– Nunca sabrá lo que puede hacer Suecia por una joven -le dijo con voz cortante.

– Me lo puedo imaginar bastante bien -de nuevo observó atentamente su vestido y se dio cuenta de que pensaba que, con toda seguridad, algún pobre y tonto sueco se lo había regalado.

Estuvo a punto de replicarle con violencia, pero se controló justo a tiempo, recordando que la única razón posible de que se encontrara allí, era que tenía que tratar con su padre algo relacionado con el trabajo. En ese momento recordó que el hombre más detestable que había tenido la desgracia de conocer era el jefe de su padre.

– Discúlpeme, señor Harring… -comenzó a decirle, pero se detuvo al escuchar pasos.

Se volvió de espaldas a Grant Harrington, observando al hombre que acababa de entrar y que la miraba como si no pudiera creer lo que veían sus ojos. Era su padre… pero, al mismo tiempo, era distinto. El hombre que se había detenido al verla, el hombre que la miraba parpadeando, como si pensara que se trataba de algún espejismo… ¡había envejecido diez años en el poco tiempo que había estado fuera de la ciudad!

– ¡Papá! -gritó.

Como por arte de magia desaparecieron esos diez años adicionales. Fue imposible dejar de observar la alegría que sentía al ver a Devon caminar hacia él, sin la menor señal de cojera.

Se olvidó por completo de la presencia de Grant Harrington. Olvidó que él estaba observando cómo su padre la envolvía en sus brazos y la abrazaba con fuerza, como si hubiera estado lejos un año entero. Charles Johnston, también durante un instante, se olvidó del otro hombre.

– ¿Por qué no me avisaste que venías? Hubiera ido al aeropuerto a esperarte -le dijo mientras sus ojos, al igual que los de Devon, brillaban por las lágrimas.

Cuando se iban a abrazar de nuevo los interrumpió una voz cortante.

– ¿Tienes las llaves, Charles?

En ese momento Devon sintió que odiaba a Grant Harrington por haber interrumpido esa reunión feliz. Sin embargo, al apartar la vista de su padre y mirar los rasgos fríos y duros del otro hombre… sintió que el miedo la invadía. Era un temor que no tenía relación alguna con el éxito o el fracaso de la operación, pues de nuevo vio cómo su padre envejecía de repente. Desapareció de sus ojos todo el brillo, mientras se dirigía hacia su jefe y comprendió que algo muy terrible, había sucedido durante su ausencia.

Conteniendo un comentario observó con los ojos muy abiertos, cómo su padre le entregaba las llaves de la oficina; sabía que eran esas llaves por el llavero en que las tenía. Un llavero que ella misma le había regalado en una ocasión, en la cual se había quejado de que las llaves de la oficina se le mezclaban con las de la casa.

Ninguno de los hombres habló. Grant Harrington tomó las llaves sin darle las gracias, mientras Devon trataba de imaginar alguna razón por la cual su padre le devolvía las llaves de su oficina, la llave de la caja de seguridad y otras que siempre tenía bajo su cuidado.

– Estaré en contacto -dijo Grant Harrington con tono cortante y haciendo un gesto que indicaba que ya no tenía nada más de que hablar y que se iba.

– Está bien -contestó Charles Johnston, casi sin voz.

Aturdida, al ver la cabeza orgullosa de su padre inclinada mientras salía de la habitación, se dio cuenta de repente de que él no había seguido a su padre.

– ¿Qué sucede? -le preguntó.

Él pareció decidido a ignorar su pregunta, pero ella no estaba dispuesta a permitírselo. Lo tomó del brazo en el momento en que iba a salir.

Él se dio vuelta, mirando con desagrado la mano sobre la manga de la chaqueta de su traje.

– ¿Qué sucede?… -comenzó a decir antes de que la mirada arrogante fija en su mano se la hiciera retirar.

– ¿Está usted fingiendo no saberlo, señorita Johnston? -le contestó con tono cínico.

– Yo no sé…

– ¿No hay nada que su padre no estuviera dispuesto hacer por usted, no es cierto? -interrumpió su negativa y pudo darse cuenta, por el tono de su voz, de que estaba furioso-. Con mis ojos he visto que él adora el suelo que usted pisa. El problema con las mujeres como usted es que siempre alguien tiene que pagar el precio. ¡Ha sido usted, mujer vagabunda, quien ha provocado la vergüenza de su padre!

– ¿Ver… güenza? -exclamó con voz ronca.

– Puede tirar su pasaporte -le recriminó con violencia-, sus días de diversión se han terminado.

– ¿Diver?… -aún no podía comprender lo que le decía.

– El cuerno de la abundancia se acaba de secar -fue lo único que le contestó.

Dejándola sin comprender, se dirigió hacia la puerta principal. Haciéndole sólo un leve ademán de cabeza a su padre, abandonó la casa:

Se quedó parada en el mismo lugar, observando cómo su padre metía las maletas. Sólo cuando vio cómo sus ojos evitaban encontrarse con los suyos, comprendió el significado de las palabras "cuerno de la abundancia" y "vergüenza". Se le acercó y, pasándole un brazo por los hombros, le preguntó.

– ¿Realmente… pagaste mi operación… con un seguro?

Quince minutos más tarde, después de haber entrado apoyándose el uno en el otro en la sala, Devon aún no podía creer lo que le había confesado su padre como respuesta a la pregunta que le había hecho.

No había la menor duda sobre el honor de su padre. Lo sabía bien ella, al igual que todos los demás. Su jefe también, estaba segura de ello, de lo contrario, ¿cómo le hubiera dado ese puesto de confianza?

– Tendrás que saberlo, pequeña. De todas formas, lo habrías adivinado pronto, al ver que por la mañana no sacaba el coche para ir a la oficina. Fue Grant Harrington, más bien su compañía, quien te pagó la operación.

Devon no supo cuánto tiempo permaneció sentada allí, aturdida. En varias ocasiones abrió la boca para hablarle, pero la cerró de nuevo. No podía pensar en nada que no se oyera como una acusación.

Ella valoraba la honradez tanto como su padre, pero comprendía que cualquier cosa que él hubiera hecho no había sido para beneficio suyo. Claro que había culpa, pero en realidad no le correspondía a él, sino a ella. Sólo ahora comprendía su comportamiento. ¿Cómo no había aprendido a aceptar su destino?

– Oh, papá -le dijo con tono cariñoso, deseando, necesitando ayudarlo en estos momentos tan terribles para él. Había olvidado por completo la existencia de Harrington; en lo único que podía pensar era en su padre, en cómo debería estar sufriendo en ese instante su orgullo, su respeto de sí mismo-. ¿No… creías que se darían cuenca?

– Pensé… pensé que lo había hecho de forma muy inteligente. Sabía el riesgo que corría, pero…

– Pero pensaste que por mí valía la pena correrlo -terminó por él, haciendo todo lo posible para no llorar, para no hacerlo sentir peor.

– Pensé que tenía muy buena posibilidad de que el… -Devon se estremeció al ver el esfuerzo que le costaba a ese hombre de tantos principios decir la palabra-, robo no se descubriera.

Devon se sobresaltó.

– ¿Pero fue descubierto?

– Mucho antes de lo que imaginé -le contestó él.

Al escuchar sus palabras, recordó aquella primera vez que vio a Grant Harrington, la primera vez que había estado en su casa.

– ¿Confiabas en que yo hubiera salido del país antes de que lo descubrieran?

– Recibí la mayor sorpresa de mi vida cuando abrí la puerta aquella noche y vi a Grant Harrington parado allí -le confesó-. Durante un momento no supe qué pensar, más bien no pude hacerlo, pues de lo contrario nunca lo habría hecho pasar a la sala en donde tú estabas.

– ¿Vino a decirte que sabía que habías tomado dinero de la empresa?

Él hizo un ademán negativo con la cabeza.

– Yo había sido un poco más inteligente -le contestó, bastante deprimido-. Las… las irregularidades… en la sección financiera habían sido descubiertas, aunque en ningún momento me señalaban como culpable. Sin embargo, al ver que era Grant en persona el que venía a verme, supe que él sospechaba de mí. Pudo haber enviado a otras personas para discutir esas irregularidades que habían aparecido sólo porque, para mi desdicha, se había tomado una decisión repentina de cambiar a un sistema más sofisticado de trabajo.

– ¿Cómo supiste que Grant Harrington sospechaba de ti cuando lo viste en la puerta?

– Tú no puedes recordarlo, pero el padre de Grant y yo fuimos muy buenos amigos en los viejos tiempos. Yo respetaba a su padre -le dijo y no pudo dejar de adivinar el dolor que sentía él, mientras callaba un instante, antes de añadir con voz muy baja-, y él a mí; Grant lo sabía. De vez en cuando, él y yo charlábamos y la mayor parte del tiempo hablábamos de su padre. Creo que me consideraba como una especie de vínculo con el recuerdo de su padre a quien amaba mucho -se aclaró la garganta de nuevo y añadió-: Grant Harrington vino personalmente esa noche no por el respeto que sintiera por mí, sino por su padre muerto. Sabía que era lo que su padre hubiera esperado que hiciera, a pesar de lo que le desagradaba.

Cuando terminó de hablar se produjo un largo silencio, durante el cual Devon recordó aquella noche. Sólo ahora comenzaba a tener significado para ella la forma dura y descortés con la cual la había tratado Grant Harrington. Él había venido aquí por la sospecha de que su padre era un ladrón y ella le había confirmado lo que pensaba. Había visto las maletas en el vestíbulo, y seguramente eso había aumentado sus sospechas, antes de que ella le dijera que se iba de viaje y, sin darle importancia, que quizá se quedara un par de meses en Estocolmo. Con toda seguridad se había imaginado que pensaba hospedarse sólo en los mejores hoteles. El sueldo de su padre era alto, pero no lo suficiente para que estuviera divirtiéndose por ahí durante un par de meses, hospedándose en los mejores hoteles cuando lo deseara… y él lo sabía muy bien.

Ahora comprendía que Grant Harrington, conociendo la honradez de su padre había pensado que ella, por su afición a divertirse, era quien lo había convertido en un ladrón. ¡Por eso la había tratado con tanta brusquedad! El respeto que había sentido hacia su padre quedó manchado… y por culpa de ella.

Al verlo hundir la cabeza entre las manos, regresó a la realidad. Contuvo el deseo de ir hacia él y abrazarlo, comprendiendo que no resolvería nada con ello, sólo asegurarle que seguía pensando que era el padre más maravilloso del mundo, pero ese cariño que le profesaba se lo demostraría después. Lo más importante por ahora era buscar la manera de ayudarlo a salir del problema.

– Dijiste que al ver a Grant Harrington en la puerta supiste que sospechaba de ti -le dijo, haciendo un esfuerzo para volver al tema-. ¿Tenía algún motivo en particular para pensar que fueras tú el culpable?

– Él no es ningún tonto, Devon -le contestó-. Grant sabía que si alguno de sus empleados podía realizar un desfalco manipulando cifras, del tipo que acababa de descubrirse, lo más probable era que fuera yo, pues no había ninguno que tuviera mi capacidad.

– ¿Vino a acusarte?

Él hizo un movimiento negativo.

– Sólo me presentó los hechos y me preguntó si yo podía darle alguna explicación.

– ¿Le dijiste que no podías?

– Traté… de irme por la tangente, pero él lo sabía. Yo sabía que él sospechaba de mí, aunque no me suspendió de inmediato.

– ¿Suspenderte?

– No podía hacer otra cosa. Vino a verme hace dos semanas, un sábado por la noche, para decirme que no fuera más a la oficina hasta que me avisara.

Devon nunca se había sentido tan mal en su vida. Todo el tiempo que había estado en Suecia, su padre había estado aquí, haciendo frente solo al problema… ¡y todo por ella!

– Tú has servido muchos años a la empresa -le comentó, tratando de no ver lo injusto de su posición, buscando hacerlo salir de su desesperación.

– Y me pagaron por ello -le contestó él, aún leal a la compañía a la que había robado-. Además, tengo mucho que agradecer a Grant Harrington.

– ¡Agradecido… a él!

– Sí, agradecido. Le habría sido mucho más fácil enviar a otro a suspenderme… y habría estado justificado ese procedimiento. Esta noche pudo haber enviado a alguno de los jefes con los que trabajo para despedirme y recoger las llaves de la oficina.

– ¿Es eso lo que hizo… te despidió? -le preguntó, a punto de llorar ante lo que había tenido que sufrir por su culpa.

– No podía hacer otra cosa -le contestó-. La evidencia en mi contra es irrefutable.

– Oh, querido -gimió y, quitándose los zapatos, corrió a su lado, sentándose sobre el brazo del sillón y pasándole un brazo por los hombros, mientras le preguntaba-: ¿Qué va a suceder ahora?

– No me lo dijo -le contestó suspirando-. Sólo me pidió las llaves y me dijo que se había terminado la suspensión… junto con mi trabajo.

Devon se secó las lágrimas con el dorso de la mano, alegrándose de que al estar inclinado no pudiera verla. Oh, cuánto tenía que quererla para ponerla por encima del honor que valuaba tanto, pensó, sintiendo de nuevo deseos de llorar.