– ¿Él no… no te denunciará?

– Tendrá que hacerlo -fue su única respuesta.

– Pero… su padre te respetaba.

– En los negocios no hay sentimientos, Devon -le dijo con serenidad-, Grant se ha comportado mucho mejor de lo que yo hubiera podido esperar, al venir a verme personalmente en varias ocasiones, cuando desde la primera visita, estoy seguro de que sabía que era culpable.

Se quedaron callados de nuevo, mientras Devon pensaba si Grant Harrington dejaría libre a su padre, si alguien, si ellos pudieran devolver el dinero. ¿Pero cómo? Sabía que se trataba de varios miles. Ignoraba la cifra exacta, pero estaba segura de que su tratamiento no había sido barato. ¿Pero en dónde podrían conseguir siquiera mil libras? Sólo era una esperanza…

– ¡La casa! -dijo de repente, excitada-. Podríamos vender la casa, le daríamos el dinero a Harrington y nos cambiaríamos a un…

– El banco tiene prioridad sobre la casa, pequeña -la interrumpió, revelándole algo que no sabía. En ese instante fue cuando se dio cuenta con exactitud de cómo se había agotado él y sus recursos. Al ver la expresión en su rostro, él le dijo-: Valió la pena, nunca pienses que no lo valió. Era necesario que tuvieras el mejor tratamiento que pudiera conseguirte para la cadera -le apretó la mano con fuerza-. Lo recibiste y nunca nadie sabrá que tuviste un problema.

– ¿No le dijiste… a Grant Harrington por qué te viste en la necesidad de tomar su dinero? ¿Que fue para que pudiera operarme?

– El dinero había desaparecido y no tenía importancia decirle para qué fue utilizado -le contestó-. Perdí la confianza de la compañía y en los negocios eso es lo único que importa.

Como había dicho su padre, el dinero había desaparecido, se había roto la confianza, y el resto… no tenía importancia. Al recordar su encuentro de esa noche con Grant Harrington, se dio cuenta de que él pensaba que ella se había gastado de forma irresponsable cada centavo del suelo de su padre… y más aún. Al ignorar lo de su operación, se había sentido seguro, y además tenía todo el derecho de pensarlo así… que ella se lo había gastado.

La felicidad que sintió al entrar en la casa había desaparecido para siempre e incluso tuvo más deseos de llorar, al escuchar lo que él le decía.

– Siento mucho que tu regreso a casa haya tenido que ser de esta forma -dándole a entender que si no hubiera llegado precisamente en el peor momento, él habría seguido ocultándoselo mientras hubiera podido-. Cualquier cosa que suceda, si tengo o no que ir a prisión -la palabra "prisión" le heló la sangre-, habrá valido la pena -sintió como si se le destrozara el corazón cuando, a pesar de todos los problemas que tenía, intentó aparentar alegría, diciéndole-: Bien, ¿no es hora ya de que me cuentes cómo te fue? Vamos a abrir la botella de jerez para celebrarlo y cuéntamelo todo.

Capítulo 3

Al despertarse la mañana siguiente, Devon tenía tan fresco en su mente todo lo que había ocurrido, como lo tuvo en las muchas horas que permaneció despierta durante la noche.

Sin sentir ninguna alegría, lo había ayudado a mantener la farsa de una feliz bienvenida. Ella y su padre habían bebido un jerez y le había contado parte de su tratamiento postoperatorio.

Con todas las preocupaciones que tenía, no le había querido decir la molestia que sentía de vez en cuando en la cadera. Tampoco le había mencionado las instrucciones del doctor Henekssen en el sentido de que debería descansar con frecuencia. Su operación le había costado muy cara a su padre: le había costado su honor. Él le había dicho que había valido la pena y, para su tranquilidad, era necesario que lo siguiera creyendo así.

– La operación fue un enorme éxito -le había dicho Devon, sabiendo en su interior que sólo podría estar segura una vez que el doctor McAllen la reconociera dentro de varias semanas-. El doctor Henekssen me dijo que ya podía hacer todo lo que deseara -le había dicho con tono alegre, omitiendo que le había aclarado que sería "dentro de poco tiempo".

Su padre le había sonreído, preguntándole si sería necesario en realidad que volviera a ver a su médico.

– Será dentro de seis semanas, pero sólo es una formalidad. Va sabes cómo son los médicos.

Devon se levantó de la cama, pensando en su padre y sin sentirse nada feliz. Entró en la cocina con deseos de hacer algo, pero, al mismo tiempo, abrumada por su impotencia para lograrlo: evitar que su padre tuviera que enfrentar, después de todo lo que había pasado, la deshonra final de cumplir una sentencia de prisión.

Al encontrarse con su padre, que ya estaba esperándola, miró a ese hombre que no había dudado en sacrificar su honradez por ella y observó que estaba aún peor, por lo que decidió que no podría quedarse impasible esperando si su suerte final seria la cárcel.

– Buenos días, papá -le dijo, dándole un leve beso en la mejilla-. Siéntate a ver el periódico, mientras preparo el desayuno.

Durante el mismo, que siempre tomaban en la cocina, apenas hablaron y al pensar que esa mañana no tendría prisa, pues no necesitaba ir a la oficina, esa última palabra "oficina" le dio una idea.

La idea creció y comenzó a tomar forma en su mente, hasta hacerla sentir que era necesario ponerla en práctica de inmediato. Sin embargo, comprendió que tenía que hacerlo con cuidado, pues estaba segura de que él se opondría. A las nueve y diez le dijo:

– El doctor Henekssen me dijo que debería hacer ejercicios en forma regular, por lo que creo que me voy a poner una ropa más presentable para ir a la ciudad.

Durante un instante esperó nerviosa, mientras él la miraba con rapidez, frunciendo el ceño. Después sonrió y, sin ofrecer acompañarla, le dijo:

– Hazlo, querida.

Se dio cuenta de que él había pensado que al no tener ya motivos para esconderse de los demás, había decidido olvidarse de todos los malos ratos pasados, entrando en cada una de las tiendas en el centro de Marchworth.

Cuando se dirigía a su habitación pensando qué ropa se pondría, él la llamó de nuevo.

– Antes de que hagas cualquier cosa, creo que sería una buena idea concertar ya la cita con el doctor McAllen.

– Aún falta mucho tiempo para que vaya a verlo.

– Debes hacerlo ya, Devon -insistió con firmeza-. Ya sabes lo que nos ha pasado otras veces, que hemos tenido que esperar mucho para lograr una cita y verlo a él directamente y no a uno de sus ayudantes.

– Eres un latoso -le contestó riendo, mientras se dirigía al teléfono-. Ya está -le dijo unos minutos después-. Por suerte no pedí una cita para las próximas dos semanas, pues el doctor McAllen está de vacaciones.

– ¿Un jueves como siempre?

– Todos los jueves estaban reservados, pero me confirmaron una cita para el lunes, dentro de cinco semanas.

Ya en su habitación fue rechazando, uno a uno, todos los vestidos, hasta decidirse por el del día anterior. Pensó que cualquier otro vestido habría sido preferible, recordando la forma en que Grant Harrington la había mirado; con toda seguridad había llegado a la conclusión de que él o algún otro hombre había pagado por ese vestido; sin embargo, sólo esa elegante prenda, entre todo su guardarropa, la hacía sentir confiada en sí misma. Se puso los zapatos negros de tacón alto, cerró la puerta de su habitación y se despidió de su padre.

Las oficinas centrales de Harrington Enterprises se encontraban lejos del área industrial, en donde tenían varias oficinas y la fábrica más importante, pero las oficinas principales estaban bastante cerca del centro de la ciudad. Si hubiera pensado que Grant Harrington estaría dispuesto a recibirla si le pedía una cita lo habría llamado por teléfono, pero, recordando la forma arrogante en que la había mirado, se sintió segura de que no sólo no le permitiría la entrada en la oficina sino que daría órdenes para que ni siquiera la dejaran pasar al edificio.

Sin embargo, él la iba a recibir. Estaba decidida a ello, aunque sintiera las palmas de las manos húmedas mientras, parada frente a la puerta de vidrio, pensaba en la recepción que indudablemente él le haría. En ese momento pensó en su padre, con los hombros hundidos, el rostro triste, tal como lo había visto esa mañana. Fue todo lo que necesitó para empujar la puerta y entrar. El valor, nacido del amor que sentía hacia él, la hizo dirigirse al mostrador de recepción y solicitar ver al señor Grant Harrington.

– ¿Tiene cita con él?

Devon ya había pensado en ese contratiempo mientras se vestía.

– Naturalmente -le contestó, mirándola con fingida sorpresa, como diciéndose que no podía creer que nadie viniera sin tener una cita previa-. Grant me dijo lo grande que era este edificio, pero…

La joven recepcionista le sonrió, comprendiendo al instante que no se trataba de una cita de negocios lo que traía aquí a esa hermosa rubia, sino algo más personal.

De inmediato le dio todas las instrucciones que Devon necesitaba y se encontró subiendo en el ascensor. Sabía que el resto no iba a ser tan fácil. De todas formas, estaba decidida a que una vez hubiera llegado a su oficina se abrazaría de las patas del escritorio de Grant Harrington si trataba de hacerla salir antes de escuchar lo que tenía que decirle.

Al salir del ascensor, fue contando las puertas a lo largo del pasillo y al encontrar la de su despacho vaciló un momento, dudando si llamar a la puerta o entrar; finalmente se decidió por lo último. Sin embargo, si esperaba poder encontrarse con Grant Harrington de inmediato, se llevó una desilusión. Ahí, en esa oficina pintada de color verde pálido, sólo se encontraba una persona y no era él, era una secretaria de cabello oscuro de unos treinta y cinco años, quien alzó la vista de lo que estaba escribiendo a máquina, sonriéndole de forma amable.

– Lo… siento -exclamó Devon y recuperando la compostura, añadió-: Debo haberme equivocado… estaba buscando la oficina del señor Harrington.

– Soy la secretaria del señor Harrington -le contestó la mujer aún sonriendo.

Devon hizo un esfuerzo y logró sonreírle a su vez.

– Oh, bien, entonces Grant no puede estar muy lejos de aquí. Siguió enfrentándose a la misma sonrisa amable, pero comprendió que su estrategia no le daría resultado. La recepcionista era mucho más joven y no estaba tan acostumbrada a los trucos que se empleaban para ver al director general de la compañía.

– Si gusta sentarse, señorita… -esperó a que le dijera su nombre y, al ver que no lo hacía añadió-: Le avisaré al señor Harrington que usted está aquí.

Mientras tanto. Devon estaba observando el interior de la oficina y al otro lado del escritorio vio una puerta, sintiéndose segura de que allí se encontraba el hombre a quien había venido a ver.

– Yo me… -le dijo Devon a la secretaria que la miraba ya sin sonreír y comenzó a caminar hacia la puerta, pero lo hizo con demasiada rapidez y sintió un intenso dolor en la cadera que le impidió terminar el resto de la frase.

Se sintió dominada por el pánico, al pensar que quizá la operación no había sido un éxito y, temerosa de caer, se sentó en la primera silla que encontró. Al ver que desaparecía el dolor, pensó que se debía a los tacones altos que se había puesto.

– No escuché su nombre -insistió la mujer.

– Este… Johnston.

Tan pronto como sintió que no le iba a fallar la cadera, Devon decidió llevar adelante sus planes de entrar por aquella puerta. Pero ya era muy tarde. Se había retrasado demasiado y la secretaria ya estaba hablando por el intercomunicador.

– Aquí está una señorita Johnston que quiere verlo, señor Harrington. No tengo ninguna cita anotada, pero…

– ¿Johnston? -conocía esa voz; después de una ligerísima pausa, el tono de su voz demostró irritación e incredulidad al hacer bruscamente la pregunta-: ¿Devon Johnston?

La secretaria la miró, esperando su confirmación y Devon hizo un ademán afirmativo con la cabeza. Escuchó cómo ella le confirmaba su nombre, pero nunca hubiera esperado la orden que él dio y que hizo que su orgullo ardiera con tanta furia que se olvidó que había venido a suplicarle si era necesario.

– Por favor, Wanda, tome nota de lo siguiente -le dijo con voz cortante-. No tengo tiempo disponible ahora… ni nunca… ni para la señorita Johnston ni para ninguna que se le parezca.

¡Cómo se atrevía a humillarla frente a otra persona! Apenas sin darse cuenta de que el intercomunicador había sido apagado, sin prestar atención a la secretaria que la miraba como preguntándole si deseaba que le repitiera el mensaje, Devon se levantó y le dio vuelta al escritorio. Mientras Wanda la miraba con incredulidad, entró por la otra puerta sin detenerse hasta que quedó frente al hombre que había venido a ver.

Grant Harrington se levantó amenazadoramente de su silla y se dirigió hacia ella y cuando parecía que iba a tomarla con toda su fuerza masculina y lanzarla hacia el lugar de donde había venido, se detuvo al entrar Wanda, diciéndole: