De repente, Oszvald salió por la puerta de la cocina y se dirigió a la bicicleta.

– Szervusz, Oszvald -lo saludó ella con una sonrisa, mientras ponía las manos sobre la bicicleta-. Ké… Kérek egy… -ahí terminó su húngaro, así que decidió tratar en inglés-: ¿Podría usar tu bicicleta?

Oszvald pareció entender, y tomando la bicicleta, se la entregó a la joven.

– Köszönöm, Oszvald -le dio las gracias.

Ella subió en la bicicleta y se retiró, mientras el hombre la observaba.

Quince minutos después, pedaleaba sin preocupación alguna y sin pensar en que dirección iba. Le era suficiente observar el hermoso bosque, la vegetación, las montañas y el lago. De repente, llegó a un área donde había unas casas de campo y un pequeño hotel. Una bebida para refrescarse, no le caería mal.

La joven aún se encontraba pensando en cuántas millas debía haber recorrido, cuando el único cliente en el pequeño restaurante del hotel salió y se dirigió a la mesa de ella.

– ¿Me puedo sentar aquí? -dijo el extraño-. Escuché que hablaba inglés y me gustaría poder platicar con usted un poco.

Ella observó al muchacho de aproximadamente veintitrés o veinticuatro años de edad. Entonces concluyó que el chico de cabello rubio no representaba ningún peligro. Y si había entendido bien, todo lo que él deseaba, era practicar un poco su inglés.

– Por supuesto -dijo ella, invitándolo a sentarse.

Cinco minutos más tarde, se había enterado que su nombre era Timót, que era un músico y que los lunes, por lo general los tenía libres. La joven por su parte, le dijo que su nombre era Ella y que estaba pasando una temporada con unos amigos.

– ¿Te gusta mi país? -preguntó el chico, haciéndola recordar la confusión de no saber por qué deseaba quedarse ahí.

– Mucho -contestó, para luego tratar de desviar la conversación hacia algo que no la hiciera sentir mal-. ¿Qué es lo que estás tomando?

– Barack pálinkát -contestó él y al ver que la joven observaba el líquido, añadió-: Es una bebida hecha a base de brandy y frutas. Pediré uno para ti -pero antes de que ella pudiera decir algo, el muchacho se había levantado e ido hacia el interior.

– Permíteme pagar -dijo Ella, cuando Timót regresó.

– De ninguna manera, tú eres mi invitada -replicó él, así que ella decidió no insistir y probar la bebida esperando que su contenido de alcohol no fuera demasiado alto. Zoltán estaría complacido si la policía la arrestara por conducir la bicicleta en estado de ebriedad, pensó-. ¿Qué haces cuando no estás de vacaciones? -inquirió Timót.

– Trabajo en una tienda -contestó ella sin añadir que sólo lo hacía dos días a la semana.

Durante los siguientes quince minutos, él estuvo preguntándole a la chica, como se decían algunas palabras y expresiones en inglés; mientras que Timót le informó que el pequeño hotel, se llamaba csárda, en húngaro.

Entonces Ella decidió que era tiempo de regresar.

– Ha sido un placer conocerte, Timót -dijo la joven-. Pero tengo que irme.

– Si aún estás aquí el próximo lunes, ¿podría verte? -preguntó él con una sonrisa. Y como no se sentía presionada y el muchacho era muy agradable. Ella también sonrió.

– Tal vez -contestó, pensando que si no había empezado con el cuadro, para el próximo lunes tomaría la bicicleta de Oszvald sin preocupación alguna. Ella estaba a punto de agregar un último adiós al muchacho, cuando el brusco sonido de un portazo, llamó su atención.

Ella se volvió casualmente hacia la puerta y de repente las palabras se ahogaron en su garganta. ¡Ahí estaba la amenazadora figura de Zoltán Fazekas!

“¡Dios mío!”, pensó la joven, consciente de que se encontraba en problemas. Ella no tenía idea de por qué estaría tan furioso, pero por la manera en que fruncía los labios y la forma en que veía el vaso vacío de barack pálinkát, la chica pensó que él se imaginaría que se había tomado varios de ellos.

– ¿Estás lista para volver a casa, Arabella? -exclamó Fazekas, ignorando por completo a su acompañante. Entonces ella supo que el precio a pagar sería muy alto, si se atreviera a contestar que no.

– Él es… -la buena educación de Ella la llevó a tratar de presentar a Timót, pero era obvio que el pintor no estaba de humor para presentaciones.

– Bien -interrumpió Zoltán con rudeza-. ¡Apresúrate! -entonces la tomó de un brazo y la ayudó a levantarse.

En ese momento la joven sintió que la furia se apoderaba de ella. No entendía que había hecho de malo, pero ¿quién demonios se creería que era? ¿Por qué lo dejaba salirse con la suya? No lo sabía. Tal vez, como su invitada, ella le debía más lealtad a él que a su nuevo amigo.

– Adiós, Timót -dijo ella mientras Zoltán casi la arrastraba hacia el auto-. ¡La bicicleta de Oszvald! -protestó ella, cuando Zoltán abrió la puerta del automóvil-. Iré a casa en la bicicleta, ¡gracias de todos modos!

– ¡No irás a ningún lado! ¡Te llevaré en mi coche! -exclamó Zoltán, con la suficiente rabia, como para maltratarla si ella se atrevía a oponerse.

– No estoy borracha -protestó ella-. Y no pienso dejar aquí la bicicleta.

– Yo me encargaré de ella…

– Eso no es lo que…

– ¿Subirás al auto? -dijo él, con voz amenazante.

Por unos segundos Ella se quedó parada en forma de desafío. Sus hermosos ojos azules parecían lanzar chispas de furia. Entonces recordó que Timót debía estar observando la penosa situación. Murmuró una maldición y entró en el automóvil.

Zoltán se sentó al volante y puso el vehículo en marcha, con violencia.

– ¿Tenías que ser tan rudo? -inquirió Ella furiosa, sin poder contenerse.

– ¿Contigo?

– Con Timót, el chico con quien me encontraba -lo corrigió, molesta-. Estaba presentándote…

– ¿Crees que me interesa conocer a los hombres a quienes abordas en las cantinas?

– ¡Que abordo en las cantinas! -exclamó ella, casi gritando. Entonces se volvió a él con tanta rabia que casi lo golpea-. ¿Cómo te atreves?

– Me atrevo porque mientras estés en mi país y en mi casa como mi invitada, ¡soy responsable de ti! -contestó él con una mirada de desprecio en sus ojos.

– ¡Responsable! -gritó ella con rabia-. ¡Tengo casi veintidós años!

– ¿Quedaste de verlo de nuevo? -preguntó Zoltán de improviso.

– ¡Tal vez! -replicó ella-. Timót es un muchacho muy agradable y…

– ¡No me interesa! -interrumpió él, con un ademán brusco y dirigió el automóvil por la carretera hacia la casa. Minutos después, Ella también daba portazos.

Responsable de ella, ¿no es así?, pensó la joven con infinita furia al cruzar la estancia y subir por la escalera. ¡No por mucho tiempo! Su invitada, ¿verdad? Pues bien, él podría hacer con su hospitalidad, lo que quisiera, porque ella partiría de inmediato para la Gran Bretaña.

Ella irrumpió en su habitación con ímpetu, sacó sus maletas, lanzó una en la cama y la abrió para empezar a hacer el equipaje. Luego se dirigió al guardarropa, donde se detuvo de improviso. No podía marcharse así nada más. De repente, toda su rabia parecía desaparecer, pues no deseaba irse.

Entonces se dio cuenta de la razón: su corazón dio un vuelco y Ella se dirigió al sofá, donde se desplomó como mareada.

“¡No puede ser!”, pensó ella en protesta, pero todo era inútil. Ahora lo sabía, no podía engañarse más. El enojo de su padre no tenía nada que ver con eso. Tampoco el hermoso paisaje a su alrededor. La realidad era que a pesar de todo, ¡Ella se había enamorado de Zoltán, como una tonta!

Eran cerca de las ocho de la noche cuando habiendo guardado las maletas, la joven se miró en el espejo, preguntándose si su amor por él se notaba. La chica sentía, como si hubiera madurado mucho en las últimas horas, pero reconocía que Zoltán no la amaría nunca. De hecho, recordaba como la había mirado en el automóvil, como si en verdad le desagradara su presencia. Pero el pintor sabía que ella se quedaría con él, el tiempo que pudiera.

Cuando ella bajó, Zoltán se encontraba en la estancia. En ese momento recordó que la última vez habían quedado como enemigos.

– ¿Ginebra con soda, Arabella? -inquirió él, al verla. La fría mirada en sus ojos se había vuelto cálida.

– Sólo un poco, gracias.

Ella observó su sonrisa, con alivio.

– ¿Ya te habían dicho alguna vez que te vez magnífica cuando te enfureces? -preguntó él, ofreciéndole una copa.

– Mi padre dice que es por lo rojo de mi cabello.

En ese instante, Frida apareció para anunciar que la cena estaba lista.

Ella no puso atención en la cena, pues se encontraba demasiado ocupada tratando de ocultar la verdad de su amor por él, como para fijarse en lo que comía.

– ¿Podrías excusarme con Oszvald? No le regresé su bicicleta -dijo ella.

– ¿Acaso deseas hacerte responsable, cuando en realidad la culpa es mía? -inquirió Zoltán, mientras ella trataba por todos los medios de parecer tranquila ante la intensa mirada de aquellos enloquecedores ojos grises.

Y mientras su corazón y todo su ser deseaba gritar. “Oh, Zoltán, ¡te amo!”, sus labios simplemente dijeron:

– Fui yo quien le pidió prestada la bicicleta.

– Debes pensar que soy un monstruo -exclamó él, con voz suave.

– ¿Te lo pongo por escrito? -inquirió ella con una sonrisa y sintió que su amor crecía al ver cómo reía aquel hombre impredecible de quien se había enamorado.

– He decidido empezar tu cuadro mañana -dijo él de improviso.

– ¿Mañana? -balbuceó ella.

– ¿Alguna objeción?

– ¡Ninguna! -se apresuró a contestar-. Podrías comenzar ahora, si así lo deseas. Sólo…

– Es mejor que descanses bien esta noche -la interrumpió él-. No quiero pintarte con ojeras en tu rostro.

– Entonces me iré a acostar ahora mismo. ¿Quieres que me ponga algo en especial?

– Después de desayunar, puedes ponerte aquel hermoso vestido de terciopelo de color verde, que llevabas cuando salimos a cenar.

– ¡El artista manda! -exclamó ella, poniéndose de pie para irse a su habitación antes de que sus sentimientos la delataran.

Para que Zoltán se hubiera acordado del vestido, ella debía haberse visto bien. Eso también quería decir, que no le mintió cuando le dijo que era muy hermosa.

Ella subió por la escalera con mejores ánimos que con los que había bajado.

Capítulo 7

A la mañana siguiente, tan pronto como acabaron de desayunar, Ella regresó a su dormitorio para cambiarse. Se sentía en extremo emocionada, ante el prospecto de pasar largas horas en compañía de Zoltán.

El estudio se encontraba en el último piso de la casa, a orillas del Lago Balaton. Era una habitación grande y con enormes ventanas.

– Siéntate aquí -dijo Zoltán, señalando un sillón de madera labrado y con respaldo de satín. Una vez ahí, él le indicó la posición en la que deseaba pintarla-. Pon las manos sobre tu regazo -murmuró él, sin imaginar lo acelerado que latía el corazón de Ella al contacto con su piel.

– Trata de no estar tan rígida -dijo, mirándola a distancia-. Relájate, Arabella. Deja que tu encanto natural, emerja con elegancia.

– Lo siento. Trato, pero es difícil. No estoy acostumbrada a…

Zoltán sonrió y tomando un lápiz de dibujo, trazó unas líneas en el lienzo que estaba frente a él.

– Háblame acerca de ti, Arabella.

– Ya sabes casi todo sobre mí -contestó ella, con una risa nerviosa.

– Estoy seguro de que hay algo más -replicó él-. ¿Qué estarías haciendo ahora, si no estuvieras aquí?

– Los martes tengo mucho trabajo en la tienda -dijo Ella.

– ¿Trabajas en una tienda? Pensé que…

– Sólo dos días a la semana. La tienda es parte de una organización caritativa y siempre necesitan gente que les ayudé… -Ella se detuvo al ver la expresión en el rostro del pintor-. ¿Dije algo malo?

– Mi dulce y bella Arabella -contestó él-. Creo que te debo una disculpa.

– Me gusta lo de “dulce y bella Arabella”, pero, ¿por qué me debes una disculpa?

– ¿No recuerdas que te acusé de llevar una vida superficial y ociosa?

– Vagamente -respondió ella.

– De cualquier manera, acepta mis disculpas.

– No es necesario, pero está bien. Es un bello gesto de tu parte -agregó ella, sintiéndose en las nubes.

La joven se sorprendió de lo agradable y fácil que era charlar con él en esa ocasión. Y casi sin darse cuenta, Ella se encontró abriendo su corazón ante él, diciéndole lo que le agradaba y cómo se divertía; que le gustaba la ópera, el ballet, el teatro e ir de día de campo en el verano. No le había dicho todavía lo mucho que disfrutaba montar a caballo y todas esas otras cosas que le proporcionaban placer, cuando Ella se percató de que Zoltán había estado trabajando en el cuadro por bastante tiempo. Entonces ella se dio cuenta de lo relajada que se sentía en ese momento.