– Bueno -dijo con ánimo, cuando Matt paró el motor-. Gracias por la cena.

– ¿Sabes lo que hay que decir si alguien nos pregunta sobre nuestra relación?

– Mientras no pidan detalles íntimos.

Matt la miró con sorpresa.

– ¿Son capaces de preguntar eso?

¿De qué pensaba que hablaban las mujeres con sus amigas? ¿Del mercado bursátil?

– No sé qué hará tu madre, pero Jo y Sarah seguro que me interrogan -dijo con franqueza.

– ¿Qué clase de cosas querrán saber?

– Oh, ya sabes -Flora se aferró a su bolso, incapaz de mirar a Matt a los ojos, respirando con dificultad en el pequeño espacio cerrado-… Dónde nos besamos por primera vez, cómo fue, esa clase de cosas.

– Ya veo -hubo una pausa-. ¿Qué vas a decir? -en la voz de Matt había una nota extraña.

Flora se humedeció los labios.

– No lo sé. Ya inventaré algo.

– Tengo una idea mejor -Matt le apartó un pelo de la cara-. Puedo besarte y así los dos sabremos qué decir. ¿Te parece buena idea?

¿Ideas? ¿Quién podía tener ideas mientras sus dedos calientes le estaban acariciando la barbilla, haciendo que volviera la cara hacia él? En su mente sólo había una sensación, la de proximidad de aquellos dedos, mezclada con terror y deseo.

Matt miró sus ojos oscuros en el coche. En aquella mirada había demasiadas cosas, pero no parecía una negativa, así que se inclinó hacia los labios de Flora, como había deseado hacer toda la noche.

Al primer contacto de sus bocas, los labios de Flora se separaron con un pequeño sonido de sorpresa ante la sensación eléctrica que los recorrió. Lo había deseado toda la velada y ahora resultaba extraordinariamente excitante y adorable devolverle el beso. Su boca no era grave ni fría a esa distancia.

Incapaz de disimular su placer, Flora murmuró algo y pasó los brazos alrededor del cuello de Matt, derritiéndose sobre él. Olvidó que Matt era su jefe, que todo aquello era un trato, que eran actores ensayando un papel. Sólo le importaba el peligroso, inesperado, agudo placer de aquel beso y el profundo deseo que despertó en su interior.

Matt tenía una vaga conciencia de estar perdiendo el control que le obligó a separarse de Flora. Se miraron el uno al otro, Flora con gesto ausente y él con una sonrisa que pareció falsa. La dulzura de la respuesta de Flora le había desconcertado por completo, como su propia incapacidad de dejar de besarla.

– Creo que esta parte de la historia nos saldrá bien -dijo con objetividad, intentando no abrazarla de nuevo.

Flora estaba agitada y le costaba respirar. Buscó su orgullo, recordando que todo aquello era un negocio, y se obligó a mirarlo.

– Será mejor que me marche -dijo con voz ronca, dispuesta a simular que aquello había sido un beso profesional, concebido para añadir realismo a su historia, y no un terremoto de los sentidos. Lo conseguiría, a condición de salir del coche lo antes posible.

Matt asintió.

– Será mejor que te marches -dijo con ironía.

La observó cruzar la acera y entrar en la casa antes de encender el motor, y girar en la calle, maldiciéndose a sí mismo por su comportamiento.

Flora quitó el vapor del espejo y contempló con temor su reflejo. Se había pasado el día con dolor de estómago, y tenía la cabeza en la luna. ¿Por qué se habría embarcado en aquella estúpida aventura? Hubiera sido muy agradable ir al baile a disfrutar, en lugar de temer durante toda la semana una velada con Matt.

El lunes llegó a la oficina con la determinación de demostrarle a Matt lo poco que la había afectado su beso. Si pensaba que aquello era importante para ella, estaba equivocado, se dijo Flora con obstinación, borrando de su mente un fin de semana dedicado a rememorar cada segundo del suceso. Por desgracia, su fría dignidad había pasado desapercibida, pues Matt se había comportado como si no hubiera pasado nada, tan brusco y exigente como era habitual. Flora se había sentido dividida entre el alivio y un cierto pique por su frialdad.

Incluso había llegado a preguntarse si no habría olvidado completamente el baile y sólo se atrevió a recordárselo el viernes por la tarde, mientras repasaban la agenda de la semana siguiente.

– Entonces, la reunión de estrategia comercial es el viernes a las tres, ¿verdad? -preguntó Matt para finalizar.

– Sí -dijo Flora levantándose-. Por cierto… ¿no habrás olvidado el baile de mañana?

Matt consultó su agenda.

– ¿Baile? Ah, aquí está. ¿A quién tengo que llevar?

¡Lo había olvidado! Flora lo estaba mirando con furia cuando se dio cuenta de que Matt sonreía y su corazón dio un vuelco.

– Muy gracioso -dijo con un mohín.

– ¿De verdad creíste que lo había olvidado? -preguntó Matt.

Su sonrisa tenía un extraño efecto en ella. Flora se sentía vacía, como si sus entrañas se hubieran disuelto, y deseó haber permanecido sentada.

– Paul puede llevarnos al baile y dejar tu bolsa de viaje en el hotel -comentó entonces Matt como si tal cosa.

Flora se puso rígida.

– ¿Qué bolsa?

– Pensé que querías salvar la cara con tus amigos -dijo Matt con la misma sorpresa.

– Así es.

– Pues no van a confiar mucho en nuestra loca pasión si nos vamos por separado al final de la noche, ¿no crees? -señaló Matt-. Sugiero que les digas que duermes conmigo.

– ¿Qué? -la voz de Flora tembló al preguntar.

– No te asustes -dijo Matt alzando la ceja con ironía-. Mi hotel tiene una segunda habitación en la suite donde recibo a mi madre, por ejemplo. No debes preocuparte por mis intenciones. Y tus amigos se imaginaran que nos hemos pasado la noche haciendo el amor apasionadamente.

El color que subió por las mejillas de Flora ante la mención de hacer el amor con Matt no podía ocultarse y la hizo sentir aún más desgraciada y torpe.

Debía estar a punto de llegar. Cada vez que escuchaba un coche, o sonaba el timbre, su corazón se detenía, pero eran los amigos de Sarah y Jo que venían a buscarlas. El siguiente sería Matt y tenía que darse prisa para estar lista.

Flora se inclinó hacia el espejo para pintarse los labios en el momento en que sonó el timbre. Su corazón dio tal salto esa vez que se corrió la pintura por la mejilla. Frenética, buscó una servilleta para limpiarse mientras escuchaba a Sarah ir hacia la puerta. Aunque lo esperaba, el sonido de la voz profunda y el acento americano de Matt la dejó paralizada. Su mano temblaba tanto que se pintó los labios como pudo, incapaz de hacer un trazo recto y salió del baño, respirando profundamente para hacerse fuerte.

Entró en su salón y vio a una sola persona. Matt, y su corazón se paró de nuevo.

Estaba guapísimo vestido de etiqueta, con el rostro moreno y severo enmarcado por la sobria elegancia del traje y, cuando se levantó para saludarla, la impresión que le produjo verlo en su casa casi le impidió respirar.

Sintió que Jo estaba hablando, pero apenas podía ver a nadie más. Era consciente únicamente de la presencia de Matt, su cuerpo sólido, su sonrisa adorable que parecía estrechar su corazón.

– Flora… -Matt escuchó su propia voz como si fuera de otro. Aunque llevaba semanas intentando no dejarse distraer por ella, no se sentía preparado para su nuevo aspecto. Flora solía llevar ropa cómoda y poco sexy y no había dejado de recogerse el cabello en un moño desde su primer encuentro.

Nunca la había visto así con anterioridad, con los ojos enormes de un azul muy oscuro, el pelo cayendo sobre sus hombros en una cascada dorada y un vestido que revelaba sus piernas, la redondez de sus senos, la hermosa línea de su cuello blanco.

– Hola -dijo Flora con voz poco audible.

Jo y Sarah no se perdían detalle de la escena, pero Flora no podía verlas. Matt había alargado la mano hacia ella y con la inevitabilidad de los sueños, Flora fue hacia él y se dejó acoger en la seguridad de su abrazo. Le pareció lo más natural alzar el rostro hacia él, pero Matt sabía que si empezaba a besarla no podría parar, y tomó su mano para apretarla contra sus labios, en un gesto galante menos peligroso.

– Estás muy guapa -dijo sin apartar los ojos de ella.

Los huesos de Flora se derritieron al oírlo y prácticamente se dejó caer en el sofá junto a él. Con un esfuerzo se concentró en Sarah que la estaba mirando con un exagerado gesto de aprobación y, por primera vez, salió del trance y habló para el mundo real.

– Siento haber tardado -dijo con timidez.

Matt se había sentado a su lado, con las piernas pegadas a las suyas.

– No importa -dijo-. Tus amigas me lo han contado todo sobre ti.

– A mí no me mires -rió Jo-. No le he contado a Matt la vez que no pudiste entrar en casa.

Y con eso bastó. Las dos empezaron a competir por contarle las historias más absurdas y humillantes de Flora, mientras ésta deseaba hundirse en el sofá. ¡Qué estaría pensando de ella! Cuando se atrevió a mirarlo, Matt estaba riendo de buena gana. No había tardado ni cinco minutos en hacerse amigo de sus amigas, con un encanto que jamás había empleado con ella. Flora sintió una oleada de resentimiento. Incluso Jo había dejado de lado su rencor por sus comentarios sobre la falda rosa y le hablaba como si fuera un amigo de toda la vida.

Con una sonrisa idiota en la cara, Flora soportó el aluvión de anécdotas, pero no dejaba de pensar en la pierna de Matt contra la suya. En cuanto a él, parecía que se había pasado la vida en apartamentos desordenados como aquel. Cuando Flora pensaba en la clase de espacios a los que estaba acostumbrado y la clase de gente que frecuentaba, lo miraba con asombro, pero Matt se comportaba realmente como si no hubiera mejor compañía en este mundo.

La que se sentía incómoda era ella. Estaba sentada en el borde del sofá y se aferraba al vaso como si le fuera la vida en ello. Matt había puesto la mano sobre su hombro desnudo y la acariciaba ligeramente, con familiaridad. Para Flora era como si sus dedos quemaran su piel, dibujando tatuajes imborrables.

Matt había llevado un par de botellas de champán y propuso trasladar a todo el grupo al baile en su limusina, oferta que fue acogida con entusiasmo.

– ¿Sabes que todos nos creímos que Flora nos tomaba el pelo cuando dijo que vendrías al baile? -confesó Jo.

– ¿En serio? -Matt la miró con sorpresa perfectamente fingida.

– Es que no nos había hablado mucho de ti hasta el momento.

Matt no resistió la tentación de acariciar un mechón dorado de Flora.

– Decidimos mantener la historia entre nosotros un tiempo, ¿verdad, Flora?

La mejilla de la joven se estremeció bajo su caricia e intentó hablar, pero sólo emitió un sonido inarticulado.

Jo y Sarah la miraban con cariñoso humor.

– Nunca habíamos visto a Flora tan enamorada -dijo Sarah-. Ha puesto orden en el salón por ti y ahora no habla… ¡Debe ser muy serio!

Flora se retorció en el sofá, con la cara roja de vergüenza. Cuando todo pasara, mataría a sus amigas.

– Eso espero -dijo Matt con dulzura.

Y como impelida por una fuerza invisible, Flora giró el rostro para mirarlo. Estaba sonriendo y sus ojos verdes expresaban una ternura que nunca había visto en él. Sostuvo su mirada durante un tiempo que le pareció eterno, durante el cual las risas y conversaciones se alejaron y todo dejó de existir, salvo la sensación de aquella mirada y de su corazón palpitando.

Y luego, Matt apartó la vista y volvió a la conversación general, mientras Flora intentaba reunir sus pedazos dispersos. Se daba cuenta de que Jo y Sarah la miraban pensando por qué estaría tan tensa cuando tenía a un hombre como Matt loco por ella, pero Flora no podía reaccionar. Sólo deseaba quedarse a solas con él y acariciarle el muslo, tan cercano, y besarlo hasta perder la noción de todo.

Tuvo que tragarse el champán para escapar a la tentación, tan fuerte era su deseo. Matt estaba haciendo su parte del trato. Era su jefe, no su amante, y haría bien en recordarlo.

La expresión de Seb cuando vio entrar a Flora de la mano de Matt fue un regalo que siempre recordaría. Una mezcla de estupefacción, incredulidad y pesar que justificó todo el sufrimiento que estaba padeciendo. Habían quedado con los amigos en una mesa reservada y Seb estaba hablando con su nueva chica cuando alguien señaló la asombrosa aparición.

Flora se sintió mucho mejor y al sentarse se inclinó para decirle a Matt:

– Has estado genial. ¿Viste la cara de Seb?

Después se relajó y habló animadamente toda la velada.

Matt la contempló mientras reía y gesticulaba, y se preguntó con una sensación malsana en el estómago si todo su numerito era sólo por orgullo, o pretendía dar celos a su antiguo novio. ¿Por qué otro motivo iba a importarle tanto simular una aventura con él? La miró con repentino rencor, mientras la orquesta empezaba a tocar. Tenía el rostro lleno de animación mientras discutía con un amigo sobre una película recién estrenada.