La concentración de Zoltán en su trabajo era total. El pintor notaba hasta el más mínimo movimiento involuntario de su rostro, así como de cada músculo y la textura de su piel.

– ¡No te muevas! -exclamó él, cuando ella se movió un centímetro, debido al cansancio de estar en una sola posición por tanto tiempo. Más casi en seguida, Zoltán dijo con suave voz-: ¿Te gustaría descansar?

– No gracias -contestó ella, consciente de que a pesar de su fatiga, era importante seguir las instrucciones de tan afamado artista. De hecho, en ese momento decidió que a diferencia de otras modelos, quienes con seguridad habrían querido reposar en varias ocasiones y mirar el progreso del cuadro una y otra vez, ella sería diferente.

– Creo que será suficiente por ahora -dijo Zoltán de improviso, mirando el reloj.

– ¿Qué hora es? -preguntó ella.

– Casi la una -contestó él, acercándosele-. ¡Debiste exigir un descanso!

– ¿Un descanso? -balbuceó ella, sorprendida.

– Cuando comenzaste a sentir que todos tus músculos te dolían, debiste habérmelo dicho, para tomar un reposo.

Antes de que ella se diera cuenta, Zoltán estaba dándole un suave masaje en la espalda.

– Especialmente aquí -dijo él con voz suave-. Aquí en la espalda, es donde se siente la tensión más fuerte, después de un rato.

– ¿Haces esto con todas tus modelos? -inquirió ella, tratando de conservar la calma.

– Sólo con algunas chicas que tienen suerte -respondió él, mientras los celos se apoderaban de Ella.

En ese momento, Zoltán presionó un músculo especialmente tenso en la espalda de ella.

– ¡Oh! -exclamó la joven olvidando los celos que la invadieron, momentos antes.

– Lo siento -se disculpó él.

– ¡No te detengas! -le imploró ella, no sólo con alivio, sino con placer.

– ¿Te gusta? -preguntó Zoltán, frotando con suavidad el lugar donde la tensión se concentraba.

– ¡Estupendo! -suspiró la chica, cerrando los ojos.

Cuando los abrió de nuevo, fue para encontrarse con la mirada de él. La joven intentó abrir los labios para decir algo, pero Zoltán se encontraba muy cerca de ella y en ese instante perdió el habla. De lo único que estaba consciente, era de su cercanía y del contacto de su piel con la de él, mientras el pintor pasaba su mano sobre su cuello.

– ¡Zoltán! -dijo la chica con la respiración agitada, cuando el retiró sus labios de su boca. Mas cuando la joven se dio cuenta de que él empezaba a retirarse, una parte de ella, la hizo acercarse más hacia él, ofreciéndole de nuevo sus labios.

Una vez más, Zoltán la besó larga y profundamente. Mientras ella correspondía con todo el amor y la pasión que sentía por él.

– Mi dulce Arabella -murmuró él, al mismo tiempo que sus labios dibujaban el contorno de su cuello y sus oídos, hasta sus senos.

– Zoltán -suspiró ella. En ese momento, él hizo a un lado la tela de terciopelo de sus hombros para posar sus labios en la suavidad de su piel. Ella respiró profundo al sentir el calor de aquella masculina boca, sobre su cuerpo.

El vestido se resistía, pero ella no tuvo objeción alguna cuando él bajo el cierre de la parte posterior y comenzó a despojarla de la prenda.

Cuando Zoltán le quitó el sostén, Ella quiso gritar de emoción, de amor y de pasión, pero él ya se encontraba acariciándole la espalda, con sus sensibles manos de artista, pasando sus dedos por el contorno de su cuerpo hasta llegar a sus desnudos senos, los cuales se erguían una y otra vez, al compás del acelerado ritmo de su respiración.

– ¡Zoltán! -murmuró ella, cuando él aprisionó los rígidos pezones de sus senos entre sus labios, para después besar el tibio valle entre estos. Luego, el hombre levantó la cabeza y la besó de nuevo.

En ese momento, Ella supo que era suya, que lo amaba y que si él la amaba a su vez, como era evidente, entonces no había nada que pudiera interponerse entre los dos. Estaba dispuesta a entregarse por completo a él.

Zoltán se incorporó por un momento, admirando la belleza de su cuerpo y sin querer, su timidez natural, hizo que la joven se cubriera los senos con las manos.

– ¡Ah! -él suspiró con suavidad. Y se inclinó sobre ella, tomándola con ternura por las muñecas, besándole las mejillas. Después, asiéndola suavemente, apartó sus manos de los senos y sin dejar de mirarla a los ojos, exclamó:

– ¡Eres tan hermosa!

Y con esas palabras vibrando en el aire, él besó aquellos senos que amenazaban con explotar de pasión.

– No tengas miedo de mí, pequeña -murmuró él a su oído, mientras ella quería gritar que no sentía temor. Entonces Zoltán tomó el sostén y con ternura lo colocó sobre sus senos-. Tal vez no fue buena idea, darte el masaje -comentó él.

Ella sintió que la respiración le faltaba.

“No puedes dejarme así”, quiso protestar ella. “Tú provocaste mi pasión, despertaste el fuego de mi cuerpo y ahora…”

Pero no sólo el fuego del deseo y el amor había despertado en ella, sino también su orgullo.

– ¡Supongo que sólo quieres conocerme mejor para el cuadro! -murmuró Ella, tratando de controlarse.

– Todo lo que sé, es que eres virgen -contestó él con una sonrisa.

– ¿Qué? -exclamó, sorprendida-. ¿Entonces quieres que vuelva al rato?

Zoltán se puso de pie y se dirigió a la puerta.

– Creo que trabajaré solo, esta tarde -dijo y salió de la habitación.

Poco tiempo después en su dormitorio, Ella se sentó en una silla, tratando de recuperar la respiración. Zoltán la había besado con pasión y estuvo a punto de hacerle el amor de la manera más dulce y tierna, de hacerla suya y ella se lo habría permitido.

Ella pensó entonces cómo había llegado a conocer a aquel hombre a quien le había entregado su corazón. También se dijo que él jamás había pensado seducirla, que todo fue espontáneo y que el pintor no conocía sus sentimientos hacia él.

El reloj marcaba en ese momento las dos de la tarde, mas ella no tenía ningún deseo de comer. Pero, puesto que de seguro, Frida ya habría preparado la comida, Ella se apresuró a ponerse unos pantalones y una blusa ligera para bajar al comedor.

– Szervusz, Frida -le dijo al ama de llaves, al llegar a la mesa. La mujer le sonrió con amabilidad y después de musitar algo en húngaro que Ella no entendió, salió de la habitación.

Eso le reveló algo no muy agradable: Zoltán no estaría presente. Entonces se sintió desilusionada.

Una vez que Frida sirvió la comida, Ella trató de disfrutarla. Pero el pensar que algún día tendría que arribar sola a la Gran Bretaña, la hizo sentirse peor.

Cuando regresó a su habitación, la joven se dio cuenta de que no era muy buena idea pasarse el resto de la tarde dando de vueltas como león enjaulado. Minutos después, ya se había puesto una cazadora y bajaba por la escalera.

Con un leve sentimiento de culpa, se preguntó si Zoltán le habría devuelto la bicicleta a Oszvald. Pero al llegar al árbol donde él la dejaba, no la encontró.

Entonces se dirigió hacia la parte posterior de la casa, en donde se detuvo a admirar el lago, tratando de imprimir la escena en su mente, para nunca olvidarla. En ese momento, el ruido de unos pasos llego a sus oídos.

Volviéndose un poco, su corazón dio un vuelvo al ver a Zoltán dirigirse hacia ella. Su mente daba vueltas, tratando de pensar en algo apropiado que decir.

– ¿Cómo estás, Arabella? -dijo él, con una sonrisa.

– Muy bien -contestó ella, sintiendo que su amor por el artista, crecía a cada momento-. ¿Cómo estás tú?

Ella no escuchó la respuesta, pues en ese instante, Zoltán se había apartado de ella y subido a uno de los pequeños botes anclados a la orilla del lago.

– Pensé que ibas a trabajar toda la tarde -exclamó la joven, mientras él alzaba la vela.

– ¡Negrera! -gritó él, mirándola con sus grandes ojos grises y su largo cabello, flotando en el aire. Parecía un dios legendario.

– ¿Vas a ir a algún lado?

– Así es -contestó él, en forma casual.

– Oh -murmuró ella sin atreverse a pedirle que la llevara. Él terminó de izar la vela. Entonces se volvió a mirarla y le sonrió-. ¿Vienes?

– Pensé que nunca me lo pedirías -contestó con entusiasmo, mientras subía al bote, ayudada por él.

– ¿Alguna vez has viajado en un velero? -le preguntó Zoltán.

– Nunca -contestó ella, escuchando con atención todas las recomendaciones que él le hacía. Poco tiempo después, el velero se deslizaba ligeramente sobre las aguas del hermoso lago.

Por espacio de una hora, ambos navegaron al vaivén de las olas. Ella estaba fascinada.

– ¿Te gusta? -preguntó Zoltán mientras ella sentía el viento sobre su rostro.

Ella pensó que era evidente, así que su única respuesta, fue una gran sonrisa. En realidad todo resultaba tan excitante, que cuando Zoltán le anunció que era tiempo de regresar, Ella se sintió triste, pues aquel episodio estaba a punto de llegar a su fin.

– ¿Tan pronto? -preguntó ella-. Sólo han pasado unos cuantos minutos.

– Sesenta y cinco, para ser exactos -contestó él-. Además, ya está haciendo más frío.

Aún sintiéndose feliz y emocionada, Ella caminó por el pequeño muelle, de vuelta a la casa.

– ¿Le devolviste su bicicleta a Oszvald? -inquirió la joven, al pasar por el árbol donde aquel acostumbraba a dejarla.

– ¿Estás pensando visitar a tu “amigo” del otro día? -dijo él molesto. Ella sintió de repente que su felicidad se venía abajo.

– ¡Tal vez sea una buena idea!-exclamó la chica, molesta y se alejó de él con paso firme, pensando qué en ese momento, odiaba a aquel hombre tan insensible.

Una hora después, una tibia ducha la hacía sentirse mejor. Entonces Ella pensó en lo que Zoltán le había dicho esa mañana, acerca de que sabía que aún era virgen y que mientras estuviera en su casa, era su responsabilidad. Al recordarlo, entendió por qué había reaccionado de esa forma ante la posibilidad de que fuera a encontrarse con aquel joven muchacho en el pequeño hotel. Pero ¿acaso no había resistido él mismo sus impulsos de hacerle el amor?

Cuando la joven ya estaba lista para bajar a cenar, todavía se encontraba molesta con Zoltán por haber arruinado sus momentos románticos. Pero como estaba tan enamorada de él, decidió olvidarlo todo pues quería volver a Inglaterra, llevando tan sólo buenos y hermosos recuerdos.

Así que, cuando llegó a la estancia para compartir una copa con él, se sintió encantada de ver que el pintor estaba de muy buen humor. Y Ella estaba dispuesta a perdonarle todo.

– ¿Vas a bailar muy seguido, Arabella? -inquirió él, siguiendo la conversación sobre música y baile, que había surgido a través de lacena.

– Así es -contestó la joven, pensando que no había por que mentir. Ella era buena para eso y no estando manca ni siendo un monstruo, nunca le faltaban compañeros de baile.

Zoltán contestó con un gruñido, lo cual le indicó a la chica, que no le había gustado su respuesta. Por un instante, pensó que podría estar celoso, pero de inmediato desechó tal idea. Un hombre tan sofisticado no sería capaz de experimentar celos, por tan poca cosa. ¿O sí?

– ¿Tienes alguien con quien salir, en particular? -preguntó él, una vez que Frida limpió la mesa y se fue a la cocina.

– Sólo voy a montar a caballo con Jeremy Craven, casi todos los sábados -contestó ella, lo cual era verdad, pero sin añadir que la familia de Jeremy le agradecía que les ayudara a ejercitar a los animales.

– ¿También ves a ese amigo en otras ocasiones? -inquirió él con ésa mirada fría que ella vio en sus ojos la vez que se conocieron, la cual no le agradó en lo más mínimo. Ahora era cuestión de orgullo.

– Así es. Siempre hay algún lugar a donde ir, algo que hacer, el teatro, una cena -contestó la joven, sin añadir que por lo general salía con varios amigos a la vez y que Jeremy más bien era como un hermano para ella. Como Zoltán se había atrevido a preguntarle sobre sus amigos del sexo opuesto, era muy justo que también ella, satisficiera su curiosidad. Ahora recordaba aquella noche en Budapest en la que él salió, con seguridad a encontrarse con alguna mujer.

– Y tú, ¿tienes muchas amigas? -preguntó ella en forma casual-. ¿Sales con muchas mujeres?

– Perdóname, Arabella -contestó él, después de observarla por unos momentos-. Pero no soy de los que acostumbran contar sus aventuras amorosas a terceros -Ella sintió que la sangre se le congelaba al oír sus palabras-. Sin embargo, -añadió él-, todo mundo sabe que hay una mujer muy especial para mí, cuyo nombre es Szénia Halász.

¡Cómo deseó ella no haberlo preguntado! Cómo se las arregló para no derrumbarse al oír que había una dama especial en su vida, nunca lo supo. Los celos se apoderaron de ella, pero por orgullo, logró aparentar calma, como si aquella revelación no significara nada.