Sonriendo, Flora abrazó la cintura de Matt y dejó que la fortaleza de su cuerpo ahuyentara el temor al futuro.

– Quiero quedarme -dijo.

Al día siguiente fueron a comer con Nell para despedirla. La mujer estaba tan brillante y feliz como siempre y Flora, resplandeciente de alegría, no pudo evitar tomar su mano impulsivamente para estrecharla.

– Vamos a echarte de menos -dijo con afecto.

– Pronto volveré -dijo Nell, emocionada-. Y la próxima vez, quiero escuchar planes de boda reales -miró a su hijo con severidad-. Nada de tonterías sobre el final de un negocio.

– No, mamá.

Nell alzó los ojos al cielo ante su tono obediente.

– A veces me pregunto si te das cuenta de la suerte que has tenido al conocer a Flora.

Matt miró a Flora, luego a su madre y la mirada burlona se evaporó de sus ojos.

– Lo sé -dijo, y Nell asintió, satisfecha por su respuesta.

Entonces se inclinó y sacó una caja de piel de su bolso.

– Quiero que guardes esto -dijo tendiéndosela a Flora.

– ¿Qué es?

– Ábrelo.

Dentro del estuche reposaba un hermoso colgante de diamantes con una cadena de oro bruñida por años de uso.

– Scott me lo regaló cuando nació Matt -dijo Nell con una sonrisa temblorosa-, Pero mi cuello es demasiado viejo para eso y me parece que tú deberías tenerlo, Flora. Quiero que Matt y tú seáis tan felices juntos como lo fuimos Scott y yo.

– Oh, Nell -los ojos de Flora se llenaron de lágrimas. Odiaba aceptar algo tan importante para la madre de Matt, pero cómo podía negarse sin confesar la verdad y herirla profundamente.

– Gracias -fue todo lo que dijo, pero Nell supo que Flora entendía lo que significaba el colgante para ella.

– No te pongas a llorar o me emocionaré -dijo Nell-. Y este es un día feliz. Por fin os deshacéis de mí. Me extraña que no pidas champán, Matt -añadió con una sonrisa irónica.

Matt alzó la mano para atraer la atención del camarero.

– Vamos a tomar champán -esperó a que lo sirvieran y sólo entonces prosiguió, alzando la copa-. Por ti, madre. Gracias -añadió mirándola a los ojos.

– Es gracioso, pero la echo de menos realmente -dijo Flora horas más tarde cuando descansaban en la cama, enlazados-. Apenas nos hemos visto, pero me dolió despedirme.

Matt hizo un sonido poco convencido y Flora lo miró.

– Oh, vamos, no disimules. Tú la adoras. ¿Por qué no puedes decirlo?

¿Por qué? Matt cruzó las manos detrás de su cabeza.

– Supongo que crecí pensando que los hombres no muestran sus emociones -dijo lentamente-. Mi madre siempre se extrañó de que no llorara más cuando murió mi padre, pero tenía miedo de que ella se asustara si le decía cuánto lo echaba de menos.

Flora se acomodó contra su costado y puso la cabeza en su hombro. Matt le pasó el brazo por la espalda para acercarla a él.

– ¿Cómo era? -preguntó Flora.

Matt frunció el ceño.

– Era un hombre ocupado, algo distante. Salvo con mi madre. Incluso de muy pequeño yo era consciente del amor que sentían el uno por el otro. Y pensándolo ahora, creo que me sentía excluido de su intenso vínculo. No digo que mi padre me ignorara, pero no recuerdo gestos afectuosos por su parte. Sólo recuerdo la sensación de que debía hacerlo todo tan bien como él.

Hizo una pausa, recordando el pasado, sintiéndose extrañamente reconfortado por la presencia de Flora a su lado.

– Mi madre conoció a un hombre muy diferente, pero para mí, él siempre fue inaccesible. Lo malo era que yo interpretaba su reserva como indiferencia.

– Estoy segura de que te quería -dijo Flora cariñosamente.

– Desde luego, pero pasé treinta años de mi vida creyendo que no -explicó Matt con una sombra de amargura-. El año pasado un gran amigo de mi padre murió y me dejó sus cartas y al leerlas me di cuenta de lo importante que yo era para él. Le decía a su amigo que me quería, que estaba orgulloso de mí, pero a mí no podía decírmelo.

Flora escuchó el dolor antiguo en su voz y deseó poder consolarlo.

– Tu padre era de otra generación -dijo con la mayor suavidad-. No sabía expresar sus emociones. Mi padre es igual. Le entra sudor frío si alguien empieza a hablar de sentimientos. Si tu padre hubiera vivido te hubiera mostrado de mil maneras lo que eras para él.

Matt guardó silencio, pero Flora sabía que la escuchaba atentamente.

– Es muy triste que tu padre no supiera expresar su amor por ti, pero lo importante era que te quería. No tienes por qué cometer el mismo error que él.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Matt con repentina tensión.

– Tú siempre lo guardas todo dentro de ti, como hacía tu padre. Él al menos hablaba con tu madre y tú no confías en nadie.

Matt pensó que a ella le había contado lo que no había contado a nadie, pero la idea le hizo sentirse incómodo y vulnerable. El problema era que no sabía cómo se sentía y no quería decírselo a alguien que en pocas semanas se habría marchado. En lugar de decir que odiaba la idea de que ella se marchara, habló para poner distancia.

– No he encontrado a nadie en quien confiar -dijo fríamente.

«En mí puedes confiar», quiso decirle Flora. Pero sabía que Matt había ido demasiado lejos al hablar del niño herido por la frialdad paterna y prefirió añadir:

– Ojalá lo encuentres.

Sucedió un par de días después. Matt regresaba de una reunión en el barrio financiero y tenía la cabeza llena de cifras cuando Flora le recibió en el despacho con una serie de recados urgentes.

– Ah, y también Tom Gorsky. Si no quieres llamarlo, puedo hablar con él -dijo Flora mirando sus anotaciones.

Matt no contestó. Se quedó mirándola, asombrado por la repentina conciencia de lo enamorado que estaba de ella. Recordó las palabras que le había dicho a su madre: la miré un día y supe que era la mujer que quería a mi lado.

Se sintió como si alguien le hubiera golpeado en el estómago, dejándolo sin aire. ¿Por qué acababa de darse cuenta? Recordaba tantos momentos en que tendría que haberse dado cuenta de que la quería. Cuando volvían al hotel y Flora se soltaba el pelo y luego lo miraba sonriendo y se lanzaba a sus brazos. Pero no, había tardado semanas en verlo y tenía que ser en el momento en que Flora estaba pensando en citas y compromisos.

– ¿Estás bien? -Flora lo miraba con curiosidad y Matt tuvo que volver al mundo.

– Estoy bien -dijo-. Luego hablaré con Tom.

Estaba a punto de decirle a Flora que la quería, pero le había silenciado su aparente frialdad. Olvidó que habían acordado ser impersonales mientras estuvieran trabajando. En aquel momento, sólo sabía que deseaba abrazarla y no dejarla marchar nunca.

– Tengo que ir a Recursos Humanos -dijo Flora-. No tardaré, pero dime si quieres que haga algo antes.

«Quiero que dejes de ser eficaz», quería gritar Matt. «Quiero que vengas aquí y me beses. Quiero pedirte que te quedes conmigo y te olvides de Australia.»

Flora se puso en pie.

– Pondré el contestador para el teléfono -dijo, interpretando el silencio de Matt como reprobación.

– Puedo contestar yo -replicó éste.

Flora lo miró con desconcierto, pero decidió que era mejor no comentar nada.

– Volveré en diez minutos -dijo y salió del despacho.

Matt seguía absorto mirando la puerta cuando una joven secretaria del departamento de viajes llamó a la puerta. Pareció aterrada cuando lo descubrió a él en lugar de Flora.

– ¿Qué quiere? -gruñó Matt.

– Sólo quería darle a Flora su pasaporte -dijo con nerviosismo-. Ya tiene su visado para Australia. Ella lo quería lo antes posible.

– ¿En serio? -replicó Matt. Por primera vez en su vida, se había enamorado y había elegido perversamente a la única mujer que sólo pensaba en salir huyendo a las antípodas.

Tomó el pasaporte y lo tiró sobre la mesa de Flora mientras la aterrada secretaria se deslizaba fuera. Matt ni se dio cuenta de su partida. Miró con odio el pasaporte un rato y luego se encerró en su despacho.

Cuando Flora regresó, la puerta estaba agresivamente cerrada. Se preguntó qué le pasaría, por qué la había mirado de un modo tan extraño. Al final llamó a la puerta y metió la cabeza, diciendo:

– Ya he vuelto -dijo-. ¿Ha habido llamadas?

– Dos -dijo Matt que estaba mirando por la ventana y se volvió al verla entrar-. Llamó tu amigo Seb. Quiere que lo llames.

– Oh -dijo Flora con timidez. ¿Sería por eso que estaba tan agresivo? ¿Acaso sentía celos de Seb?-. ¿Quién más?

– Paige -Matt se acercó a su mesa, pero no tomó asiento-. Su madre está mucho mejor. Paige piensa que podrá reincorporarse al trabajo en un par de semanas.

Era la noticia que más temía Flora. Miró a Matt con la boca seca:

– ¿Dos semanas?

Sin pensarlo, Matt fue hasta ella y la tomó entre sus brazos.

– Serán dos semanas fantásticas -prometió y Flora intentó sonreír-. Vámonos -añadió Matt con repentina urgencia.

– ¿Adonde?

– Al hotel.

Flora se apartó para mirarlo a la cara.

– Matt, son sólo las tres.

– ¿Y qué? -replicó Matt yendo hacia la puerta-. Es mi compañía y puedo hacer lo que quiero.

Regresaron al hotel y Matt le hizo el amor con una intensidad que los dejó temblando. Más tarde, con Flora entre sus brazos, acariciándole el pelo, Matt deseó decirle que la amaba. Pero tenía miedo de estropear el instante. A lo mejor se sentía presionada, o desconcertada por su cambio de planes.

Matt supo que estaba buscando excusas. La llamada de Seb le había afectado más de lo que quería admitir. Le había recordado cosas que quería olvidar. Que Flora tenía una vida propia, que Seb y ella habían sido amigos y amantes, que otros hombres podían llamarla y entrar en su vida. La verdad era que Matt no quería decirle nada a Flora porque no quería escuchar que ella no lo amaba del mismo modo. Mientras no dijera nada aún podía conservar la esperanza.

De modo que la abrazó en silencio. Esperaría hasta tener la oportunidad de hablar seriamente, largamente.

Pero la oportunidad nunca aparecía y, cuando el teléfono sonó en el despacho de Flora unos días más tarde, aún no le había dicho nada.

Flora contestó, pensando en Matt, en las ganas que tenía de confesarle que lo quería, en el temor de estropear sus últimos días juntos cuando él no estaba dispuesto a hablar del futuro.

Al otro lado de la línea estaba Paige, una Paige que parecía preocupada. Había encontrado a Matt tan frío que quería comentarlo con Flora.

– Sé que parezco tonta, pero me pareció clarísimo que no quiere que vuelva. Estuvo muy cortés, pero era obvio que quiere que tú te quedes, así que pensé en preguntártelo. Si tú también estás a gusto, bueno, yo…

Vaciló y Flora sintió su turbación. Paige era tan leal que estaría dispuesta a retirarse de la competición si sentía que Matt prefería a Flora. Por otra parte, Flora hubiera sentido la tentación de quedarse con el trabajo, de no haber sido Paige su amiga.

– Escucha, Paige -dijo, contenta de que Matt no pudiera oírla-. No pienso quedarme como secretaria de Matt. Si te pareció distante, debe ser porque está preocupado. Aquí nada funciona bien desde que no estás. Pero incluso si me ofreciera el puesto, lo rechazaría.

– ¿Hablas en serio?

– En serio -Flora intentó parecer animosa y positiva, la vieja Flora y no la nueva cuyo corazón sangraba ante la idea de marcharse-. Quiero viajar, ¿recuerdas? Ya he pagado mis deudas y tengo mis planes. Me marcho a Australia, y ¿sabes qué? -añadió para borrar cualquier duda de la mente de su amiga-. ¡Seb se marcha a Singapur! Hablé con él ayer y parece que finalmente vamos a viajar juntos. Me marcho en cuando tú llegues aquí, Paige, te lo prometo. No tengo ganas de perder más tiempo.

Al menos había logrado quitar el peso del ánimo de Paige, se dijo Flora, colgando con una sonrisa triste. Suspiró y se dio la vuelta hacia el ordenador, pero al girarse se encontró con Matt que la miraba desde la puerta con una expresión que le heló el corazón.

Había escuchado toda la conversación.

Capítulo 10

Paralizada por la visión repentina de Matt, Flora sólo acertó a mirarlo a su vez, sin saber qué decir.

– Quería comprobar unas fechas -dijo Matt sin expresión en la voz. Fue hasta su mesa y tomó la agenda que Flora le tendía sin mirarla.

– Matt… -comenzó ella, deseando explicarle que sólo había hablado así para tranquilizar a Paige, pero él se volvió sin escucharla.

– Tengo una conferencia -dijo secamente Matt y se metió en su despacho.

Flora se cubrió el rostro con las manos. ¿Por qué había tenido que entrar Matt en ese instante? Su mirada había sido tan amarga que por primera vez, Flora se había preguntado si no sentiría algo más por ella de lo que expresaba. Tenía que explicarle la razón de su frívola charla con su amiga.