La joven no tenía intención alguna de navegar, pero recordando los expertos movimientos de las manos de Zoltan en la vela y en el mástil, empezó, a imitarlos sin darse cuenta. ¡Cuánto lo amaba! ¡Cuánto deseaba estar junto a él, para siempre! “Zoltan…, mi amado Zoltan”. Iba a pronunciar el nombre otra vez, cuando se acordó de que él debía estar hablando con otra mujer. Los celos volvieron a invadirla. En ese instante, se dio cuenta de que el bote se estaba moviendo.

Como Ella no tenía intención de navegar, procuró atar de nuevo el velero y casi se cae por la borda.

Sin temor alguno, la chica se sentó un momento, mientras el viento alejaba el velero. Se encontraba ya algo retirada de la orilla, cuando memorando la facilidad con que Zoltan había maniobrado el bote, intentó hacer lo mismo, ¡sólo para descubrir que no era nada fácil!

Tratando de conservar la calma, la joven se percató de que si quería evitar problemas, era mejor regresar a como diera lugar. Momentos después, un fuerte soplo hizo girar el velero y el miedo empezó a apoderarse de ella.

“¡Zoltan!, ¡Zoltan!”, pensó con desesperación, mientras otra ráfaga de viento azotaba la frágil embarcación y la inundaba. Ella tenía el presentimiento de que a la hora del desayuno se encontraría en el fondo del lago.

Aunque trató de pensar con lógica y positivamente, comprendía que se encontraba sola en el inmenso lago, pues los botes de motor estaban prohibidos y nadie sabía de su situación como para ir en su ayuda.

Lo primero que tenía que hacer era bajar la vela para evitar que el viento la siguiera alejando de la orilla. Pero, para aumentar sus problemas, en ese momento empezó a llover.

Ella apretó la mandíbula y se previno para luchar contra las fuerzas de la naturaleza. Todo estaba mojado, las sogas, sus manos y su ropa. La lluvia caía a torrentes, empapándola hasta los huesos.

La joven al fin logró bajar la vela y dio gracias al cielo de que no continuara alejándose aún más. Ahora sólo sentía el vaivén causado por las olas y la lluvia. No había más remedio que asirse de donde pudiera, para evitar caer por la borda. Pero también debía sacar el agua del fondo, aunque fuera con las manos.

A Ella nunca se le había ocurrido que un lago pudiera ser tan tormentoso. En ese momento, una gigantesca ola, más grande que las demás, cayó sobre el bote. La chica pensó que nunca saldría de ahí con vida.

“¡Zoltán!”, pensó con tristeza, dándose cuenta de que él no sabía lo que le ocurría. Para entonces, la orilla casi no se podía ver. De improviso, el viento pareció llevar una voz a sus oídos.

– ¡Ara-be-lla! -Zoltán solía llamarla Arabella. Volviéndose, descubrió que había estado mirando en la dirección equivocada pues la orilla estaba al otro lado. Ahora no sólo podía distinguirla a la distancia, sino que también alcanzó a ver que ¡otra embarcación se dirigía hacia ella!

Su emoción se transformó en otra clase de temor: el hombre quien se esforzaba al máximo para salvarla y que estaba poniendo su propia vida en peligro por ella, era Zoltán, el ser a quien amaba.

“Oh, mi amor”, pensó la joven con inmenso cariño. “¡Ten cuidado!” quiso gritar cuando una ola lo golpeó de improviso y casi lo voltea. Con una fuerza sobrehumana Zoltán se las arregló para llegar hasta ella y atar las dos embarcaciones, una junto a la otra. Después maniobró ambas, para llevarlas hacia la orilla más próxima, en medio de aquella torrencial lluvia y el agitado lago.

Momentos después, los que a Ella le parecieron siglos, llegaron a la orilla. Oszvald estaba ahí, listo para ayudar en lo que fuera necesario. Para entonces, la joven era un cúmulo de emociones, que apenas y lograba moverse con voluntad propia.

Zoltán llegó hasta ella y fue él quien a pesar de todo el peligro afrontado, cayó entre sus brazos como un niño. Ella lo abrazó, no queriendo dejarlo ir nunca.

– ¡Oh, Zoltán! -gimió ella-. Zoltán -repitió una vez más-. Pensé que nunca te volvería a ver.

Mas todo el éxtasis se disipó de improviso cuando él la apartó de sí.

– ¡Vete a la casa de inmediato! -dijo él con voz ronca.

Ella lo miró a los ojos y se dio cuenta de que una gran emoción se había apoderado también de él. Su rostro era una máscara labrada que no expresaba nada. Sin embargo, ella podía sentir las emociones tan poderosas que se agitaban en el interior de Zoltán.

– Lo siento -balbuceó la joven, intentando disculparse por su torpeza.

– ¡Ve a darte una ducha!

– Zoltán, yo…

– ¡Después bajarás a cenar!

– Zoltán, escúchame…

– ¡Te espero en la estancia en media hora! -exclamó él-. ¡Estoy harto! ¡Ya es demasiado! -y dando la media vuelta, se alejó furioso de ella. La chica lo siguió bajo la torrencial lluvia, mas cuando llegó a la puerta de la casa de campo, Zoltán había desaparecido.

Quince minutos después, Ella salía de la regadera y se envolvía en una deliciosa y cálida bata. En unos minutos debería bajar y enfrentarse a él. Zoltán le había dicho que estaba harto. Eso sólo podía significar: “¡harto de ti!”

Ahora no tendría otra opción. Ella debía partir a Inglaterra, pues con seguridad, el pintor la echaría. Después de todo, había expuesto su vida por ella y tenía derecho de hacerlo.

Capítulo 9

Un sonido proveniente de la parte baja de la casa, le recordó a Ella que alguien la esperaba en otro lugar. Su pulso se aceleró pues no deseaba bajar sólo para que le dijeran que hiciera su equipaje y se marchara. Pero ya había pasado más de media hora desde que Zoltán le había ordenado estar ahí en treinta minutos. Y nada de lo que ella hiciera o sintiera, cambiaría las cosas. Zoltán estaba enfurecido y cuanto más lo hiciera esperar, sería peor.

Ella se dispuso a bajar, sin dejar de pensar en que lo peor que podría pasarle, era ser corrida por el hombre a quien amaba. Llevaba puesto un vestido de color azul, que hacía resaltar sus ojos. En ese momento, la chica comprendió que lo único que le quedaba era su orgullo. Y no era tanto.

Cuando estuvo frente a la puerta, sintió que los nervios la traicionaban. Pero entendía que había muchas cosas que era necesario discutir, así que se armó de valor y abrió la puerta.

Zoltán se encontraba esperándola, tan alto como una torre. Ella sintió que perdía el control y desviando su mirada hacia otro lado, se disculpó:

– Siento haberte hecho esperar -agregó titubeando y observando que él también se había cambiado de ropa. Sin embargo, la expresión de su rostro parecía la misma- y… también lamento mucho lo dé la embarcación -ella se atrevió a tartamudear-, quiero decir…

– ¡Pensé que eras mucho más inteligente! -la interrumpió él, haciéndola enmudecer-. ¿Acaso no te diste cuenta del clima que prevalecía en el lago? -demandó furioso, completando la frase con algunas palabras húngaras que ella comprendió, tenían que ser majaderías-. Es que acaso no…

En ese momento, el inconsciente de ella trató de defenderse.

– ¡No, no me di cuenta de la situación! -gritó-, muchas veces antes había observado el lago y nunca, nunca…

– ¡Entonces permítame informarle, señorita Thorneloe! -exclamó él, sin dejarla terminar-. ¡Qué el lago Balaton tiene una reputación de poseer las peores tormentas, acompañadas de olas hasta de tres metros de altura!

“Cielos”, pensó Ella, dándose cuenta del peligro en el que había estado. La joven se preguntaba cómo había sido posible para Zoltán, rescatarla de la tormenta. Pero su espíritu flaqueaba, cada vez que lo miraba. Además de estar agradecida con él por haberla salvado, se percataba de que no podía exteriorizarlo demasiado… o él se daría cuenta de lo mucho que significaba para ella.

– Yo… -balbuceó Ella, en un desesperado intento por aparentar estar calmada-. ¡Debiste decirlo antes! ¡Debiste advertírmelo…!

La mirada de Zoltán pareció oscurecerse al decir:

– ¡Nunca me imaginé que se te ocurriría hacer algo tan tonto! -explotó él, completando lo que afirmó con algunas palabras en su propia lengua.

– Bueno… yo… tienes razón… Lo siento -repitió ella su disculpa, recordando en ese momento la aterradora experiencia por la que había pasado y el riesgo tan grande que Zoltán afrontó, para salvarla. Ella sabía que por lo menos, le debía una explicación-. Yo… yo no deseaba usar el velero -dijo con sinceridad-. En ese momento mis pensamientos estaban a kilómetros de distancia…

– ¿Y no era tu intención llevarte la embarcación? -inquirió él, con ironía.

– ¡Es lo que ocurrió!-exclamó ella con más energía pues le parecía que él la había llamado mentirosa.

– ¡Así que te subiste en el bote y las ataduras se soltaron con el viento!

– ¡No! -exclamó ella-. ¡Yo lo hice! Estaba jugando con las cuerdas, cuando de pronto… yo -Ella sentía que era ridículo lo que estaba tratando de decir, pero decidió terminar-, bueno, de repente, el bote se empezó a mover.

– ¿Y pensaste que sería una buena idea ir de paseo?

– ¡No! -negó ella otra vez-, ¡ya te lo dije, en ese momento mi mente estaba en otro lugar! ¡Yo…!

– ¡Ya me lo imagino! -él interrumpió, cortante-. ¿Dónde? -preguntó mirándola con frialdad.

– ¿Dónde qué? -inquirió confundida pues se preguntaba si acaso se había dado cuenta del interés tan grande que él despertaba en ella.

– Dices que tu mente se encontraba en otro lugar, ¿dónde? -él le preguntó, mirándola con fijeza. Ella sintió que se ruborizaba por completo.

La joven necesitaba una buena coartada, que no despertara duda alguna pues no podía permitir que Zoltán se percatara de lo mucho que lo amaba y que se había distraído sólo por estar pensando en una buena excusa para permanecer a lado de él y no tener que irse, Sí, necesitaba pensar en un muy buen pretexto porque no podía confesarle que la verdadera razón por la que se acercó a la embarcación era por los celos que la amistad con su amiga Szénia Halász habían despertado en ella. ¡Sí, ese fue, el motivo por el que desató las cuerdas que sujetaban a la embarcación. Cuando ésta se empezó a mover, ya era demasiado tarde, pera poder hacer cualquier otra cosa.

De repente, como si hubiera caído del cielo, Ella creyó tener el argumento perfecto y empezó a decir:

– Si en realidad deseas saberlo, estaba aturdida, pensando en mi retrato.

– ¿Tu retrato? -repitió él con lentitud y permaneció pensativo por algunos minutos. Zoltán parecía recordar que ese fue el primer día que la dejaba sola en su estudio.

– Así es -murmuró ella, recobrando la seguridad en sí misma y preparándose para responder, en caso de que su pintor le reclamara el hecho de que se haya atrevido a entrar en su estudio mientras él no se encontraba allí, aun cuando se tratara de su propio cuadro…

– ¿Cómo hubiera podido evitar no pensar en eso? -continuó ella triunfante, al ver que Zoltán se había quedado sin habla y la miraba con fijeza-, he estado posando por semanas enteras para ver mí retrato, sólo para descubrir, cuando fuiste a tomar tu llamada, que no has ni siquiera empezado.

La chica prefirió callarse, al darse cuenta de que casi había tartamudeado durante los últimos cinco minutos.

La joven se atrevió a, mirar a Zoltán de soslayo. Estaba prevenida en caso de que él quisiera comentar algo acerca de su vanidad, pero en lugar de eso, dio unos pasos y se volvió, mirándola con frialdad. Ahora era su turno para distraer su atención, con un comentario tonto.

– ¡Debes estar exhausta después de luchar bajo la tormenta! -exclamó muy molesto, señalándole un sillón. Entonces agregó-: Siéntate.

A Ella no le agradaba que le hablaran en ese tono. Pero sabía que ese hombre había arriesgado su propia vida por salvarla y que no era conveniente contrariarlo. Por otro lado, aunque ella gozaba de una condición bastante buena, Zoltán la hacía temblar desde lo más íntimo de su ser, así que decidió obedecer y sentarse.

No conocía la razón por la cual, él no la había corrido antes, pero casi estaba segura de que lo que deseaba era decirle un par de cosas, antes de hacerlo. La joven esperó con paciencia.

Ella sabía que no había nada que la hiriera tanto, como alejarse de él. Lo siguió, con la vista. Zoltán se dirigió hacia la ventana y miró a través de ella. La joven pensaba que el pintor tan sólo estaba eligiendo las palabras adecuadas para lastimarla lo más posible. De repente, Ella se dio cuenta de que Zoltán también se encontraba muy tenso y que no parecía ser capaz de pensar con claridad.

– ¡Tú también debes estar agotado! -exclamó ella sin poder contenerse-, ¡mucho más cansado que yo! -añadió, recordando el esfuerzo casi sobrehumano que Zoltán había hecho para salvarla.

Su respuesta fue un gruñido, era como decirle que no necesitaba que ella ni nadie más le recomendaran lo que debía hacer. Su lenguaje corporal así lo indicaba. El pintor permaneció inmóvil y después de volverse hacia ella por unos segundos, desvió su mirada hacia la ventana.