"En ese momento supe que tenía que liberarlo del compromiso, pero yo no era la chica más casadera de Boston, ni la más linda. No podía coquetear como Fannie, ni… ni recibir besos en el jardín de hierbas… o bromear como a los muchachos les agradaba que hicieran las chicas. Más aún, me habían educado en la creencia de que debía obedecer los deseos de mis padres.
Josephine exhaló un suspiro y se recostó, fijando la vista en el techo.
– Por desgracia, a Edwin le ocurría lo mismo. Yo sabía que se había enamorado de Fannie y percibí la presión que eso le creaba. Pero sospecho que sus padres lo disuadieron de que rompiese nuestro compromiso y, cuando llegó el momento, fue obediente y se casó conmigo.
"Quiero que lo entiendas, Emily… -Josie seguía sosteniendo flojamente la mano de su hija sobre la manta-. Nuestro matrimonio no fue intolerable… ni siquiera malo, pero no se asemeja a la unión espléndida que habría sido si compartiésemos los sentimientos que tu padre comparte con Fannie. Entendimos las limitaciones de nuestro amor. Llamémosle respeto, ese sería un término más preciso, porque siempre supe que era a Fannie a quien Edwin amaba en realidad. Oh, lo ocultó bien y nunca descubrió que yo lo sospechaba. Pero yo supe que nos fuimos de Massachusetts para poner distancia entre ellos, para alejar la tentación. Y aunque mi prima siempre dirigió las cartas a mí, yo sabía que estaban destinadas a que Edwin supiera cómo y dónde estaba, y que nunca lo olvidó.
"Emily, ¿sabías que yo hice venir a mi prima aquí contra los deseos de tu padre?"
Emily miró a su madre con expresión asombrada y la mujer continuó:
– Se enfadó mucho cuando yo le dije que vendría. Fue una de las raras veces en que me gritó, e insistió en que no, que no estaba dispuesto a recibir a Fannie aquí, cosa que no hizo más que confirmar mis sospechas: que su recuerdo no se había desvanecido con los años, que todavía la amaba intensamente. Pero, al ocultarle que Fannie estaba en camino, yo le quité la decisión de las manos.
Josephine sonrió, mirando las manos unidas, la de ella, fina y transparente como porcelana, la de Emily, fuerte y curtida por el trabajo.
– ¿Puede ser que me consideres un poco falta de escrúpulos por empujarlos así uno contra otro? -El susurro se hizo vehemente y apretó con fuerza la mano de Emily-. Oh, Emily, mira a Fannie, mírala. Es tan diferente de mí como el mar de la tierra. Es vivaz y animosa, sonriente, alegre, y en cambio yo soy seria y victoriana sin remedio. Nunca fui como ella, nunca fui como tu padre necesitaba. Y si bien tendría que haber estado con ella todos estos años, me fue fiel y cumplió las promesas conyugales que nos hicimos. Tendría que haber gozado de la calidez y el cariño demostrativo de una mujer como ella, pero se conformó conmigo. Y ahora Fannie está aquí y, a menos que me equivoque, los descubriste haciendo… ¿qué? ¿Besándose? ¿Abrazándose? ¿Es eso?
Al ver que Emily conservaba la mirada baja, supo que había adivinado.
– Bueno, puede ser que se hayan ganado el derecho.
– Madre, ¿cómo puedes decir eso? -Cuando alzó la cabeza, las lágrimas brillaban en los ojos de Emily-. ¡Todavía es tu marido!
Josephine soltó la mano de la hija y miró otra vez hacia arriba.
– Esto es muy difícil de decir para mí. -Dejó pasar unos momentos y siguió-: Yo… no puedo decir que alguna vez disfruté del acto marital y no puedo menos que preguntarme si no sería porque el respeto de tu padre tampoco me bastaba a mí.
En dieciocho años, Emily jamás había oído a su madre referirse a algo ni remotamente relacionado con lo carnal. En el presente, oírlo la cohibió tanto como a Josephine. Pasó un rato interminable, en el que ambas se debatieron con el pudor, hasta que Josephine continuó:
– Sólo quería que supieras que no toda la culpa fue de tu padre.
Las miradas se encontraron y se desviaron hacia objetos impersonales, hasta que la madre se sintió capaz de seguir:
– Otra cosa que quiero que recuerdes: en todo el tiempo en que ha estado aquí, Fannie jamás me ha molestado, ni una vez mencionó el hecho de que yo le había hecho un gran daño al casarme con el hombre que ella amaba. Ha sido la encarnación de la benevolencia: buena, amable y paciente. Y honesta a carta cabal, estoy segura. Con sólo estar aquí, ha hecho mis últimos días más tolerables, Emily.
El sobresalto de oír a su madre mencionar su propia muerte, la hizo exclamar:
– ¡Madre, tú no vas a morir, no digas eso!
– Sí, querida. Y pronto. Hoy estoy mejor, pero eso no durará. Y cuando me haya ido, quiero que estés preparada. Oh, sí, me llorarás, pero que no sea por mucho tiempo, Emily, por favor. Querida, dale a Edwin y a Fannie el derecho a ser felices. Estoy convencida de que si yo puedo hacerlo, tú también. Cuando se case con ella, y estoy segura de que lo hará, ¡debe hacerlo! Tienes que ser tan buena con Fannie como ella lo fue conmigo. Y en lo que respecta a tu padre, bueno, sin duda puedes imaginar la angustia que sufrió al estar casado toda la vida con la mujer equivocada. ¿No merece, acaso, cierta felicidad?
– Oh, madre…
Cayendo de rodillas, Emily se atravesó sobre la cama de la madre con las lágrimas rodándole por las mejillas. Josephine no era mujer inclinada al llanto. Tal vez, si lo hubiese sido, habría hecho más feliz a su esposo. Con los ojos secos, fijó la vista en el techo mientras tocaba la cabeza de la hija que lloraba.
– ¿Y qué pasa contigo? -preguntó-. ¿Estás dispuesta a hablarme acerca de ti y Charles… y de ese señor Jeffcoat?
Sorprendida, Emily levantó la cabeza, con los ojos muy abiertos.
– ¿Lo sabes?
– Me lo contó tu padre.
– ¿En serio?
– Desde luego. ¿Qué crees que hacemos aquí todas las noches? Me cuenta lo que hizo en el día y tú eres una parte importante en cada uno de sus días.
La última revelación de Josephine fue eficaz para detener el llanto. Pasándose los nudillos bajo los ojos, Emily dijo:
– Papá se sintió muy perturbado cuando nos encontró a Tom y a mí besándonos, ¿verdad?
– Sí. Pero ahora puedes entender por qué. Estaba… está muy preocupado por ti, igual que yo. Queremos mucho a Charles, pero creo que ninguno de los dos quiere que cometas el mismo error que nosotros.
Abatida, Emily apoyó la mejilla en el dorso de la mano de Josephine.
– Oh, mamá, ¿qué debo hacer?
Se tomó tiempo para responderle, sopesando las palabras:
– Yo no puedo decírtelo y ya no fingiré que sí puedo. Eres una joven muy impulsiva, Emily. Cierras las puertas con la misma vehemencia con que las abres, como hiciste con tu padre y con Fannie. Todavía está cerrada… ¿lo ves? -Dirigió la mirada hacia la puerta-. El único consejo que puedo darte es que abras la puerta… que abras todas tus puertas. Es el único modo en que podrás ver hacia dónde estás yendo.
– ¿Lo que dices es que no tendría que casarme con Charles?
– En absoluto. Eres tú la que se lo pregunta.
Tendida allí, sobre la cama de su madre, Emily admitió que era cierto: se lo preguntaba desde el momento en que afloraron sus sentimientos hacia Tom.
Tom.
Charles.
Una decisión tan importante que adoptar en tan poco tiempo.
Josie comprendió que la muchacha tenía que decidir por sí misma y la instó a hacerlo:
– Y ahora, estoy muy cansada, querida. Quisiera descansar un rato. -Suspiró y cerró los ojos-. Por favor, dile a Fannie que me despierte cuando tu padre venga a cenar; así podré comer con ellos.
Capítulo 15
Salió de puntillas del dormitorio de su madre y dejó la puerta abierta. Se quedó en el pasillo varios minutos, con la vista fija en el empapelado. Fannie y papá… ¿desde antes de casarse con su madre? ¿Cuántos años tendrían? No eran mucho mayores que ella en el presente. Y su madre, que resistía los avances de su padre, como ella misma hacía con Charles. Le pareció demasiado increíble. Y sin embargo, su madre le confesó que los deseos carnales no debían desdeñarse a la hora de decidir con quién casarse.
Aturdida, Emily fue hasta su propio cuarto y se sentó a los pies de la cama. Cuántas líneas paralelas, y no debía ignorar ninguna. Contempló el reborde de la ventana a través de las cortinas de encaje e imaginó un amor tan fuerte como para durar veintidós años sin disminuir; un respeto lo bastante grande para mantenerse esos mismos años bajo una capa de dudas silenciadas. Qué difícil, tanto para el padre como para la madre. Y aun así, persistieron, y les dieron a los hijos una base tan firme como cualquier religión o credo, pues Emily jamás sospechó que hubiese grietas en la devoción mutua de sus padres.
Y Fannie, la abandonada… cuan vacía debió de quedar su vida. Cuánta angustia ocultaría bajo esa apariencia alegre.
Charles se quedaría como Fannie, abandonado, vacío, con el corazón destrozado si Emily revocaba la decisión de casarse con él, aunque no seguiría siendo cordial a través de los años, como lo fue Fannie con sus padres. Estaría herido, furioso, y sería imposible que los tres vivieran en un pueblo tan pequeño sin resentimientos futuros.
Pasó la tarde; sombras azuladas tiñeron la nieve que cubría el alféizar de la ventana. Abajo, la puerta del horno chirrió cuando Fannie la abrió y la cerró. Emily miró la hora: eran las cuatro y media. En menos de veintiuna horas, debería pararse ante su madre y unir su vida a la de Charles de manera irrevocable.
¿Podría hacerlo?
Más aún: ¿podría no hacerlo?
Intentó imaginar que esa noche, cuando fuese Charles, le decía que había cometido un error, que era a Tom a quien amaba y con quien quería casarse.
Cruzó los brazos y se dobló hacia adelante, con una punzada física de dolor. Había dejado que la cobardía con respecto a Charles fuese demasiado lejos. ¿Cómo podía adoptar semejante decisión, en el último momento?
Se hicieron las cinco y, como estaban en el solsticio de invierno, oscureció por completo; cinco y media, y su madre se levantó y cruzó el pasillo; a las seis menos cuarto, papá llegó a casa haciendo resonar las botas, se lavó las manos y preguntó dónde estaban todos. Frankie, que venía de patinar con Earl y los otros chicos, entró de estampida. Flotó hasta arriba el olor del pollo asado.
Emily se levantó, se alisó la falda y se movió en la oscuridad del cuarto, demorando lo inevitable. No podría eludirlos para siempre. En el corredor un resplandor tenue llegaba desde abajo. Se detuvo en lo alto de la escalera y reunió coraje para bajar el primer peldaño. Todo el trayecto hasta abajo se imaginó el enfrentamiento con papá y Fannie y los supuso cambiados, redimidos por la revelación de la madre. Pero cuando entró en la cocina los vio como siempre: su padre, con las ropas de trabajo, la ropa interior asomando por el cuello y los puños, leyendo el periódico semanal, y Fannie, con un delantal largo, el cabello cobrizo un poco desordenado, afanándose junto a la cocina. Tenían toda la apariencia de cualquier marido y su esposa, y Frankie, poniendo la mesa, podría haber sido el hijo de ambos. Con un sobresalto, comprendió que era posible. Frankie sería el hijo y ella misma, la hija. Pensarlo la hizo sentirse inconstante hacia su madre aunque, quizá, Josephine tuviese razón: Fannie y su padre serían, un día, marido y mujer.
Percibiendo que lo miraban, Edwin bajó el periódico al mismo tiempo que Fannie se daba la vuelta y los dos sorprendieron a Emily observándolos desde la entrada. En el ambiente reinaba la misma sensación de inminencia que predominaba desde que los descubrió besándose.
– Bueno. -Edwin alisó el periódico-. ¿Cómo está tu madre? Estaba a punto de subir.
– Está mejor -respondió Emily, en el tono más gentil que había empleado desde que los pilló.
– Bien… bien. -Se hizo un silencio largo e incómodo hasta que, al fin, Edwin volvió a hablar-: Me he tomado la libertad de invitar a Charles a cenar. Como no tendrás mañana tu cena de bodas con nosotros, me pareció apropiado.
– Oh… magnífico.
Edwin echó una mirada a Fannie, mientras calibraba la súbita docilidad de su hija.
– Fannie ha hecho pollo asado… como te gusta.
– Sí, yo… gracias, Fannie. Pero mamá me pidió que os dijera que le gustaría que comáis los tres juntos en su cuarto.
Edwin sugirió:
– Si está lo bastante fuerte, podría traerla aquí abajo y podríamos cenar todos juntos, por lo menos en esta ocasión.
Frankie, que estaba mirándolos, exclamó:
– ¿Qué os pasa? ¡Estáis ahí abriendo la boca como una bandada de autillos!
Por fin, el comentario rompió la tensión. Emily avanzó y le ordenó a su hermano:
– Trae vasos y servilletas para Fannie y yo le ayudaré a machacar las patatas.
Qué cena, qué velada tan plena de circunstancias fantasmales… Llegó Charles, jovial y excitado. Edwin llevó a su esposa en brazos a la planta baja. Fannie les sirvió una cena deliciosa y comieron como si no pasara nada malo. Pero, dentro de Emily, la tensión parecía impedirle la respiración.
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