– La comida está exquisita -comentó ella sin saber qué más decir mientras probaba los diferentes guisos de las cacerolas colocadas en el centro de la mesa-. ¿Tiene algún nombre especial?

– Se llama hét vezér tokány, siete jefes -contestó él-. Son jefes de las siete tribus magyar que se establecieron después de un largo viaje en el Valle del Cárpatos.

Ella siempre había sido una persona ávida de conocimiento y al transcurrir la conversación, su curiosidad se aguzó por saber más sobre aquel país y su gente. Zoltán Fazekas se encontraba sirviéndole una copa de vino y su interés se desvió hacia otra cosa.

– Este es vino húngaro, ¿verdad? -inquirió, impresionada por el sabor y la calidad de aquel vino Villányi kadarka.

– Existe una buena industria vinícola en mi país -le informó él y Ella se quedó impresionada de lo agradable que podía ser, si se lo proponía.

Mas todo cambió al llegar al postre. La joven pensó que era muy natural preguntarle a qué hora comenzarían a trabajar en el cuadro el día siguiente.

– ¿Comenzar? -repitió él, con seriedad.

– Supongo que desearás que pose en la mañana.

– ¿Que poses? -inquirió él de nuevo. Ella se sintió molesta-. ¿Tienes algún negocio urgente que requiera tu presencia en Inglaterra? -preguntó él, en forma ruda-. ¿Algún pretendiente, tal vez? -vociferó.

Atónita ante el repentino cambio, ella se preguntaba qué tenía que ver eso con la pregunta inicial.

– Tengo muchos amigos -contestó después de un rato-, algunos de los cuales son hombres. Pero no hay nadie en particular al que yo… -se detuvo al darse cuenta, por la expresión de su rostro, que Fazekas no deseaba oír una larga y aburrida explicación.

– ¿Tienes algún trabajo que requiera tu presencia? -indagó él.

– No tengo ningún empleo -contestó ella-. Mi padre… -se detuvo otra vez al darse cuenta de que el hecho de que su padre le impidiera trabajar, no podía importarle mucho al pintor.

– En Hungría la gente tiene dos, tres y algunas veces cuatro empleos -declaró él, tomándola por sorpresa.

– Qué bueno -murmuró ella seria. Era obvio que él ahora la consideraba una perezosa. Mas estaba por debajo de su dignidad contradecirlo.

– Lo siento -se disculpó él, después de estudiarla con sus fríos ojos grises-. ¿Deseabas decirme que te quedas en casa para atender a tu papá?

– Mi madre se encarga de eso a las mil maravillas -contestó ella-. También contamos con una ama de llaves, al igual que tú.

Ella lo observó, esperando algún comentario rudo. Lo cual no ocurrió. Pocos minutos después, él se ponía de pie, en apariencia, satisfecho con la cena.

– Espero me disculpes -dijo con cortesía-, pero tengo un compromiso esta noche.

– Por supuesto -respondió ella-. Tal vez sea mejor que me retire a mi habitación temprano.

Él salió del comedor sin prestar atención a su comentario. En todo caso, ella creía saber por qué le era antipática. Con seguridad, él creía, por el comentario de su padre, que posaría para él en cualquier momento y que ella no tenía ninguna ocupación. Tal vez, la consideraba algo así como un parásito ocioso a quien debía despreciar.

Tiempo después, la chica se metía en su cama, habiendo decidido que lo que Fazekas pensara acerca de ella no le importaba en lo más mínimo. Un “compromiso”, pensó ella. Vaya excusa para abandonar a un huésped la primera noche. Con seguridad se trataba de una mujer.

Lo extraño era que de alguna manera, la idea de ver a Zoltán Fazekas con alguna otra mujer la incomodaba. ¡Vaya locura!

Capítulo 3

Por la mañana, todo parecía diferente. Estando acostumbrada a despertarse temprano, Ella se levantó y se dio cuenta de que en realidad no le importaba en lo más mínimo el que Zoltán Fazekas hubiera tenido un largo “compromiso” por la noche. Él podía muy bien tener cien citas con cien mujeres y eso no la afectaría en lo absoluto. “¡Por amor de Dios!”, pensó, “¡apenas ayer lo conocí!” Y si ella no le agradaba a él, mucho mejor.

Lo que en realidad la molestaba, reflexionó al tomar una ducha, era que él la considerara una hembra perezosa y frivola que pasaba el tiempo en el más completo hedonismo. ¿Qué sabía él de los interminables días y noches que pasaba ayudando a su madre en sus actividades de asistencia social? Pensando que si Zoltán Fazekas era como su hermano David después de una noche de fiesta, no se levantaría sino hasta dos horas más tarde. Bajó por la escalera, inconsciente del hecho de que el pintor llenaba su mente tanto como la noche anterior.

Se disponía a abrir la puerta de la estancia, cuando Frida apareció con una bandeja sobre la cual llevaba una cafetera en dirección a la cocina.

– Jó reggelt -la saludó el ama de llaves.

– Jó reggelt -repitió Ella con una sonrisa, como si comprendiera el saludo y se quedó observándola mientras la mujer dejaba escapar una larga retahíla de palabras en húngaro. El problema terminó cuando el ama de llaves señalaba la cafetera-. Gracias… quiero decir… Köszönöm -corrigió Ella al mismo tiempo que entraba en una habitación donde no había estado antes y que Frida había abierto.

Una vez adentro, se dio cuenta de que era una especie de desayunador y, para su sorpresa, Zoltán Fazekas se encontraba ahí, disfrutando de un apetecible desayuno.

– Buenos días, Arabella -saludó él, poniéndose de pie e indicándole que tomara asiento.

– Buenos días -respondió ella, mientras Fazekas y la mujer intercambiaban algunas palabras.

– Frida desea saber qué quieres desayunar -tradujo el artista.

– Por lo general sólo tomo café y pan tostado con mermelada -contestó ella.

– Tószt -repitió Frida. Y, después de intercambiar una sonrisa con el pintor, se retiró a la cocina.

– ¿Dormiste bien?

– Demasiado bien -contestó ella, tratando de discernir los efectos de la desvelada en el rostro del pintor. El pareció sonreír un poco ante su curiosidad y sirvió una taza de café para ella.

– Gracias -murmuró Ella-. Señor Fazekas -agregó después de un momento-, podría usted…

– Zoltán, por favor -interrumpió él-. Evitemos la ridícula formalidad del “usted” que no hace más que poner barreras artificiales entre las personas.

– Zoltán -repitió la joven como paladeando el nombre, el cual, extrañamente, le fascinaba. Pero lo más raro era que parecía haber olvidado lo que intentaba decir.

Lo acababa de recordar cuando Frida entró en la habitación con el desayuno, por lo cual decidió esperar a que el ama de casa se retirara. Aunque no deseaba regresar a Inglaterra por el momento, Ella necesitaba ocuparse en algo pues no estaba acostumbrada a tanto ocio.

– ¿Qué clase de ropa me pongo para posar? -preguntó ella, mientras tomaba una rebanada de pan tostado.

El silencio del artista la obligó a levantar la vista. Él la miraba con interés, estudiando con detenimiento lo que podía observar bajo la blanca blusa que ella se había puesto esa mañana.

– Luces muy bien así, Arabella -comentó, después de unos instantes.

– Todas las otras muchachas de la familia fueron pintadas vistiendo trajes de noche -le informó ella, con voz suave-. Creo que es lo que desea mi padre -continuó, sonriendo al pensar en la cara que éste último pondría si Zoltán Fazekas, apelando a su libertad artística, decidiera pintarla en blusa y pantalones de mezclilla.

– ¿Trajiste algún vestido de noche? -inquirió él de improviso. El entusiasmo que despertó en Ella la idea de incluir su retrato en ropa casual entre las demás pinturas de mujeres llenas de joyas y caros atuendos, se desvaneció.

– No lo compré en especial para ser pintada con él -replicó la chica con voz seria-. Pensaba ir a una fiesta en la noche.

– ¿Y la fiesta se canceló?

– No. Decidí venir aquí -contestó ella.

– ¿Estás tratando de escapar de algo? -preguntó él, sin dejar de mirarla.

– ¡Por supuesto que no! -exclamó ella con vehemencia.

– Pero no deseas que pinte tu retrato.

¡Vaya si era listo el tipo! Nada de lo que había dicho ella podía haberlo llevado a esa conclusión. Sin embargo, él lo sabía. ¡De alguna manera lo sabía!

Ella irguió la cabeza, lista para inventar alguna explicación, pero al mirar aquellos ojos grises que parecían no perder detalle, se dio cuenta de que no podía mentirle.

– Es lo que desea mi padre -admitió con sinceridad.

Zoltán Fazekas continuó escudriñándola durante algunos segundos.

– Olvídate del vestido. No empezaré hoy tu retrato.

– No comprendo… -balbuceó ella, molesta. Aunque no deseaba regresar con su padre, tampoco estaba dispuesta a estar de ociosa en Hungría, esperando a ver cuándo se le daba la gana al pintor de comenzar a trabajar-. No tengo tiempo de… -su voz se esfumó al ver la expresión de Fazekas.

– ¿Qué es eso tan urgente que tienes que hacer? -inquirió él, tensando su masculina mandíbula en actitud agresiva-. Por lo que me has dicho, no tienes ni trabajo ni una vida amorosa apasionada que te obligue a regresar a casa de inmediato.

– Tengo mucho que… -Ella parecía furiosa y no estaba de humor para soportar a ese otro tirano que la llamaba Arabella, aunque no pudo decir nada más pues él no había terminado.

– Tú, con tu vida ociosa y superficial, no sabes nada de las obligaciones que otras personas tienen -continuó él, agresivo.

– No estoy dispuesta a soportar esto -exclamó ella, poniéndose de pie. Sus brillantes ojos azules parecían lanzar chispas.

– ¿Volverás a Inglaterra? -inquirió él, levantándose de su silla.

– Yo… -Ella trató de decir que lo haría, pero las palabras no salían de su boca.

– Tu familia -dijo él, dándose cuenta de su indecisión-. Sobre todo tu padre, estará encantado de verte -¿acaso estaba tratando de burlarse de ella? ¿se atrevería a hacer tal cosa?-. Encantado -continuó Zoltán- de que abandones algo que significa tanto para él.

– ¿Qué quieres decir? -indagó ella.

– ¿Qué crees tú? -inquirió él, encogiéndose de hombros-. Que muy pronto cumplirás veintidós años, ¿no es así?

– Puedo regresar en otra ocasión -replicó ella, encogiéndose de hombros.

– Por supuesto. Si yo estoy dispuesto a que lo hagas.

– ¿Quieres decir que si me voy ahora, mi padre puede olvidarse del trato?

– Yo tenía razón -murmuró él, divertido-. En verdad eres una mujer muy inteligente.

– ¡Dios me libre de artistas temperamentales! -exclamó ella y salió del desayunador sin decir más. La risa de Fazekas resonó en sus oídos.

Media hora después, Ella se puso un suéter ligero y salió a dar un paseo para disipar su furia. Era evidente que no quería regresar a casa, pero tampoco deseaba continuar con esa situación en la residencia de Fazekas.

Así que, como no parecía haber otra solución, decidió ir a visitar otras áreas de la ciudad. Al ver un taxi aproximarse, le hizo una señal, consciente de que si no tenía cuidado, se perdería.

– ¿Podría llevarme… al centro? -le preguntó al chofer lentamente, pidiéndole al cielo que el hombre entendiera tan sólo un poco de inglés.

– ¿Querer ver tiendas? -inquirió él, en un inglés cortado, pero al fin, inglés.

– No… quiero ver algunos monumentos.

– Bien -agregó el chofer y oprimió el acelerador hasta el fondo. Ella tuvo que asirse de donde pudo y en unos cuantos minutos, se encontraban en una espaciosa área donde el taxi se detuvo frente a una plaza-. Hösök tere, la Plaza del Héroe. ¿Quiere que yo esperar? -preguntó el hombre.

– No, gracias -contestó Ella y con un cortés “Köszönöm”, le pagó y se dirigió a admirar la plaza hasta detenerse frente a un imponente monumento que consistía en una gran columna de piedra sobre la cual se erguía una estatua del Arcángel Gabriel.

Absorta en su contemplación, Ella observó las siete magníficas estatuas ecuestres en la base del monumento. Un turista mencionó en inglés a su compañero: “Ese debe de ser el Arpad con los otros seis jefes Magyar” y las palabras de Zoltán Fazekas volvieron a su mente. Esos debían ser los siete jefes que él mencionó la noche anterior en la cena.

Después de eso, mientras subía y bajaba de taxis, le parecía que de alguna manera, Zoltán Fazekas estaba constantemente en su mente. En una librería, decidió que una que otra frase en húngaro le sería útil, así que compró un libro para turistas con frases en ese idioma.

Cuando al fin el hambre la obligó a entrar en un restaurante, deseó que Zoltán estuviera ahí, para ayudarla con el menú. La comida no la impresionó mucho, pero le quitó el apetito. Con seguridad, el pintor, le hubiera mostrado otro lugar para disfrutar de la cocina típica de su país.

El que no deseara ser pintada, no quería decir que no le interesara el arte. Así que se subió a otro taxi y se dirigió a la Galería Nacional de Hungría, la cual era parte del otrora Palacio Royal. Una vez ahí, se tomó su tiempo, admirando bellos cuadros de paisajes y diversos personajes pintados por famosos artistas, excepto por el que ella había esperado encontrar.