¡Cuánto lo amaba!, pensó Ella. Y mientras cada centímetro de su ser deseaba ponerse de rodillas frente a él y rogarle que le permitiera quedarse sólo un poco más a su lado, la otra parte de ella, que aún conservaba un poco de orgullo, la hizo ponerse de pie y decir con timidez:

– Me voy claro está -dijo, admirando la ancha espalda de Zoltán.

Pero para su sorpresa, el pintor se volvió con rapidez y dirigiéndose a ella, casi gritó:

– ¡Marcharte!

– Yo… -ella tartamudeó y trató de finalizar con rapidez-. Bueno, comprendo que es natural que desees que me vaya.

– ¡Puedes apostarlo! -gritó él y se dirigió hacia donde ella estaba sentada-. ¿Se puede saber cuándo te indiqué tal cosa? -demandó.

Desconcertada por completo, la joven lo miró boquiabierta pues siempre estuvo segura de que Zoltán quena que se fuera. Su adolorido corazón empezó a latir con rapidez al pensar que él anhelaba que ella permaneciera allí por más tiempo, pero algo la hizo desanimarse. Entonces se atrevió a decir con timidez:

– Oh, mi retrato -dijo la chica, al recordar que a pesar de los desagradables comentarios de Zoltán, él era un hombre responsable y la sola idea de no cumplir con su palabra, lo haría sentirse muy mal. Reconsiderando eso, Ella agregó-: Después de la forma en que arriesgaste tu vida para salvarme hoy, no creo que mi padre tenga la menor duda de que eres, un hombre de honor.

La única respuesta que recibió fue otro gruñido. Eso le indicaba que él no sabía a lo que ella se refería. Entonces se percató de que otra vez se empezaba a sentir confundida. Él era desconcertante.

– ¡Así que quieres irte! -exclamó, atacándola con sus palabras-. No puedes esperar más para volver con el tal Jeremy Craven, ¿verdad?

Atónita ante su acusación, Ella se preguntaba como podría conservar la calma. ¡Era inaudito que él hubiera recordado el nombre de Jeremy!

– ¡Sólo pensé que deseabas que me fuera! -exclamó ella de repente.

– ¿Que te fueras? -repitió él. Aspiró profundo y sorprendentemente, añadió-: ¿Cómo voy a desear que te vayas si me he estado quebrando la cabeza para idear la forma de mantenerte a mi lado?

A Ella casi se le cae la mandíbula al escuchar esas palabras. Abrió los ojos al máximo y sintió que la sangre se agolpaba en sus mejillas por la emoción. ¡Zoltán deseaba tenerla a su lado!

– Yo… tú… -balbuceó ella incoherente, mas nada de lo que había escuchado le parecía lógico-. ¿Por qué? -añadió.

Zoltán reaccionó avanzando con grandes pasos hacia una de las sillas y con un movimiento impaciente, la colocó junto al estrecho sillón donde ella estaba. Pero cuando la chica pensó nerviosa, que Zoltán se sentaría junto a ella, él se alejó de inmediato, unos cuantos pasos.

– No creo que sea nada nuevo para ti, el hecho de que te encuentre atractiva -gruñó él, como si hubiera dicho todo lo contrario, pensó ella. Una de dos, o mentía o su corazón se aceleró. Lo cierto es que el pintor estaba tan nervioso como ella…

– ¿M… me encuentras a… atractiva? -balbuceó la joven.

– Atractiva, excitante y bella -dijo él. Su voz había perdido su dureza. Entonces caminó hacia la silla y se sentó-. He pensado eso desde el día en que vi tu fotografía… y no he cambiado de opinión.

¡Dios mío! pensó la chica, sin poder creer lo que oía.

– Pero… creí que te era antipática -exclamó ella, mientras hacía todo lo posible por mantener los pies en el suelo.

Entonces se dio cuenta de que los ojos de Zoltán la miraban con intensidad. Su corazón se aceleró aún más y las ideas se arremolinaban en su mente.

– Todo lo contrario -continuó él, de improviso-. Es un hecho Arabella, que he llegado a apreciarte más y más con cada nueva faceta tuya que conozco.

– Oh -murmuró la joven. Y mientras su corazón latía con fuerza, dijo-: Si has llegado a apreciarme más y más, por tu actitud de los últimos días, yo diría que al principio me odiabas.

– ¿Acaso debo sentirme alegre de que hayas notado que no he estado en mis cabales estos últimos días? -dijo él. Su mirada era cálida.

Ella no supo qué contestar pues se había quedado sin habla.

– Perdóname si nunca te dije que te quería y si nunca te expliqué el porqué de mi extraño e irracional comportamiento.

El orgullo le decía que debía pedirle que continuara explicándole: ¿Por qué se había comportado como tigre enjaulado cada vez que ella estaba cerca? Pero su corazón sabía que no había necesidad de aclarar nada. Simplemente lo amaba.

– Tu padre me envió una fotografía tuya y pensé que eras la mujer más bella que yo había visto en mi vida -Ella se sintió en las nubes sólo para caer de, inmediato al escucharlo decir-: Lo que hace más irracional el hecho de que me haya propuesto despreciarte y pensar todo eso sobre ti.

– ¡Vaya! -murmuró ella y añadió con sarcasmo-: ¡Que amable en decírmelo!

– Tal vez me lo merezco -replicó él-. Cuando empecé a pintar retratos, tuve muchas modelos hermosas, pero con frecuencia descubrí que la belleza era superficial.

En ese momento, Ella recordó que Zoltán le había pedido más tiempo para conocer el objeto de pintar. Entonces se preguntó si él habría logrado penetrar tanto, como para descubrir su secreto.

– Tú… eh… ¿trajiste a tus… esas otras modelos a vivir aquí?

– ¡Ni una sola! -exclamó él sin pensar dos veces. Su mirada profunda y cálida se volvió hacia ella-. Tú, Arabella -dijo-, siempre fuiste diferente.

– ¿Lo fui?-balbuceó Ella, como hipnotizada.

– Por supuesto -contestó él como si no hubiera duda alguna. Aunque, puesto que era obvio que Ella no tema idea en qué consistía la diferencia, él se inclinó hacia ella y con su mirada fija en la de la chica, trató de explicarse-: Dejé de pintar retratos. Pero después de contemplar tu rostro, me dije a mí mismo que tenía que pintar tu cuadro.

Ella decidió no mencionar el hecho de que ni siquiera lo había comenzado, a pesar de todas esas horas en que posó para él.

– Entonces… tú persuadiste a mi padre de que me enviara a tú casa -murmuró ella.

– Y mientras te esperaba con impaciencia, hacía todo lo posible por convencerme de que tu hermosura era sólo superficial y que carecías de belleza interior.

– ¡Entonces no podías haber estado tan ansioso por mi llegada! -protestó-. Yo te llamé desde el hotel cuando llegué y ¡no mostraste mucho interés por conocerme!

– Estaba confundido.

– ¡Confundido!

– Sí deseaba verte, pero al mismo tiempo tenía miedo de que fueras como te imaginaba; sin belleza interior. Yo me había convencido también de que tendrías una voz horrible… y ¿qué es lo que escuchó…? -hizo una breve pausa para sonreír-. Una hermosa voz a través del auricular.

– ¿Por qué decidiste que te sería antipática? Sé que no quería que pintaras mi retrato y que fue desagradable para mí tener que viajar hasta Hungría, pero no había hecho nada para provocar tu hostilidad.

– ¿No, querida? -inquirió él-. Fue suficiente que provocaras emociones tan fuertes dentro de mí.

Ella abrió aún más los ojos.

– Eh… ¿en verdad? -preguntó la joven con voz débil-. ¿Qué fue lo que hice?

– Para empezar, no tuviste que hacer nada -contestó él-. Apenas vi tu fotografía… y ya no pude sacarte de mi mente.

– ¡No!-exclamó, suspicaz.

– Claro que sí -la contradijo él-. Tengo treinta y seis años. Es ridículo que a mi edad me provoque desvelo una cara bonita y que me dé por checar los vuelos desde Londres en esas horas de insomnio.

– ¡Dios mío! -murmuró incrédula, mientras su corazón palpitaba sin control-. Así que como te di insomnio, decidiste que yo debía serte antipática.

– Traté de convencerme de eso -corrigió él-. Es extraño para un hombre de mi edad enamorarse de alguien sólo por una fotografía. Dispuse que la cura era conocerte. De esa manera me daría cuenta de que sólo tu belleza era lo que me había impactado, que serías superficial y vana. Luego podría volver a dormir con tranquilidad.

– Por lo cual resolviste aceptar hacer el cuadro.

– Así es. Entonces llegaste y fue ahí donde mis problemas comenzaron.

– Al otro día me hablaste y me ordenaste que fuera a tu casa.

– ¡Y tú me mostraste lo que pensabas acerca de mis órdenes, tomándote tu tiempo! -exclamó él.

– Dijiste que ahí empezaron tus problemas.

– Lo dije -confirmó él-. Ahí estaba yo, pensando que después de unos días de estar contigo, no soportaría tu presencia y te mandaría con mucho gusto de regreso a Inglaterra. Pero cuando te conocí descubrí que mientras más te veía, más deseaba que te quedaras. Por eso decidí demorar lo más posible el cuadro, para que no tuvieras que irte.

¿Qué estaba diciendo? La joven parecía atrofiada para pensar con claridad. No era viable que Zoltán estuviera tan interesado en ella.

– Me parece que… argumentaste necesitar tiempo para… familiarizarte con el objeto a pintar.

– ¡Y vaya que me hizo bien llegar a conocerte mejor! -exclamó él con emoción-. Mi teoría se desmoronó.

– ¿Qué teoría?

– Para arrancarte de mi mente, me propuse comprobar que eras arrogante y superficial. Excepto que lejos de descubrir que eras una horrible mujer sin nada en la cabeza, me encontré con la chica más encantadora que había conocido. Eso no me llevó mucho tiempo -continuó-. De hecho, la primera noche durante la cena -su mirada fija en los ojos de ella, le impedían mirar hacia otro lado-. Quedé prendado de ti. Tu orgullo y tus buenas maneras para con la servidumbre; la lista, hermosa -dijo él con voz suave-. Es interminable.

– ¡Zoltán! -Ella trató de respirar pues no sabía con exactitud qué cosa pasaba, tal vez algo en sus ojos, su rostro, su temor o su esperanza, es lo que Zoltán había visto en ella. En ese momento, él estrechó sus manos.

Después, el pintor se ladeó hacia ella y como si necesitara un poco de aliciente, dijo con mucha suavidad:

– Mi amor -y suspiró-, bésame, bésame si deseas que continúe.

Fue entonces su turno de apretar las manos de Zoltán con mayor firmeza. Inclinándose, acercó sus labios a los de él y los besó.

– ¡Arabella! -exclamó febril cuando ella se apartó. Y en un instante se sentó junto a la joven en el sillón.

– Perdona mi impaciencia -murmuró él, después de besarla con ternura-. Sé que debí de haber esperado, decírtelo todo y explicártelo. Pero… mi querida y amada Arabella, mis emociones son demasiado fuertes. Verte en medio de aquella tormenta y en ese pequeño velero a punto de hundirse, fue la experiencia más espantosa de mi vida… -Zoltán hizo una pausa para aspirar profundo-. Aún no me recupero.

– Lo siento, lo siento mucho -Ella se apresuró a decir, percibiendo el calor de sus manos en las de ella.

– Yo también lo lamento -replicó él-, por esas veces en que fui grosero, desagradable… y enloquecido por los celos.

– ¡Celos! -exclamó ella-. ¿Estabas celoso?

– Desde la primera noche que pasaste bajo mi techo -contestó él, mientras ella lo miraba incrédula-. Estábamos cenando y todo iba viento en popa. De improviso, hablaste de tener que empezar a trabajar. Yo estaba convencido de que había alguien en Inglaterra. Algún hombre, con quien querías regresar.

– ¡Oh, Zoltán! -suspiró ella-. No hay ningún hombre en Inglaterra con quien quiera estar.

Por su honestidad, el pintor la premió con unas dulces palabras en húngaro, las cuales, acompañadas del beso más hermoso de su vida, con seguridad hablaban de amor.

– Arabella -dijo en inglés-. Esa primera noche que pasaste en mi casa, me sentí asediado por los celos y decidí alejarme de ahí para analizar mejor las cosas.

– Y te saliste de la casa -murmuró ella, evocando el episodio.

– Fui a una fiesta a la que me habían invitado -le confesó-. Pero no pude apartarte de mi mente. Y cuando después de haber pasado la noche pensando en verte en el desayuno, me hiciste enojar al tratar de hacerme iniciar el cuadro…

– Nunca traté de… -comenzó a protestar, pero al ver la sonrisa en los labios de Zoltán, se abstuvo de continuar.

– Como sea, me hiciste rabiar -prosiguió él- y me fascinó ver tus hermosos ojos azules cuando te enfureciste. Me llamaste artista temperamental -le recordó-, y añadiste a la larga lista de cosas que me agradan de ti, el haberme hecho cambiar de humor en cuestión de minutos.

Ella lo miró por largos y amorosos momentos.

– Pensé que me despreciabas por no tener un empleo.

– ¡No tener empleo! -exclamó asombrado-. Por lo que me has dicho, lo cual es tan sólo una pequeña parte de todo, no tienes ni tiempo de buscar un trabajo donde te paguen.

– Mi padre se opone. Ese es uno de nuestros problemas.

– Estoy seguro de que le has dicho al señor Rolf todo cuanto piensas acerca de eso -dijo él con una maravillosa sonrisa.

– Se podría decir que sí -agregó ella riendo y lanzando la cabeza hacia atrás. Entonces vio que Zoltán la miraba fijamente y su risa había desaparecido.