– Hemos llegado -anunció Zoltán de improviso, en apariencia, las hostilidades aún no desaparecían.

Ella no contestó, sólo bajó del auto para caminar por un empedrado sendero que llevaba hasta la casa. Cuando entraron en el recibidor, una mujer vistiendo pantalones de mezclilla y de aproximadamente treinta años, apareció ante ellos.

– Hola, Lenke -exclamó Zoltán y después de intercambiar algunas frases en húngaro, se volvió a Ella-. Lenke te mostrará tu habitación.

– Gracias -murmuró ella y siguió a la mujer en dirección contraria a donde se dirigía él.

El dormitorio era acogedor y también tenía su propio cuarto de baño. Ella le dio las gracias a Lenke en húngaro y la mujer se retiró.

Entonces, la chica se dirigió hacia una de las dos amplias ventanas de la alcoba para admirar la magnífica vista del enorme Lago Balaton que se extendía en el horizonte. Al igual que el frente de la casa, la parte de atrás estaba poblada de varios y frondosos árboles y hermosa vegetación, aunque nada interfería con el bello panorama del lago.

En esos momentos, alguien llamó a la puerta.

– Oh, gracias -exclamó ella al ver a Zoltán, quien subió las maletas hasta la habitación.

– La comida se sirve a las dos -exclamó él, sin decir nada más y se retiró.

Después de refrescarse un poco y cambiarse de ropa por algo más ligero, Ella descendió por la escalera para descubrir que Frida acababa de llegar.

– Jó napot -saludó ella a la ama de llaves, contenta de verla de nuevo, mientras Frida contestaba a su vez con una sonrisa y le indicaba que la comida estaba lista en el comedor.

Media hora después, Ella acababa de comer, sin que Zoltán hubiera hecho acto de presencia.

– El señor Fazekas… -balbuceó ella sin decidirse a terminar la frase. Frida respondió en húngaro, pero Ella pudo distinguir la palabra “estudio” y comprendió que él debía estar trabajando en algún cuadro.

– Köszönöm, Frida -agregó con una sonrisa.

Ella pasó el resto de la tarde desempacando y arreglando su ropa en el armario. Cuando colgó la última prenda, se dio cuenta de que la noche estaba cerca. Fazekas no había aparecido en todo ese tiempo, lo cual le molestaba, no porque deseara verlo, pensó ella, pero una persona más educada le hubiera hecho saber que estaría ocupado.

Poco antes de las ocho, Ella bajó a cenar. La joven llevaba puesto un atractivo vestido de color verde pálido y había decidido que a pesar de todo, conservaría la calma, sería amigable y trataría de no alterarse.

– Buenas noches, Arabella -dijo él, al verla descender por la escalera. Ella sintió una ligera aceleración de su pulso.

– Buenas noches, Zoltán.

– ¿Qué tal una Copa? -preguntó él, en forma casual.

– Buena idea -dijo ella con una sonrisa, mientras él sostenía la puerta abierta para que ella pasara a lo que resultó ser la estancia-. Has estado muy ocupado toda la tarde, ¿verdad?

– ¿Qué has hecho tú? -replicó él, cambiando por completo la conversación.

– Desempacando, yo… -Ella intentó preguntar sobre su cuadro, pero al ver la sonrisa en los labios de él, olvidó por completo lo que iba a decir.

– Espero que no hayas estado planchando -bromeó el pintor.

– No, mi ropa tuvo un viaje más placentero, esta vez.

Él la miró al rostro. “Debe ser su sensibilidad de artista lo que lo hace verme de este modo”, pensó ella, mientras su corazón latía más fuerte.

– Frida debe haber servido la cena, ¿quieres acompañarme al comedor?

Ella asintió con un movimiento y lo siguió hasta la mesa.

– Me pregunto -dijo ella una vez instalada frente a su cena-, si tienes alguna idea de cuándo empezarás mi retrato.

– No seas impaciente, Arabella -contestó él con una sonrisa, mientras la estudiaba con detenimiento-. Debes darme tiempo.

– ¿Tiempo? ¿Para qué?

– Un artista debe conocer su objeto de estudio más a fondo -le explicó él. Ella no estaba muy segura de sus palabras. Pero se percataba de que parte de lo maravilloso de sus cuadros se debía al íntimo conocimiento que tenía el pintor, del tema a desarrollar. Por algo Zoltán Fazekas era reconocido en todo el mundo. Pero el hecho de que quisiera investigar a fondo y conocerla íntimamente para poder plasmar a la “real” Ella en el cuadro, la hacía sentirse indefensa.

– ¿Te refieres a mí?

– ¿A quién más? -contestó él con una sonrisa.

– ¿Cuánto tiempo te llevará hacerlo?

– Toda una vida, supongo -replicó él de manera tan encantadora, que Ella se olvidó de todo lo demás y se sintió mejor.

– No creo que pueda quedarme tanto tiempo -comentó ella con expresión seria, pero mirada divertida.

– Entonces, tendré que darme prisa -contestó él en forma cordial, mirándola a los ojos-. Sé que tu hermano se ha metido en problemas y he hablado con tu padre, así que… -él hizo una pausa sin dejar de mirarla-. Cuéntame acerca de tu madre, Arabella.

– ¿Mi madre? -exclamó ella, sorprendida.

– Estoy seguro de que tú no heredaste de tu padre ese hermoso color de piel.

– En realidad mi mamá tiene un color de piel diferente al mío -contestó ella, después de un momento. Creo que yo soy el bicho raro de la familia, pues no hay ninguna otra pelirroja en los cuadros de la escalera.

– ¿La escalera?

– Los cuadros de todas las señoritas de veintiún años de la familia Thorneloe, están colgados en la pared de una de las escaleras de la casa.

– ¿Y no hay ninguna otra pelirroja?

– Ninguna -contestó ella-. Pero me habías preguntado sobre mi mamá. Es una mujer extraordinaria… -Ella se sentía feliz de hablar de su madre, así que lo hizo con entusiasmo, comentándole al pintor cómo Constance formaba parte de uno y otro comité. También le explicó que era la persona en jefe de muchos grupos de caridad, así como la directora de una escuela. Ella se complació en decirle cómo su madre siempre estaba dispuesta a ayudar a los necesitados. Finalmente, comentó-: Así que ya vez que no exageré al decir que era una mujer extraordinaria.

– Y supongo que tú eres igual a ella -dijo él, sorprendiéndola.

– ¿Yo? ¿Por qué?

– Estabas tan entusiasmada contándome cómo tu madre organizó una comida para un grupo de ancianos, que no te percataste de cuántas veces dijiste: “nosotros”. Así que supongo, mi querida Arabella, que estás por completo involucrada, no sólo en una actividad sino en varias de las obras de caridad que hace tu madre.

– Mmm… sí, así es -balbuceó-. De cualquier manera mi madre se encuentra de vacaciones, disfrutando de un merecido descanso en… -de repente ella se detuvo.

– ¿Acaso es un secreto?

– No exactamente -contestó-. Pero como mi padre está tan enfadado con mi hermano, pues… pensé que era mejor que ella disfrutara sus vacaciones, sin que, bueno tú sabes…

– Sin que tu padre sepa dónde está, ¿no es así?

– Él sólo sabe que está en Sudamérica -se apresuró a responder-. Aunque tal vez ya lo sepa. Mamá debe haber llamado por teléfono uno de estos días.

– Supongo que sí -agregó él, con voz suave y desvió la conversación de todo asunto relacionado con Ella y su familia en Inglaterra.

Por la noche, cuando la joven se metió al fin entre las sábanas, se preguntó qué era lo que tenía ese hombre para hacerla revelar tantas cosas sobre su familia, que normalmente no hubiera dicho a nadie, mucho menos a un tipo como él. Era evidente que alguien con tal perspicacia como Zoltán Fazekas, quien podía ver a través del corazón de las personas, había llegado a la conclusión de que las relaciones familiares de los Thorneloe no eran precisamente armoniosas.

Ella apagó la luz y se recostó, preguntándose cuándo iba a comenzar Zoltán, su retrato.

Capítulo 6

Una semana después, Ella se encontraba en su habitación, cepillándose el cabello y preguntándose cuando empezarían con el cuadro. La vida en la casa de campo había caído en una especie de rutina y aunque veía a su anfitrión cada mañana para desayunar, había ocasiones en las que él no aparecía hasta la noche. A pesar de qué la joven tuvo la oportunidad de preguntarle de nuevo, pensó que ya lo había hecho lo suficiente.

La chica colocó el cepillo sobre el tocador. Entonces reflexionó en cuanto a que siempre terminaba hablando con él, entusiasmada; aunque el jueves anterior había decidido no charlar con el pintor con la esperanza de que el hombre se aburriera de su compañía y tal vez empezara a trabajar en el retrato. Ella se preguntaba si sería el encanto particular del artista lo que la obligaba a olvidar sus propósitos o tal vez sólo sería la buena educación que ella había recibido desde la niñez lo que le hacía recordar que a pesar de todo, era una invitada.

Pero ya era suficiente, pensó Ella con furia al bajar por la escalera. Después de una semana más de espera, debía cambiar sus tácticas.

Cuando Ella abrió la puerta del comedor, el pintor ya estaba a la mesa.

– Hola, Zoltán -lo saludó ella con una sonrisa.

– Szervusz, Arabella -contestó él, amablemente.

Frida llegó en ese momento con la sopa. A esas alturas, la joven se había acostumbrado a servirse a ella y a su anfitrión, así que se concentró en hacerlo, mientras él la observaba con detenimiento.

– ¿Sabes esquiar, Arabella?-preguntó de repente, una vez que Frida se había retirado.

– ¿Esquiar?-inquirió ella, sorprendida.

– En diciembre el lago Balaton se congela.

– ¿Lo suficiente como para esquiar? -preguntó ella, mientras él le servía el guiso.

– Es un deporte muy popular aquí en esa época del año -contestó él y ella sintió el deseo de estar ahí en diciembre, aunque sabía que para entonces, volvería a Inglaterra.

– ¿Qué nombre tiene ese guiso? -inquirió ella, desviando la conversación.

– Töltött paprika -contestó él, sin apartar la vista de Ella-. ¿Te agrada?

– Es delicioso -dijo la joven, levantando la mirada hasta aquellos ojos grises que la hicieron abandonar todo lo que había planeado para obligarlo a empezar el retrato, cuanto antes.

Frida acababa de llevar unos deliciosos pastelillos y se había retirado cuando Ella decidió que puesto que aún no acababan de cenar, todavía tenía oportunidad de hablar con él.

– Creo que me estoy aburriendo -comentó ella de improviso.

“Aquí vamos otra vez”, pensó la joven al ver la expresión en el rostro de Zoltán. Su mirada se tornó fría y su semblante perdió toda apariencia amigable.

– En ese caso, te sugiero que busques algo en que ocuparte.

– ¿Qué te parece posar para el cuadro? -contestó ella, irritada-. Después de todo, a eso vine. A como van las cosas, cumpliré los veintidós años para cuando te decidas a comenzar a… -Ella no terminó la frase, pues entonces vio la furia en los ojos grises del pintor, quien se puso de pie y salió de la habitación.

“Cerdo”, pensó furiosa y se levantó para dirigirse hacia la puerta. “Qué tipo tan pesado y tan arrogante, ¿quién se creerá que es?”, se dijo, al subir por la escalera hacia su dormitorio. No lo soportaría más. Debía volver a Inglaterra de inmediato.

Mas cuando llegó a su habitación y pese a su furia, Ella se dio cuenta de dos grandes razones por las cuales no podría hacer el equipaje e irse. La primera, porque su padre se pondría como un energúmeno con ella. La segunda, porque a pesar de todo, no quería irse. ¿Pero por qué no deseaba hacerlo?

Diez minutos más tarde, Ella aún no había encontrado la respuesta. Así que se puso un suéter, unos pantalones de mezclilla y decidió salir a dar un paseo.

¿Acaso se debía al hecho de que la casa de campo del pintor estaba en un lugar tan encantador?, se preguntó al salir de la habitación. Durante varias charlas con Zoltán, Ella había aprendido que el Lago Balaton es el más grande de Europa Central y Oriental. Y que éste tenía más de ciento veinte millas de costa. Había unas hermosas playas al sur, pero la casa del pintor estaba en el norte, entre Badacsony y una aldea llamada Szigliget. La primera era un área de volcanes fuera de actividad y una región que producía algunos vinos de prestigio. La segunda por otra parte, era una vieja y pintoresca aldea que tenía unos románticos castillos en ruinas, construidos en el siglo trece.

¿A dónde se dirigiría?, pensó al salir de la casa. Ambos lugares estaban algo retirados, tanto Szigliget como Badacsony, aunque los paisajes hacia el último eran encantadores.

Aún sin decidirse, pensó en ir a la parte trasera de la casa y contemplar él lago. Ella ya había estado ahí y sabía que el camino la llevaría hacia un pequeño puerto donde se encontraba un par de botes para remar.

Estaba a mitad del sendero, cuando vio una bicicleta recargada sobre un árbol. Debía ser de Oszvald, se dijo a sí misma. Él seguramente había salido a alguna parte y acababa de regresar. En ese momento, recordó las palabras de Zoltán con referencia a que encontrara algo en qué ocuparse. Pues bien, un paseo en bicicleta era lo ideal.