– Me he enterado de que esta mañana se encontrará con Charles e irán al aserradero a buscar madera.
– Así es.
Edwin esbozó una sonrisa satisfecha:
– Pues pasará usted el día con un hombre dichoso.
No aclaró más, pero minutos después, cuando Jeffcoat se detenía frente a la casa de Charles, Bliss salió con una sonrisa:
– ¡Buenos días! -exclamó.
– Buenas -respondió Tom.
– ¡Es una mañana espléndida!
A decir verdad, era más fea que la vestimenta de un cuáquero.
– Pareces feliz.
– ¡Lo estoy!
Charles subió a la carreta.
– ¿Por algún motivo en particular?
Mientras el vehículo empezaba a andar, Charles se palmeó las rodillas y las apretó con firmeza.
– La cuestión es que voy a casarme.
– ¡Vas a casarte!
– Oh, dentro de un año, o más, pero ella al fin aceptó.
– ¿Quién?
– Emily Walcott.
– Em… -A Tom se le saltaron los ojos de las órbitas y echó la cabeza hacia adelante-. ¡Emily Walcott!
– En efecto.
– ¿Te refieres a esa Emily Walcott de los pantalones y el delantal de cuero?
– La misma.
Jeffcoat puso los ojos en blanco y musitó:
– Jesús.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Bueno, quiero decir… es…
Hizo un gesto vago.
– ¿Qué?
– ¡Es una arpía!
– Una arpía… -Para su sorpresa, Charles rió-. Es un tanto impulsiva, pero no es ninguna arpía. Es inteligente, se interesa por las personas, es trabajadora…
– Y usa tirantes.
– ¿Lo único que te importa es lo que usa una chica?
– ¿A ti no?
– Para nada.
Tom se sintió generoso.
– ¿Sabes, Bliss?, aunque me agradas, tengo la sensación de que debo ofrecerte condolencias en lugar de felicitaciones.
Charles replicó, afable:
– Y yo no sé por qué no te tiro del asiento de un puñetazo.
– Lo lamento, pero esa chica y yo nos llevamos como un par de gatos en un saco.
Se sopesaron mutuamente y comprendieron que se habían comportado con una sinceridad que los amigos, incluso los de toda la vida, rara vez lograban. Era una buena sensación.
De repente, rompieron a reír, Tom le dedicó al nuevo amigo una sonrisa ladeada y dijo:
– Está bien, háblame de ella. Intenta hacerme cambiar de opinión.
Charles lo hizo con gusto.
– Pese a lo que piensas de ella, Emily es una muchacha maravillosa. Como nuestras familias eran amigas ya en Philadelphia, la conozco de toda la vida. Cuando yo tenía trece años, supe que quería casarme con ella. Se lo dije a Edwin como de pasada y él, prudente, me aconsejó que esperara un tiempo para pedírselo. -Los dos rieron entre dientes-. Se lo propuse por primera vez hace más o menos un año y tuve que repetirlo cuatro veces antes de que accediera.
– ¡Cuatro veces! -Jeffcoat alzó una ceja-. Tal vez tendrías que haber renunciado cuando todavía le llevabas ventaja.
– Y tal vez, después de todo, te voltee del asiento.
Jugando, Charles trató de hacerlo dándole un puñetazo en el brazo que lo hizo tambalearse de costado.
– ¡Bueno, pero cuatro veces…! Por Dios, hombre, mucho antes yo habría preferido tratar con quien me aceptase.
Charles se puso serio.
– Había cosas que Emily quería hacer antes. Está siguiendo un curso por correspondencia de veterinaria y tendría que terminarlo el verano próximo.
– Ya lo sé. Edwin me lo dijo. Además, cometí el error de espiar sus papeles la primera vez que entré en la oficina del establo. Como de costumbre, me regañó. Si no recuerdo mal, en esa ocasión me dijo grosero y entrometido.
El tono no dejaba dudas de que ese había sido un altercado entre muchos.
Charles no le demostró simpatía.
– Me parece bien. Tal vez te lo merecías.
Rieron de nuevo y después permanecieron en un cómodo silencio.
Jeffcoat pensaba: "Es extraño cómo uno puede conocer a una persona y sentir una aversión instantánea hacia ella, y con otra, sentir que dentro de uno había un lugar vacío pronto a colmarse". Eso era lo que le hacía sentir Bliss.
– Escucha -Charles interrumpió los pensamientos de Tom-, sé que Emily no fue de lo más cordial contigo cuando llegaste al pueblo, pero…
– ¿Cordial? Me echó. Fue a mi terreno y caminó junto a la niveladora insultándome.
– Lo siento, Tom, pero tiene muchas preocupaciones. Es una hija realmente devota y pasa casi tanto tiempo en el establo como el padre. Es natural que se ponga a la defensiva. Pero no se trata sólo del establo. En estos momentos, las cosas no andan nada bien en esa casa. La madre está muriendo de tuberculosis, ¿sabes?
Tom sintió una leve punzada de remordimientos. La tisis no sólo era incurable sino que no era grata de ver, en especial cerca del final. Por primera vez, se ablandó hacia esa marimacho.
– Lo lamento, no lo sabía.
– Claro que no lo sabías. Ahora ha empeorado. Tengo el presentimiento de que la señora Walcott decae rápidamente. Ese es otro motivo por el cual quería que Emily me diese el sí. Porque creo que su madre morirá más apaciguada si sabe que la hija está casada conmigo, segura.
– Entonces, ¿los Walcott se han alegrado con la noticia?
– Oh, sí, y también Fannie. No te he hablado de Fannie. -Le explicó todo lo relacionado con la prima de la señora Walcott que había llegado desde Massachusetts para ayudar a la familia-. Fannie es distinta -concluyó-. Ya verás, cuando la conozcas.
– Quizá no la conozca. Por lo menos, mientras viva en la casa de tu novia.
– Oh, sí. De algún modo, todos seremos amigos, lo sé.
Siguieron viajando en silencio un tiempo hasta que Tom preguntó:
– ¿Cuántos años tienes?
– Veintiuno.
– ¡Veintiuno! -Se irguió y observó el perfil de Bliss-. ¿Nada más? -Parecía mayor: sin duda, debía de ser la barba. Y además, se comportaba como si lo fuese-. En cierto modo, te envidio, ¿sabes? Sólo tienes veintiuno y ya sabes lo que quieres de la vida. Es decir, abandonaste a tu familia y viniste a establecerte aquí. Tienes un oficio, un hogar y has elegido una mujer. -Reflexionó unos instantes, con la vista fija en la cima de una montaña, envuelta en niebla-. Yo tengo veintiséis y lo único que sé es lo que no quiero.
– ¿Por ejemplo?
Miró de soslayo a Bliss:
– Para empezar, una mujer.
– Todo hombre quiere una mujer.
– Quizá debí decir una esposa.
– ¿No quieres casarte?
Charles parecía estupefacto.
Una expresión cínica apareció en el semblante de Tom:
– Hace un año, me comprometí con una mujer a la que conocía hacía mucho tiempo. El sábado que viene, se casará con otro hombre. Tendrás que perdonarme si, en este momento, mi opinión sobre el bello sexo no es demasiado elevada.
Charles le demostró cierta simpatía y susurró:
– Maldición, eso es duro.
En tono áspero, Jeffcoat comentó:
– Las mujeres son volubles.
– No todas.
– Es natural que digas eso, pues en este momento estás hechizado.
– Bueno, Emily no lo es.
– Yo creía lo mismo de Julia. -Lanzó una risa amarga y miró adelante-. Creí que la tenía asegurada, garantizada y que era mía, hasta que una tarde entró en la herrería y me anunció que rompía nuestro compromiso para casarse con un banquero llamado Jonas Hanson, quince años mayor que ella.
– ¿Un banquero?
– Así es. Heredó dinero… montones de dinero.
Charles digirió la información mirando a Tom con disimulo, mientras este contemplaba, pensativo, las grupas de los caballos. Por un rato, ninguno de los dos habló hasta que Tom dejó escapar un pesado suspiro y se reclinó:
– Bueno, tal vez haya sido mejor que lo descubriera de antemano.
– ¿Por eso viniste aquí? ¿Para alejarte de Julia?
Tom echó una mirada a Charles y dibujó una sonrisa lánguida.
– No estaba seguro de contenerme y no irrumpir en su dormitorio, tirar de la cama al viejo "Sacos de dinero" y ocupar su lugar.
Bliss rió, se rascó la mejilla barbuda y admitió:
– Para serte sincero, yo también pienso en dormitorios, últimamente.
Sorprendido, Jeffcoat miró interrogante a su nuevo amigo. ¿Cómo era posible que un hombre se sintiera atraído por una muchacha que se vestía como un herrero, olía a caballos y quería ser veterinaria? La curiosidad lo impulsó a preguntar:
– ¿Y ella?
Bliss lo miró con calma.
– ¿Qué?
– ¿Piensa en dormitorios?
– Por fortuna, no. ¿Y tu Julia, lo hacía?
– Creo que en ocasiones se sintió tentada, pero nunca llegué más allá de las ballenas del corsé.
– Emily no usa corsé.
– No me sorprende. Claro que con ese delantal de cuero, no lo necesita.
Rieron juntos otra vez y siguieron andando en silencio unos minutos. A la larga, Tom comentó:
– Esta es una conversación de lo más extraña. Allá, en Springfield, yo tenía amigos que conocía de muchos años y no podía conversar con tanta facilidad.
– Sé a qué te refieres. Yo nunca he hablado de este tipo de cosas con nadie. De hecho, creo que un caballero no debería hacerlo.
– Tal vez no, pero aquí estamos, y no sé qué pasará contigo, pero siempre me he considerado un caballero.
– Yo también -admitió Charles.
Charles observó las nubes y dijo:
– Bueno, digámoslo de este modo… no me gustaría que Emily descubriese lo que digo. Pero, por otra parte, es bueno saber que a otros hombres les pasa lo mismo cuando están comprometidos.
– No te preocupes. Nunca lo descubrirá por mí. Si quieres saber la verdad, tu mujer me asusta un poco. Es una fiera y no quiero enfrentarme a ella más de lo necesario. Sin embargo, de algo estoy seguro: con semejante mujer, la vida jamás será aburrida.
Cuando llegaron al aserradero, Charles lo presentó como su nuevo amigo Tom Jeffcoat y estaba diciendo la verdad. El resto del día y los que siguieron, mientras trabajaban hombro a hombro, la espontaneidad que había entre ellos fue convirtiéndose en un sólido vínculo de amistad.
Desde el principio, Charles hizo todo lo posible por suavizar la adaptación de Jeffcoat en el pueblo, entre personas que no conocía. En el aserradero, convenció bromeando al dueño, Andrew Stubbs y su hijo Mick, de que vendiese la madera a Tom por un precio mejor. En el pueblo, lo llevó personalmente a la ferretería de J. D. Loucks y lo presentó a los vecinos mientras Tom compraba clavos. Comenzaron juntos a construir el armazón del establo, y cuando el esqueleto de las paredes y los cabrios del techo estaban tendidos en el suelo, Charles fue hasta la calle Maine y regresó con nueve vecinos dispuestos a ayudar a levantarlos. Fueron con él el carnicero, Will Haberkorn y su hijo Patrick, los dos aún con los delantales blancos manchados. Con ellos fue Sherman Fields, el padre de Tarsy, un sujeto agradable y vivaz con el cabello peinado con raya al medio y un bigote fijado con cera. También estaba Pervis Berryman y su hijo Jerome, que compraba y vendía cueros, y hacía botas y baúles. El robusto polaco Joseph Zollinski, ebanista, al que Tom reconoció por haber visto en la iglesia. J. D. Loucks apareció con Helstrom, el propietario del hotel, que dijo a su huésped:
– Usted me apoya a mí, yo a usted.
Y Edwin Walcott, en una genuina manifestación de bienvenida, cruzo la calle. Charles presentó a Tom a todos los que aún no lo conocían y organizó una bienvenida pronta y sincera, que adoptó la forma de ayuda para levantar las paredes.
Loucks había llevado cuerda nueva de su tienda, y minutos después de que el grupo se reuniera, los músculos se tensaron bajo el sol estival. Al acercarse el final del día, el esqueleto de la construcción se recortaba contra el cielo del atardecer.
– No sé cómo darte las gracias -le dijo Tom a Charles cuando todos se habían ido y quedaron solos, levantando la vista hacia los ángulos agudos del tejado.
– Los amigos no necesitan agradecimientos -respondió con sencillez.
Pero, de todos modos, Tom palmeó el hombro del amigo:
– Este amigo lo agradece.
Mientras recogían las herramientas, Charles dijo:
– Fannie insiste en dar una fiesta de compromiso para Emily y para mí, el sábado por la noche. Tal vez sea justo lo que necesitas para olvidar esa otra boda que va a realizarse allá, en el Este. ¿Vendrás?
Tom pensó negarse, en beneficio de la señorita Walcott. Pero las noches eran largas y solitarias, y estaba ansioso por relacionarse con gente joven, entre los cuales estarían sus futuros clientes. Y lo más importante, Charles, su amigo, también formaba parte. Quería ir, fuese en la casa de Emily o no.
Con una mueca, preguntó:
– ¿Irá Tarsy Fields?
Charles le dirigió una sonrisa de hombre a hombre:
– Con que Tarsy, ¿eh?
Tom se concentró en cerrar bien el barrilete de clavos.
– Hay veces en que un hombre recibe un mensaje de una chica en cuanto la conoce. Creo que yo he recibido uno de Tarsy.
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