En un momento dado, Tom preguntó:
– ¿Y con respecto a tu padre?
– Creo que está evitando admitir lo que tiene delante de los ojos.
– A mí me pareció mejor resolver este asunto con Charles, primero, antes de decírselo a él.
– Estoy de acuerdo. Charles merece ser el primero en saberlo y mientras que no se lo digamos, no podré respirar tranquila.
Al llegar al porche de Charles, se soltaron las manos. Dejaron de bromear. Evitaron mirarse.
– Está todo oscuro. Da la impresión de que no está en la casa.
Tom llamó a la puerta y retrocedió, quedando a una distancia apropiada de Emily.
Esperaron largo rato.
Lanzó una mirada fugaz a Emily, llamó otra vez, pero no hubo respuesta. Las ventanas siguieron a oscuras.
– ¿Dónde podrá estar?
Emily lo miró con expresión inquieta.
– No sé. ¿Qué hacemos, lo buscamos?
– ¿Qué quieres hacer?
– Quiero terminar con esto. Veamos si podemos encontrarlo.
La tomó de la mano y se encaminaron hacia el pueblo. Loucks ya estaba cerrado. Como las tabernas estaban abiertas, Tom fue sólo al primero -una mujer de luto ni soñaría con entrar en un salón- y la dejó esperando en la acera. Dentro del Mint, Walter Pinnick le dirigió una frase incomprensible de borracho, tres peones del rancho Circle T lo invitaron a jugar al póker y una ramera pintarrajeada llamada Nadine le lanzó una mirada sugestiva. Sin hacerles caso, preguntó al tabernero y salió un minuto después para informar a Emily:
– Estuvo aquí, pero se fue y dejó dicho que iría a mi casa.
– Pero hemos pasado por tu casa y no estaba.
– ¿Crees que habrá ido al establo cuando no me encontró en casa?
– No sé. Podríamos ir a ver.
Se encontraron con Charles a mitad de camino entre el establo Walcott y el Jeffcoat, pues era evidente que había estado buscando a Tom. Los vio casi desde veinte metros, saludó y corrió hacia ellos.
– ¡Hola, Emily! ¡Eh, Tom!, ¿dónde estabas? ¡Te he buscado por todos lados!
Tom le respondió de lejos:
– Nosotros también hemos estado buscándote.
Se reunieron en medio de la calle Grinnell, removiendo los pies para mantenerlos calientes y lanzando al aire vapor blanquecino mientras hablaban.
– ¿Ah, sí? ¿Hay algo para esta noche? Espero que sí, por Dios. Después de las seis, este pueblo es un cementerio. Fui al Mint y tomé una cerveza, pero eso es todo lo que un hombre puede soportar, así que fui a buscarte. -Se apoderó del brazo de Emily-. No esperaba encontrarte a ti también, por eso del duelo.
Echó una mirada a la banda negra en la manga, y ella, en cambio, apartó la suya hacia la calle llena de surcos.
– Queremos hablar contigo, Charles -dijo Tom.
– ¿Hablar? Bueno, hablemos.
– Aquí no, adentro. ¿Por qué no vamos a mi establo?
Charles se inquietó por primera vez, lanzando miradas alarmadas a uno y otro, que, a su vez, eludían mirarlo.
– ¿Acerca de qué?
Fijó la mirada interrogante en Emily, que bajó la vista sintiéndose culpable.
– Venid, salgamos del frío -sugirió Tom, sensato.
Charles dirigió otra mirada inquieta a sus dos mejores amigos y luego se esforzó por adoptar una actitud más ligera:
– Claro… vamos.
Caminaron juntos por la calle helada sin tocarse, Emily entre los dos, sin que se rozara un codo. Tom abrió la puerta pequeña y entró el primero en el cobertizo oscuro. Dentro, permanecieron en la densa oscuridad que olía a caballo, hasta que halló una cerilla, la encendió y la alzó para encender una linterna que estaba colgada. Se acuclilló y la apoyó sobre el suelo de cemento. Bajo la observación de los otros dos, abrió la portezuela con un chasquido metálico, encendió la mecha, se incorporó y volvió a colgar la lámpara del gancho, arriba. Mientras duró el proceso, la tensión que reinaba en el cobertizo se multiplicó.
La lámpara esparcía una luz fantasmal sobre el rostro serio de Tom, que bajó el brazo y miró a Charles. La gravedad de su expresión daba a la escena más dramatismo aún. Por unos momentos guardó silencio, como buscando las palabras.
– Bueno, ¿de qué se trata? -quiso saber Charles, mirándolos de hito en hito.
– No es bueno -respondió el amigo con sinceridad.
– Y no es fácil -agregó la muchacha.
Charles le lanzó una mirada brusca, súbitamente furioso, como si ya lo supiera.
– ¡Bueno, sea lo que sea, dilo!
Sintió que un impulso de terror le atenazaba la garganta. Lo miró con ojos secos y empezó:
– Charles, hace tanto tiempo que nos conocemos, que no sé cómo comenzar, ni cómo…
La interrumpió Tom:
– Esto es lo más difícil que he tenido que decir en mi vida, Charles. Eres un verdadero amigo y te mereces algo mejor.
– ¿Mejor que qué?
Charles guardó silencio, expectante, con el rostro tenso.
– Ninguno de los dos quiere herirte, Charles, pero ya no podemos dejar pasar más tiempo sin decirte la verdad. Emily y yo estamos enamorados.
– ¡Hijo de perra! -La reacción fue inmediata y violenta-. ¡Sabía que era eso! ¡Bastaba con echaros una mirada y hasta un ciego habría podido ver que sois más culpables que el demonio!
– Charles. -Emily le tocó el brazo-. Tratamos de no…
– ¡No me toques! -Se liberó con brusquedad-. ¡Por Dios, no me toques!
– Pero quisiera explicarte cómo…
– ¡Explícaselo a otro! ¡Yo no quiero escucharlo!
Tom trató de tocarlo.
– Dale una oportunidad de…
– ¡Tú! -Se abalanzó y lo golpeó en el pecho, haciéndolo retroceder varios pasos-. ¡Hijo de perra! -El ataque fue tan sorpresivo que lo dejó atónito por un momento-. ¡Taimado, mentiroso hijo de perra!
Tom se recuperó e intentó persuadirlo:
– ¡Vamos, Charles, no queremos que esto sea tan duro… ay!
Un segundo golpe convirtió el resto de la palabra en un gruñido y lo hizo retroceder otro paso.
– ¡Mi amigo! -resopló Charles con desdén, empujando otra vez a Tom con fuerza suficiente para hacerlo retroceder más aún-. ¡Mi amigo, el que me apuñala por la espalda, traicionero, mentiroso, hijo de perra!
Tom se quedó quieto y dejó que lo maltratase.
– Está bien, sácatelo de adentro.
– ¡Puedes estar seguro de que lo haré, canalla tramposo! ¡Y cuando termine, lo lamentarás!
Dejó que lo golpease una y otra vez, con los brazos laxos a los lados, hasta que tocó con los hombros una calesa que estaba sobre la plataforma y el sombrero se le torció. Alzó lentamente las manos para enderezarlo y se colocó con las piernas separadas y las manos levantadas.
– No quiero pelear contigo, Charles.
– ¡Pues vas a pelear y no será grato! ¡Si crees que dejaré que me robes a mi mujer y te vayas tan fresco, estás equivocado, Jeffcoat! ¡Yo la reclamé como mía desde que tenía trece años!
Horrorizada, Emily salió de su estupor.
– ¡Basta, Charles! -Lo aferró del brazo-. ¡No te dejaré pelear!
– ¡Apártate! -Le dio un codazo y la miró con odio-. ¡Quisiste hacerte la Jezabel y lanzar a un amigo contra otro, bueno, muy bien, ahora quédate ahí y contempla los resultados! ¡Verás sangre antes de que esto acabe, así que te sugiero que mires esa hermosa cara antes de que yo se la estropee!
Girando de manera inesperada, Charles lanzó todo su peso en un violento puñetazo que echó atrás la cabeza de Tom y le estrelló los hombros contra la calesa. Se le cayó el sombrero. Gruñó y se dobló sobre sí mismo, al tiempo que se sujetaba el estómago.
Emily gritó y agarró a Charles con las dos manos. Logró arrastrarlo un par de pasos hasta que él se dio vuelta, la aferró de los brazos y la estampó contra la puerta de un pesebre con tanta fuerza que le hizo castañetear los dientes.
– ¡Por Dios, apártate, o te daré una a ti, por más mujer que seas! ¡Y tal como me siento ahora, créeme que no me costará mucho!
Indignado, Tom atacó a Charles de atrás. Lo hizo girar tomándolo de la chaqueta y lo alzó de puntillas.
– ¡Inténtalo y será el último movimiento que hagas, Bliss! Está bien, quieres pelear… crees que eso solucionará las cosas… -Retrocedió, se agazapó y le hizo señas con los dedos de que se acercara-.Ven… ¡terminemos con esto!
Esa vez, cuando Charles atacó, Tom estaba preparado. Sufrió el impacto de un hombro en el pecho, pero lo recibió, conservó el equilibrio, le hizo enderezarse, lo calzó en el mentón con los antebrazos y de inmediato le asestó una izquierda a la mandíbula. El golpe sonó como el mango de un rastrillo que se quiebra. Charles aterrizó sobre el trasero en el suelo de cemento y se quedó un instante así, atónito.
– Ven -lo retó Tom otra vez, con el rostro crispado de decisión-. ¡Querías pelear, lo has conseguido!
Charles se levantó lentamente, sonriendo, limpiándose la sangre del labio con los nudillos:
– ¡Uh! -lo provocó, agazapándose-. Así que está enamorado. -El semblante se le endureció y la voz se tornó amenazadora-. ¡Ven, miserable, te demostraré lo que pienso de tu…!
Un contundente derechazo lo hizo callar y caer de la calesa. Rebotó, cambió el eje de equilibrio y lanzó una andanada que le impactó tres veces debajo de la cintura. Antes de que Tom pudiese incorporarse, lo atrapó del cuello empujándolo atrás por el corredor hasta que irrumpieron en uno de los pesebres. Ahí, un capón bayo relinchó y bailoteó, haciendo girar los ojos. Emily dio un salto, gritó y atacó desde la retaguardia, tironeando a Charles del cuello de la chaqueta, mientras este trataba de estrangular a Tom. Se colgó hasta que la abertura del cuello le apretó la nuez de Adán y le quitó el resuello.
– ¿Cuánto hace, Jeffcoat? -preguntó Charles en voz ronca y constreñida-. ¿Cuánto hace que persigues a mi mujer? ¡Te haré pagar por cada uno de esos días!
– ¡Basta, Charles! ¡Estás estrangulándolo!
Emily forcejeó con el cuello de la chaqueta de Charles, pero saltó un botón y la hizo caer sentada. Se levantó de un salto y lo agarró otra vez, ahora con un brazo, y se le trepó como un mono a la espalda.
– ¡Quítate de encima y déjanos pelear!
Le dio un codazo que la hizo tambalearse hacia atrás, agarrándose un pecho y haciendo una mueca de dolor.
– ¡Hijo de perra, has lastimado a Emily! -rugió Tom, furioso.
¡La furia fue una sensación maravillosa! ¡Caliente, curativa, revitalizante! Alzó la rodilla y apartó a Charles, haciéndolo retroceder, luego se abalanzó sobre él por el aire con una fuerza que jamás habría imaginado. Dos golpes certeros tiraron a Charles de espaldas, pero se levantó al instante y Tom recibió algo similar a lo que había dado. Los dos, uno, herrero, el otro carpintero, formados por años de enarbolar pesados martillos, eran fuertes, con torsos como de percherones y antebrazos gruesos como arietes. Y aumentada por la súbita hostilidad, esa fuerza se volvió terrible. Cuando se decidían a castigar, lo hacían.
Con los pies bien plantados, se dieron con los nudillos al descubierto en cara, estómago, hombros, intercambiando andanadas de golpes tremendos y gruñidos, yendo de un lado a otro del pasillo entre los pesebres. Contra la puerta del pesebre, en el suelo, luego levantados, rozando la madera llena de astillas con los omóplatos, abriendo sin querer el cerrojo y aterrorizando más aún al caballo, que relinchó y piafó, asustado. Pero ninguno de los dos lo oyó. Cuando Tom hizo levantarse a Charles con un puñetazo, Charles se incorporó y le devolvió el favor.
A los pocos minutos, ambos tenían la cara ensangrentada. Tenían los nudillos desollados. Pero seguían peleando, más débiles a cada golpe.
Un porrazo ineficaz sorprendió a Charles y lo hizo tambalearse hacia atrás y tropezar sobre el tirante de una calesa. Se desplomó sobre la plataforma poniéndola en movimiento y así se alejó de Tom, que lo siguió con pasos inseguros. Jadeando, descansaron unos segundos antes de seguir aporreándose, ya sobre el suelo, demasiado cerca para tomar suficiente impulso.
Sin embargo, siguieron intentándolo, maldiciendo, lanzándose golpes desde cerca hasta que pegaron contra la pared opuesta, donde quedaron apoyados en una confusión de brazos y piernas. Con las narices pegadas, jadearon, aferrándose de las chaquetas.
Charles casi no tenía aliento para hablar, pero de todos modos dijo, en voz entrecortada:
– ¿Hasta dónde… llegaste… con ella, eh, amigo?
Tom no estaba mejor:
– ¡Qué m-mente tan sucia tienes… Bliss!
Aturdido, tambaleante, Tom se puso de pie con dificultad e izó a Charles. Se impulsó hacia atrás para asestar otro golpe, pero la inercia casi lo hizo caer de espaldas. El otro estaba igualmente agotado. Vaciló sobre los talones, apretando sin fuerza los puños.
– ¡Vamos… canalla… no he terminado!
Tom volvió la cara, doblando la cadera, los brazos colgando como badajos de campanas.
– Sí, has terminado… Voy a ca-casarme con ella -logró decir, entre estridentes jadeos.
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