El pensar en el ambiente que le esperaría en Inglaterra, la hizo desistir de semejante idea. El único problema era que al tal Zoltán Fazekas parecía no importarle que ella estuviera ahí. ¡Pero ella no se rebajaría a llamarlo de nuevo!

Una vez en su habitación, decidió salir a dar un paseo y conocer algo de esa ciudad dividida por el Danubio. La joven acababa de tomar su bolso de mano, cuando sonó el teléfono.

– Hola -saludó al descolgar el auricular.

– Supongo que podrás llegar hasta aquí sin ayuda -dijo una masculina voz.

– ¿Cómo? -inquirió ella. De alguna manera la actitud del artista la molestaba.

– ¡Que salgas del hotel y vengas para acá! -replicó él, en el mismo tono. Ella se sintió en extremo irritada. ¿Quién diablos se creía el tipo que era para darle órdenes? No acababa ella de escapar de un tirano para ir a dar con otro-. ¿Tienes mi dirección? -inquirió él, como si la conociera de años.

– Sí la tengo, pero…

– Mientras más pronto comencemos, mejor -la interrumpió Fazekas y una vez más colgó el auricular sin siquiera despedirse.

Ella exhaló enfurecida sin saber qué la irritaba más, si la despótica actitud del tipo, o el hecho de que parecía querer deshacerse de ella sin haberla visto ni una sola vez.

¡Bien podría él arrojarse al río! La joven no estaba dispuesta a obedecer órdenes de nadie. Así que salió de su habitación y se dirigió a comprar algunas tarjetas postales. Tiempo después, se dedicó a escribir a algunos parientes, a Gwennie y a la señora Brighton, así como a todo el personal en Thorneloe Hall. También les envió tarjetas postales a algunos amigos, a su hermano y al otro tirano que conocía: su padre.

Después de depositar las tarjetas en el correo y terminar su café en el restaurante del hotel, aún se sentía reacia a ir a la casa del pintor. Entonces recordó al viejo señor Wadcombe, acabado de salir del hospital. De seguro, también le gustaría recibir una postal de Hungría.

Luego de seleccionar, comprar y enviar la tarjeta, Ella regresó a su habitación y tomó una ducha. Después de cepillar su largo y hermoso cabello rojizo, se puso un conjunto de vestir color ámbar y comenzó a empacar el resto de su ropa. Entonces bajó a la recepción a liquidar su cuenta.

Bajo el sol de mediodía, se introdujo en el taxi que la llevaría al hogar del tal Zoltán Fazekas. Ella no era una persona nerviosa, pero al ver la forma de manejar del chofer, la chica se preguntó si habría reglas de tránsito en Hungría. Aunque en realidad su nerviosismo no tenía nada que ver con la velocidad del vehículo.

La residencia de Zoltán Fazekas se encontraba en un área exclusiva de la ciudad, en las llamadas Colinas Buda, que estaban del otro lado del Danubio.

– Köszönöm -agradeció ella en húngaro al taxista, al mismo tiempo que le daba una generosa propina, una vez que llegó a su destino.

Cuando el taxi partió, Ella se volvió hacia la pequeña, aunque vistosa, puerta frente a ella y tocó el timbre. Una mujer regordeta vestida de color azul marino acudió a su llamado.

– Jó napot -la saludó en tono grave y, notando las maletas en el piso, abrió la puerta de par en par, indicándole en apariencia que la estaba esperando-. ¡Oszvald! -gritó hacia adentro, y en seguida pronunció una serie de palabras que Ella no entendió-. Nem, Oszvald -dijo, señalando las maletas. Tal parecía que él era el encargado de llevarlas adentro. Entonces apareció un hombre de baja estatura, igual de regordete que la mujer y, en apariencia, de la misma edad. Ella entró en el recibidor y se encontró con Oszvald.

– Jó napot -murmuró el hombre y, tomando las maletas, se dirigió hacia una amplia escalera al fondo de la habitación.

– ¿Habla usted inglés? -preguntó Ella a la mujer, quien la miró sin comprender.

Puesto que Zoltán Fazekas no estaba ahí para preguntarle quién era la regordeta mujer, la joven decidió seguirla por la escalera sin decir nada.

La casa tenía varios pisos, pero la habitación a la que fue llevada se encontraba en el primero. La alfombra era de color crema con leves tonos de color rosa igual al de los muros. Los bellos muebles eran de exquisita madera de caoba y una grande y mullida cama se encontraba en el centro. También había otra puerta en la habitación, la cual abrió la mujer regordeta para revelar su agradable cuarto de baño.

– No comprendo -se disculpó Ella al escuchar una serie de incomprensibles palabras en húngaro que la empleada acababa de pronunciar. Sin embargo, el lenguaje internacional de gestos y señales le ayudó a comprender cuando la mujer se acercó a ella señalando al número dos en su reloj.

– ¡Ebéd!

– Köszönöm -respondió Ella con una sonrisa, contenta de ver que la mujer la dejaba a solas. No tenía idea de cuánto tiempo se tardaría Fazekas en pintar un retrato, pero en verdad esperaba que fueran días, en lugar de semanas.

Poco antes de la una, salió de su habitación y se dirigió al recibidor, esperando que el ama de llaves, si en verdad era ese su papel, saliera a ver que se le ofrecía.

Una vez abajo, se percató de una puerta que estaba entreabierta. Se encaminó hacia ella y penetró en el recinto, el cual resultó ser un confortable estudio, exquisitamente amueblado.

Su estómago tenía la esperanza de que fuera la cocina, pero al no ser así, ella se sentó en un sillón a esperar que algo pasara.

A la una y media, nadie había aparecido ni olía a comida por ningún lado. Ella pensó ir a algún restaurante, pero después de pensar un poco, decidió esperar. Después de todo, era su culpa no haber ido de inmediato cuando el pintor le había dicho.

Al diez para las dos, se puso de pie y se dirigió a la ventana para asomarse a la calle. Se encontraba contemplando a un delgado hombre, cuando un ruido a su espalda la hizo volverse.

Él debe de ser Zoltán Fazekas, pensó al ver al hombre de gran estatura, de aproximadamente treinta y cinco años de edad, complexión robusta y cabello oscuro.

¡Y esos profundos ojos grises! El hombre era en verdad atractivo, pensó ella, mientras él la recorría con la mirada, observando su atractivo cabello rojizo, su blanco y suave cuello, sus largas y bien formadas piernas…

– Zoltán Fazekas -dijo él de improviso, extendiendo una mano.

– Arabella Thorneloe.

– Espero que te guste tu habitación. Si necesitas algo, pídeselo a Frida -agregó el hombre con seriedad.

– ¿Frida? -inquirió ella, sin poder evitar levantar el rostro en un gesto un tanto arrogante. No era muy agradable ser tratada de tú sin haber sido presentados.

Por un momento, Fazekas la observó en silencio.

– Mi ama de llaves -contestó después.

– ¿La mujer que me abrió la puerta? -Frida nunca me interrumpe cuando trabajo -dijo él, asintiendo con un movimiento.

– ¿Qué significa ebéd? -inquirió ella.

– Que es hora de comer.

Ella sintió la necesidad de apartar la mirada de aquellos ojos grises.

– Bien -comentó la joven, viendo su reloj, el cual marcaba las dos-. Me muero de hambre.

Ella nunca había conocido a un hombre así. Todo en él la hacía decir cosas que nunca diría en condiciones normales. Su educación le hubiera impedido externar su deseo de comer en una casa a la cual acababa de arribar y ante un hombre desconocido. Dándose cuenta de que sería mejor disculparse, se volvió a su anfitrión, pero una ligera sonrisa en sus labios, los cuales por cierto, eran bastante atractivos, le impidió hacerlo.

– Si me acompañas -sugirió él-, te alimentaré antes de que te desmayes en mi presencia.

– Tu inglés es excelente -comentó ella al entrar de nuevo en el recibidor, mientras Fazekas la seguía. Él no contestó, lo cual era de esperarse. Sin pensar, Ella preguntó-: ¿Quién es Oszvald?

– El esposo de Frida -respondió él mientras la guiaba hasta un gran comedor donde el ama de llaves los esperaba.

Ella tomó el asiento que Zoltán Fazekas le ofreció, antes de sentarse frente a ella. Entonces, Frida sirvió la sopa.

“Vaya ambiente de fiesta”, pensó la joven con sarcasmo, mientras la empleada le servía al pintor. Aunque cuando Fazekas hizo un comentario, Ella descubrió que Frida sabía sonreír.

Sintiéndose rechazada y no bienvenida, la joven se preguntó por qué Zoltán Fazekas había accedido a pintar su retrato. Pero, después de todo, ella tampoco había ido por su propia voluntad.

– ¿Te agrada la sopa? -comentó él, de repente, interrumpiendo sus pensamientos.

– Está deliciosa -contestó ella-. ¿Qué es?

– Jókai bableves -respondió Fazekas-. Sopa de frijol. El nombre viene del famoso escritor húngaro Mor Jókai.

– ¿Tienes aquí tu estudio?

– Todo el último piso es mi lugar de trabajo.

En ese momento, el ama de llaves regresó a servir el platillo principal: carne y verduras.

– Estuviste trabajando en la mañana, ¿verdad? -inquirió ella, mientras partía una papa.

– Siempre, hay algo que hacer, ¿no crees?

¿Por qué sentía ella como si estuvieran peleando?, se preguntó la joven al continuar comiendo. De alguna manera, creía que Zoltán Fazekas le era antagónico a Arabella Thorneloe desde antes de conocerse.

– ¿Comenzaremos a trabajar esta tarde? -inquirió con cierta rudeza. El resultado fue peor para ella, pues tuvo que soportar que aquellos inquietantes ojos grises la escudriñaran en completo silencio.

Más tarde, no podía borrar a Zoltán Fazekas de su mente cuando se encontraba desempacando su ropa. Sobre todo le molestaba el hecho de que mientras más trataba de no pensar en él, más recordaba la atractiva, por no decir, exquisita forma de su boca.

Ella no tenía por qué agradarle a la fuerza, pero era injusto que él sintiera tanta antipatía gratuita por ella. Tomando algunas prendas que se habían arrugado durante el viaje, la joven salió de su habitación, deseando que a Fazekas se le acabara el color que más necesitara.

Una vez en la cocina, tuvo la suerte de encontrar el cuarto de lavado, donde también descubrió una plancha. Mientras más pensaba en su situación, más molesta se encontraba. Bien, ahora ya estaba en Hungría, pero el señor ejecutante aún no parecía estar listo para comenzar el cuadro, pensó, tomando otra prenda para planchar.

Cuando terminó, estaba más tranquila. Tal vez esperaba demasiado. Un artista de esa categoría no iba a dejar todo para pintarla a ella en cuanto llegara.

En eso, Frida irrumpió en la cocina, haciendo una mueca de horror al verla en el cuarto de lavado.

Por un momento, Ella se quedó desconcertada al escuchar el tumulto de palabras en húngaro que salían de boca del ama de llaves.

– Lo siento -se disculpó, pensando que había cometido algún error.

Después de varios gestos y señas, Frida le indicó que era su deber lavar y planchar. La joven replicó que ella lo podía hacer, pero no logrando convencerla, se rindió.

– Köszönöm -le agradeció con una sonrisa. Estaba a punto de regresar a su habitación con su ropa recién planchada, cuando Frida señaló su reloj.

– ¡Vacsora! -dijo sonriéndole, al mismo tiempo que le indicaba las ocho en punto.

– Köszönöm -contestó Ella y salió de la cocina, segura de que la cena sería a las ocho.

Esa noche, al contemplarse ante el espejo antes de bajar al comedor, se sentía de mejor humor. Se había bañado y puesto su elegante vestido de lana con mangas cortas y estaba complacida con su apariencia. En eso, alguien llamó a la puerta.

– ¡Hola! -exclamó con sorpresa al ver a Zoltán Fazekas. Pero de inmediato se dio cuenta de su ridículo saludo pues después de todo, él vivía ahí. “¡Dios, qué atractivo es!” no pudo evitar pensar al observarlo en su impecable traje oscuro mientras él miraba los brillantes ojos azules de ella.

– Debí haberte informado que la cena es a las ocho -comentó él, con amigable voz, mientras Ella sentía que su corazón se aceleraba un poco al escucharlo-. ¿Estás lista? -continuó Fazekas después de un instante.

Ella bajó por la escalera con él, sintiendo una extraña sensación que no había experimentado en presencia de ningún otro hombre. Estaban compartiendo una copa antes de la cena, cuando la joven se dio cuenta de que Zoltán Fazekas era más alto que cualquiera de sus conocidos.

– Frida dice que has estado ocupada en algunas tareas domésticas -comentó él, al sentarse a la mesa mientras el ama de llaves servía la cena.

– Espero que no se haya ofendido porque usé su plancha.

– Por supuesto que no -contestó Fazekas, mirando primero a una y después a la otra-. Mi ama de llaves es muy reservada con sus sonrisas.

“Me pregunto de quién lo aprendería”, pensó Ella con ironía. Aunque como él trataba de ser amable, la chica hacía lo mismo y la cena transcurrió en forma amena.