– Arabella, mi amor, ¡te amo!

Ella no supo qué decir. Sólo se quedó inmóvil observando la tierna expresión de los ojos de Zoltán.

– Me… -balbuceó ella-,… ¿me amas?

– ¿No es eso lo que te he estado diciendo todo este tiempo?

– Oh…

– ¿Acaso no me entendiste cuando te pregunté si deseabas que continuara?

– ¡No! -dijo apresurada-. Quiero decir, deseaba que me amaras, pero… no pensé que lo hicieras.

– ¿Deseabas que te amara?

– Sí -dijo ella, después de un momento de mirar con pasión los ojos de Zoltán-. Lo anhelaba.

– ¿Porqué?

– ¿Por qué?!-repitió Ella sin entender-. Porque… yo siento lo mismo.

– ¿Me amas como yo a ti?

– Oh, Zoltán -exclamó la joven. Su mirada, su amor y todo en él, le imploraba continuar-: Sí, sí, sí -le dijo-. Te amo tanto.

Por un segundo, Zoltán continuó mirándola con fijeza. Entonces una sonrisa se formó en sus labios y él la tomó en sus brazos.

– Mi amor -suspiró el pintor antes de besarla larga y profundamente.

Momentos después, él se apartó un poco para contemplar su rostro, volver a besarla y estrecharla con fuerza. Ella puso los brazos alrededor de su cuello, apenas atreviéndose a respirar por temor a que el sueño se desvaneciera.

Pero no era ningún sueño, Zoltán se encontraba de nuevo deleitándose en sus brillantes ojos de infinito azul que lo observaban a su vez, extasiados.

– ¿Acaso no es de extrañar que mi corazón se agitara con rapidez cuando entré y te vi por primera vez? ¿Y que además, mientras te esperaba para cenar esa noche, haya sido tan impaciente que me atreví a subir por ti con la excusa de haber olvidado decirte que la cena era a las ocho?

– ¡Tú sabías que Frida me informó!

– Sí, lo supe -admitió él-. Me había enamorado de ti y me era muy difícil tratar de no sentir nada.

– ¡Me amabas desde entonces! -exclamó ella-. ¡Y yo pensando que me aborrecías! ¿Te enamoraste de mi fotografía?

– Yo mismo no lo podía creer -dijo él, sonriendo-. Por eso luché contra eso, pues pensaba que era ridículo. Y sin embargo, no me tomó mucho tiempo descubrir que no sólo eras hermosa físicamente, sino que tu alma y tu mente, también eran bellos. Que en realidad eras una criatura adorable.

– Nunca me imaginé…

– No se suponía que lo hicieras.

– ¿Porque tú estabas todavía tratando de librarte de tus sentimientos?

– Liberarme, hacerlos a un lado o negarlos -continuó él-. Llegaste a mi casa un viernes y el domingo, aun negando lo que mi corazón decía, yo, quien siempre apreció la verdad por sobre todas las cosas, mentí como todo un profesional al inventar la historia de que Frida sufría de reumatismo.

– ¿Entonces no estaba enferma?

– Ni un poquito.

– Pero… ¿por qué mentir con semejante cosa, si…?

– Mi amor, ¿no te das cuenta aún de como soy yo? Quería estar solo contigo, pero en esos días en que trataba de aprender a controlar mis sentimientos y esconder mis emociones, las cuales no quería reconocer ni confiar, pensé que era mejor estar solos pero no en mi estudio.

– ¿Sólo conmigo, pero entre la multitud?

– Fue horrible para mi también, créeme -dijo él-. Estaba incrédulo de que pudiera enamorarme de una imagen. Yo deseaba conocerte en persona y darme cuenta por el modo en que te enfurecías contra mi de que estabas más dispuesta a odiarme que a amarme; pero también quería estar a tu lado. Así que le pedí a Frida que nos dejara desayunar a solas ese domingo por la mañana.

– Después inventaste la historia de su reumatismo, ¿verdad? -dijo ella, sonriendo.

– Y cuando me encontraba aún tratando de negar que yo pudiera estar en semejante situación, descubrí para mi asombro que eras y eres, una adorable persona que se interesa por los demás y que estaba más que dispuesta a sustituir a mi ama de llaves hasta que se recuperara.

– Cualquiera haría eso -agregó ella. Zoltán la miró escéptico-. Pero si Frida no sufría de reumatismo, ¡debe de haberle parecido excéntrico que yo haya tratado de preparar la comida y la cena ese día!

– Tal vez, si yo no le hubiera dicho nada.

Ella lo miró sorprendida y Zoltán no pudo resistir el besarla con pasión y estrecharla en sus brazos con fuerza y con tanto ardor, que la joven se olvidó de todo.

– Pero… -dijo ella tratando de tomar aire-, me besaste esa noche -murmuró como entre sueños. Entonces recordó cómo Zoltán le había dicho que Oszvald era un magnífico cocinero-. ¿Es verdad eso?-inquirió.

– No tengo ni la menor idea -dijo él, con cierto brillo en la mirada que por fortuna, vibraba a la misma frecuencia que ella-. Sí. Te besé esa noche. Estabas bellísima con tu vestido color verde de suave terciopelo y con tu hermoso cabello color de fuego deslizándose por tus hombros. La velada había sido encantadora. ¿Es raro que perdiera el control de mí mismo? ¿Que en el instante de tocarte deseara tomarte entre mis brazos y besarte con todo mi amor?

– Yo… eh… nunca había sido besada de ese modo -dijo ella, tímida.

Con ternura, él depositó un dulce beso en su frente. Entonces la miró con amor.

– Tú dijiste algo parecido en ese momento -murmuró él-. Supe entonces que eras virgen y que debía protegerte. Lo cual -añadió de inmediato-, hizo necesario que me controlara rápidamente. Tú, mi amor -entonces suspiró profundo y añadió-: habías respondido de maravilla, pero yo tuve miedo de volver a tomarte entre mis brazos. En ese momento me parecía que debía protegerte… ¡contra mí!

– ¡Oh, Zoltán! -musitó ella con voz cálida. Él la volvió a besar con cariño.

– Ese domingo fue prodigioso para mí -dijo él, momentos después-. La comida fue increíble y me encantó ver el interés con que me hacías preguntas y lo alegre y llena de vida que parecías en mi compañía. Y la velada fue cerrada de manera espectacular contigo en mis brazos. No es de extrañar entonces que el lunes hubiera reconocido que te amaba con todo mi ser. Pero mi mente estaba aún confundida. La situación era nueva para mí. Y tuve que ocultar mi amor cuando, en el desayuno, me di cuenta de que te arrepentías de todo.

– No era que me estuviera lamentando -Ella se apresuró a decir-: Ni tampoco que deseara molestarte. Sólo eran, nervios, creo yo.

– Mi amor -dijo él-. Pude haber hecho todo más fácil, ¿verdad? Pero en ese momento me encontraba apesarado de haber aceptado pintar tu retrato. Las cosas -declaró-, no habían salido como yo pensaba. De acuerdo a mi teoría, debías ser por completo egocéntrica y perezosa. Pero no, tú eres una persona sensible y encantadora y ya ni sé en qué situación me encuentro ahora.

– Cariño… -murmuró ella con suave voz.

– ¿Te extraña ahora que necesitara provocar tu agresión? Esa impertinente mujer que me quería obligar a empezar su retrato, me haría como a un hilacho… si yo se lo permitía.

– ¿Eso pensaste? -exclamó ella asombrada, sintiéndose más confiada en sí misma. Zoltán, el hombre de sus sueños, la amaba y ninguna otra cosa le importaba ya-. Dime más -dijo sonriendo.

– Entonces decidí que viniéramos aquí, al lago -continuó él-. También pensé que, puesto que el sólo mirar tus sensuales labios hacía que casi perdiera el control de mí mismo, era mejor que me pusiera a trabajar en algo, alejado de ti.

– Estuviste muy ocupado toda la semana -recordó Ella.

– A pesar de todo, estuve a punto de ceder, pues siempre estaba junto a ti. Una semana después de que llegamos aquí, un día en mi estudio, pensé que había sido demasiado duro contigo. No pude concentrarme en mi trabajo, imaginándome que había herido tus sentimientos. Entonces fui a buscarte…

– Ese fue el día que salí a pasear en la bicicleta de Oszvald…

– Fue lo que descubrí.

– ¿Te enojaste conmigo?

– Al principio, no -dijo él-. Me pareció divertido que hubieras pedido a Oszvald su bicicleta para salir a pasear. Recuerdo haber pensado, qué linda, mientras sacaba el auto para ir por ti.

– ¡No me digas! -exclamó ella, a pesar de ver en el rostro de él, que estaba diciendo la verdad-. Tu buen humor cambió cuando por fin me encontraste.

– Estabas bebiendo con un extraño, divirtiéndote con otro hombre. ¡No me pareció en absoluto grato, mi amor! -añadió cual niño malcriado.

– Me acusaste de “coquetear” con los hombres en los bares -recordó ella.

– Discúlpame.

– Está bien -agregó ella radiante.

– Por la manera en que azotaste la puerta del automóvil, pensé que harías el equipaje de inmediato para irte.

– Lo hice.

– ¿De veras?

– Saqué las maletas, pero…

– ¿Qué? ¿Por qué no te fuiste? -Zoltán insistió-. Habla, mi amor, quiero sentir que confías en mí y que puedes decírmelo todo, ya que entre nosotros no hay secretos.

– Es el secreto más grande que he tenido -murmuró ella-. Estaba tan furiosa que no me importaba que mi padre hiciera un infierno de mi vida por regresar a casa sin el cuadro. De improviso me di cuenta de que no podía irme.

– ¿No podías?

– No podía porque… porque estaba enamorada de ti.

– Estabas ena… ¡lo supiste entonces!

– Fue un terrible impacto -confesó ella y después de pensar por un rato añadió-: Aunque supongo que debí haberme percatado antes.

– No estarás pensando alejarte de mí, ahora, ¿verdad?

– Ni soñarlo -dijo ella con una sonrisa. Entonces, se besaron.

– ¿Cómo podrías haberlo sabido antes?

– En principio, ningún hombre me había hecho sentir tantas emociones como tú. Aún antes de verte, estaba enfurecida contigo después de tu llamada al hotel. Tienes más facilidad de hacerme rabiar que ninguna otra persona. Sé que no suena muy romántico, pero lo que quiero decir es que tienes la posibilidad de alterar mis sensaciones.

– ¡Cuéntame más! -dijo él riendo.

– Un día -continuó ella-, me aseguraste que el lago se congeló en diciembre. Entonces me asombró el hecho de que me quisieras tener aquí, hasta esa fecha.

– ¿De verdad? -inquirió él, con expresión seria-. Y yo tenía tanto miedo de que te fueras, especialmente al verte tan furiosa ese día. Luego me prometí a mí mismo controlarme más y tratar de que me perdonaras -confesó mientras ella lo miraba con amor-. Pero esa misma tarde, aun cuando me divertía lo que habías dicho, de improviso sentí un escalofrío y pensé que estaba en peligro de revelar mi secreto. Si te enterabas sería lá ruina. Temí que salieras corriendo para Inglaterra.

– ¡Zoltán! -dijo ella con infinita ternura, mientras llevaba una mano hasta la mejilla del pintor, misma que él atrapó entre sus manos y llevó hasta sus labios-. Después me dijiste que empezarías a trabajar en el cuadro a la mañana siguiente.

– Y a pesar de adorar cada minuto que pasamos en el estudio debí haberme dado cuenta de ello, antes de decidir darte un masaje para aflojar la tensión de tus músculos, lo cual, fue un error.

– Entonces, las cosas empeoraron…

– ¡Empeoraron! -exclamó él-. Querida, con sólo sentir tu piel, me alteraba. Tenía que besarte. Y cuando me encontraba luchando con todas mis fuerzas contra ese sentimiento, me ofreciste tus labios y yo olvidé todo… hasta que tu timidez te venció. Mi amada Arabella -murmuró-. ¿Es de extrañarse que con mi autocontrol a punto de derrumbarse, tuviera miedo siquiera de tocarte? Tú, mi amor, tienes el poder de estremecerme al instante.

– Yo… eh, me alegra oír eso -dijo ella con una sonrisa-. ¿Es por eso que no te presentaste a la comida ese día?

– Tenía que mantenerme alejado de ti -admitió él-. Después mientras comía solo en mi estudio, me preguntaba cómo podrías haber respondido con tanta espontaneidad de no sentirte atraída por mí.

– ¿Qué fue lo que decidiste?

– Mi mente en ese entonces y aún ahora, era un torbellino de ideas encontradas. Así que determiné buscarte.

– Me encontraste a orillas del lago y resolviste llevarme a dar un paseo.

– ¿Te importaría olvidarte del lago en este momento? -inquirió él, tranquilo.

– Está bien -dijo ella al instante-. Así que regresamos de un hermoso paseo y tú tuviste que comportarte como una bestia y arruinarlo todo.

– La culpa fue tuya por recordarme lo de tu amiguito del bar al preguntarme por la bicicleta de Oszvald -dijo Zoltán, casi gruñendo.

– Oh, te amo -murmuró ella con voz tímida, deleitada cuando Zoltán la acercó a su cuerpo y comenzó a besarla.

Muchos minutos más tarde, aunque parecían segundos, él se separó un poco de ella.

– Para evitar que me vuelva loco, sin mencionar la confianza que depositó en mí, tu padre, creo que es mejor hablar un poco más.

– ¡Qué pena! -dijo ella con malicia y ambos comenzaron a reír.

– ¡Eres terrible! -dijo él y después de unos minutos de silencio-: A propósito de tu amigo del bar, espero que no tengas ningún plan de verlo de nuevo.

– ¡Por supuesto que no! -replicó ella con firmeza.