– Y tus padres, ¿también viven en Budapest?

– No, ellos viven en la parte oeste de Hungría -informó él-. El clima es más húmedo ahí, pero a ellos les gusta.

– ¿Tienes… -Ella se detuvo de improviso, decidiendo que tal vez era demasiado preguntar sobre su familia. ¿Tendría hermanos, hermanas? La expresión en el rostro de Zoltán le decía que no le molestaban sus preguntas personales, pero si no se detenía ahora, ¿cuándo lo haría?

– Continúa -la animó él, pero ella ya había decidido que era suficiente.

– Sólo estaba pensando que ya comí demasiado y no podré con el postre -replicó ella, lo cual, también era cierto.

Para su alivio, Zoltán no insistió en investigar lo que ella había empezado a preguntar.

– ¿Quieres dar un paseo? -inquirió él.

– ¡Me encantaría! -respondió ella, con entusiasmo.

Zoltán permaneció inmóvil durante unos momentos, observándola con detenimiento. En sus ojos ya no había ese retraimiento que ella había observado más de una vez desde que lo conoció. De improviso, él se volvió y pidió la cuenta. Poco tiempo después, caminaban plácidamente por la ciudad. Algunas veces, la conversación continuaba en forma animada y amistosa, pero también había momentos que disfrutaban caminando en silencio.

– Casi lo olvido -exclamó él, de repente-. ¡Tu té inglés! -Ella rió divertida, indicándole que no importaba, pero él la guió hasta una cafetería, donde además de té, disfrutaron de unos deliciosos pastelillos.

Eran casi las seis cuando Zoltán abrió la puerta de su casa, haciéndose a un lado para permitirle pasar primero. Ella penetro en el recibidor, agradecida de un día tan maravilloso.

– ¡Ha sido un día increíble! -exclamó, dándole las gracias mientras él cerraba la puerta.

– Me alegra -murmuró él, pero de algún modo, mientras la miraba a los ojos, Ella experimentó una extraña y repentina sensación de confusión y de timidez.

– Creo que… iré a la cocina… -dijo, recordando haber prometido preparar la cena.

– Creo que será mejor cenar fuera -replicó él, tomándola de repente por un brazo.

– Mmm… buena idea -concordó ella, confundida-. Pero, ¿qué comerán Frida y Oszvald? Ella debe…

– Oszvald es un cocinero excelente, créeme -interrumpió él.

– Está bien -murmuró ella, complacida.

Ya en su habitación se dio cuenta de lo que estaba pasando: iba a salir con Zoltán esa noche ¡y se sentía feliz por eso!

Se dio una refrescante ducha y al salir del cuarto de baño, había decidido que su entusiasmo por pasear con Zoltán se debía a su contagiante dinamismo.

Después de decidir eso, se dirigió al guardarropa preguntándose qué sería apropiado ponerse. ¿A dónde la llevaría él a cenar?

Al final, fue su impaciencia ante su indecisión la que la llevó a escoger un vestido color verde de amplio escote que contrastaba con su blanca y suave piel. También se puso un hermoso collar de perlas, que sus padres le habían regalado en un cumpleaños.

Al cabo de un rato, bajaba por la escalera con una gran sonrisa en los labios. Se encontraba a la mitad, cuando Zoltán apareció de improviso y se detuvo a observarla. Ella también se detuvo, mientras su corazón se aceleraba. Segundos después, ya más calmada, terminó de descender.

– Permíteme decirte algo por completo obvio -pidió él con solemnidad, sin apartar la vista de ella-. Estás muy hermosa.

– Gracias -respondió ella, al no saber qué más decir.

Zoltán la llevó a uno de los restaurantes más elegantes de Hungría, llamado Gundel's, el cual estaba situado en el Parque Central de la ciudad, cerca de la Plaza del Héroe, donde ella había estado la mañana anterior.

La velada fue encantadora. Un grupo de músicos tocaba algunas melodías gitanas, mientras la joven se sentía envuelta en la magia personal de Zoltán Fazekas. Ella comprobó que él podía ser más embriagador que el excelente vino que estaban tomando.

– Así que… -comentó él, en forma casual-. ¿En verdad no estás huyendo de nada?

Ella se volvió a mirarlo, pero al percibir lo cálido de aquellos ojos grises, casi se olvida de lo que estaban hablando.

– Oh, pensé que lo habías olvidado -dijo, después de unos minutos.

– ¿Y cuál es tu respuesta? -insistió él, con voz suave.

– Eh… -balbuceó ella y de repente recordó la pregunta que había intentado hacerle a la hora de la comida-. ¿Tienes hermanos o hermanas?

– No -contestó él, mirándola a los ojos.

– Entonces tal vez no sepas que cuando un hermano se mete en problemas, como en este caso el mío -dijo ella con sinceridad-, a veces es bueno desaparecer del mapa, hasta que los gritos y las palabras altisonantes se disipan.

– ¿Tus padres tienen problemas con tu hermano por algo que también te afecta? -inquirió él, después de estudiarla por un instante.

– Mi padre -corrigió ella-. Mi madre es un ángel.

– Ya veo -replicó él-. Así que si tu hermano no se hubiera metido en líos, no habrías venido a Hungría, ¿no es así?

Por un momento, Ella no supo qué contestar.

– ¿Vas a culpar a mi hermano por eso? -preguntó al fin-. Por haber venido aquí, quiero decir -añadió después con una sonrisa y cuando Zoltán respondió de igual manera, ella podía jurar que su corazón casi se detuvo-. En realidad -continuó sin pensar-, habría venido de cualquier manera. Sólo necesitaba… un poco más de… convencimiento.

– Bienvenida a Hungría, Arabella -dijo él, levantando su copa para brindar.

Cuando salieron de Gundel's y llegaron a casa, Ella se sentía bastante eufórica. Zoltán cerró la puerta y ambos se dirigieron hacia la escalera. La joven sintió el deseo de decirle cuánto le gustaba en verdad su país y que desearía haber ido antes.

Pasaban por la puerta de la sala cuando, de repente, Ella se detuvo y se volvió hacia él. Entonces, todo lo que pensaba decir se esfumó de su mente. En ese mismo instante, Zoltán le pasó un brazo por la cintura y la atrajo hacia sí. Mientras él posaba su incitante mirada gris en los ojos azules de ella, inclinó el rostro y sus labios se posaron en los de la chica.

Ella había sido besada antes, ¡pero nunca de esa manera! No cabía duda de que Zoltán tenía amplia experiencia, y mientras sus labios se movían sobre los de la joven, ésta sintió que todo su ser se fundía al de él. Entonces el pintor comenzó a besarle el cuello y los hombros, hasta alcanzar el escote del vestido.

Cuándo o cómo entraron en la sala, Ella nunca lo supo. Pero los labios de Zoltán estaban de nuevo sobre los suyos. Entonces la chica se dio cuenta de que ambos estaban medio acostados en un cómodo y mullido sillón, y que una de las manos del artista se había deslizado hasta sus senos, los cuales respondían ya a la intensa caricia.

– Yo… -balbuceó la joven, mareada por el torrente de sensaciones y emociones que experimentaba. Debía detener aquello mientras le era posible.

Zoltán retiró la mano y la chica deseó con todo su ser que volviera a acariciarla. Pero debía aprovechar ese momento para escapar, así que se puso de pie.

– ¿Qué clase de chica crees que soy? -murmuró con una sonrisa, bromeando y deseando poder despedirse como buenos amigos.

– ¿Habías sido besada antes? -fue la inesperada pregunta de él.

– Yo… solía pensar eso -respondió ella con sinceridad. Él la observó por un largo rato antes de apartarse.

– Creo, señorita Arabella Thorneloe, que es mejor que se retire a su habitación por el momento -indicó.

Había muchas cosas que ella deseaba decir en respuesta. Agradecerle la hermosa velada, su comprensión y la caballerosidad que había demostrado en ese instante. Pero sobre todo, deseaba ser besada otra vez, sólo una vez más.

Pero si él la besaba, ella querría más y más. Eso lo supo con sólo mirar los labios de aquel fascinante y atractivo hombre que tenía el poder de arrobar sus sentidos. Además, se daba cuenta de que, aunque Zoltán era alguien con una buena dosis de autocontrol, en esas condiciones no era muy factible que le durara mucho.

– Buenas noches -dijo ella y se retiró, mientras aún le fue posible. La música y el vino debían de tener la culpa de lo que había pasado.

Capítulo 5

Ella despertó antes de la madrugada, después de haber soñado una y otra vez con los profundos besos de Zoltán. ¿Había pasado en realidad o sería sólo un sueño? Sobre todo, se sentía asombrada de cómo había respondido a sus besos. Era claro que dentro de ella, existían enormes abismos de pasión que nunca habían sido explorados y que jamás se imaginó poseer, pero que Zoltán de alguna manera, había despertado.

Entonces la joven decidió que ya era suficiente y se levantó dispuesta a olvidarse de todas esas tonterías. Era un nuevo día. Tomaría una ducha, se vestiría e iría a ayudar a la pobre Frida.

Cuando bajó de su habitación, él ya estaba sentado en el desayunador. Y aunque ella había planeado actuar como si nada hubiera pasado. Al llegar junto a él, se sintió confundida, no sólo por encontrarse con una sirvienta a la que nunca había visto, sino porque cuando su mirada se encontró con la de él, inesperado torrente de emociones, se agitó en su interior.

– Buenos días -balbuceó ella, tomando asiento a la mesa.

– Buenos días, Arabella -respondió Zoltán, con voz suave-. ¿Dormiste bien?

– Muy bien -contestó ella, recordando sus sueños nocturnos-. ¿No se siente mejor Frida esta mañana?

– Ella es Nadja -dijo Zoltán, presentándole a la nueva muchacha, quien después de intercambiar sonrisas con Ella, se retiró a la cocina-. Nadja estaba de vacaciones, pero ya ha trabajado aquí por algún tiempo -añadió él.

– Gracias -dijo ella, aceptando la taza de café que él, le había servido-. Cuando termine el desayuno -prosiguió después-, iré a la cocina a darle una mano a Frida.

Zoltán la observó con detenimiento.

– Eso no será necesario -aseguró luego de un rato.

– Pero ella debe descansar y no estar…

– Gracias por tu preocupación -interrumpió él-. Frida se siente mejor esta mañana y se ofendería si trataras de apropiarte de su trabajo.

– ¡No es eso lo que intento hacer! -exclamó Ella, mirándolo furiosa-. ¿En qué se supone que debo ocuparme todo el día, si no me permites ayudarla?

Zoltán le dirigió una de esas miradas frías y arrogantes que la chica ya conocía.

– ¿Debo creer que siempre tienes algo que hacer? -inquirió aquel hombre, que bien sabía que ella no tenía trabajo.

En ese momento, apareció Nadja con su desayuno y ambos guardaron silencio. Entonces se le ocurrió que lo que había dicho, podría ser interpretado como si estuviera sugiriendo que él la llevara a pasear por la ciudad una vez más.

– Köszönöm, Nadja -dijo ella con una sonrisa, tratando de ocultar su ansiedad por aclarar la situación y decirle que prefería morir, antes de caminar nuevamente con él por las calles de Budapest.

Pero como no encontró las palabras apropiadas, se conformó con mirarlo furiosa y comenzar a desayunar. Mas sin darse cuenta, sus ojos se deslizaron hasta los bien delineados labios de él. Y recordando sus besos, su rabia se desvaneció. En ese momento, Ella se dio cuenta de que él con seguridad, ni siquiera se acordaba. O si lo hacía, sería sólo para arrepentirse.

– ¿Comenzarás hoy a pintar mi retrato? -preguntó Ella de repente.

– He decidido que nos vayamos a mi otra casa -respondió él, con frialdad.

– ¿Otra casa? -exclamó la joven sorprendida-. ¿Dónde?

– En las orillas del Lago Balaton. A un par de horas en automóvil.

– ¿Iremos todos? -balbuceó ella, sin comprender la inesperada situación.

– Nadja se quedará aquí -contestó él, poniéndose de pie para continuar con voz de mando-: Prepárate para partir en una hora.

– Sí, mi coronel -replicó Ella sin tener oportunidad de decir algo más, pues Zoltán ya se encontraba cruzando la puerta. Aunque a ella le pareció ver una leve sonrisa en los masculinos labios cuando él salió de la habitación.

Una hora y cuarto después, el pintor no parecía muy divertido, al observar las maletas que ella había bajado de su habitación.

– ¿No dejaste nada en casa? -preguntó él, con sarcasmo, lo cual le pareció a Ella de mal gusto.

En ese momento apareció Oszvald para ayudarla a llevar las maletas hasta el auto.

– ¿No vendrán con nosotros Frida y Oszvald? -inquirió ella una vez sentada junto al pintor, mientras éste encendía el motor.

– Vendrán después -contestó él y ahí se acabó la conversación.

Molesta, Ella decidió que nunca entendería a ese misterioso individuo. Pero después de viajar por más de una hora en silencio, ella no pudo evitar el posar su vista una y otra vez en aquellas largas y sensitivas manos del pintor.

Era irónico pensar que alguien con manos tan artísticas como las de él pudiera ser un hombre tan insensible, al mismo tiempo.