– A lo mejor lo hace por discreción -la defendió Flora que seguía sonriendo y cometió el error de mirar a Matt a los ojos. Al instante, la idea de lo que estarían haciendo si fueran realmente amantes abandonados a solas por discreción materna vibró en el aire como una imagen virtual.

Matt debió sentir lo mismo, pues su sonrisa se borró lentamente. Habían logrado superar la increíble tensión erótica nacida durante el beso del restaurante, la percepción aguda, casi dolorosa, de cada gesto del otro, pero allí estaba de nuevo, temblando en el aire y deslizándose por sus venas.

– Bueno -Matt fue el primero en romper el contacto-. Parece que tenemos la noche libre. ¿Quieres salir a cenar fuera?

– No tengo hambre -dijo Flora.

– Yo tampoco.

Hubo otra pausa llena de sobreentendidos, y después ambos hablaron a un tiempo.

– Podría…

– Yo…

Ambos se pararon.

– Habla tú -dijo Matt.

– Sólo iba a decir que me gustaría ducharme -vaciló-. ¿Te parece bien?

– Claro -Matt miró a su alrededor como buscando inspiración-. Yo iba a ofrecerte algo de beber y pensaba ponerme a trabajar después.

Flora declaró que ella leería y fue a ducharse, esperando que la tensión nerviosa partiera con el agua. Pero seguía viendo a Matt como si estuviera en el baño con ella, tan cercano que el deseo le atenazó la garganta y corrió por sus venas, persiguiendo las pulsaciones de su cuerpo.

En el salón, Matt miraba por la ventana la oscuridad de Central Park e intentaba desterrar la imagen de Flora desnuda de su mente. Escuchaba el agua caer, y la veía bajar por sus senos, entre sus muslos, y tuvo que ponerse un segundo whisky para romper el hilo de sus pensamientos.

Más tarde, se instalaron en sofás separados, lo más lejos posible el uno del otro, y pretendieron estar enfrascados en sendas lecturas. Flora había leído la misma frase siete veces sin que nada entrara en su cerebro, pendiente de cada pequeño movimiento de Matt. Cada vez que tomaba su vaso, o volvía las páginas, el deseo la asaltaba hasta dejarla exhausta.

No quería mirarlo, pero sus ojos se deslizaban hacia él, como atraídos por una fuerza oscura, hasta que Matt la miraba a su vez y ambos retiraban velozmente las miradas, temerosos de cualquier revelación.

Matt leía un informe sobre la expansión comercial en Asia, pero lo único que veía era la imagen de Flora haciéndole burla desde las páginas. No iba a ver a Seb a Singapur. La noticia había sido como un tambor sonando en su interior toda la tarde y a duras penas si conseguía despegar los ojos de ella.

Se había puesto una falda corta y una camiseta con uno de sus jerseys amplios que revelaban un hombro dorado como una duna bajo el sol. Tenía el cabello suelto y revuelto. Y mientras leía, Matt iba recorriendo su mandíbula, sus mejillas, la línea de sus cejas y de sus labios, y lo único en lo que podía pensar era en llevarla a la cama y hacer el amor con ella durante toda la noche.

El aire estaba tan cargado de electricidad que Flora sentía que cada gesto creaba centellas y el silencio entre ellos era intenso, antinatural, como si el otro pudiera oír la sangre circular por sus venas y el discurrir errático de sus pensamientos. ¡Iba a volverse loca si aquello continuaba!

Incapaz de soportar la tensión, Flora se puso en pie.

– Me voy a la cama -dijo, asustada al escuchar la nota aguda en su voz.

Matt se levantó al instante.

– ¿No es bueno tu libro?

– No… no me concentro mucho -reconoció Flora sin aliento.

– Yo tampoco puedo concentrarme -dijo Matt.

– ¿Oh? -la pregunta no formulada de Flora sonó desesperada a sus propios oídos.

– ¿Quieres saber por qué?

– ¿Por qué? -murmuró Flora y la sangre empezó a palpitar de nuevo ante la expresión de los ojos de Matt.

– Porque no dejo de pensar en lo que sentí al besarte esta tarde -dijo-. Porque no dejo de pensar en besarte de nuevo.

Flora no podía hablar. Sentía que le habían retirado el aire para respirar y que el suelo bajo sus pies estaba a punto de ceder y precipitarla a un abismo tan peligroso como irresistible.

Lo único que pudo hacer fue mirar a Matt y éste leyó la respuesta en su cara y fue hacia ella, lentamente, y con la misma lentitud, tiró de su jersey hacia abajo, hasta desnudar sus hombros.

– Pero creo que no sería buena idea -prosiguió con dulzura, aunque sus manos acariciaban los brazos desnudos de Flora. Sentía el estremecimiento de la mujer bajo su caricia-. ¿Qué opinas? -preguntó con perversidad.

Flora tuvo que tragar saliva.

– Probablemente no sería buena idea -susurró mientras Matt le acariciaba la clavícula con aire ausente.

– ¿Crees que luego nos impedirá trabajar en la oficina? -sugirió apartando el cabello de Flora antes de inclinarse a besar la suave curva del cuello.

Flora jadeó al sentir el contacto de sus labios.

– Puede ser -dijo con dificultad mientras la boca de Matt se entretenía en su garganta antes de subir hacia su oreja. Incapaz de controlarse, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás con un gemido de placer.

– Los dos estamos de acuerdo en que no queremos compromisos -murmuró Matt sin dejar de besarla.

– Sí -dijo Flora con un suspiro cuando los labios de Matt rozaron su lóbulo.

– Tú quieres viajar y yo quiero dedicarme a mi trabajo -prosiguió él, sin atender a la forma en que su voz y sus besos estaban disolviendo los huesos de Flora-. Mi madre no está aquí, así que no hace falta que disimulemos.

– No -gimió Flora y se dejó ir contra él, sintiendo que Matt sonreía contra su piel.

– ¿Así que sería mejor que dejara de pensar en besarte y regresara a mi informe?

– Sería… más sensato -declaró Flora sin voz, sintiéndose vacía por el deseo, sin otra idea en mente que la proximidad de la boca de Matt.

La tensión erótica subía en ella con cada nuevo roce y caricia y sólo deseaba que siguiera siempre.

– Entonces deberíamos olvidar esto -dijo Matt contra su oído.

– Ya sé -Flora tembló, y le pasó las manos por el cuello, y puso los labios contra su mejilla y luego fue acercándose a su boca.

– Debemos parar -dijo de nuevo y sintió el hoyuelo en la mejilla de Matt cuando éste sonrió de nuevo.

– Lo malo es -Matt rozó su boca una sola vez, resistiéndose-… Lo malo es, Flora, que no creo que pueda parar ahora.

Sus labios empezaron a rozarla, jugando, atormentándola con su dulzura, obligándola a dejarse ir contra él.

– Pero lo dejaré si me lo pides -susurró Matt, que ya no sonreía-. ¿Quieres que pare?

Debía decir que sí, antes de perderse.

– No -dijo y se dejó ir del todo, abrazándolo-. No quiero que pares.

Matt tomó su rostro entre sus manos y la miró con una expresión de triunfo y alivio, y algo más que Flora no supo identificar antes de que la besara y dejara de pensar.

Era el beso con el que había soñado desde que se conocieron: un beso profundo, hambriento, excitante, que les arrastró hasta el borde del frenesí. Flora acarició a Matt, buscó los botones de su camisa y empezó a desabrocharlos con gestos impacientes.

– Vamos a la cama -dijo él con la voz trastornada, pensando en que su madre podía entrar en cualquier momento.

La tomó de la mano y la llevó hasta el cuarto, cerrando la puerta tras ellos. Se apoyó en la puerta y abrazó a Flora, con urgencia, antes de besarla de nuevo y besándola siempre, sin permitir que se separara, llevándola hasta la cama, donde cayeron juntos.

Matt se quitó la camisa, tirándola al suelo. Flora, temblando de excitación, comenzó a acariciarlo, sintiendo la delicia de su piel caliente y suave, estremeciéndose bajo sus manos. Era una maravilla poder tocarlo al fin, hartarse de morderlo y acariciarlo, explorarlo sin pudor.

– Flora -Matt se separó unos centímetros para ser capaz de hablar-. ¿Estás segura de que quieres esto?

Flora se inclinó sobre él para besarlo.

– Estoy segura -dijo y sonrió.

Entonces, Matt dejó de controlarse y acarició sus costados y sus caderas, y las piernas largas hasta las rodillas y de nuevo los muslos calientes bajo la falda corta. Flora siguió besándole el cuello y preguntó:

– ¿Y tú, estás seguro?

La caricia de Matt sobre su muslo se detuvo y la miró.

– Nunca he estado más seguro de algo.

– Bien -Flora no tuvo que decir nada más. Se quitó la camiseta con un gesto rápido y Matt buscó el broche de su sostén y se lo quitó con habilidad. Durante unos instantes la miró y luego la acercó a él, tomándola por las caderas.

Flora contuvo la respiración al sentir los labios de Matt sobre sus senos y echó la cabeza atrás, sintiendo que el calor la invadía. Sus labios y lengua pasaban de un seno a otro, mordisqueándola y haciendo que pequeñas llamas de placer recorrieran su cuerpo hasta hacerla gemir y pedir inarticuladamente que siguiera.

Al contemplar su enardecimiento, Matt buscó la cremallera de la falda, haciendo que ésta cayera con facilidad. Y por fin, tras quitarle la ropa interior, la tuvo desnuda, bajo él, y paseó sus manos posesivas por el cuerpo de Flora hasta que sintió que no podía aguantar más. Se levantó un segundo para quitarse sus propios pantalones y en ese instante se miraron, pero Matt volvió inmediatamente a abrazarla, cerrando toda distancia entre ellos.

La sensación de las pieles unidas era tan fuerte que Flora lanzó una exclamación de sorpresa y Matt sonrió mientras se ponía sobre ella.

– Esto es lo que he deseado toda la noche -dijo-. Y la noche anterior. Y la otra -la acarició los senos y las caderas, besándola en la garganta-. No he podido dormir. No dejaba de pensar en besarte y tú ahí durmiendo tan tranquila.

– Yo era la que no podía dormir -protestó Flora casi sin aliento-. ¡Tú roncabas!

– Ni una vez -rió Matt y Flora sintió que su alegría era tan grande que se inclinó para besarlo en los labios-. Y tú, ¿por qué no dormías?

– Pensaba en ti -dijo Flora-. Me preguntaba qué pasaría si daba una vuelta y te ponía la mano en la espalda.

– ¿De verdad?

Flora asintió bajo sus besos.

– Me preguntaba durante horas qué harías si me acercaba y te tocaba así -le acarició la espalda y la cintura-. Y así -deslizó la mano para acariciar su enardecimiento y sonrió al sentir el gemido de Matt-, y así… y así…

– ¿Por qué no lo hiciste? -preguntó Matt con la voz ronca.

– No estaba segura de que te gustara -confesó Flora, y Matt le sonrió con una expresión que disolvió cualquier duda e hizo que los sentidos de Flora saltaran en gloriosa anticipación.

– Pues ya sabes que te equivocabas -dijo-. ¿O aún tengo que probártelo?

– No tienes que hacerlo -dijo Flora simulando seriedad-. Pero sería amable por tu parte -y entonces Matt la abrazó y la besó, y sólo pudo añadir antes de hundirse en las sensaciones-: Sería muy amable…

Capítulo 9

Mucho tiempo después, cuando Flora abrió los ojos, comprendió maravillada que la habitación de hotel seguía allí, exactamente igual que antes. ¿Era posible que el mundo siguiera intacto después de lo sucedido?

Nunca había conocido un sentimiento de plenitud tan bienhechor. Se sentía casi mareada por la felicidad. Matt la había llevado con él a un mundo diferente, con un tiempo diferente y una realidad en la que sólo contaba la sensación de sus cuerpos moviéndose juntos, el fuego de la piel contra la piel, la dolorosa ternura del tacto, el sabor, los murmullos apasionados, seguidos de una corriente de excitación tan poderosa y de un hambre tan pura que los había arrastrado a los límites del éxtasis para abandonarlos después en sus orillas, abrazados y temblorosos por la emoción del descubrimiento.

Ahora Matt estaba tumbado sobre ella, con la cara enterrada en su cuello y el brazo rodeando su cintura. Flora acariciaba aún la espalda y los hombros, saboreando la delgada firmeza de la piel. Le gustaba sentir su peso sobre ella, el calor de su aliento, el movimiento rítmico de su pecho.

Le gustaba todo en él.

Sus caricias se detuvieron paralizadas por la certeza de la revelación que cruzó su mente y allí quedó, quieta, pesada, inamovible. Ni siquiera se sintió sorprendida. En realidad siempre había sabido que lo amaba. ¿Cómo había podido no reconocerlo antes? Lentamente, sus dedos volvieron a acariciar su cuerpo.

No tenía ningún futuro con Matt. Había sido claro y Flora no se arrepentía de lo sucedido. Hubiera sido más sensato permanecer alejada de él y partir con el orgullo intacto, pero, ¿de qué le serviría el orgullo cuando Paige regresara y ella tuviera que marcharse? Al menos tendría los recuerdos de su relación, un tesoro indestructible al que recurrir. No podía sentirse triste por la noción del final. En realidad, a la satisfacción física se añadía la calma de saber que lo amaba y que no tenía que engañarse más a sí misma.