Flora evitó su mirada.

– Ya veremos cómo sale todo -dijo con cautela, mirando un grupo de clientes y recordando a Matt.

Hasta el momento nunca había dudado de sus deseos de conocer el mundo, pero la pregunta de Seb había despertado en ella una profunda melancolía. Pronto estaría separada de Matt y le costaba imaginar cómo sería la vida sin él. Lo único que sabía era que la idea de no verlo más la hacía sentirse casi enferma.

– Estabas muy guapa el sábado -siguió Seb-. Me sorprendí pensando que ojalá no hubiéramos cortado nunca. Loma no es tan divertida como tú, Flora.

– ¿Significa eso que te marchas solo a Singapur?

– Sí -Seb la miró a los ojos-. Si alguna vez pasas por allí, con o sin Davenport, ¿me buscarás, verdad?

Flora le devolvió la mirada.

– Claro que sí.

Tras la comida, Seb la acompañó a la oficina y se despidieron en la acera frente al edificio.

– Nos veremos antes de que te marches, ¿verdad? -preguntó Flora ante la puerta.

– Sí -Seb la rodeó con los brazos y la abrazó tiernamente-. ¿Lo hemos pasado bien juntos, no es cierto?

Flora lo miró con afecto. Era verdad. En más de un sentido, habían madurado juntos.

– Sí, muy bien.

– Y si algo sale mal, sabes dónde estoy.

– Sí -con un último abrazo, Flora cruzó la calle dirigiéndose al imponente edificio de la compañía, a tiempo de ver a Matt que se acercaba en su dirección.

Flora descubrió con pesar que su corazón saltaba ante la mera presencia de Matt y que sonreía a su pesar, olvidando que acababa de dejar en algún lado a una rubia de nombre imposible. La rabia la ayudó a dejar de sonreír cuando Matt llegó a su lado.

– ¿Buena comida? -inquirió fríamente.

– Muy buena -era difícil tener un tono más cortante. Matt se había pasado la comida ajeno a una importante conversación de negocios y preguntándose con quién comería Flora. Y cuando regresaba, antes de tiempo, caminando para despejarse, se había encontrado con Flora en los brazos de Seb, lo que le había puesto en un estado tal de furia que apenas podía hablar.

– ¿Y dónde has estado tú? -logró preguntar.

– He comido por ahí.

El rostro de Matt parecía de piedra.

– ¿Reconciliándote con tu novio?

– Algo así -Flora se encogió de hombros, sin preocuparse lo más mínimo por lo que Matt había visto-. Invitarte al baile fue más eficaz de lo que hubiera pensado -declaró con una sonrisa-. Ha roto con Loma y ha aceptado un trabajo en Singapur.

Matt tuvo la desagradable sensación de que algo duro y frío le había golpeado en el pecho.

– Irás a visitarlo, supongo -dijo sin poder evitarlo.

– Será mi primera parada en el viaje por el mundo que vas a pagarme -dijo ella con la misma desenvoltura.

Capítulo 8

Sólo Nell disfrutó de la velada teatral. Flora había logrado hacerse con unas entradas para el musical de moda, pero su concentración era la misma que si hubiera estado mirando la pantalla apagada de un ordenador. Sólo tenía conciencia de la presencia de Matt, sentado junto a ella en la oscuridad.

Había estado de pésimo humor toda la tarde y Flora estaba cada vez más deprimida. Era una buena cosa que hubiera dejado claro que sólo le interesaba viajar y que por nada del mundo iba a cometer la estupidez de enamorarse de él, pero durante aquella tarde tuvo que contenerse en varias ocasiones para no correr y contarle que no era cierto que estuviera reconciliándose con su ex-novio, que no tenía la intención de reunirse con él en Singapur.

Matt tampoco estaba muy interesado por el espectáculo. Los actores cantaban y bailaban incesantemente mientras él se decía que en tres días su madre se marcharía a Italia y todo habría terminado. Flora regresaría a su caótico piso compartido y él tendría el hotel para sí. Paige volvería pronto y Flora se marcharía de viaje con su novio y todo estaría olvidado… O no.

De alguna forma lograron superar la velada. Nell se ocupó de la conversación durante la cena y para alivio de Matt simuló ignorar el ambiente tenso, aunque en varios momentos se dio cuenta de que lo miraba con aquella mirada divertida y lúcida que siempre le ponía nervioso.

Por fin regresaron al hotel. Como no tenían el enfado para defenderlos de la intimidad del cuarto, se refugiaron en una cortesía de extraños en el compartimento de un tren. Matt permaneció con los ojos abiertos mucho tiempo, intentando recordar por qué motivo había decidido seguir soltero, mientras Flora daba vueltas en la cama y se imaginaba bajando del avión en Singapur y viendo a Seb. Hizo los mayores esfuerzos para que la idea le resultara atractiva, pero había perdido todo brillo.

– Será mejor que te regale un anillo -dijo Matt rompiendo el silencio mientras iban juntos a la oficina-. Tengo la sensación de que mamá no está tan convencida de nuestro numerito. Puede que unos diamantes hagan el resto.

Habían quedado a comer con Nell, así que llevó a Flora a una joyería de camino al restaurante. Caminaron unas calles por el centro antes de llegar a una tienda pequeña, discreta y seguramente carísima, aunque nada tan vulgar como un precio perturbaba la hermosura brillante de las gemas.

Flora se sentó mientras Matt miraba con ojos de conocedor los anillos.

– ¿Probamos éste? -propuso, eligiendo un anillo espectacular de zafiros y diamantes.

Nada podía ser menos propio de un amante como la forma en que tomó su mano y le puso el anillo. Le quedaba perfecto y Matt gruñó su aprobación.

– ¿Te gusta?

¿Importaba algo que le gustara o no? Flora miró el anillo y se preguntó cómo se sentiría si la comedia fuera verdad y Matt le estuviera comprando el anillo como prueba de amor, y no para engañar a su madre.

– Es bonito -dijo y miró a Matt que tenía una expresión tan ilegible como intensa. Flora se quedó sin aliento ante su mirada y sus ojos azules quedaron prendados de los de Matt, y durante un tiempo eterno se miraron, sin sonreír, casi con odio, hasta que algo empezó a temblar dentro de Flora. Pero de pronto el joyero tosió discretamente. Matt se dio la vuelta y todo había terminado.

– Te lo devolveré en cuanto tu madre se vaya, claro -dijo Flora cuando se encontraron en la calle.

Matt iba caminando rápido, con la mandíbula apretada para ocultar el hecho de que se encontraba inquieto, desasosegado como no lo había estado nunca. Sólo había pretendido completar la comedia ante su madre con un toque realista, pero algo había sucedido en la tienda. Algo relacionado con la imagen de Flora con el anillo, con la mirada de sus ojos azules. Como si de pronto todo le hubiera parecido diferente. Como si el menor detalle pudiera hacerle perder el control. Una sensación que Matt odiaba.

– Puedes quedártelo -dijo pensando en otra cosa.

– No puedo hacer eso -Flora lo miró con horror, mientras corría a su lado para no quedarse atrás-. ¡Es demasiado caro!

Matt sabía que no tenía ni idea de hasta qué punto era caro, y no pensaba decírselo.

– Considéralo una bonificación por horas extras -dijo de mal humor-. Si mi madre se marcha convencida de nuestro compromiso, te lo habrás ganado.

Nell les esperaba ya en el restaurante y se fijó en el anillo antes de verlos a ellos.

– Oh, es una belleza -exclamó, tomando la mano de Flora para admirarlo de cerca-. ¡Debe encantarte, Flora!

– Sí -dijo ella con la voz ronca-. Me encanta.

– Espero que estés satisfecha -dijo Matt tomando asiento.

– Oh, desde luego -Nell ignoró la ironía de su voz-. Es perfecto. ¿No te alegra que te empujara un poco en la buena dirección?

– Si es que puede llamarse «empujar un poco» a mostrarme cada cartel de joyas de la ciudad, arrastrarme a cada joyería de Londres y dejar caer la palabra «anillo» en la conversación una vez cada minuto.

Pero Nell no le escuchaba. Estaba mirando a Flora con curiosidad.

– Es absolutamente maravilloso -insistió-. Tienes suerte, Flora.

Esta se obligó a sonreír.

– Lo sé -dijo y era verdad. Nunca había tenido algo de tanto valor. Tendría que haberse sentido feliz.

– ¿Te habrá dado las gracias como mereces? -preguntó Nell burlándose de Matt. Este sucumbió a la tentación y acarició la barbilla de Flora.

– Ahora que lo dices, creo que no -dijo suavemente y se permitió mirar los profundos ojos azules-. ¿De verdad te gusta? -lo preguntó con tanta sinceridad que Flora hubiera jurado que su respuesta le importaba de verdad.

– Me encanta -dijo-. Gracias.

Y porque las palabras sonaban a poco, porque era lo que hubiera hecho una novia y porque tenía ganas de hacerlo, Flora tomó la mano de Matt y la besó, antes de reclinar la cabeza sobre su hombro.

Cuando éste giró la cabeza hacia ella y sus bocas se encontraron, sólo pretendía ser un beso ligero, pero la sorpresa de los sentidos les asaltó con familiar intensidad.

La boca de Matt era tan cálida, tan conocida y segura, tan perfectamente adecuada que Flora se deshizo en el beso y cuando al fin se separaron para respirar, los dos se miraron con temor de leer en los ojos del otro la extraordinaria dulzura del beso compartido.

Nell parecía encantada.

– Esto merece champán -declaró y llamó al camarero-. Oh, por cierto, ¿os molesta si no me marcho el jueves? He pensado que podría quedarme unos pocos días más.

– ¿Cómo? -Matt había olvidado la presencia de su madre y su última declaración le hizo saltar.

– Me lo estoy pasando tan bien -dijo Nell-. Y como estáis todo el día en la oficina, apenas he podido veros. No te molesta, ¿verdad, Flora?

Se giró hacia la joven, cambiando la línea de ataque.

Flora miró con impotencia a Matt.

– ¿Qué pasa con tus amigos de Italia? -dijo éste, buscando argumentos, pero su madre hizo un gesto displicente con la mano.

– Van a estar todo el verano y puedo unirme a ellos cuando quiera. Sólo tengo que llamarlos. Pero si os parece demasiada molestia -prosiguió con un leve suspiro de martirio-, por supuesto debéis decirlo.

– No eres ninguna molestia -dijo Flora, y qué otra cosa podía hacer-. Nos encanta tenerte aquí.

– ¿No te importa seguir con la farsa? -le preguntó Matt más tarde nada más volver a la oficina-. Si quieres que lo dejemos, lo comprenderé.

– No, no me importa -respondió Flora y alzó su anillo-. Y además, aún tengo que ganarme la bonificación.

– ¿Segura? -Flora asintió-. Te pagaré lo mismo que acordamos.

Pero Flora tenía un gesto firme.

– No quiero más dinero. Ahora lo haré por tu madre -intentó sonreír y parecer risueña-. Además, ya he ganado lo suficiente como para dar la vuelta al mundo, empezando por Australia. ¿Qué más puedo pedir?

La pregunta retórica creó un silencio tenso entre ellos. Matt miró por la ventana.

– ¿Significa eso que ya no vas directamente a Singapur?

Flora miró a su vez en dirección a la calle.

– No tengo ninguna razón particular para ir allí.

Hubo una larga pausa. Flora miró de soslayo en el preciso instante en el que Matt la miraba e intercambiaron unos segundos de indecisión. Matt, sin razón alguna, se sintió de pronto mucho mejor.

Flora dedicó la tarde a recuperar el tiempo perdido durante la comida, de manera que no salieron de la oficina hasta las ocho.

– Y ahora nos espera un sermón de mamá sobre lo malo que es trabajar tanto -dijo Matt mientras le abría la puerta de la suite.

Pero Nell estaba esperándolos, lista para salir a la calle.

– ¡No sabes a quién me he encontrado esta tarde, Matt! -exclamó la mujer besando a su hijo-. ¡Los Lander!

– Qué bien -dijo Matt que no tenía ni idea de quiénes eran.

– ¿No es fantástico? -asintió Nell, complacida-. Me han invitado a cenar para charlar un poco. Sé que no os importa, así podréis estar un rato a solas. Oh, es tardísimo -añadió besando rápidamente a Flora-. ¡Tengo que correr!

– Si tenía tantas ganas de que estuviéramos a solas, ¿por qué se ha empeñado en quedarse una semana más? -masculló Matt nada más cerrar la puerta-. A veces, la mataría -suspiró y fue hacia el salón donde Flora esperaba, sin saber muy bien qué hacer-. Claro, que de nada serviría. Podría poner mis manos alrededor de su garganta y ella diría «¡No sé por qué te lo tomas todo tan a pecho, querido!».

Imitó a su madre con tan malvada perfección que Flora se echó a reír y una vez que empezó, siguió riendo. Matt la miró un instante con sorpresa, pero las carcajadas eran contagiosas y se puso a reír también.

– ¡Para ti es gracioso! -dijo-. Como no es tu madre.

Flora logró hablar:

– Es una maravilla.

– No es una maravilla -dijo Matt-. Se impone una semana para estar con nosotros y ¿qué es lo primero que hace? Se las arregla para encontrarse a no sé quién y dejarnos solos.