickie qué?

Ella dejó escapar un suspiro de resignación.

– Si tan empeñado está en saberlo… le pedí a Mickie que llevase las cosas de mi padre a la granja.

Ty Allardyce sacudió la cabeza, mirándola como si fuera una especie nueva para él.

– Sin decirle nada a nadie, claro.

– Pues no, no le habría dicho nada a nadie. Si no hubiera tenido que vender mi coche… en fin, tuve que venderlo y ya está. Así que llamaré a Mickie para decirle que…

– ¿Tuvo que vender su coche?

– Sí.

Phinn no dijo nada más. Ty Allardyce no tenía por qué saberlo todo.

– Según mi abogado, pagó usted todas las mensualidades de alquiler que se debían antes de entregar las llaves de la granja. Pensé que el dinero era de su padre, pero… parece que no, ¿estoy en lo cierto?

Phinn se encogió de hombros.

– ¿Para qué necesitaba un coche si ya no tenía trabajo? Además, no podía dejar a Ruby sola todo el día -luego lo miró, pensativa-. Por cierto, ¿le ha dicho a Ash que va a tener una acompañante?

– No.

– ¿Y cómo cree que va a reaccionar cuando lo sepa?

Ty se encogió de hombros.

– Mi hermano es una persona muy sensible. Yo creo que sería mejor que no supiera por qué está usted allí.

– Yo no sería capaz de mentirle -le advirtió ella.

– No tendría que mentir, no se preocupe.

Phinn miró aquellos ojos grises, perpleja.

– ¿Entonces? No puedo llamarlo así, de repente, y pedirle que venga a buscarme.

– Ash sabe que tiene que irse de aquí, así que le diré que vine a darle las gracias por lo que había hecho esta mañana… y aproveché para ofrecerle un puesto de trabajo y un sitio temporal en el que vivir.

– ¿Y Ash se lo va a creer? -preguntó ella, sarcástica.

– ¡Ah, me compadezco del hombre que se case con usted! -replicó Ty, irritado-. Bueno, en fin, la verdad es que también yo dudo que lo crea, pero en este momento Ash no se preocupa por casi nada. Además, él se siente aún más agradecido que yo por lo que ha hecho.

Ty sacó una tarjeta de la cartera y, después de anotar unos números en el dorso, se la entregó. Había anotado el número de su móvil, el de su oficina en Londres, el de su casa y el de Broadlands Hall.

– Tampoco hacía falta que se volviera loco -murmuró-. Yo sólo quería el teléfono de Broadlands Hall.

– Por si acaso -dijo él, levantándose. Ah, se refería a que debía llamarlo si le ocurría algo a su hermano, pensó Phinn-. Llámeme a cualquier hora si es necesario.

– Muy bien -asintió ella, levantándose a su vez. Pero le pareció que estaban demasiado cerca y dio un paso atrás, nerviosa.

– ¿Cómo se encuentra ahora?

– ¿Cómo me encuentro?

Ty tomó sus manos y la miró a los ojos.

– Parece que se ha calmado un poco.

– Sí, creo que se me ha pasado la impresión -le dijo. Sólo entonces se preguntó si se habría quedado tanto rato para estar a mano por si se desmayaba o algo parecido-. Es usted más amable de lo que imaginaba.

– Cuéntelo por ahí y tendrá que vérselas conmigo -bromeó Ty.

Y, después de decir eso, salió de la habitación sin decir una palabra más.

Atónita, Phinn se acercó a la ventana. Allí estaba, no lo había soñado. Tyrell Allardyce estaba en la puerta del establo, hablando con Geraldine Walton. Y Geraldine estaba sonriendo como nunca. Jamás la había visto tan animada.

De modo que tendría que añadir «encanto» a la lista de cualidades de su nuevo jefe, pensó. Ty y Geraldine entraron en el establo y, un minuto después, aparecieron de nuevo, cada uno con una bala de paja en la mano, y procedieron a cargarlas en la camioneta.

Desde luego, era un hombre de palabra. Ya estaba llevando las cosas de Ruby antes de que ella se mudase a Broadlands Hall…

Ty Allardyce necesitaba una persona que le hiciera compañía a su hermano y lo tenía todo preparado incluso antes de ir a verla. El plan era, por lo visto, ir a visitarla y hacerle una oferta que no pudiese rechazar.