Que había sabido que ella iba a decir que sí de antemano era evidente. Muy eficiente, desde luego. Un poco sorprendida, Phinn bajó al establo para ver a Ruby cuando la camioneta de Ty desapareció por el camino… y se encontró con Geraldine.

– No me habías dicho que te ibas a mudar a Broadlands Hall.

Phinn no sabía qué decir. Desde luego, no pensaba contarle que iba a ser la acompañante de Ashley Allardyce. Pero tampoco quería despedirse de malas maneras.

– Espero no haber olvidado mi trabajo como secretaria -contestó-. Bueno, voy a ver cómo está Ruby.

La yegua se acercó a ella en cuanto la vio y Phinn le contó que se mudarían al día siguiente a un sitio con un corral precioso. Ruby acarició su cuello, agradecida, y Phinn se relajó por primera vez en muchos meses.

Quince minutos después se le ocurrió que Ty ya habría tenido tiempo de decirle a su hermano que, a partir del día siguiente, ella viviría en la casa y, después de despedirse de Ruby, subió a su habitación y marcó el número de Broadlands Hall, esperando que Ash contestase. Pero se quedó sorprendida al oír la voz de Ty.

– Ah, hola, Ty… señor Allardyce -lo saludó, nerviosa.

– Llámame Ty. ¿Querías hablar con Ash?

– Si no te importa.

Un minuto después, Ash se ponía al teléfono.

– Iba a llamarte yo para darte las gracias por salvarme la vida. No tuve oportunidad esta tarde, pero…

– No te preocupes -lo interrumpió ella-. Ty pasó por mi habitación para darme las gracias en tu nombre. Supongo que te habrá contado que me mudo a Broadlands Hall mañana mismo.

– Y yo me alegro mucho de que mi hermano te haya invitado a venir, por cierto.

– ¿Entonces no te importa?

– ¡No, por Dios! Ty ha sugerido que limpie el establo mañana a primera hora.

– No, no, lo haré yo, no te preocupes. Lo que necesito es que alguien venga a buscarme mañana porque no tengo coche.

– ¿Te parece bien a las nueve?

– Me parece estupendo.

Phinn se fue a la cama esa noche un poco mareada. Cuántas cosas habían pasado ese día. Había tenido que sacar a Ash del riachuelo, su hermano le había ofrecido una casa, un trabajo y un sitio para Ruby… desde luego, aquel día había estado lleno de sorpresas.

Curiosamente, sin embargo, era Ty Allardyce en quien no dejaba de pensar. Podía ser antipático, tirano incluso, pero también podía ser amable y considerado. Un hombre complejo, desde luego.

Recordó entonces cómo había tomado sus manos… y el escalofrío que eso la había hecho sentir.

«No seas tonta», se dijo a sí misma. «Piensa que vas a tener una casa en la que vivir y un sitio para Ruby. Eso es lo único importante».

Desde su punto de vista, las cosas no podían ir mejor. Desde luego, lo de volver a la granja había sido una idea absurda. Ruby y ella estarían mucho mejor en Broadlands Hall. Sí, eran muy afortunadas.

Pero entonces, ¿por qué se sentía tan inquieta?, se preguntó. Como si algo… como si algo no encajase del todo.

CAPÍTULO 4

PHINN se levantó mucho antes de las nueve y, después de atender a Ruby, se dedicó a doblar sus mantas, colocar los arreos y limpiar el cajón para que Geraldine no pudiera quejarse de nada. Pero, aunque sabía que el establo de Broadlands Hall sería adecuado, quería comprobarlo antes de llevar a Ruby allí.

Poco después de las nueve, Ash la encontró esperando en la puerta. Parecía horriblemente cansado, pensó, como si no hubiera pegado ojo en toda la noche.

– ¿Lista? -le preguntó, con un intento de sonrisa.

– La verdad es que hay muchas cosas que guardar -se disculpó ella.

Casi habían terminado de cargar la camioneta cuando Geraldine apareció en la puerta y Phinn hizo las presentaciones de rigor.

– Tú te encargas de gestionar la finca, ¿verdad? -le preguntó ella.

– Algo así -murmuró Ash, mientras guardaba la última maleta-. ¿Queda algo más?

– No, ya está todo. Vendré más tarde a buscar a Ruby, Geraldine.

– No te preocupes, yo me encargo de ella. No hace falta que te des prisa.

Un minuto después, Ash y Phinn se dirigían a Broadlands Hall. De modo que su trabajo había empezado…

– ¿Ty ha vuelto a Londres? -le preguntó, más por entablar conversación que por verdadero interés por su hermano.

Pero Ash se volvió hacia ella para mirarla con lo que sólo podía describirse como una «mirada conspiradora».

– ¿Te llamó por teléfono antes de irse?

¿Pensaría Ash que Ty y ella…? No, imposible. Pero como no podían decirle cuál era la verdadera razón por la que iba a vivir en Broadlands Hall…

Phinn abrió la boca para decirle que entre Ty y ella no había nada, pero decidió guardar silencio. Y luego se alegró de no haber dicho nada. Ty saldría con chicas guapísimas en Londres, chicas ricas y sofisticadas, nada parecidas a ella.

Ash la llevó directamente al establo y se disculpó mientras señalaba el desorden.

– Debería haberlo limpiado antes de que llegases, pero… al final no me dio tiempo.

– No te preocupes, entre los dos no tardaremos nada.

En el interior había un montón de cajas y antiguos aperos, además de una vieja mesa de cocina y otros muebles, pero el establo era más que adecuado. En cuanto lo hubiesen limpiado un poco, sería una residencia de lujo para Ruby.

– Bueno, hora de ponerse a trabajar.

– ¿No quieres ver antes tu habitación?

– No hace falta, seguro que me gustará. ¿Te importa ayudarme un momento?

Ash empezó a mover cajas con cierta desgana pero luego, poco a poco, fue animándose.

– No, deja eso ahí -le ordenó, cuando intentaba mover un viejo mueble de cocina-, ya lo haré yo. De hecho, deberíamos tirar todo esto a la basura.

¿Tirarlo? Qué sacrilegio. Phinn sacó su móvil y marcó el número de Mickie Yates.

– Mickie, soy Phinn.

– No he olvidado tu voz -rió el hombre.

– Mira, ahora mismo estoy trabajando en Broadlands Hall y hay un montón de muebles todavía en buen uso… ¿conoces a alguien que necesite muebles de cocina?

– Llegaré dentro de una hora.

– Estupendo.

Después de colgar, Phinn guardó el teléfono en el bolsillo y se volvió hacia Ash, que la miraba con cara de sorpresa.

– ¿Vas a trabajar aquí?

– Pues claro -contestó ella, poniéndose colorada.

– Se pone colorada y mi hermano dice que intentará volver esta noche -murmuró Ash entonces. Y, después de eso, se puso a canturrear Love Is in The Air.

– Ashley -dijo ella, con tono de advertencia.

– ¿Qué?

– Nada.

– Perdona, ¿me estoy metiendo donde no me llaman?

No había respuesta para esa pregunta, claro. Evidentemente, creía que había algo entre Ty y ella. ¿Pero cómo iba a haber nada? Se habían visto tres veces y las dos primeras Tyrell Allardyce no había sido precisamente amable con ella. Y como no podía contarle la verdad, que estaba allí para hacerle compañía, tampoco podía hacer nada para disuadirlo de tal idea.

Cuando por fin terminaron de limpiar el establo y Mickie Yates se había llevado los muebles, Ash parecía estar de muy buen humor.

– Bueno, voy a buscar a Ruby -dijo Phinn.

– ¿Quieres que te lleve?

– No, no hace falta, iré dando un paseo. Pero podrías comprobar si hay latas viejas o hierbas venenosas en el corral.

Ty le había dicho que estaba en buenas condiciones y confiaba en él, pero al menos así Ash tendría algo que hacer.

En los establos, Phinn fue recibida por una sonriente Geraldine, que se ofreció a darle paja y heno para su yegua.

– Te lo doy por el precio que pagué yo, ni un céntimo más.

Sintiéndose animada, Phinn fue a buscar a Ruby.

– Hola, cariño. Tengo una sorpresa para ti.

A pesar del paseo hasta Broadlands Hall, Ruby no tenía mucho apetito y, después de quedarse un rato con ella para que se acostumbrase a su nuevo hogar, Phinn se dirigió a la casa. Entró por la cocina, donde la señora Starkey estaba pelando patatas.

– Ya he preparado tu habitación.

– No debería haberse molestado, señora Starkey. Podría haberlo hecho yo…

– No ha sido ninguna molestia, al contrario -sonrió el ama de llaves-. Normalmente la cena es a las ocho, pero te he hecho un bocadillo, por si acaso. O pondrías tomar un plato de sopa…

– No, con un bocadillo me conformo, gracias -sonrió Phinn-. Lo que necesito ahora es darme una ducha.

La señora Starkey se secó las manos en el delantal.

– Ven, voy a enseñarte tu habitación. Ashley ya ha subido tus maletas y he guardado las cajas en el trasero.

– Muchas gracias. ¿Sabe dónde está Ash?

La señora Starkey dejó de sonreír.

– Creo que ha ido a dar un paseo. No ha querido comer nada y apenas ha probado el desayuno. Yo no sé… -suspiró, más para sí misma que otra cosa.

Phinn no sabía qué decir, pero se salvó de tener que responder cuando el ama de llaves abrió una puerta en el piso de arriba.

– Ésta es tu habitación. Espero que te guste.

– ¡Es preciosa! -exclamó Phinn.

Y lo era.

– Bueno, te dejo sola para que te duches. Voy a hacerte el bocadillo.

Phinn se quedó parada en medio del dormitorio de techos altos que parecía más la suite de un hotel. Una de las paredes estaba ocupada por armarios empotrados, con una cómoda de cedro entre ellos… allí había mucho más espacio del que ella necesitaría nunca para guardar su ropa, pensó.

La cama era de matrimonio, con un edredón en tonos crema y dorado. Al pie de la cama había una otomana y, frente a ella, una chaise-longue con una mesita redonda a un lado. ¡Era un dormitorio de ensueño!

Recordando su habitación fría y húmeda en la granja Honeysuckle, donde estaría en aquel momento si Ty no le hubiese ofrecido alojamiento en Broadlands Hall, Phinn no podía creer lo que veía. Y ella había pensado que el establo de Ruby era lujoso…

Perpleja, y pensando que no querría irse de allí en seis meses, Phinn fue a inspeccionar el cuarto de baño. Y, por supuesto, no se llevó una desilusión.

Más fresca después de darse una ducha, se vistió a toda prisa y, pensando llevar a Ruby al corral, salió de su nueva habitación.

– ¿Te o café? -le preguntó la señora Starkey cuando pasó por la cocina.

– No, en realidad iba a llevar a Ruby al corral para que corriese un poco. Pero tomaré un vaso de agua.

– ¿No prefieres un zumo?

– Sí, gracias, un zumo sería estupendo.

El ama de llaves le había preparado un bocadillo, que envolvió en una servilleta de papel para que se lo llevara con ella.

– Gracias, señora Starkey.

De repente, la vida era maravillosa y Phinn se dio cuenta de que, por primera vez desde la muerte de su padre, se sentía contenta. ¿A quién tenía que darle las gracias por ello, a Ty, a Ash, a la señora Starkey?

Afortunadamente, cuando llegó al establo comprobó que Ruby había comido algo de su pienso especial, de modo que la llevó al corral y se sentó en la valla para comer el bocadillo mientras la yegua inspeccionaba su nuevo patio de juegos.

Un rato después, cuando vio que Ruby se encontraba cómoda, decidió ir a buscar a Ash. Según la señora Starkey estaba dando un paseo, pero había pasado más de una hora. Cuando se acercaba a la piscina vio algo azul entre los árboles. Si no recordaba mal, Ash llevaba una camisa azul esa mañana…

¿No sería mejor dejarlo en paz?, se preguntó.

Pero ella estaba allí precisamente para hacerle compañía, pensó luego. De modo que dio un paso adelante, haciendo ruido a propósito, pero cuando llegó a su lado y lo vio sentado sobre una piedra, con expresión ausente, se le encogió el corazón. ¿Cuánto tiempo llevaría allí, sin ver nada más que el rostro de su traicionera prima?

– ¿Te puedes creer que haga un día tan precioso?

– Ah, hola, Phinn. ¿Ruby ya está instalada?

– Sí, ya está instalada. Y el corral es maravilloso.

– Me alegro.

Phinn se sentó a su lado.

– ¿De verdad tú te encargas de gestionar la finca?

– En realidad, no hay mucho que hacer.

– ¿Tú crees? El otro día, cuando pasaba por el bosque de Pixie me di cuenta de que había que cortar algunos árboles viejos y plantar unos nuevos.

– ¿Dónde está el bosque de Pixie?

Phinn decidió aprovechar la oportunidad.

– Podríamos ir mañana, ¿te parece?

– Sí, claro -murmuró él-. ¿Sabes algo de Leanne?

– No, no sé nada de ella. No estamos en contacto. Con los parientes, a veces las cosas son así. No los ves nunca salvo en las bodas y en… -Phinn no terminó la frase.

– Lo siento, no quería recordártelo -se disculpó Ash-. Venga, vamos a ver qué tal lo está pasando Ruby en su nuevo corral.

Poco después Phinn estaba de nuevo en su habitación. Y cuando iba a guardar sus cosas en la cómoda le sorprendió encontrar un sobre con su nombre en uno de los cajones. Al abrirlo, comprobó que era un cheque firmado por Tyrell Allardyce con lo que, presumiblemente, era su primero sueldo.